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Bizkaia. Historia

Los años del franquismo dejaron huella imborrable en la tierra de Bizkaia, debido tanto al crecimiento anárquico y desequilibrado de la economía como a otros cambios en relación con la vida social y política: el asentamiento masivo de inmigrantes, el nacimiento del fenómeno más violento y radical de oposición al franquismo, etc. Por todo ello durante estos años se alteraron profundamente las bases demográficas, sociales y económicas de esta provincia.

Consecuencias económicas de la guerra. Los daños materiales causados en Bizkaia durante la guerra civil fueron mucho menores de lo previsible. El aparato industrial estaba prácticamente intacto en 1937 y fue puesto de inmediato al servicio del conflicto bélico por las autoridades franquistas. A pesar de las órdenes de destruir las factorías, las instalaciones de la margen izquierda fueron protegidas por gudaris, puesto que los nacionalistas se opusieron a la destrucción. Las infraestructuras básicas fueron también poco dañadas; se habían volado algunos puentes y producido las inevitables destrucciones en carreteras y ferrocarriles. La flota vizcaína sufrió también pocas pérdidas: en torno a 15 barcos mercantes y algunos pesqueros más. El capítulo más trágico de este recuento de daños es el de las destrucciones urbanas, sin duda las más graves, sobre todo en el caso de la villa de Gernika.

Una vez tomada Bizkaia por las tropas franquistas, se pone de inmediato en funcionamiento todo el potencial de las factorías de la ría. La minería de hierro experimenta una rápida recuperación y crecen mucho las exportaciones, aprovechando la interesante subida de los precios internacionales que se produce en un momento en que en el interior estaban congelados. Sin embargo, pronto se acusará la escasez de explosivos y de electricidad y la actividad minera volverá a contraerse. Cabe destacar que Alemania sustituye en estos años a Gran Bretaña como principal comprador del hierro de Bizkaia. El sector siderometalúrgico aumenta su producción con rapidez debido a la fabricación de material de guerra, pero también aquí se dejarán sentir los problemas de abastecimiento y falta de energía.

El final de la guerra supone, además, la supresión del Concierto Económico, por decreto del 23 de junio de 1937. Esta medida tuvo consecuencias económicas claramente negativas, especialmente en lo que se refiere al sector público, ya que van a descender notablemente las inversiones en infraestructuras, equipamientos sociales, culturales, etc. originándose una situación de permanente déficit en este terreno. Bizkaia, calificada junto a Gipuzkoa de "provincia traidora" en el preámbulo del decreto de abolición, no sólo se ver privada de la capacidad inversora de que había venido disfrutando, sino que será sistemáticamente marginada en los programas estatales de inversiones públicas.

Una vez finalizada la guerra, la dictadura franquista diseña una política económica absolutamente intervencionista y de vocación autárquica. Esta etapa de autarquía postbélica durará dos décadas, y debe entenderse como el producto de factores de diversa índole: deseo del régimen de desarrollar una política económica acorde con la ideología triunfante en 1939, pero también aislamiento internacional impuesto a España tras el fin de la segunda guerra mundial. Probablemente, la autarquía fue la única política económica posible al menos hasta 1951; sin embargo, a partir de entonces, es la opción que voluntariamente adoptan los dirigentes españoles. Autarquía, pues, pero siempre respetando la iniciativa privada, rasgo que caracteriza al modelo intervencionista español. La iniciativa privada es considerada por el régimen franquista como un aliado imprescindible en el desarrollo industrializador y consigue de este modo el apoyo de la clase empresarial que va a procurar la defensa de sus intereses particulares, dejando a menudo de lado otras consideraciones ideológicas. De este modo, la política autárquica provocó en las empresas vizcaínas indudables problemas de abastecimiento y otras deficiencias, pero, a cambio, los empresarios obtuvieron un dominio absoluto del mercado interior, que les hizo olvidar durante más de una década la preocupación por mejorar las condiciones técnicas de sus fábricas, contrastar la calidad de su producción, etc.

Por otra parte, Bizkaia se estaba convirtiendo ya desde los años 40 en una provincia receptora de inmigrantes procedentes de otras zonas geográficas; entre 1940 y 1950 la población creció en un 11,3 %, que llegará al 33 % en la siguiente década (de 569.188 habitantes en 1950 se pasa a 754.383 en 1960). El atractivo de Bizkaia radica indudablemente en su industria, sector al que se dedica el 49 % de la población activa en 1950, el doble que en el conjunto español; el sector primario ocupa, en cambio, ya tan sólo a un 19 % de la población activa, mientras que la media española aún supera el 48 %. El gran crecimiento de Bilbao y su "hinterland" plantea desde mediados de los 50 un serio problema de escasez de vivienda, déficit que va a convertirse en un mal casi crónico. La renta también crece más rápidamente en Bizkaia que en otras provincias durante la etapa autárquica: entre 1940 y 1950 el P.I.B. vizcaíno crece en un 391,7 % (media española, 290 %) y entre 1950 y 1960 en 209,4 % (media española, 171 %).

Las industrias vizcaínas siguen sufriendo, al menos hasta 1951, problemas de abastecimiento de materias primas y energía y adolecen de retraso tecnológico. Las factorías siderúrgicas están infrautilizadas; falta sobre todo el carbón en Altos Hornos de Bizkaia y la disminución en la producción de lingote de hierro y acero provoca a su vez dificultades en el sector metalúrgico; faltan también otras materias primas y escasea la energía eléctrica. Las navieras constituyen un sector muy protegido y bien tratado por las acciones gubernamentales, aunque de momento no habrá crecimiento significativo. La industria química, en cambio, protagoniza un auténtico despegue; crece notablemente el número de empresas químicas de Bizkaia, destacando especialmente dos: Sefanitro (Barakaldo) y Nitratos de Castilla (Valladolid, pero fundada con capitales vascos), dedicadas a la producción de fertilizantes, terreno en el que España dependía hasta entonces del exterior y en el que es autosuficiente a partir de los años 50, gracias a la producción de estas nuevas empresas. En general, los beneficios obtenidos son altos gracias, como hemos señalado al monopolio del mercado, pero también a la contención de los salarios, controlados por el gobierno.

El comercio exterior es, desde luego, casi inexistente. Bizkaia exporta algo de hierro y, sólo desde 1951, también algunos productos manufacturados. La paralización del comercio exterior provoca los ya citados problemas de abastecimiento y escaseces, pero supone en contrapartida la reserva del mercado interior a la producción propia. El comercio interior también atraviesa dificultades, derivadas en parte de las destrucciones ocasionadas por la guerra, y producto otras veces de la parquedad inversora del gobierno. Este problema, a menudo denunciado por los empresarios y comerciantes vizcaínos, se pone de manifiesto en las graves deficiencias de la red ferroviaria, en la insuficiencia de la red de carreteras, sobre todo en relación con el crecimiento demográfico y económico de Bilbao, o en los problemas del Puerto de Bilbao, el más importante del Cantábrico, pero sumido permanentemente en la penuria. En el capítulo de las comunicaciones destaca la construcción del aeropuerto de Sondika, a instancias de la diputación de Bizkaia. Las obras se iniciaron en 1939 y el aeropuerto comenzó a funcionar a finales de 1948, si bien todavía en precario. A lo largo de los años 50 se habilitarán nuevas pistas y acometerán diversas reformas para mejorar su operatividad.

1959 marca un giro decisivo en la política económica franquista. La aprobación y puesta en marcha del llamado Plan de Estabilización supone el abandono de la trayectoria anterior y la adopción de un modelo económico distinto. Comienza una larga etapa expansiva, en la que los mejores años fueron, sin duda, los de comienzos de la década, si bien no faltaron muchos y graves desequilibrios.

En Bizkaia se registra un gran crecimiento demográfico, pasando la población de 754.000 habitantes en 1960 a 1.151.485 en 1975; en términos relativos el aumento representa el 53,3 %, mientras el crecimiento medio español fue de 17,8 %. La razón principal de esta expansión demográfica es la inmigración de mano de obra procedente de otras regiones, que acude atraída por las posibilidades de empleo que ofrece la industria vizcaína. El aumento demográfico se concentra en el área metropolitana del Gran Bilbao, sin duda la principal zona industrial de Bizkaia, intensificá ndose a lo largo de estos años el proceso de concentración demográfica que se había iniciado tiempo atrás. Así, en 1970 el 78 % de la población vizcaína vive en el área metropolitana del Gran Bilbao y sólo el 4 % de los vizcaínos reside en localidades de menos de 2.000 habitantes. La población activa muestra una evolución suavemente descendente, no a causa del aumento del paro, ya que el desempleo prácticamente no existe en Bizkaia hasta 1975, sino de factores como el adelanto de la edad de jubilación y el retraso en la edad de incorporación al trabajo.

Durante la etapa desarrollista los sectores tradicionalmente más importantes de la industria vizcaína crecieron notablemente y siguieron siendo hegemónicos, especialmente el sector siderúrgico, el metalúrgico y la construcción naval. También la industria química se convierte en una de las más rentables de Bizkaia. Se desarrollan otros sectores, hasta entonces más modestos, como el de conservas de pescado, vinos, manufacturas de algodón, de papel. En conjunto, los efectos del Plan de Estabilización fueron positivos para Bizkaia, ya que permite superar las dificultades para el abastecimiento de materias primas y provoca así el comienzo de la reactivación industrial. Además la apertura significa una ampliación de los mercados y lleva a los empresarios a invertir en la modernización del utillaje y en mejoras tecnológicas.

Sin embargo, a los efectos inicialmente positivos del Plan de Estabilización se van a añadir una serie de contradicciones y errores en la política económica de los años 60 que van a terminar provocando auténticas dificultades en la industria vizcaína entre 1966 y 67. La crisis tiene su origen en los mayores gastos que soportan las empresas debido al aumento de las inversiones, la subida de los salarios, la llegada al mercado de productos extranjeros y en la restricción de los créditos bancarios adoptada por el gobierno en 1965. La recuperación no se iniciará hasta 1968. A partir de esta fecha la novedad más significativa será la instalación en Muskiz de una refinería, Petronor, que representaba la consolidación de la recuperación y nuevas posibilidades de diversificación industrial. La instalación de Petronor significa, además, la ampliación del puerto exterior con la construcción de Punta Lucero, inaugurada en 1975 y considerada la obra civil más importante de su género llevada a cabo en España hasta esa fecha.

Las deficiencias de las infraestructuras vizcaínas no desaparecen en la década de los 60; las inversiones públicas en Bizkaia siguen siendo insuficientes y la situación empeora como consecuencia del incesante crecimiento de la población y de la actividad industrial. La construcción de la "solución centro", el puente de la Salve y la autopista Bilbao-Behobia, son las principales realizaciones de la etapa, junto a Punta Lucero y nuevas mejoras y ampliaciones en el aeropuerto de Sondika. Con el inicio de la década de los 70 comienza la crisis internacional que no se dejará sentir en Bizkaia hasta finales de 1974 o comienzos de 1975.

Las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera vizcaína van empeorando progresivamente desde el fin de la guerra. Los salarios, bajísimos, son establecidos oficialmente por medio de las Reglamentaciones de Trabajo e incluso se prohibe a los empresarios conceder salarios superiores a los fijados oficialmente (decreto de 16-I-1948). En tales condiciones los sueldos permanecen de hecho congelados, en tanto que los precios aumentan rápidamente. La carestía conduce a la subalimentación y hace estragos en las condiciones físicas de los trabajadores. Los racionamientos, que se prolongaron durante más de una década, conducen al mercado negro y reducen a niveles de subsistencia la capacidad adquisitiva de los trabajadores. No pueden éstos tampoco organizarse para defender sus intereses ya que el nuevo régimen ha suprimido las asociaciones obreras; no hay sindicatos de clase ni movimiento obrero; sólo existe el Sindicato Oficial en el que quedan encuadrados los obreros junto a técnicos y empresarios.

En este contexto, cualquier intento de realizar importantes movilizaciones obreras durante la postguerra va a resultar inviable. Hay, como mucho, conflictos esporádicos en algunas empresas de Bizkaia que suelen perseguir reivindicaciones inmediatas de escaso alcance. La única excepción serán las huelgas de 1947 en Bizkaia. En mayo de 1947 se lleva a cabo la movilización más importante realizada hasta entonces contra el régimen del general Franco; considerada como la primera huelga general obrera de la postguerra, es, sin embargo, ante todo una huelga política, organizada por el Consejo Vasco de la Resistencia. El objetivo es manifestar la oposición del pueblo vasco contra el régimen de Franco. La huelga comienza el 14 de abril y finaliza el 12 de mayo, habiendo alcanzado amplio eco. La represión también fue intensa, con el ejército recorriendo las calles de Bilbao y la plaza de toros convertida en improvisada prisión de los más de 6.000 detenidos a lo largo del conflicto. Hubo también empresarios multados por haberse solidarizado con los huelguistas, lo que confirma el carácter fundamentalmente político de esta huelga. Tras los hechos del 47 no habrá en el País Vasco nuevas movilizaciones hasta 1951. En esa fecha se desencadena en Barcelona una huelga general a causa de la subida del precio de los transportes públicos, que se extiende también a Bizkaia. Se trata de nuevo de una huelga de carácter político aunque influye, sin duda, el descontento generado por el aumento del coste de la vida, el mercado negro, el hambre. La incidencia de la huelga es considerable afectando a numerosas empresas de Bizkaia.

A finales del año 53 comienza una etapa de conflictos cada vez más frecuentes y de carácter menos político en cuanto a su concepción y fines, puesto que las reivindicaciones son más inmediatas, los objetivos más puntuales. La clase obrera vizcaína de los 50 es ya notablemente diferente a la de los primeros años de la postguerra. Formada por nuevas generaciones y engrosadas sus filas con la llegada de inmigrantes de origen rural, presenta un menor nivel de conciencia sindical y una casi total desconexión con las organizaciones tradicionales del movimiento obrero vizcaíno. Hacia 1955-56 aparecen los embriones de lo que luego serían las Comisiones Obreras, y lo hacen en las zonas de mayor concentración industrial, zonas también de mayor conflictividad. Precisamente en Bizkaia va a crearse en 1956 el primer "Consejo de Trabajadores" o "Comisión Obrera" durante las huelgas de abril en el sector metalúrgico; es de momento un organismo espontáneo que sólo tendrá vigencia durante el conflicto.

Sin embargo, el comienzo del Plan de Estabilización crea en los años siguientes un ambiente poco propicio para el desarrollo de movimientos reivindicativos: aumenta el paro, se reducen los complementos salariales y el despido se convierte en una amenaza real para los trabajadores. Por otra parte, el nuevo clima de desarrollo y competitividad exige que los empresarios puedan negociar aumentos salariales, primas, etc., con los trabajadores, en aras de una ineludible mejora de la productividad. La Ley de Convenios Colectivos de 1958 supone que en adelante salarios y condiciones laborales serán pactados entre trabajadores y empresarios, y provocará, por tanto, inevitablemente la intensificación del movimiento obrero en los años siguientes. En efecto, el descontento obrero se manifestará con toda rotundidad en las negociaciones de los convenios colectivos, y desde los primeros meses de 1962 los movimientos huelguísticos serán casi permanentes durante varios años.

En Bizkaia adquiere especial significación el año 1962 que suele considerarse como fecha de nacimiento de un nuevo movimiento obrero. El origen de este gran movimiento huelguístico se localiza en Asturias, pero Bizkaia se va a convertir pronto en uno de los focos más conflictivos; la huelga se inicia en la Basconia y la Naval, se extiende pronto a General Eléctrica, Babcock & Wilcox, Euskalduna, Echevarría, Orconera y, con ésta última empresa, toda la zona minera, y poco después muchas empresas de la margen derecha (Unquinesa, Aguirena, Talleres de Erandio...). Para el día 10 de mayo la situación ha decantado en huelga general. A fines de mayo comienza la vuelta al trabajo, tras la aceptación por la patronal de diversas reivindicaciones obreras, quedando un saldo de cientos de detenidos y deportados, y numerosos despedidos. Las consecuencias derivadas de las huelgas del 62 van a ser de gran trascendencia: suponen el final de la congelación de salarios, la obtención de mejoras económicas importantes (aunque siempre por debajo del aumento de los precios), la movilización de otros sectores sociales -estudiantes, intelectuales, sacerdotes-, pero, sobre todo, destaca por su relevancia posterior, la creación por los trabajadores de sus propios órganos de representantes, las comisiones de obreros.

Por primera vez se crea una Comisión Obrera Provincial de Bizkaia, superando las limitaciones iniciales de las comisiones, que se restringían al marco de cada empresa. Esta primera Comisión Provincial estuvo integrada por doce miembros que pronto se redujeron a cinco; organizaron numerosas acciones hasta que el 22 de abril de 1964 los cinco fueron detenidos, poco antes de que las comisiones obreras se declararan ilegales. Los años de mediados de los 60 transcurren entre un sinfín de tensiones y enfrentamientos de los que los trabajadores van extrayendo logros importantes. Las mejoras salariales conseguidas se ven, sin embargo, muchas veces, eclipsadas por el incesante aumento de los precios. Apenas hay en las huelgas de estos años connotaciones políticas. Desde 1964 la mayoría de los conflictos estallan como consecuencia de las negociaciones para la renovación de los convenios colectivos. La reivindicación central de estos años es el aumento de salario y los resultados suelen ser satisfactorios para los obreros; la severa represión con que se respondió a las huelgas del 62 ha sido sustituida por una actitud de mayor tolerancia, sin apenas despidos o sanciones graves.

La gran expansión económica de los 60 sufre un frenazo importante desde comienzos del año 67 y, paralelamente, la actitud del régimen hacia el movimiento obrero se endurece notablemente. Ante esta nueva situación, los trabajadores van a reaccionar resistiéndose a renunciar a las conquistas de años anteriores e intentando mantener su línea ascendente. Los enfrentamientos serán, en consecuencia, muy graves de nuevo y las huelgas de los años siguientes tendrán características muy diferentes a las anteriores. Bizkaia es en 1967 la provincia en la que se desata mayor número de huelgas. La más importante de todas ellas es la de Laminados de Bandas de Echévarri (Bilbao). Tuvo una duración de 163 días y afectó permanentemente a más de 560 trabajadores. La extensión e intensidad de este conflicto por todo el País Vasco, provocó la declaración del Estado de Excepción para la provincia de Bizkaia, el 21 de abril de 1967. Tras la huelga de Bandas la conflictividad obrera desciende a lo largo de la segunda mitad de 1967 y durante 1968.

En plena crisis económica se acometen reestructuraciones en muchas empresas vizcaínas, se suceden los expedientes de crisis, se ensayan novedades... en un intento de superar la difícil situación que se atraviesa. Sin embargo, en la primavera-verano de 1968 se producirán dos acontecimientos de gran interés en la evolución del movimiento obrero vizcaíno: la crisis de Comisiones Obreras, consecuencia de la difícil situación económica y de la represión, y la creación de los Comités de Empresa. Fue esta última una iniciativa de UGT que pretendía encontrar una alternativa a las Comisiones Obreras, pero partiendo del rechazo a cualquier utilización del sindicato oficial por parte del movimiento obrero. El primer Comité se creó en la Naval y a continuación se formaron otros por toda Bizkaia, consiguiendo desencadenar una gran agitación a finales de 1968 y comienzos de 1969 (nuevo estado de excepción). En la creación de estos Comités participan UGT, ELA, USO, el FO de ETA e incluso militantes de Comisiones Obreras y PCE. Indudablemente entre todos estos grupos hay graves diferencias en cuanto a objetivos y estrategias. Por ello, a pesar del éxito inicial, desde mediados de 1969 comienza un proceso de rupturas y divisiones internas que conducen a la práctica desaparición de los Comités en 1971.

La conflictividad en Bizkaia aumentará, sin embargo, a lo largo de los años 1969 y 1970, como consecuencia entre otras cosas de la recuperación económica iniciada a finales de 1968. El deterioro de la renta obrera durante los años de la crisis hace que se intensifiquen las protestas, una vez que se anuncia el fin de la congelación salarial. De estas movilizaciones los trabajadores obtienen resultados económicos positivos y consigue superarse con creces la barrera del 5,9 % de subida salarial, porcentaje fijado como tope por el gobierno. Sin embargo también son muchas las sanciones de todo tipo e incluso los despidos, al tiempo que la represión se intensifica. Hay, por último, un mayor grado de politización en estos conflictos que en otros anteriores, lo que deriva, entre otras cosas, de la propia dureza de la represión. Por la misma razón son también cada vez más abundantes los gestos de solidaridad procedentes de otros sectores de población que ofrecen su apoyo a los huelguistas. Junto a las huelgas por motivos salariales o mejoras laborales de cualquier naturaleza, se producen cada vez con más frecuencia huelgas eminentemente políticas, especialmente a partir del Juicio de Burgos de 1970. Y es que a estas alturas se ha generalizado la convicción de que el logro de las reivindicaciones obreras pasaba por el cambio de régimen. La desaparición de la dictadura se convierte en el punto de partida imprescindible de cualquier reestructuración profunda del sistema laboral. Por ello, en estos últimos años del franquismo, la mayor parte de las huelgas laborales terminaron convirtiéndose en huelgas también políticas.

La oligarquía vizcaína, rica y poderosa, participó activamente en el nuevo régimen instaurado en España tras la catástrofe de la guerra civil. La ruptura con el pasado inmediato que representa el franquismo hizo imprescindible que el personal político del régimen se compusiese de "hombres nuevos" que no habían colaborado políticamente con la Segunda República y que habían luchado en la guerra civil del lado de Franco. En toda España el poder político cambió de manos y en Bizkaia lo recogió un grupo de hombres jóvenes, con elevado nivel de preparación cultural y de extracción social privilegiada. Aquellos que, de acuerdo con los planteamientos del régimen, "sabían mandar" por tradición familiar y preparación. Su actitud política más notable fue la total aceptación y colaboración con el franquismo, aún cuando procedieran ideológicamente de grupos distintos.

Las "familias" falangista y tradicionalista fueron las que en Bizkaia contaron con más adeptos entre los dirigentes políticos locales. Hubo quienes abandonaron sus convicciones demoliberales para aliarse al nuevo régimen, y quienes de la fidelidad más absoluta al franquismo pasaron a convertirse a la democracia, pero todos, en el momento en que ejercieron cargos políticos en Bizkaia, eran franquistas. Este grupo no tenía experiencia política anterior a 1937; su escuela de formación política fue el propio régimen franquista, convirtiéndose los cargos locales, a menudo, en trampolín para el acceso a otros puestos políticos de mayor responsabilidad. Los cargos que ocuparon en Bizkaia gozaron de una estabilidad ciertamente notable, si bien en los primeros tiempos hubo cambios más rápidos y con más frecuencia, y, por tanto, mayor renovación en el personal de la administración provincial.

Las grandes empresas industriales y financieras vizcaínas estuvieron notablemente vinculadas al poder político provincial franquista, vinculación que va intensificándose progresivamente. La interrelación entre dirigentes políticos y dirigentes de empresas se dio en Bizkaia desde los comienzos del franquismo y se mantuvo hasta el final; el peso económico de quienes desempeñaban cargos políticos creció considerablemente y llegó a ser muy importante en la última década. Destaca la relevancia económica de algunos políticos locales como José María de Oriol y Urquijo, alcalde de Bilbao en 1939-41, Isidoro Delclaux Aróstegui, diputado de Bizkaia entre 1937-41 y vicepresidente de la diputación entre 1941-47, Javier Ybarra y Bergé, diputado de Bizkaia, teniente alcalde del ayuntamiento de Bilbao, presidente de la diputación de Bizkaia, sucesivamente entre 1939 y 1950 y, más tarde, alcalde de Bilbao (1963-69), Manuel de Lezama Leguizamón, concejal de Bilbao (1938) y diputado de Bizkaia (1941-47), y tantos otros. Merece destacarse la importante presencia de los cargos políticos de la provincia en los Consejos de Administración de los dos grandes bancos vizcaínos, el Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya; las relaciones entre la banca privada y el aparato de gobierno franquista son exponente no de un inexistente proceso de "publificación" de la banca sino más bien de la privatización del aparato político. Otros sectores en los que la presencia de los políticos en los consejos es destacada son, por último, el de maquinaria y construcciones metálicas y la industria química. La relación entre el poder económico y el poder político pone de manifiesto la influencia y el peso que los intereses económicos hubieron de tener en las decisiones políticas.

Los años finales del régimen franquista se caracterizan en Bizkaia por el despliegue de una represión sistemática y generalizada. El fracaso del régimen se manifiesta en la incapacidad de mantener ni siquiera la apariencia de normalidad. A partir del Juicio de Burgos la conflictividad aumentó incesantemente; cualquier huelga o conflicto se "politizaba" rápidamente y se transformaba en un acto contra el régimen. La Iglesia vizcaina -en la que habían aparecido ya movimientos de protesta y denuncia del régimen desde la década de los 60- se convirtió igualmente en un factor desestabilizador posicionándose abiertamente frente a Franco. El régimen muestra de nuevo su cara más terrible. Los estados de excepción, la represión, incluso las ejecuciones de 1975, no consiguen frenar la conflictividad. Muy probablemente, las acciones más preocupantes para el régimen fueron las protagonizadas por el nacionalismo radical y en particular el atentado contra Carrero Blanco. ETA sufrió en estos años diversas rupturas, escisiones, enfrentamientos internos; sin embargo, a partir del atentado contra Carrero Blanco se reafirmó la naturaleza violenta de su estrategia, convirtiéndose así el uso continuado de la violencia en el principal problema de la transición en Euskadi.

EMA