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NOBLEZA

Nobleza castellanista y navarrista. Derroteros y trascendencia. Como lo ha escrito repetidas veces Caro Baroja («Linajes y bandos», 1956, por ej.), durante la Edad Media el sistema de linajes vasco desemboca en una abigarrada y tupida red de bandos interconexionados por encima de las actuales divisiones administrativas. Esto es fácilmente observable en el clásico de la literatura banderiza, las Bienandanzas y Fortunas de Lope García de Salazar (s. XV) en el que las conexiones entre las ramas navarras, aquitanas y vascongadas son descritas (Lib. XXI) como algo evidente y de todos conocido.

Las guerras civiles del s. XIII tanto en Navarra como en Castilla y Aragón ponen de manifiesto la debilidad del poder real frente a una nobleza levantisca y dividida. Los derroteros seguidos por las noblezas de los tres reinos serán decisivos para la suerte final de los mismos.

En el caso vasco no hay que olvidar que los cabeza de linaje occidentales -guipuzcoanos, alaveses, vizcaínos y durante algún tiempo aquitanos- poseyeron, además de sus torres propias, la tenencia de castillos en nombre de los reyes navarros. Garibay («Compendio», III, XXVIII) señala la correspondencia entre bandos navarros y bandos de las provincias vascongadas. «La (parcialidad) agramontesa es gamboyna, y la beaumontesa, oñacina; cuya cabeza en Navarra es el condestable de Navarra, conde de Lerín; y de la agramontesa el marichal de Navarra marqués de Cortes, que casi es al contrario de los de Castilla, donde los condestables se tienen por cabezas de los gamboynos». En capítulos posteriores da noticias sobre el comienzo de las grandes guerras y detalles acerca de la situación de los bandos. Es también posible rastrear la conexión de los parientes mayores del bando gamboíno con los reyes de Navarra; los Bela dan origen a los Velaz o Velez de Guevara. Jaurgain (1897-1902, II, pp. 174-189), traza unos cuadros, tal vez demasiado «perfectos», que, arrancando del s. IX, llegan al s. XII. Respecto a los Mendoza véase la obra de Luis de Salazar y Castro (1920) y las tablas II y III especialmente; su descendencia de los señores de Vizcaya es ilustrativa, así como sus parentescos desde el punto de vista geográfico con los señores de Llodio, Orozco y Ayala. Cuando el rey de armas de Felipe II, Pedro de Azcárraga recopiló un índice de blasones de Navarra, llegó a dibujar en él hasta 864 escudos de linajes y «palacios», algunos repetidos, otros de Álava y Guipúzcoa vinculados a Navarra y bastantes de Laburdi, Soule y «tierra de vascos», es decir, del país vasco francés más relacionado con el antiguo reino.

Estas noblezas banderizas se dividirán tempranamente en función de sus intereses, entre partidarios del ámbito castellano y partidarios del navarro, más orientados éstos hacia Europa, más hacia la península los primeros. Lo mismo ocurrió en Laburdi donde los Urtubia son pronavarros y los Samper se alían con los Plantagenet que reducirán, de forma drástica, el poder señorial. En Alava, los oñacinos, castellanistas, aglutinados en torno a la torre de Mendoza, se agrupaban hacia el O: los gamboínos, pronavarros, lo hacían en el E. alrededor de la torre de Guebara. El señor de Vizcaya fluctuó varios años entre Castilla y Navarra basculando definitivamente hacia la primera a finales del s. XII. Los castillos de tenencia navarra de Álava y Guipúzcoa fueron tomados por los castellanos en el año 1200 y meses sucesivos. Por su parte los oñacinos de Guipúzcoa, castellanistas, derrotan a los navarros en Beotibar (1321).

La irradiación castellana produce efectos divisorios en la nobleza vasca: parcialidades y desnaturamientos. Asimismo algunos cronistas navarros antiguos consideran que una gran crisis de la Monarquía navarra, sobrevino en tiempos de Carlos El Malo (contemporáneo de Pedro el Cruel); la lucha fratricida de Castilla, se reflejó en Navarra, de suerte que después de que Carlos matara a Rodrigo de Uriz; muchos nobles se fueron a servir a Enrique de Castilla. Diego Ramírez de Avalos de La Piscina, en la Crónica de los reyes de Navarra, (libro V. cap. IX) enumera los caballeros que se marcharon con su parentela. Garibay (Compendio historial... , III, p. 370) parece seguirle al tratar de los hechos de 1376. El cronista navarro considera ya a Uriz como agramontés. El momento decisivo respecto a la Navarra nuclear acaece durante el reinado de Blanca I y Juan II de Aragón, en la segunda mitad del s. XV. Avalos de la Piscina (libro VI, cap. I) considera que los ánimos se agriaron extraordinariamente con motivo del segundo casamiento del rey con Doña Juana. Entre Juan de Beaumont y el Conde de Lerín de un lado, y Mosén Pierres de Peralta de otro, hubo altercados apoyados por su bando o parcialidad respectiva, y «esto fue el principio de los bandos y grandes males de Navarra», es decir, de la lucha generalizada. El cronista, que fue beamontés, dice que los «Beaumont» «mantuvieron justicia y verdad», con todos los de su liga. Aleson, en sus «Annales» (IV, pp. 493-496), determina bien los hechos y Yanguas y Miranda ( 1840, I, pp. 21-22) adujo documentos importantes relativos a este asunto. El bando beamontés se constituye con el primer conde de Lerín a la cabeza, ya «castellanista». La creación de grandes unidades territoriales en torno a beamonteses y agramonteses -Mendavia, Sesma, Lerín, Allo, Dicastillo y Arróniz en la Ribera estellesa, el marquesado de Falces al E.- agravó el problema en Navarra facilitando la conquista de la misma en 1512 con ayuda beamontesa. De esta forma, mientras en Castilla el poder real pudo domeñar a su nobleza, en Navarra la monarquía era devorada por la suya decidiendo el destino de la misma: su sujeción a Castilla.

Durante muchos años la nobleza periférica vasca trató también de seguir siendo la casta dominante; sus enemigos -el estado llano también hidalgo («originario»)- hallaron en los Reyes de Castilla sus más firmes valederos. Hombres como Gonzalo Moro, corregidor de Vizcaya, supieron valerse de las Hermandades para aplastar a la «clase nacional» nobiliaria. Las torres banderizas fueron arrasadas en las Vascongadas por las Hermandades con el beneplácito de los Reyes castellanos; en Navarra lo fueron sólo las agramontesas, por el cardenal Cisneros tras la conquista. Pero el efecto no fue el mismo ya que en las primeras -especialmente en Vizcaya y Guipúzcoa- fue la clase nobiliaria en general la que fue derrotada mientras que en Navarra los Reyes castellanos debían agradecimiento a los beamonteses a los que recompensaron crecidamente, recibiendo éstos grandes señoríos cuya existencia a través del tiempo fue impugnada pero no anulada. De esta forma, a finales del s. XVIII los descendientes del condestable de Lerín, además de su condado poseían el señorío de Dicastillo, Larraga, Allo, Arróniz, Mendavia, Cárcar, Sesma, Cirauqui, Sada, Arruazu, Eslava, Ochovi, Goldaraz, Villamayor, valle de Santesteban y castillo de Monjardín, es decir, casi todo el S. de la merindad de Estella y más tierras. Los colaterales también recibieron sus premios en tierras, cargos y prebendas. Los agramonteses, por su parte, fueron represaliados y sus tierras repartidas entre los beamonteses, aunque, más tarde, durante el reinado de Carlos V, se produjeron varias adhesiones tardías a éste.

Pero la estructura social navarra no sólo se vió modificada por el acrecentamiento de los señoríos en el S. sino también, paradójicamente, con la consecución de varias «hidalguías colectivas» en el N., también a modo de recompensa, con lo que las diferencias interregionales en Navarra se verán durante la Edad Moderna acrecentadas. La consecuencia política del final de esta guerra de bandos al comienzo de una época en la que nacen las grandes Monarquías modernas europeas, es la construcción de un estamento -la Hermandad- interesado en la integración en un espacio mayor, la Corona de Castilla, pero a condición de que ésta salvaguarde su posición de dominio y el control político-administrativo del país. De esta forma nacen a la vida escrita los Fueros vascongados, recopilaciones jurídicas en torno a las cuales se articula un nuevo sistema: la foralidad contractual moderna. Y, en Navarra, el sistema virreinal, semejante en muchos aspectos sustanciales al vascongado pero disímil en alguno de sus aspectos políticos, por la existencia de tres cuerpos electorales diferentes (los Brazos) y en el social por la persistencia de la nobleza de sangre y de grandes bolsas señoriales con todo lo que en el terreno institucional tales señoríos implicaron.