Concept

Repúblicas en Euskal Herria (1995 version)

II República II. La rebelión de los municipios y la revolución de octubre. La conflictividad política y social, constante en Euskadi durante la República, alcanzó su máxima gravedad en 1934. En el verano, la mayoría de los ayuntamientos vizcaínos y guipuzcoanos y unos pocos alaveses, secundados por el nacionalismo y la izquierda, se enfrentaron con el Gobierno del radical Samper, apoyado por su partido y las derechas.

El principal motivo de este pleito fue la vulneración del Concierto económico por el ministro de Hacienda Marraco, quien quería recaudar directamente los nuevos impuestos sobre la renta y el lujo, sin concertarlos con las Diputaciones vascongadas, y desgravar fiscalmente el consumo del vino, lo cual acarrearía la ruina a las haciendas locales y provinciales vascas, que obtenían de ese gravamen casi la mitad de sus ingresos.

Además, se planteó el problema de la falta de representatividad de las Diputaciones provinciales, en manos de Comisiones Gestoras controladas por el Partido Radical, sin arraigo en Euskadi. Dado que éstas, por su nombramiento gubernativo, no defendían suficientemente el Concierto amenazado por el Gobierno radical, los ayuntamientos se aprestaron a su defensa y promovieron un movimiento municipalista, que convocó votaciones en las casas consistoriales para nombrar una comisión en pro del Concierto económico y de la autonomía provincial y municipal.

El ministro de Gobernación Salazar Alonso prohibió la celebración de esas votaciones y los gobernadores civiles reprimieron con multas y destituciones a los alcaldes y concejales que las llevaron a cabo, tanto nacionalistas como republicano-socialistas. La intransigencia gubernamental contribuyó al acercamiento coyuntural entre esos dos sectores políticos tradicionalmente enfrentados, que se manifestó en la famosa asamblea de Zumarraga, el 2 de septiembre.

Entonces se produjo la ruidosa ruptura entre el PNV y el influyente diario católico bilbaíno La Gaceta del Norte, de José M.ª de Urquijo, que le acusó de ser «cómplice de la revolución» que se avecinaba. En vísperas de ésta, muchos ayuntamientos de Vizcaya y Guipúzcoa dimitieron en bloque y centenares de concejales fueron procesados e inhabilitados por los tribunales, yendo algunos a parar a la cárcel.

La revolución de octubre de 1934 tuvo su tercer foco importante en Euskadi, con un carácter social, como en Asturias, y sin ningún componente de reivindicación nacional, a diferencia de Cataluña. Consistió en una huelga general, que duró una semana en Vizcaya y Guipúzcoa, y una insurrección en los núcleos mineros e industriales cercanos a Bilbao y San Sebastián, que estuvieron varios días en poder de los huelguistas. Los sucesos más graves acaecieron en Eibar y Mondragón, donde el 5 de octubre los revolucionarios se adueñaron de ambos pueblos y asesinaron a un jefe tradicionalista eibarrés, un gestor radical de la Diputación de Guipúzcoa y el diputado vizcaíno Marcelino Oreja, estos dos últimos directivos de la Unión Cerrajera de Mondragón. El ejército y las fuerzas de orden público acabaron ese mismo día con la revolución en Eibar y Mondragón y en los días siguientes con la insurrección en las restantes localidades. La represión fue muy dura, con muchos presos y exiliados, aunque sin alcanzar las cotas de Asturias.

El principal problema historiográfico que plantea la revolución de octubre en el País Vasco se refiere a la actuación del PNV y STV en ella. Es evidente que la revolución fue organizada por el PSOE y la UGT y protagonizada por socialistas y comunistas, que contaron con la colaboración en algunos sitios de anarquistas, peneuvistas y mendigoizales de Jagi-Jagi (montañeros escindidos del PNV en 1934). ¿Participaron también peneuvistas y solidarios vascos, desoyendo las consignas abstencionistas dadas por sus dirigentes? El PNV y STV lo negaron categóricamente, mientras que sectores derechistas e izquierdistas afirmaban lo contrario. No parece que las bases del partido y del sindicato nacionalistas interviniesen en los hechos revolucionarios en unos lugares (Eibar, Mondragón, la zona minera vizcaína...), y sí, en cambio, en otros, sobre todo en la margen izquierda del Nervión. Dos hechos incontrovertibles fueron que las direcciones del PNV y STV se declararon neutrales ante la revolución, sin enfrentarse a ella como hicieron las fuerzas derechistas, y que ambas organizaciones nacionalistas sufrieron, junto con las izquierdas, la represión, sobre todo en Vizcaya.

En los últimos meses de 1934 y a lo largo de 1935, la ruptura abierta entre el PNV y las derechas se convirtió en un abismo infranqueable por muchos motivos: el bloqueo parlamentario del Estatuto vasco, las secuelas de la revuelta municipal, la represión tras la revolución de octubre, la suspensión del Estatuto catalán y la condena al presidente Companys y sus consejeros, los desahucios de campesinos en Vizcaya y Guipúzcoa en aplicación de la nueva ley de arrendamientos rústicos...

A finales de 1935, el frontón Urumea de San Sebastián y las Cortes fueron escenarios de duros ataques verbales entre el nacionalismo vasco y las derechas españolas, cuya posición puede resumirse con estas frases pronunciadas por Calvo Sotelo: «antes una España roja que una España rota» y, dirigiéndose a los diputados del PNV, «entregaros el Estatuto constituiría un verdadero crimen de lesa patria».

Entonces, cuando Manuel Irujo dijo bendecir la mano que trajese la autonomía vasca, estaba bendiciendo la mano del socialista Prieto, principal artífice del Estatuto de 1936, como ha resaltado Fusi. El balance del PNV sobre el «bienio negro» fue tan negativo como el realizado por las izquierdas. En julio de 1935, escribiendo al jesuita Estefanía, Aguirre constataba que la aprobación del Estatuto sería más difícil con el auge derechista y más fácil con el crecimiento de la izquierda, y vaticinaba la posición del PNV en los próximos comicios: «De nuevo lucharemos solos contra dos bloques; uno de izquierdas que volverá lleno de sectarismo, otro el de derechas pletórico de suicida incomprensión». El PNV ideológica y sociológicamente de derechas, se ubicaba ya en el centro del espectro político, más lejos de las derechas que de las izquierdas. Esta contradicción, su aislamiento político y los fuertes ataques recibidos de ambos bloques contribuyeron a su retroceso electoral.

El acercamiento del PNV al Frente Popular. Las elecciones legislativas del 16 de febrero de 1936 reflejaron una lucha política triangular en Euskadi. Compitieron la coalición derechista o bloque contrarrevolucionario (Comunión Tradicionalista, Renovación Española y CEDA), el Partido Nacionalista Vasco y la coalición de izquierdas o Frente Popular (Unión Republicana, Izquierda Republicana, PSOE, PC de Euskadi y ANV). Sus eslóganes resultan expresivos de sus respectivas campañas: «Contra la revolución y sus cómplices» (bloque de derechas); «Por la civilización cristiana, la libertad de Euskadi y la justicia social» (PNV); «Amnistía, Estatuto, ni un desahucio más» (Frente Popular).

La unión de todas las fuerzas de izquierda y la popularidad de sus reivindicaciones dieron el triunfo al Frente Popular en España. El PNV, que perdió votos en todas las circunscripciones, fue el gran derrotado en febrero de 1936; pero logró paliar en buena medida su retroceso, a costa de las derechas, en la segunda vuelta electoral celebrada el 1 de marzo. En 1936, el triángulo político vasco era casi equilátero: el PNV obtuvo nueve diputados (cinco en Vizcaya y cuatro en Guipúzcoa), las derechas ocho (uno en Álava y de nuevo los siete de Navarra) y el Frente Popular siete (cuatro en Vizcaya, dos en Guipúzcoa y uno en Álava).

A diferencia del resto del Estado, en Euskadi el centro subsistió gracias al PNV y la izquierda era el sector más débil de los tres en que se dividía la opinión pública vasca. En la primavera de 1936, el PNV dio varios pasos en dirección a la izquierda: sus diputados votaron la confianza al nuevo Gobierno Azaña, la destitución del presidente Alcalá Zamora y su sustitución por Azaña. El Estatuto vasco se convirtió en el mínimo común denominador entre el Frente Popular y el PNV, cuya entente cordial se selló el 14 de abril con los discursos de Prieto y Aguirre en el homenaje a Maciá celebrado en Bilbao. Dos días después, en las Cortes de mayoría frente-populista se constituyó la comisión de Estatutos (con Prieto de presidente y Aguirre de secretario), que inmediatamente resolvió la cuestión de Álava dando por válida su votación en el plebiscito de 1933.

Las izquierdas impulsaron con decisión la causa autonómica vasca, sobre todo su líder Prieto, quien dio las pautas a seguir para la rápida aprobación del Estatuto: breve y lo más parecido al catalán. La comisión parlamentaria las aceptó y pronto dictaminó el texto, rechazando la maniobra obstruccionista de las derechas que consideraban incompatibles el Concierto económico y el Estatuto.

Este se hallaba a punto de pasar al pleno de las Cortes cuando estalló la guerra. El PNV había invertido su política de alianzas al cabo de cinco años de República. Sus aliados de 1931 , los carlistas, se habían convertido en sus mayores enemigos y preparaban activamente el golpe militar contra el régimen democrático; sus enemigos del primer bienio, los republicanos de izquierda y los socialistas, habían pasado a ser en 1936 sus compañeros de viaje en la consecución de la autonomía y la defensa de la República, causas indefectiblemente unidas. Se trataba de un giro histórico en la trayectoria política del PNV, que se consumó en la Guerra Civil con su alianza con el Frente Popular, cuyos frutos principales fueron la aprobación del Estatuto y la formación del primer Gobierno Vasco en octubre de 1936.

José Luis de la GRANJA