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Álava-Araba. Urbanismo

Para conocer a grandes rasgos la ocupación y organización del paisaje alavés en los siglos IX, X y XI, debemos acudir a los cartularios de los grandes monasterios, impulsados por los condes de Castilla y los reyes de Pamplona. Los cartularios más importantes a los que se ha acudido, dentro del entorno geográfico en el que nos movemos, son el de San Millán de la Cogolla, el de San Juan de la Peña, el de Irache, y el de Valpuesta. De éstos, el Cartulario de San Millán de la Cogolla con el documento conocido como la Reja de San Millán -fechado en 1025- es el que nos proporciona una mayor información sobre la ocupación y ordenación de la denominada "Álava nuclear". Son 307 los núcleos poblacionales mencionados en tal documento, faltando del listado los pueblos pertenecientes a las antiguas Hermandades septentrionales -Aramaiona, Llodio, Ayala, Arceniega y Arrastaria-; por el Oeste, los de Salinas de Añana, Valdegovía, Valderejo y Bergüenda; por el Sur y Este, los de Salinillas de Buradón, Labastida, Laguardia, Labraza, Berantevilla, Portilla, Bernedo, Campezo y Arana. De lo anterior podríamos deducir que faltan o no se citan en la Reja de San Millán, los de las zonas de máxima diseminación y de máxima concentración.

De la información que contiene la Reja de San Millán, auténtico documento concebido con fines fiscales muy claros, diferentes autores lo han aplicado como un recurso en el conocimiento del repertorio de las casas existentes, del número de habitantes por cada centro poblacional y del total contenido en los alfoces marcados en la Reja. También, han dibujado una interpretación del paisaje y articulación del espacio con una Alava "ruralizada", en la que no existen grandes núcleos de población, no muy distantes entre sí, con una pequeña iglesia en torno a la que se agrupan casas y granjas, huertos y frutales junto a las casas, tierras de diferente calidad, linares y prados, molinos de aguas y ferrerías junto a los ríos. Cotejando los hábitat de esta época remota del medievo con el hoy existente, deducimos una manifiesta semejanza, por lo que puede concluirse que el paisaje alavés, típico de la Llanada y de otras partes, en la actualidad tiene su antecedente directo en el reflejado por el documento emilianense de 1025.

Con la creación por parte del monarca castellano Alfonso VII de la villa de Salinas de Añana en 1140, confirmando los viejos fueros que en su día le concediera Alfonso I el Batallador a los habitantes de este citado lugar, nacía el primer fuero alavés conservado y unas nuevas formas ordenadoras del poblamiento y la población. Esta nueva estrategia en la ocupación y ordenación del territorio alavés viene establecida por la fundación de unos nuevos centros poblacionales llamados villas, dotadas de unas determinadas características físicas, político-jurídicas, sociales, económicas, etc. que cambian y transforman sustancialmente el panorama del hábitat hasta entonces dominante.

Este proceso urbanizador de creación de villas se mantuvo en Alava a lo largo de dos siglos, llegando a ser 23 núcleos los que adquirieron la condición jurídica de villa. Las fundaciones de las villas no se distribuyen en el espacio y en el tiempo de un modo uniforme, aparecen diferenciadas cronológicamente en tres periodos, por responder a los impulsos o motivaciones fundacionales distintas en cada caso y en cada época, aunque obedezcan a una gran corriente general en toda Europa.

El primer momento abarca desde el año 1164 hasta 1196. En este intervalo temporal reciben fuero de villa, seis poblaciones: Laguardia (1164), Vitoria (1181), Antoñana (1182), Bernedo (1182), La Puebla de Arganzón (1191) y Labraza (1196), todas ellas por los monarcas navarros Sancho VI el Sabio, las cinco primeras, y Sancho VII, el Fuerte, la más tardía, creándolas para proteger la frontera navarra con la castellana, y esta motivación se manifiesta en el emplazamiento elegido, un promontorio de fácil defensa.

La segunda etapa fundacional de las villas tuvo lugar bajo dominio castellano, una vez que a partir de 1200, Alava muda al dominio de la Corona de Castilla. Este segundo impulso urbanizador por parte de los reyes castellanos, tiene como motivaciones fundamentales, el reforzar la frontera con el reino de Navarra, y abrir vías de comunicación transitables y seguras desde el centro de sus dominios hasta los puertos de la costa norte. Corres, Santa Cruz de Campezo y Contrasta, que reciben Carta-Puebla el mismo año 1256, tienen motivaciones defensivas. En Salvatierra que recibe Fuero, también, en 1256, confluye además de poseer una motivación defensiva, la de actuar de enlace de la ruta que comunica el territorio alavés con las villas guipuzcoanas que conducen a los puertos de Guetaria y San Sebastián. Arceniega con título de villa desde 1272 por concesión de Alfonso X, última de este segundo impulso fundador, nace también como punto intermedio en la ruta hacia los puertos de Castro Urdiales y Laredo.

En la primera mitad del siglo XIV se lleva a cabo el tercer impulso urbanizador. Las motivaciones en este periodo ceden protagonismo en la dimensión defensiva de las nuevas villas, incrementando la capacidad de interrelación comercial con el estableciendo de rutas más transitables y seguras. A este argumento responde Villarreal de Alava (1333), etapa intermedia en la ruta hacia el puerto de Deva. Alegría y El Burgo, ambas en 1337, dentro del itinerario que une Vitoria con Salvatierra. Y Monreal de Zuya (1338) en otra etapa intermedia entre Vitoria y Arceniega. Otro argumento parece preocupar a los monarcas castellanos en este tercer periodo como es el interés por reorganizar el territorio y la población bajo la nueva forma de poblamiento, creando villas en las que se agrupan varias aldeas existentes. San Vicente de Arana (1308-1319) es un buen ejemplo de este segunda motivación.

El espacio alavés se ha transformado adquiriendo una ordenación peculiar en la que va implícita una jerarquización. Es a partir de esos momentos de época medieval cuando la consolidación urbanística del actual territorio de Álava se fija, con una manifiesta continuidad de poblamiento hasta nuestros días.

Las motivaciones fundacionales que estuvieron vigentes en cada una de las tres etapas están directamente relacionadas con los emplazamientos elegidos para la implantación de las villas. Fijándonos en la situación topográfica de los lugares elegidos podemos establecer tres grupos de asentamientos: sobre cerro o mesetas, en ladera o pendiente y en zona llana. Vitoria, Laguardia, Salvatierra, Labraza, Peñacerrada, entre otras, responden a ubicaciones sobre cerros con un claro protagonismo de defender fronteras. Localidades como Salinas de Añana, Antoñana, Treviño, Bernedo, etc, se incluyen en la variante de villas en ladera con un mayor o menor gradiente en la pendiente. Dentro de la modalidad de villas que ocupan lugares o tierras totalmente llanas citamos a modo de ejemplo, La Puebla de Arganzón y Berantevilla.

La distribución del espacio y la forma física que adoptan las villas constituye un fiel reflejo de la sociedad que las compone. Desconocemos el alcance de equidad que pudo observarse en el reparto de los solares por la ausencia de información de la inmensa mayoría de las Cartas Pueblas que indiquen el carácter y tamaño de los lotes edificables y poder contrastarlos con las permanencias que podemos encontrar en el parcelario actual. Únicamente contamos con dos Cartas Pueblas, las de Laguardia y Labraza, que facilitan tal información. Contrastando las dimensiones aportadas en el momento fundacional de Laguardia con su actual parcelario se constata que tal división es apreciable, confirmando la distribución unitaria que caracteriza a una comunidad formada por individuos vinculados a un idéntico y dominante estrato social. Esta división igualitaria tiene también su fundamento en el carácter único de la propiedad, el ser realengo.

La superficie de dominio público completa la totalidad de la superficie intramuros, asignándole el cometido de ser el ámbito o vehículo por el que las viviendas se ordenan y los distintos vecinos se interrelacionan y desarrollan su vida.

La muralla constituye el elemento físico y arquitectónico común y fundamental a todas las villas medievales y, a la vez, diferenciador de las dos realidades, la villa y la "Tierra llana". Se trata de un elemento estático y permanente, únicamente superado por un nuevo recinto. Esta cerca o muro en la inmensa mayoría de las villas alavesas se encontraba exenta de las viviendas, con el paso de ronda como espacio separador entre aquéllas. Una serie de portales, variables en número y forma, agujereaban el potente macizo de la cerca. Ésta, también, se constituía con diferentes lienzos separados por robustos cuerpos cilíndricos o rectangulares, aumentando la potencia defensiva de la muralla.

La compacidad que las villas medievales transmiten al exterior, queda rota al interior por un conjunto de aberturas espaciales jerarquizadas como son las calles, los cantones, las servidumbres de luces o albañales y las plazas. Las tres calles longitudinales como arterias al servicio de la circulación principal en los planos más normalizados, ejemplos de Vitoria, Laguardia y Salvatierra, ostentan anchuras distintas, con la central de mayor anchura y totalmente rectilínea coincidente en sus extremos con los dos portales principales, mientras que las laterales, más estrechas y paralelas en su mayor parte del trazado, se curvan en los cabos para ofrecer la sensación de que la villa se cierra en ella misma. En ocasiones, la topografía en ladera del plano origina un escalonamiento de las calles principales. Antoñana, Bernedo, Santa Cruz de Campezo, Artziniega, son ejemplos del desnivel entre las calles longitudinales.

Los cantones unen transversalmente a las calles longitudinales, con trazados más cortos y estrechos, generalmente, llevando también en los extremos otros portales, considerados secundarios. Los planos en ladera ocasionan un elenco de variantes en la presentación adoptada para los cantones, sometida a las propias singularidades topográficas. En rampa y en escalera son las soluciones aplicadas, dándose también el recurso intermedio de ambas. Es frecuente, también, la cubrición total o parcial de algún tramo de estos cantones, técnica que se traslada a alguna de las calles longitudinales ocasionalmente, como sucede en Antoñana.

Las servidumbres de luces, atarjeas o albañales, son alargados y estrechos presentes únicamente en los bloques con manzanas dobles. Poseen una doble función: proporcionar luz y ventilación a las dependencias o habitaciones traseras de las viviendas, y servir de evacuación rápida del saneamiento doméstico medieval.

La plaza, como interruptor de las compacidad de las viviendas del núcleo y en este contexto medieval, se manifiesta como un simple espacio situado delante, al costado o trasera del templo o templos parroquiales o, también, junto a los portales principales de entrada y salida de la villa, punto de confluencia en los planos con forma oval. En ambos supuestos existe un deseo formal de establecer un planificado escenario donde la gente se reúna o se celebre el mercado semanal concedido este último por privilegio real. Salvatierra, con las plazas de San Juan y Santa María, junto a los templos y portales principales de la población es un meridiano ejemplo de tales foros, con la plaza al mediodía dotada de un espléndido espacio porticado, conocido por "olbeas", resguardando al mercado.

El sistema de calles y cantones produce un conjunto de recintos con superficies y características diferentes clasificados en el dualismo de manzana sencilla o doble. La primera situada entre las calles laterales y el paso de ronda, mientras que la segunda ocupa los sectores entre la calle central y las laterales. Estas islas edificatorias se presentan igualmente divididas en lotes parcelarios, y recurriendo al concepto universal imputado al medievo, que emana de las Cartas Pueblas, sobre la identidad igualitaria entre las personas y el carácter único de la propiedad -real-, la lotización de los solares sería ecuánime entre los moradores. Desconocemos si este principio se llevó, fielmente, a la práctica y en que porcentaje ante la carencia de información de los fueros fundacionales, en tal sentido, y el contraste con las permanencias en la planimetría actual. Entendemos que la superficie edificatoria o primaria no ocupaba toda la extensión de la parcela por acompañarse la vivienda de un pequeño patio o/y huerto, en el sector trasero de ésta.

En contraposición con las villas, las aldeas alavesas medievales carecen de cualquier modelo o trama ordenadora de su catálogo edificatorio, acomodándose las distintas unidades participantes de un modo espontáneo y desordenado, aisladas unas de otras, con mayor o menor distancia entre ellas, factor este último que varía por los distintos sectores geográficos de Alava y que obedece, entre otras causas, a factores topográficos y económicos. La Cantábrica alavesa y la Rioja alavesa representarían los estadios disperso y concentrado, respectivamente, en su máxima expresión.

Un buen número de estas pequeñas aldeas, en el transcurso de las últimas centurias del medievo, fueron desapareciendo convirtiéndose en mortuorios o despoblados bien, por fuga de sus habitantes hacia las villas, por despoblarse poco a poco por las malas condiciones de emplazamiento, por el traslado de sus habitantes hacia otro lugar arrastrados por motivos de mejorar la interrelación y comunicación, etc. De la inmensa mayoría de estos mortuorios, su localización ha llegado hasta nosotros a través de las pequeñas iglesias que presidían sus casas y granjas, mudadas en ermitas.