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NACIONALISMO (PRENACIONALISMO)

Conatos de nacionalismo moderno. El nacionalismo moderno, como correlato de la revolución burguesa liberal, se basa en el concepto liberal de Nación, representación simbólica unitaria de todos los ciudadanos (sólo propietarios y sólo varones en un principio) de una circunscripción política-económica concreta. Esta representación posee una voluntad general soberana que se expresa a través de la ley y del voto. La circunscripción, fruto del contrato social está encerrada dentro de una triple línea administrativo-militar-aduanera (la frontera) que se convierte en el elemento mayor de la mística nacionalista. Su expresión jurídica es el Estado de Derecho, reconocido a nivel internacional, que dota de una nacionalidad protectora a sus ciudadanos. La soberanía, el derecho a disponer de sí misma es su principal atributo. La noción se populariza con la Revolución francesa de 1789 a través de toda Europa, junto con la Constitución americana de 1787 y la idea de federalismo. Todas estas nociones son conocidas de los ilustrados, en especial por la nobleza navarra, «una de las más afrancesadas de la península» (Mina, 1981; Caro Baroja, 1969; Rz. Garraza, 1988) y por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, importantísimo catalizador y generador de la Ilustración vasca en cuyos proyectos historiográficos inconclusos (Olábarri Gortázar, 1986) podemos constatar la preocupación por dotar a Euskal Herria de una «Historia Nacional» que desde el principio me pareció -dice Olaso en la Asamblea de 1765- uno de los frutos más útiles y agradables que deba esperar el País de nuestra Sociedad».

El concepto étnico de nación va tiñéndose de coloraciones políticas a lo largo de las últimas décadas del siglo XVIII. País Bascongado escribirá todavía Landázuri hacia 1780, arcaísmo que va a coexistir durante mucho tiempo con el término y concepto nación vasca que vemos aparecer al calor de la Revolución francesa, es decir, con la eclosión de los nacionalismos europeos y la simpatía por los pequeños estados propia de los intelectuales de la Ilustración. La reinterpretación de la historia vasca a la luz de los nuevos valores tiene su origen en el País Vasco de Francia. Basándose en la Historia de los vascos, inédita, del caballero suletino Jeanne-Philippe de Bela, un tal «amigo de la Nación (vasca)», en realidad el benedictino J. B. B. Sanadon, futuro obispo constitucional de los Bajos Pirineos, publica en 1785 un Essai sur la noblesse des Basques destinado a tener una gran difusión y a ser traducido rápidamente al castellano por el también eclesiástico y también heterodoxo Diego de Lazcano. En este Ensayo hay una clara afirmación de nacionalidad de un pueblo libremente constituido a través de la historia. El País Vasco de finales del s. XVIII es lo que queda de una Confederación «que comprendía todos los pueblos conocidos en la Historia con los célebres nombres de Cántabros y Bascones, y después con el de Bascongados. El País que ocupaban estos pueblos, se extendía en tiempo de los Romanos desde Jaca en Aragón, hasta Calahorra, desde esta última ciudad se prolongaba hasta el Reyno actual de León, después atravesando las Asturias, abrazaba todas las costas del Océano hasta Fuenterrabía; y finalmente, por la cumbre de los Pyrinéos volvía de ésta Ciudad á la de Jaca. Estos mismos pueblos se extendieron en lo sucesivo por la falda y mas acá de los Pyrinéos: y después de haber alargado muchas veces sus conquistas, ó sus estragos hasta las orillas del río Garona, se fixaron por fin en las Provincias mas vecinas à los Pyrinéos. Baxo del nombre de Bascongados se comprenden hoy los habitadores de la Alta Navarra, los Alabeses, Guipuzcoanos y Vizcaynos, que reconocen al Rey de España: y los habitadores de la Baxa Navarra, los Souletinos y Labortanos, que obedecen a la Corona de Francia. Todos estos pueblos tienen una misma lengua, que los Castellanos llaman Bascuenze; los Franceses Basque; y los naturales del País Huscara ó Heuscará. Sus usos, y costumbres son unos mismos; y mucho menor ès la diferencia que hay entre un Bascongado Español, y un Bascongado Francés, que la que se nota entre dos españoles ó franceses de dos Provincias, y aún de dos ciudades vecinas». Sanadon maneja con soltura las fuentes grecolatinas y medievales y a autores como Oihenart, Moret, Garibay, Henao, Mariana, Marca, Zurita, Flavin, Olhagaray, etc., conoce los Fueros de los siete territorios y cita a Larramendi, Hume y a la Enciclopedia francesa. Su objetivo es demostrar que los siete territorios, es decir, los basques o bascongados supieron siempre conservar su libertad, razón por la que son considerados nobles, es decir, exentos de todo vasallaje y servidumbre. En uso de su libertad (libre determinación) constituyeron una Monarquía bajo los Reyes de Navarra, que, «a sus estados, que comprendían ya el País de los Vascones, agregaron las comarcas ocupadas en otro tiempo por los Várdulos, Autrigones y Cántabros». Dentro de este contexto, los Fueros son contratos entre «la Nación y el Príncipe» (p. 181), contrato que los monarcas españoles han observado y que los franceses están obligados a observar ya que Labort, Baxa-Navarra y Soule» no están sujetos, sino a las Leyes constitutivas de su Reino particular y de ningún modo a las que se han hecho y se hacen para toda la Francia (p. 213). Otro intelectual vasco-francés, el marqués de Polverel, maneja ideas muy semejantes en su Memoire... sur le franc-alleu de 1784 y su Tableau de la Constitution du royaume de Navarre de 1789.

La interpretación constitucionalista del Fuero, los conceptos de libre determinación, contrato social, federación voluntaria y separación posible están en la mente de algunas élites de ambos lados de la frontera. Guipúzcoa y Navarra, fronterizas y con un alto exponente de simpatizantes de la Ilustración francesa (afrancesados), van a ver puesta a prueba su lealtad hacia la Corona castellana durante la guerra de la Convención (1793-1795). La primera capitula e intenta separarse. «Viva la Convención nacional que ha humillado el crimen, hecho triunfar la virtud, devuelto al fiero cántabro guipuzcoano sus derechos primitivos» (a separarse y pactar de igual a igual) escribía el 18 de mayo de 1795 Echave, diputado a guerra por Guipúzcoa. El proyecto de Moncey es crear una «asociación política independiente de las tres provincias vascas bajo el patrocinio francés» (Goñi Galarraga, 1985). La segunda recibe la oferta de anexionarse a Francia conservando sus Fueros (Castillo, 1986) y discute en sus Cortes la posibilidad de arrogarse para ello el poder ejecutivo. Ninguna de las dos ofertas fraguó ya que Godoy, acuciado por múltiples problemas, consiguió firmar la Paz de Basilea. Maduro ya el yo colectivo -Larramendi, Astarloa, Erro, Iztueta, Amigos del País, los cantabristas- sólo falta el aderezo romántico, un soplo de volkgeist, para que el sintagma nación vasca cobre cuerpo. En la primavera de 1801 Guillermo de Humboldt visita Euskal Herria conociendo a Moguel, Astarloa y a los hermanos laburdinos Garat. Trae en su equipaje las obras de Landázuri, Oihenart, Bela, Moret, Axular y algún viajero. En el relato escrito de este viaje, Los Vascos, puede leerse: «todos los felices efectos que produce el sentimiento de una libertad bien ordenada y de una igualdad perfecta de derechos, se encuentran evidentemente expresados en el carácter de la nación vasca». Y en una carta dice: «Esto es sobre todo la gran atracción que este País ha ejercido sobre el mundo. Se ve verdaderamente una nación; la fuerza, el movimiento, hasta la forma general del carácter viene de la masa y no es más que cultivada y refinada por aquellos individuos cuya situación personal les permitía hacer progresos más rápidos». En su obra «Los Vascos» (p. 125), se pregunta: «¿Cómo debe tratar a la nación vasca la monarquía española para hacer su fuerza y su actividad tan provechosas para España como sea posible?». A decir verdad las relaciones entre gobernantes y gobernados, entre los vascos de España y el Gobierno central no pueden ser peores durante esos años.

Tras la represión a los afrancesados vascos que quisieron cambiar de soberano, una ininterrumpida sucesión de Reales Cédulas conmina a las provincias y al Reino a ejecutar todo tipo de órdenes contraforales. Se inicia además la ofensiva teórica contra los Fueros. Finalmente, tras la rebelión llamada zamacolada (1804) Vizcaya es ocupada por las tropas reales. Todas estas circunstancias provocan una sensación de incomodidad en el etnogrupo, llevando a sus instancias rectoras a apoyar toda acción conducente a «justificar la buena causa de este País Bascongado contra tantas plumas que parece han hecho empeño en sublevarse llevando por objeto el derogar o disminuir su gloria» (Diputación de Navarra a Astarloa (1803), Cfr. R. Garraza, 1988). Nada tiene de extraño, de esta forma, que la nueva entrada de tropas francesas fuera recibida pacíficamente, e incluso puede que con alborozo (Thiers, 1892; Zabala, 1933) y que los cuatro territorios enviaran sin dificultades importantes los representantes requeridos a las Cortes de Bayona (1808). Los seis años de ocupación francesa requerirían un estudio desapasionado y libre del lastre de la historiografía justificatoria posterior, historiografía interesada en inflar la acción guerrillera y pasar por alto la pacífica convivencia (Campo, 1981: 182, 189 y passim) con el ocupante. Durante estos años (1803-1811) aparece el primer proyecto nacionalista en el que no sólo se reivindican derechos e identidades sino que además se preconiza la formación de un Estado nacional vasco. Se trata de la Nueva Fenicia, dividida en la Nueva Tiro y Nueva Sidón, que agruparía a todos los vascos de uno y otro lado de la frontera bajo la égida de Napoleón I. Otro proyecto (1810), el del País Transpirenaico, unifica también a Vasconia pero dentro de un estado-tapón compuesto por ésta, Aragón y Cataluña (Estornés Zubizarreta, 1986). Finalmente y dentro asimismo del concepto revolucionario de nación -representación simbólica unitaria de todos los ciudadanos de una circunscripción económico-política concreta, representación dotada de una voluntad general (soberanía)- se hallaría la «confederación de los países vascos con el Imperio de Occidente» (eufemismo que alude con probabilidad al ya caído y añorado Imperio Napoleónico) de Juan Antonio Zamacola, vizcaíno exiliado en Francia (al igual que Diego de Lazcano) que publica su Historia de las naciones bascas de una y otra parte del Pirineo Septentrional y costas en Auch (1818).

Durante esos años, a tenor de la mala fortuna de los franceses en los campos de batalla españoles y alimentada por un clero totalmente hostil, se produce la división de los afrancesados vascos que tendrán que optar entre su fidelidad a Napoleón I (y su estrella declinante) y la Revolución liberal española en curso en Cádiz. Los primeros chispazos de nacionalismo vasco moderno son ahogados así bajo el peso de la derrota francesa, la Restauración y Reacción triunfantes en Europa a partir de 1815. Ello no obsta para que la disyuntiva de la nacionalidad (la «españolización libre de los bascongados pudiendo ser extranjeros libremente» en palabras de un anónimo de 1817) siga planteándose en los años venideros, máxime cuando desde Madrid Vasconia es vista como «un País extraño y extranjero aislado e independiente» (dictamen de 1824). En vísperas de la guerra carlista el acercamiento entre los cuatro territorios forales fragua en la constitución de un mercado único (R. Garraza, 1988).