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Carnavales de Bizkaia

El largo tiempo de prohibición del Carnaval por la dictadura franquista, hizo sucumbir los ya de por sí deterioradas manifestaciones carnavalescas de los años 30 del siglo XX. No es hasta la década de 1960 cuando, en Mundaka, se produce un reencuentro con las anteriores actividades perdidas.

Promovido por algunos de los antiguos componentes, se forma la cuadrilla de los atorrak, vestidos con camisa, falda vuelta, pantalones y caperuza. IlustraciónSus canciones entonadas con acompañamiento de guitarras, violines o acordeones y con su director al frente, han dejado su impronta, no sólo en el cancionero de la localidad, sino en el del ámbito vizcaíno, por su peculiar creatividad. Hoy en día, el Domingo de Carnaval se puede observar a los atorrak en su recurrido matutino y, por la tarde, el colectivo femenino de lamiak, con vestimentas negras y caras blancas.

No muy lejos de la villa marinera y en la misma comarca de Busturialdea, en Gernika-Lumo, el acontecimiento pasa por la celebración de los Aratuzteak, en los que se realizan la "cucaña" horizontal y el tradicional Oilar Jokua o Juego del Gallo. Son los niños los verdaderos participantes que, con ojos vendados y espada en mano, tratan a ciegas de tocar la cabeza del ave que se encuentra enterrado en la plaza. No todos ganan el premio que consiste en el mismo gallo. A continuación, el Aurresku, variante de las Soka Dantzak, ejecutado por los disfrazados enmascarados: los marrauek o marroak.

Por su parte, en Markina-Xemein, los Aratosteak tienen el primitivo sello del Antzar Jokua. Los gansos son colgados, en otros tiempos vivos, Ilustraciónpara ser decapitados por las manos de los diferentes jinetes que, en el pasado, cabalgaban al ritmo que marcaban las diferentes melodías interpretadas y propias del acto por los txistularis. Por la mañana el, en otro momento histórico, extendido personaje de oso o hartza, que intenta asustar a los niños y niñas. Éstos y éstas huyen despavoridos/as ante la envergadura del "animal". Las pieles de oveja, le protegen del frío, pero también le producen un sudor que fatiga hasta al más "osado".

Junto al inquietante y bailarín plantígrado, la comitiva formada por los dantzaris (danzantes) que, cada cierto tiempo en su recorrido por el pueblo, efectúan la Zaragi Dantza golpeando sobre el viejo pellejo de vino, vacío e inflado, nos recuerda que nos encontramos en el Carnaval y que, como en su momento escribió J. I. de Iztueta, está relacionada con el fin de éstas y otras fiestas.

Otros elementos que forman parte del pasado se reflejan en el Oilar Jokua y el oso que sale de paseo por las calles de Ermua, los surrandis (narices grandes) y el oso de Durango, los kokoxak de Markina-Xemein, el "Entierro de la sardina" en Portugalete y Sestao o la estudiantina y sus antiguas canciones de Lekeitio.

En el ámbito territorial no se refleja, a lo largo de su historia, una uniformidad conmemorativa. Mientras en unas localidades la importancia sobremanera se hacía sentir por todos los rincones y los vecinos participaban mayoritariamente, en pueblos pequeños los recuerdos son vagos y los actos apenas existían.

Todos estos elementos que, procedentes de la tradición, son modificados para mantener una relativa vigencia, tienen su contrapunto con todos los que continuamente son reinventados. En muchos pueblos, cada año, se festeja el Carnaval con innumerables actos que van, desde el acostumbrado desfile de disfraces, con premios en metálico, hasta el paseo de gigantes y juegos para los más pequeños.

El Carnaval vizcaíno mantiene ciertas características del de antaño, actualizado en su medida y estandarizado en cuanto a todos los componentes que surten a la juventud, principalmente, y a otras categorías de edad, de unos momentos de diversión, no tan especiales como lo fueron para todos los que los celebraron a principios del siglo XX. No es un enfrentamiento entre dos siglos. Las modas cambian y los fundamentos de expresión también; materialización que se desarrolla en base a una sofisticación en la indumentaria, generalmente promulgada de forma colectiva, frente a la individualización de los disfrazados que asumen la espontaneidad como una manera más de frivolizar con la vida cotidiana.