Como queda reflejado en la película Tasio de Montxo Armendáriz, en algunos pueblos de Tierra Estella, el baile se celebraba antaño debajo de un enorme castaño o de un roble. En Legarda (Navarra), junto al pórtico de la iglesia de la Asunción, donde antaño estaba el cementerio, hay un árbol y un pequeño banco-mirador de piedra en el cual se reúnen todavía los vecinos al abrigo del cierzo. Y en el casco urbano de Buñuel, se conserva todavía un pino monumental que se adorna por Navidad y que se engalana durante las fiestas patronales. Cualquiera de los ejemplos citados, servirían para ilustrar la función general que cumple el gran árbol, un ejemplar copudo y añoso, como lugar de encuentro cotidiano y también como símbolo festivo.
También era frecuente en otro tiempo la utilización del árbol como hito o límite. Este podría ser el caso de los llamados árboles terminales, que señalan el fin o el comienzo de un territorio o el final del casco urbano de un pueblo. En muchos casos, hay cruces que sustituyen antiguos hitos arbóreos. Cabe destacar asimismo el uso delimitador del territorio que tenían en el medievo algunos robles vizcaínos (como el de Arechabalaga, el árbol Malato de Lujaondo, etc...)
Estrechamente ligado a este rol de hito o de límite, y también al carácter mágico-religioso expresado atrás, asoma por último el significado jurídico-político que han tenido algunos árboles en el País Vasco. Es el caso, entre otros, del roble de Guernika. Como señala Caro Baroja (op.cit.:355),
"las juntas generales del Señorío de Vizcaya se realizaban a la sombra de un roble. Pero también las del Duranguesado se llevaban a cabo a la sombra de otro: el de Guerediaga".