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PAÍS DE LOS ALDUDES

Historia y emigración, III.
LANDABURU

En el primer mes de su estadía no pudo encontrar trabajo. En los cinco meses siguientes trabajó en una cantera y ahorró 66 patacones. Desde comienzos de febrero trabajaba en la demolición de la muralla. Este joven se había vuelto nostálgico y no hablaba mas que de volver a su país. Sin embargo si realmente no se sentía a gusto en este país, tenía bastante dinero como para pasar a Francia, porque ningún pasajero vasco quiere pagar el pasaje de Bayonne a Montevideo. Mr. LAFORE empezó a hacer encarcelar a aquellos de la primera expedición que no querían pagarle, pero al día siguiente el Cónsul Francés los hacía poner en libertad.

Lo que es real es que LANDABURU murió el 18 de marzo a causa de una enteritis después de cinco días de estar enfermo (la nostalgia no tiene nada que ver con la enteritis). S. ARRAMBIDE y ÇALDUBEHERE, a quienes él había entregado la llave de su maleta la víspera de su muerte, encontraron en ella 50 patacones. Sus efectos personales fueron vendidos por 20 patacones. Sus pequeñas deudas han sido pagadas y le envío los 60 patacones que quedan, para que sean entregados a su madre. Me dijo varias veces que le había prestado 20 patacones a alguien: no pudimos descubrir al deudor.

Usted estará contento de tener también noticias mías. Desde el día de mi embarque, siempre he gozado de muy buena salud. Los tres primeros meses gasté 140 patacones y otros veinte que yo había ganado. Asustado por la cantidad de dinero que gastaba, estuve a punto de embarcarme para Francia, pero en los cuatro meses siguientes reparé la brecha que había hecho a la letra de cambio que tenía en lo de M. LAFORE, y sólo en el mes de marzo ahorré más dinero del que ahorraba en un año en los Alduides. Por lo tanto me recuperé un poco de mi susto. Lo pasamos muy agradablemente, en medio de todos las diversiones de una capital, tales como corridas de toros todos los domingos y espectáculos todos los días. Tenemos también restaurantes y cafés donde se nos sirve tan bien como en el Panier Fleuri y el Café Wagram en Bayonne, en una ciudad que no es más grande que Bayonne, y el St. Esprit juntos. Aquí somos 25 médicos. Soy yo quien tiene aún menos práctica y aún así estoy muy bien.

Le doy mi más sagrada palabra de honor que los vascos están mejor aquí que en Francia si tienen buena conducta. Se cansan menos, ganan más y están mejor alimentados ya que la base de sus comidas es el pan blanco y la carne de buey. Cuando los pasajeros enviados por Mr. BELLEMARE llegaron aquí (M. LAFORE no había podido o más bien no había querido tomarse el trabajo de ubicarlos), y no habiendo podido encontrar trabajo por sus propios medios a causa de la guerra civil, y estando por otra parte sin dinero y sin amigos, insultaron a M. BELLEMARE y enviaron a sus casas cartas llenas de malas noticias. En esto no hay nada sorprendente; pero ahora que aquellos que quieren ocuparse en algo o trabajar pueden hacerlo sacando mucho provecho, si ellos envían malas noticias, usted podrá decir, sin temor a ser desmentido, que esos se dan a la bebida, a las mujeres, a la pereza o al juego, a menos que soporten una enfermedad durante un mes o dos, que hagan malos cálculos en los negocios o que caigan en bancarrota. El dinero aquí da de un 18 a un 24 por ciento anual: es el interés legal. De esta manera los campesinos, incluso, que aquí son los que ganan menos, ahorrando solamente 100 patacones por año, colocando sus ahorros cada semestre, pueden lograr una fortuna de 10.000 francos en diez años; y un joven que volviese a Francia con esta suma tendría una linda dote para entrar en una buena casa rural y pasar sus últimos días feliz y correctamente, trabajando en ella sin desfallecer.

Ya que me queda todavía un poco de espacio, le voy a decir algo sobre la ciudad de Montevideo. Ocupa la mitad de lo que es una península formada por la bahía y la margen izquierda del Río de la Plata. Esta península tiene una media legua de largo por un cuarto de legua de ancho: el extremo está ocupado por la ciudad. Las calles conforman un damero, paralelas y a igual distancia unas de otras. Su dirección es de Norte a Sur y de Este a Oeste, de manera que las manzanas o grupos de casas forman todas cuadrados perfectos. Las casas son bonitas, bajas, de una sola planta y cubiertas de azoteas con vista sobre el río, la bahía y el campo. Solo unas 30 casas tienen un piso y solamente la del Cónsul inglés tiene dos. Los edificios más notorios son el Cabildo y la Iglesia Matriz, que los vascos llaman Catedral, aunque no hay en Montevideo más que un delegado apostólico nombrado por el Papa. Estos dos edificios están uno frente a otro sobre la Plaza Mayor, inmensa plaza cuadrada. El bonito suburbio del Cordón está situado sobre el istmo que une la península al continente. Entre este istmo y las fortificaciones de la ciudad que se están demoliendo hay un predio de un cuarto de legua cuadrada: es sobre este predio que se construye la nueva ciudad. Hay en Montevideo 3.800 casas y 20.000 habitantes. El alquiler de una casa como "GENERALAENEA" (6) es de 250 patacones al año.


Como puede verse, si bien todos esos vascos, o casi, eran hijos de agricultores, no se dedicaron exclusivamente a tareas del campo.

Señalaba al comienzo que la corriente migratoria dirigida al Río de la Plata se desvió con el tiempo hacia otros destinos. Voy a referirme ahora a un suceso que contribuyó enormemente al cambio de dirección que tomó paulatinamente, durante la segunda mitad del siglo XIX, la emigración a partir de Les Aldudes.

En una publicación titulada "Les Basques dans l'Ouest Américain" ("Los Vascos en el Oeste Norteamericano"), el Padre Gachiteguy cuenta cosas de gran interés. Alrededor del año 1845, es decir en el tiempo de las grandes olas migratorias, llegó al Río de la Plata, procedente de Les Aldudes, en busca de mejor vida o de aventuras, el joven Ferdinand ETCHART. Al poco tiempo de encontrarse en Argentina, se enteró del descubrimiento allá en Norte América de una riqueza fabulosa: En California se extraía oro en canteras a cielo abierto, y fue el "El Golden Rush".

"Los vascos, escribe el P. GACHITEGUY, ya lanzados en la aventura, se arrojan en aquella que quizás corone todas las precedentes. Dieciocho vascos, bajo la dirección de un Etchart, dejan Buenos Aires en dirección de California. Para alcanzar los campos del oro, pusieron, "por tierra y por agua", un año y medio. La tradición conservada en las familias de la rama americana, cuenta que todos estos hombres iban a caballo, es decir, que hicieron todo el viaje en silla, con excepción de los ríos que debieron cruzar. (Qué fantástica novela de aventuras habrían podido dejarnos con un simple diario de viaje! Uno se pone a soñar en lo que debió haber sido la vida de esos dieciocho vascos montando hacia el Norte a través de paises tan temibles como desconocidos. Un grupo tan importante de jinetes debía imponerse a pueblos más o menos benévolos para con el extranjero, pero también despertar sospechas de las autoridades locales, pues daban la imagen de una expedición militar. Sin duda, atravesaron la inmensa pampa argentina para llegar a la meseta costera de Chile después de haber franqueado los enormes Andes. Luego fueron, durante meses y meses, paisajes y climas siempre nuevos, poblaciones siempre nuevas a través de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, desde donde pasaron ?aún no existía el Canal de Panamá? a Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México para finalmente alcanzar California. Probablemente, ninguno de ellos descubrió oro; pero, siguiendo el ejemplo de los compatriotas ya establecidos consideraron que la fortuna más segura se encontraba en la cría de los "vellones blancos" de los merinos. En todo caso su jefe lo consideró así, y, habiendo hecho fortuna se volvió al País Vasco para fundar una hermosa familia en su pueblo de los Alduides, que vio levantar una de sus más bellas casas: Miguelartzainainea. Allí, nuestro Etchart vivió tan sencillamente como los otros paisanos de este pueblo de montaña sin siquiera imaginar que él era el héroe de una aventura que muchos exploradores famosos hubiesen envidiado".

No conocí a ese Ferdinand ETCHART que murió en 1906. Pero conozco a descendientes de él que son parientes míos, porque al regreso de sus aventuras americanas, Ferdinand ETCHART había contraído matrimonio con una hermana de mi abuelo. Sus compañeros fundaron familias en Norte América donde permanecieron. Fueron ellos los que, en gran parte, desviaron la corriente migratoria.

La gran mayoría de los vascos emigrantes del siglo XIX permanecieron definitivamente en los países que los acogieron. Se asimilaron a fueron asimilados perfectamente por las sociedades que integraron. En el Uruguay , desde la primera generación, los hijos de emigrantes se han sentido y se han proclamado totalmente "criollos". En las generaciones siguientes, lo único que les ha quedado ha sido y es el apellido (Pero dicho de paso ¿quién puede ostentar un apellido uruguayo?).

Muy pocos fueron los emigrantes que, como Ferdinand ETCHART, regresaron a su país de origen. Conozco, sí, otro caso en Les Aldudes y me disculpará el lector si le relato brevemente una emigración cuya historia me toca muy de cerca puesto que se trata de mi propio abuelo.

El también, Juan CHABAGNO, salió muy joven, por el año 1860, de Les Aldudes. Llegó a Montevideo, atraído aquí por otros aldudenses, particularmente un tío materno de apellido INDA, que se habían radicado en Soriano. Mi abuelo empezó su carrera americana trabajando como peón de saladero en esos establecimientos del Cerro que más tarde se transformarían en frigoríficos. Luego se dirigió a Soriano donde se dedicó a tareas del campo y al final regresó en 1878 al País Vasco. Tenía entonces 35 años. Fundó una familia en Les Aldudes.

Pero, repito, el caso de Ferdinand ETCHART y el de Juan CHABAGNO son excepciones entre los emigrantes de nuestro pueblo. En gran mayoría se establecieron definitivamente en el Uruguay donde, con fortuna diversa, se dedicaron a toda clase de actividades. Gracias a su especial facultad de adaptación, contribuyeron poderosamente a formar esa nacionalidad oriental que hoy sus hijos ostentan con particular orgullo.

Alberto CHABAGNO
Escritor