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FUERO (EL PROCESO ABOLITORIO DE LOS FUEROS VASCOS)

Burguesía y libertad. Sociológicamente, el hecho mayor que respecto a la Foralidad cabe señalar es su enfrentamiento al fenómeno general de la revolución burguesa o liberal. Hecho mayor que posee en el Estado español unas especiales características que le diferencian fuertemente del "modelo" francés y que, por su carácter ambiguo e incompleto, configuran un proceso que se extiende temporalmente de un modo excesivo. Distorsión temporal que arrastra y hace perdurar elementos del "antiguo régimen" sin absorberlo, al tiempo que la explosión de nuevas contradicciones sociales viene a añadir una nueva problemática cuando la sociedad en su conjunto no ha generado todavía las condiciones precisas para su resolución. Es, pues, el control de un número creciente de los resortes del Poder por la burguesía lo que define la nueva situación europea, reflejando el crecimiento de esta clase durante el siglo XVIII. El largo periodo de expansión que comienza en 1730, en la agricultura, estimula el resto de los sectores económicos, manufactura y comercio en especial, dando origen a una filosofía optimista y confiada en un progreso continuo e indefinido que acarrearía una inevitable felicidad y mejoramiento del hombre como individuo y de la sociedad en tanto que su "medio" propio. Sociologismo, optimismo, crecimiento económico como motor, construcción del "hombre nuevo". He aquí las ideas motrices del nuevo proceso, que llegan hasta nosotros, tantas veces recogidas por grupos y filosofías que se presentan como negación de lo "burgués". Decía Voltaire, en sus Cartas inglesas: "El comercio que ha enriquecido a los ciudadanos de Inglaterra ha contribuido a liberarles, y esta libertad ha extendido el comercio francés. De aquí ha nacido la grandeza del Estado". El "comercio", que en aquella época generaba la más rápida y eficaz acumulación de capital, constituirá la base económica que justificará la preeminencia de la nueva clase ascendente. Será, pues, la actividad económica, por primera vez, el "primer motor" justificador del "poder" político. Y ésta será una nueva aportación burguesa al repertorio político. Barnave fue quien, medio siglo antes que Marx, formuló la teoría de la "Revolución burguesa". Revolución entendida como proceso socioeconómico. En su "Introducción a la Revolución Francesa", escrita en 1792 y publicada en 1843, tras afirmar que la propiedad "influye" sobre las instituciones, constata que las instituciones creadas por la aristocracia terrateniente contrarían y retardan el advenimiento de la Nueva Sociedad. "El reino de la aristocracia dura el tiempo durante el cual el pueblo agricultor ignora o desprecia los oficios, y la propiedad de la tierra constituye la única riqueza... Desde que las artes y el comercio comienzan a penetrar en el pueblo y crean un nuevo medio de riqueza que ayuda a la clase laboriosa, se prepara una revolución en las leyes políticas..." Naturalmente, para Barnave la clase "elegida" precisamente "por laboriosa" es la burguesía ascendente. Pero adjetivas adscripciones aparte, es evidente que una "revolución teórica", a la que impropiamente se ha dado en apellidar "materialista", hace su aparición, segregada y elaborada por la burguesía, en el escenario de las ciencias llamadas sociales. Modelo teórico y modelo histórico los de la "revolución burguesa" que serán los materiales sobre los que, miméticamente, Marx construiría su contramodelo de "revolución socialista" y su clase agente correspondiente, el proletariado, que como la burguesía será también una "clase" universalmente vocacionada. Sin entrar en las diferencias entre "burguesía" y "proletariado real", y entre éste y el "proletariado de Marx", creemos que el siguiente párrafo de Monnerot, ilumina perfectamente una espinosa cuestión. Tras elaborar un balance de las lecturas de Marx sobre la Revolución Francesa dice: "Estos historiadores que Marx leyó, tienen en común lo que llamaremos el "mesianismo burgués". Para ellos, la accesión al papel de clase dominante de la burguesía censitaria e intelectual era, o debía ser, el punto final de la historia de Francia"... "Marx toma la idea de una clase ascendente, que durante el tiempo de su ascensión y hasta su punto culminante encarna los intereses generales de la sociedad, la esperanza de un porvenir mejor:" "Los burgueses, hasta este punto, son pues para el hegeliano Marx, los agentes privilegiados del proceso histórico." Marx, renano de nacimiento (sabemos que los derechos feudales habían seguido en Renania la misma suerte que en Francia, pues Napoleón había hecho allí reinar la ley francesa) y alimentado en la admiración de la filosofía del siglo XVIII por un padre agnóstico (desjudeizado y sólo en apariencia convertido al protestantismo), incorpora a su doctrina la crítica del clero y de la nobleza inmanente a esta filosofía. "Pero su historicismo y su hegelianismo le hacen considerar la "victoria de la burguesía", no como una suerte de absoluta y aparente "terminus", a la manera de Guizot, Miguet, Thiers, Henry Martin, sino como verdadera y válida para un tiempo." "Marx sabe que la mayoría de la población europea en el meridiano del siglo XIX es todavía rural. Pero está influido fuertemente por el espíritu de la economía política de la primera mitad del siglo XIX. Siguiendo a Gismondi (y a su discípulo Buret), Pecquer, Vidal y Víctor Considerant, rectificados el uno por el otro, Marx piensa que la concentración económica juega en el sentido de una reducción progresiva de la clase campesina y de una manera general de las clases intermedias situadas entre SU "burguesía" y SU "proletariado". Charles Andler ha sacado a la luz, en su comentario al Manifiesto Comunista de Marx, todo o casi todo lo que Marx debe a San Simon, Pecquer, a Vidal, Gismondi y a Buret, a Fourier y a Considerant..." "Es gracias a la historia de la "fracción comerciante del Tercer Estado" de la "burguesía", que Marx se representa, se figura, la ascensión por la producción y la economía y la victoria subsiguiente a una "revolución", de lo que él llamara una "clase"." "Es sobre ella como concebirá el futuro papel del "proletariado", el cual debe constituirse en y por la producción y, después, triunfar sobre la "burguesía", concluyendo un "proceso revolucionario"." "Esta visión futura dogmática y activista de la `misión del proletariado' será organizada y limitada y también inspirada por el recuerdo, más o menos transfigurado, de la ascensión y de los triunfos "revolucionarios" de la "burguesía"." La historicidad dialectizada del burgués Hegel, fue injertada por el burgués Marx, en la idea del "homo faber constructor", legitimación de la burguesía, dando origen a un nuevo tipo de activista político, el "homo marxista" de nuestra época. Hasta qué punto este proceso es una continuación del movimiento iniciado por las "luces burguesas" del siglo XVIII es evidente. La línea de ruptura vendrá dada por la oposición a la teoría de la sociedad tomada por Marx del conjunto de las ideas de su tiempo, de un "clan" moral nuevo, debido en parte a la propia tradición cultural de Marx (la tradición cultural judía negada y sublimada conceptualmente por él) y su propia condición de hombre marginal. (Nacional-marginal, y ello, con dos únicas salidas, nacionalismo o universalismo como escape de la angustia producida por la marginación). Impulso moral de honda raíz religiosa, en él se basa el sentido profético del marxismo y su parentesco "coyuntural" con otros movimientos proféticos de distinto origen filosófico. Tawney, en su trabajo sobre "La religión en los orígenes del capitalismo", calibra acertadamente el problema cuando, tras exponer la noción de pecado aplicada desde la Edad Media al especulador y al intermediario, afirma: "El verdadero descendiente de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino es la teoría del valor del trabajo. El último de los escolásticos es Carlos Marx". Es de la revolución burguesa de donde procede la idea, que hoy empieza a quebrarse, de la necesidad de una teoría general del desarrollo histórico válida para todos los tiempos y países. Cambio fundamental del que Condorcet señala toda su importancia, centrándose sobre la figura de Voltaire: "Como filósofo, es Voltaire, quien primero ha presentado el modelo de un simple ciudadano, expresando en sus deseos y en sus trabajos todos los intereses del hombre en todos los países y en todos los siglos, elevándose contra todos los errores, contra todas las opresiones, defendiendo y expandiendo todas las verdades humanas". Clara exposición de la identidad individual de un modelo humano formado por un medio social concreto, el de la burguesía, y que precisamente por su "carácter universal" "debe" imponer su propia imagen al conjunto de los hombres. De lejos le venía este propósito. Ya a comienzos del XVII la burguesía se presenta en Europa como clase lo suficientemente diferenciada para que el jurista Loyseau crea necesario discernir en ella varias categorías, y en su obra "Tratado de las Ordenes y simples dignidades" distingue en el "Tercer Estado" (que asimila a "burgeois", es decir a aquellos que habitan en lo que en "el viejo francés y todavía en alemán se llaman burgos") los siguientes estratos:

Las gentes de letras de las cuatro facultades (teología, derecho, medicina y artes).
Los financieros (entendiendo por tal los detentadores de los oficios concernientes a las finanzas reales).
Los jueces y abogados y, además, todos aquellos cuyo oficio se deriva del Derecho: notarios, procuradores... etc.
Al final, los comerciantes.

Los otros, labradores, artesanos, etcétera, o "agentes de brazo" son reputados "viles personas" y forman el "pueblo idiota". "Claridad" de ideas que sólo se transforma en equívoco al comienzo de la Revolución Francesa, en especial por la célebre frase del abate Sieyes sobre el papel político del Tercer Estado, al que asimilaba alternativamente con burguesía o con el pueblo. Así, a su pregunta: "¿Qué es el Tercer grado?" Responde: "Todo". "¿Qué ha sido hasta el presente? Nada. ¿Qué pide? Convertirse en algo". Conciencia de identidad social basada en motivos concretos. El pueblo de Sieyes, entendámonos, se reduce a la burguesía. La burguesía, como agente del proceso político revolucionario, es la nación, pieza clave del sistema racionalista sobre el que se asienta la teoría del poder en el Estado Jacobino. Aparece así ese monstruo de los tiempos modernos que se llama el Estado-nación, "el más frío de los monstruos fríos", como decía Nietzche. -Nación, Ciudadanía, Constitución- tres palabras claves que universalizarán la idea Jacobina. "Hace 85 años nuestros padres decidieron constituirse en nación" diría Lincoln, caracterizando el voluntarismo que conlleva toda forma de organización política. Es el triunfo de la burguesía. El mismo Marx dirá en 1847: "Estamos, con el proletariado, contra la burguesía y, con la burguesía, contra los terratenientes y los curas". Y si se limita a la burguesía la noción de pueblo, lo universal se constriñe al adjetivo "occidental" tan caro a A. Comte. Es en este marco en el que se consuma el fin de la foralidad vasca. Si el conservatismo omnipresente de la Santa Alianza respalda dos veces, 1815 y 1823, a Fernando VII cómo rey absoluto, salvando pasivamente a la foralidad, desde 1830 los fueros vascos se enfrentan solos al embate de las corrientes del siglo: liberalismo, nacionalismo e industrialización. Al naufragio ideológico de los liberales vascos, encerrados en la sutil trampa psicológica que consiste en establecer como principio que desposeído y desposeedor comparta la misma teoria sobre, cuestiones, pretendidamente "objetivas" y "generales" como nación, libertad, constitución, clase o socialismo, siguió el inevitable naufragio militar de las masas campesinas vascas disociadas en sus motivaciones políticas. Y los restos del naufragio llegan hasta nosotros. Lo cierto es que el pueblo vasco, que vivió un XVIII moderno y vivo, fue sumergido en una conciencia política absurda y retrógrada.Durante 70 años Euskalerria es el cuartel de un legitimismo que se orienta al pasado. Entre tanto, Gioberti y Mazzini enardecen a una Italia esclava en el sueño de una tercera Roma. Hegel afirma que Alemania es el pueblo elegido. Michelet dice a los franceses que su país debe ser la furia del mundo. Eslavos de Croacia o Bohemia redescubren su pasado, Grecia cree en un nuevo Bizancio... etc. El catolicismo liberal de Lamennais y Pío IX nace en Europa y empuja el renacer nacional de Polonia, Bélgica e Irlanda. 1830 en Francia y 1846 en Gran Bretaña marcan el triunfo definitivo de la burguesía sobre los intereses terratenientes. 1848 alumbra una revolución fallida pero que, aun así, generará cambios sociales irreversibles. Pero nuestro país está marginado, por completo, de todo esto. El gran protagonista durante esta época entre nosotros fue el carlismo. Receptáculo inadecuado, pero receptáculo por la fuerza de las cosas, de lo foral, frenaría en Euskalerria el progreso de las ideas liberales. En el transcurso de los años, la impronta del carlismo evidente en el integrismo, y con claros elementos propios en el primer nacionalismo vasco, condujo al retraimiento cultural del país de las corrientes culturales de la época. Lo foral no pudo reintegrarse como algo vivo desde la moderna coordenada político social. Y el peso ideológico del integrismo y del tradicionalismo impidió la labor de creación teórica que permitiese trasvasar lo esencial de la Foralidad a la nueva sociedad burguesa. Pues la antinomia entre ambas es profunda y en esta razón hay que tratar de encontrar la raíz de los antagonismos sociales de la primera guerra. Desde aquí cabe decir que la sociedad foral anterior a la abolición y de un modo general (que no excluye los conflictos evidentes entre los distintos y antagónicos sectores sociales que lo constituyen) se caracterizaba, en cuanto al sector primario, el más importante entonces, por un modo de apropiación colectivo a múltiples niveles de posesión de los medios de reproducción material. Lo que suponía una relación de "propiedad" (proper, non-alineus) por parte del sujeto (como autorreproductor) respecto a sí mismo y a la comunidad en su conjunto. La propiedad privada moderna existía, pero limitada. Su influencia crecerá al extenderse las actividades comerciales y mercantiles. Son precisamente este tipo de actividades las que, para ensanchar el modo de propiedad que les es consustancial, deben forzar el sistema jurídico de la Foralidad, atacándolo como un todo. Desde las matxinadas a 1833, el enfrentamiento entre el sistema de "relaciones mercantiles", basado en la nueva propiedad privada burguesa y el mundo foral de apropiaciones a múltiples niveles de propiedad y posesión, sobre una base comunal, es constante. Y es, en definitiva, el primero quien vence y destroza al segundo, acabando con el antiguo sistema de relaciones de apropiación en su sentido original de "propiedad", es decir, de relación trabajador-trabajo como "proper-non alienus". A la "alienación" del sujeto trabajador por el nuevo sistema liberal se añade, en nuestro caso, la "alienación" colectiva en un mundo cultural impuesto y la relación con las instituciones políticas derivadas de tal proceso en situación de no propiedad, es decir, también como "alienus".