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Navarra

Epoca del año de días más cortos y temperaturas más bajas, de falta de trabajo y de jornales, y de hambre para los campesinos, por estar el cereal sembrado y las nieves cubriendo montes y panificados. Legumbres y patata de cosecha propia, cerdos sacrificados cuando el tiempo más frío permitía su mejor conservación, huevos que las gallinas ponían a montón por San Antón, según el dicho popular, y frutos secos (castañas y nueces) o desecados en casa (orejones, manzanate, perate), constituyeron la comida del invierno, los "presentes" a los familiares, el postre durante las navidades y los donativos a niños, jóvenes y pastores cuando salían a postular por las casas durante las fiestas más relevantes de la estación, singularmente el Carnaval, la fiesta invernal por excelencia, cuyo espíritu impregnaba el calendario festivo estacional.

  • Olentzero. Navidad

La celebración del solsticio del invierno, en el que la iglesia centró la festividad del nacimiento de Cristo, tuvo como meollo el culto al Sol, celebrado en el santuario doméstico, en torno al fuego del hogar, en la intimidad familiar. Le precedían cuestaciones de alimentos y lo epilogaban ritos callejeros deseando felicidad al vecindario. La provisión de comida para la pascua invernal tuvo signo distinto según las clases sociales. Fue deber de justicia para los labradores pagar pechas de carneros, capones y gallinas a sus señores, y obra voluntaria de caridad, socorrer a niños, jóvenes, pobres (pastores concejiles) y mendigos con la "limosnica de Navidad" o "aguinaldo". Las demandas de "aillandos" o "aguilandos" durante el día 24 de diciembre reflejó la personalidad de la población en cada zona. Escolares y mozos de la Baja Navarra y de toda la Montaña recorrían las calles cantando villancicos en euskera y pidiendo en cada casa la "puska" (tocino, chorizo o "txistor" y huevos). Los muchachos cantaron también por los pueblecitos de Guesálaz y Yerri en euskera, deseando felicidad: "Gogona, gogona; sartu da Jaun ona". Traducción literal del "Aingeruak gera, zerutik heldu gera" de coplas navideñas baztanesas son las que cantaban miles de chavales, singularmente por la merindad de Estella, con absoluta despreocupación de dictámenes y normas de la Real Academia de la Lengua:

"Angelicos semos,
del cielo venemos,
alforjas traemos, turrones pidemos".

A medida que se desciende hacia el valle del Ebro va creciendo el bullicio en las rondas demandadoras: zambombas, panderetas y otros instrumentos de percusión acompañan el canto de coplas petitorias y de letras profanas, y aún irreverentes, que llaman "villancicos". Con la cuestación del 24 se relaciona Olentzero, símbolo popular de la Navidad navarra. El origen y significado de la palabra son un enigma. El muñeco, presentado en forma de pastor o carbonero glotón y borrachín, es nuncio de la buena nueva. Por los pueblos de la Navarra atlántica, y actualmente por toda la geografía provincial, es paseado a hombros por los mozos mientras piden la "puska". Los de Larráun lo colgaban en la cocina, junto a la chimenea, y en ventanas y balcones los de Leiza y Arakil, como totem protector de la vivienda. Olentzero es nombre de la Navidad vasca, según refrán de Iparralde: "Onenzaroz leioan, Pazkoetan sua" ("A Nöel au balcon, a Pâques au tison". "Por Onentzaro (navidad) en la ventana, por Pascuas, en el fuego").

Los platos típicos de la cena de este día estaban condicionados por las circunstancias. La "vigilia" impuso el bacalao o el besugo, y la economía familiar el postre de castañas y compota de frutas. Tenía lugar delante del fogón. El fuego de esta noche tenía profundo contenido y significado sacro-mágico. Representaba al Sol y su acción vivificadora. En torno a él se congregaba el clan familiar. Los presentes evocaban a los ausentes, vivos y difuntos. El tizón final era guardado como un talismán, protector del ganado y conjurador de tormentas de verano. El espíritu barroco llenó la "misa de gallo" de ritos alegres celebrando el nacimiento de Jesús: villancicos, vítores al Niño-Dios, suelta de pajaricos vivos, danzas de pastores e incluso comidas y representaciones dentro de los templos.

El "Urte zahar" fue despedido por los mozos de la vertiente atlántica obsequiando a los vecinos con agua nueva de las fuentes, deseándoles "Urte berri egun ona; graziarekin osasuna, pakearekin ontasuna, Jaungoikoak dizuela egun ona". Por tierra Estella prefirieron pedir comida con el "Txenderute, menderute" o quemando al año viejo en forma de pellejo, y con el rito familiar de "echar los santos", especie de sorteo piadoso al terminar la cena, en las casas de la Navarra media. Cantos de felicitación, regalos y "estrenas" se repitieron el primer día del Año y el de Epifanía, fiesta con rituales típicos del carnaval antes de que se prodigara la moda de las "cabalgatas". La parodia medieval del "Chico Rey de la Faba", pasó a ser conocida durante el s. XVI como "el emperador". Generalizada poco a poco, dio paso al festejo familiar del "reináu", clausurado en cada casa con aclamaciones, seguidas de cencerradas callejeras, disparos de armas y fuegos de artificio, festejos populares que en Pamplona fueron prohibidos por el Real Consejo en 1765. Características del período fueron los conjuros para proteger sembrados y ganados; las hogueras y fuegos lustrales (Navidad, San Antón, San Sebastián, San Blas, Santa Agueda); los ritos con candelas contra enfermedades y pestes (Candelera, San Blas, San Sebastián); campaneos y cencerradas contra maléficas (Santa Agueda, Carnaval); cuestaciones de alimentos por adultos y niños-obispos (San Nicolás, San Blas, San Gregorio, Sta. Agueda), singularmente los jueves del precarnaval (Gizakunde, Andrekunde, Orokunde o Jueves de Lardero), y el carnaval, culminación del ciclo festivo de invierno.

  • El carnaval

Iaute, Iñauteri ocupaba las tres jornadas inmediatamente anteriores al miércoles de ceniza. En ellas se concentraban prácticas de origen y fines diversos, con un denominador común, las bromas y libertades en la comida y los solaces, en las parodias, danzas, cuestaciones y destrucción de muñecos o peleles. Como en Iparralde, las mascaradas suelen diferenciar dos bloques sociales: ricos y pobres. Comparsas elegantes, comitivas de "madames", parodias de bautizos y bodas, "ioaldunak" conjurando campos y calles con el acompasado sonar de sus cencerros, representaciones de animales ("artza" en Arizcun, "azeri" en Luzaide". El pueblo estaba representado en los "mozorros", "txatxuak", "katxis", "cipoteros" y otros tipos andrajosos, estrafalarios, armados con escobas y palos, que recogían la "puska" por las casas.

Diversiones típicas de los "aiuteri" fueron el "antzara ioku" en pueblos de la vertiente atlántica y la quema de muñecos, representación de genios malignos, bandidos o malhechores. De los que hubo en Roncal, Arakil y otras partes, el más conocido es "Miel-Otxin" de Lanz. Su réplica en tierra Estella y otras zonas fue el "Judas", juzgado y quemado por Pascuas de Resurrección, o bailado y destruido el día de San Juan en la figura de "Juan Lobo" (Torralba), Juangueringas y Txapalangarras (Cintruénigo, Fitero).

JOJ

Las nieves y fríos del invierno iban dando paso a jornadas más largas y benignas. La esperanza de la cosecha estaba amenazada por plagas agrícolas, heladas tardías y sequías pertinaces. La primavera se convirtió en inmensa plegaria para obtener protección del cielo.

  • La cuaresma

Cortó drásticamente la vida normal; cuarenta días de represión intensa, ayunos y abstinencias de carne y diversiones, de flagelar el cuerpo pecador, de asistir a oficios divinos, "cruces" y sermones. Las gentes del campo pusieron buena parte de los elementos litúrgicos de la Semana santa, puerta de la primavera, al servicio de sus intereses: ramos bendecidos el domingo para proteger casas y sembrados; "cabo" de vela del Monumento contra tormentas; fuego, agua, piedras del Sábado de gloria con fines parecidos; naranjas del olivo y verduras del paso de "la oración del huerto", repartidas como reliquias salutíferas. La Pascua devolvía el ritmo normal a la vida cotidiana y a las fiestas. El invierno seguía presente en demandas callejeras de alimentos, en el festejo del "Reinado" en Viana y las quemas del "Judas". Las rogativas y romerías caracterizaban la estación, y los conjuros contra las tormentas anunciaban el verano.

El sábado de Pascua las campanas anunciaban un suceso sacralizador. Las gentes iban a "buscar el aleluya" o a recoger piedras-talismanes contra las tormentas; las mujeres llevaban a casa fuego y agua bendecidos en la iglesia; los monagos o escolares, presididos a veces por un "niño-obispo", iban bendiciendo establos y recabando huevos para la merienda. Festejo netamente carnavalesco fue la quema de muñecos, símbolo del mal. En Lizarraldea, la Navarra media central y la Ribera occidental del Ebro, los monigotes adoptaron el nombre de "Judas", y de "Judés" y "Judesa" cuando eran pareja, como en el carnaval arakildarra. Los nombres aludían evidentemente al apóstol Iscariote, víctima propiciatoria de odios alimentados durante la cuaresma; por la Pascua (sábado a lunes) era transportado en borricos (tierra Estella), juzgado como ladrón, y ajusticiado. Del Cidacos al Ebro, los colgaban sobre la calle, los bailaban al paso de la Virgen y del Santísimo en la procesión del "Encuentro", los insultaban y sus tripas de paja terminaban esparcidas por las calles y quemados sus despojos. El "Volatín" de Tudela es un "Judas" en forma de pelele articulado, de madera.

La Pascua introducía de lleno en la primavera. La imagen de San Miguel de Excelsis, abandonando el santuario de Aralar para visitar los pueblos y bendecir los campos floridos, era un símbolo. Las tres rogativas ordinarias de la Ascensión, las "letanías mayores" de San marcos, y las extraordinarias para pedir lluvia o serenidad, llenaron de cantos en latín los caminos y ermitas. Las romerías a santuarios devotos que requerían dos o más jornadas, fueron prohibidas por los obispos postridentinos, so pretexto de evitar abusos, a pesar de sus carácter penitencial, con participación de gentes descalzas, entunicadas, portadoras de cruces y cadenas. Desde el siglo XVII las romerías van dando paso a expresiones menos angustiadoras, terminando finalmente por convertirse en una fiesta, con ranchos y calderetes, música y baile. La merindad de Sangüesa es en este punto la más conservadora; mantiene formas medievales en la participación de "cruceros" y "apostolados" entunicados en las romerías de Orreaga, Trinidad de Lumbier, San Pedro de Usún, Santa Coloma de Meoz, San Miguel de Izaga, Cristo del Amparo de Aibar y Santa María de Ujué. Ejemplo de participación festiva, a veces multitudinaria, son las de la Cruz de Andosilla, la Cruceta de Cascante, la "fiesta del Barranco" de Fitero, las del lunes de Pentecontés en Codés, Legarda de Mendavia, la Blanca de Lerín, Gracia de Cárcar, Argadiel de Azagra, y San Pedro de Alsasua.

  • Ascensión y Corpus Christi

La diversión-espectáculo se centró principalmente en estos dos jueves primaverales. Pueblos como Arróniz celebraron las fiestas patronales del Salvador con danzas de enmascarados durante el siglo XVII. Los gastos corrieron a costa de las arcas municipales, o de cofradías en honor del titular de la fiesta, como la de los "Soplones" de Falces. La festividad del Corpus Christi fue introducida en la diócesis de Pamplona durante los primeros años del siglo XIV y conocida desde entonces como "Bestaberri". Poco a poco fue enriqueciéndose con manifestaciones folklóricas, especialmente desde finales del siglo XVI. Antonio Zapata, obispo de Pamplona (1596-1600), le dio notable impulso. Su sucesor, Antonio Venegas, patrocinó el primer concurso literario en vascuence conocido, celebrado el día del Corpus de 1609, "porque no es razón que la lengua matriz del reino quede desfavorecida".

La procesión fue marco para danzas, comedias o autos sacramentales, enramadas, ritos de pasaje con enfermos, conjuros y bendiciones, conciertos musicales, exhibición de gigantes y "enanos", de tarascas y fuegos de artificio, e incluso de corridas de toros ensogados, como en Estella. Don Gaspar de Miranda y Argáiz, obispo de la diócesis, prohibió las danzas dentro de las iglesias durante las fiestas patronales e incluso la del Corpus, asestando un golpe de gracia al esplendor barroco de la jornada. Los santos del calendario de abril y mayo son patronos del ganado y del campo, curadores de visitantes afectados por dolencias muy concretas. El 16 de abril comparten cultos San Lamberto, patrón de los labradores de Pamplona y Sangüesa; Santa Engracia la gentil o "Dona grazia", y Santo Toribio, abogado especial contra las heladas, como San Pedro mártir y sus ramos de olivo o álamo (29 de abril). Contra tempestades y pedregadas tienen poderes especiales la cera y la cruz de Santo Toribio; contra las plagas agrícolas y la rabia, San Jorge de Azuelo (23 de abril) y Santa Quiteria (22 de mayo). Contra cualquier epidemia que dañar pudiere las cosechas (ratones, garrapatillo, arañuela, langosta, ilindia o negrilla; sequías, granizo, rayos y centellas), el agua pasada por la reliquia encerrada en la Santa Cabeza de San Gregorio Ostiense de Sorlada (9 de mayo) y, en menor escala, San Simeón de Cabredo, labrador. Estos santos que se han hecho familiares durante siglos de tutelaje de campos y cosechas en el reino, van siendo arrin conados por la festividad del madrileño San Isidro labrador, de reciente implantación.

  • La Cruz de mayo

Jornada crucial en el calendario ganadero y agricultor, comportó reajustes de horarios, trashumancia de lanar a los pastizales montañeses, e inicio de conjuros cada mediodía con toques de campana para prevenir tormentas, el popular "tente nublo", conminado por los niños: "Si eres agua, ven aquí; si eres piedra, vete allí", expresando un deseo unánime, el de los clérigos exorcistadores de campos con el "Lignum Crucis" y las cruces de palo colocadas en cada término municipal o concejil. Eran también días de colocar el mayo, árbol totémico decorado con emblemas cabalísticos, protector de cosechas. En tomo a él danzaban los jóvenes y tenían lugar juegos y solaces. La fiesta es antigua y perdura en muchas partes, a pesar de que el obispo Pedro Aguado prohibió a los mozos y mozas de Ulzama y Odieta que fueran a los pinares los días 1 y 3 de mayo a traer "la Maya". Con este nombre, y el de "Maiatzeko erregina" fue designada también la joven reina que presidía las "Maia bestak o fiesta de las Mayas, recuperada en localidades montañesas. Los domingos del mes florido, las jóvenes vestían de blanco y se tocaban con coronas de flores para recorrer las calles y casas danzando y recabando un donativo. A medida que avanza la primavera, los santos van convirtiéndose en médicos especialistas de dolencias determinadas: Santa Quiteria, patrona contra la rabia; Santa Rita, "que una pena te da y otra te quita" (22 de mayo), San Urbano de Gascue, curador del reuma (25 mayo); Santa Felicia de Labiano y San Víctor de Gaona, dolores de cabeza (12 junio); San Zenón y San Bernabé (9 y 11 de junio), abogados "contra las tempestades de piedra y torbellinos"; San Antonio taumaturgo (13 junio), que "sanáis gota coral, ciegos, contrahechos, llagados; consoláis desconsolados y curáis de cualquier mal"; San Quirico, protector de niños (16 junio) y San Gervás de Arzoz, aliviador del dolor de tripas (19 junio).

JOJ

Las campanas tañendo cada mediodía el "tente nublo" desde el 3 de mayo anunciaban la llegada del verano y su gran peligro: rayos y centellas provocadores de muertes subitáneas, y granizadas arrasadoras de panes y viñas. Sucedió en Corella el 24 de junio de 1690 al mediodía. Sobrevino una tormenta. Los vecinos acudieron a la parroquia del Rosario. Los curas conjuraban en el pórtico y en la torre mientras las campanas tañían para alejar los nubarrones. De pronto cayó un rayo en el campanario y la iglesia, dejando fulminados y muertos a siete vecinos y cuarenta heridos. La Corporación municipal acordó celebrar procesión de acción de gracias por no haber perecido más gente. Multitud de sacristanes y bandeadores fueron muertos por centellas en las torres mientras conjuraban los nublados. Además de matar personas y ganados, las tormentas podían arrasar en pocos segundos todos los esfuerzos de un año y dejar a familias en la miseria y el hambre.

De ahí que la población multiplicara los conjuros, acudiendo a Dios y los santos, y a talismanes capaces de librarles del gran peligro. Los sacerdotes emplearon reliquias e imágenes; los seglares les imitaron utilizando ramos bendecidos, "calbarros", fósiles, estampas. campanillas y la vela del monumento, mientras rezaban oraciones ensálmicas a "Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escritas con papel y agua bendita", a San Bartolomé, las ánimas del purgatorio, la Virgen de Soterraña o Nieva, la Trinidad y todos los Santos, en sorprendente abanico de ritos, signos y fórmulas populares.

El verano comenzaba con el solsticio, pascua intensa, profunda, renovadora, centrada en la fiesta de San Juan (24 de junio), con ritos de fuego y agua purificadores, enramadas, ritos de pasaje y quema de muñecos; culto al Sol vivificador, en definitiva; como en el invierno. Las hogueras, encendidas en cada barrio e incluso delante de cada casa, eran santas. Se encendían con enramadas de saúco, "San Juan belarrak" del año anterior, y junco tendido en el suelo durante la procesión del Corpus. Curaban la piel. Las gentes saltaban sobre las llamas implorando: "Sarna fera! Onak bamera, gaiztoak kanpora!". Lo bueno para casa; lo malo, afuera. Los jóvenes cantaron, bailaron y bebieron alrededor, y acabaron bañándose en fuentes tan milagrosas como las de Betelu, Igantzi, Anocíbar, Estella, Solchaga, y Ujué. "Sanjuanarse", "Sanjuanada" son voces aplicadas a los baños lustrales y al empapar el cuerpo desnudo en el rocío matutino, antes de salir el sol. Al filo de la medianoche se multiplicaron los "ritos de pasaje" para curar hernias infantiles y verrugas. De madrugada era preciso recoger hierbas (espino, saúco, malvas, helecho, laurel), llamadas "San Juan belarrak", guardadas para ser utilizadas con el fin de proteger la vivienda y el ganado, y ahuyentar tronadas de verano.

Fue noche de amor. Las gentes adornaban con ramas verdes las portadas de iglesias y de casas. Los jóvenes declaraban su afecto a las chicas cortando ramos (de guindo en buena parte de Navarra) y colocándolos en puertas y ventanas como un obsequio. Para las antipáticas o las de conducta menos "limpia" reservaban otro tipo de "enramadas". El sol salía rutilante. "San Juan goizean eguzkia dantzan ateratzen da". Las gentes lo contemplaban desde los oteros, tributándole culto látrico, postrados en el suelo. La fiesta fue una de las más solemnes y ricas del año en festejos populares: danzas, corridas de toros, festejos como el del bandido "Juan Lobo" de Torralba, cuya captura y derrota celebraban los cofrades de San Juan bailando junto a la balsa; bailes de muñecos de ascendencia carnavalesca, alardes y muestras de armas, meriendas en sotos.

El verano, con los días más largos y cálidos del año, era la época más dura para los labradores, obligados a un prolongado y agotador esfuerzo en la siega, acarreo y trilla. Por ello, las fiestas patronales o mezetas acabaron celebradas estos meses en muchas poblaciones. Pamplona trasladó sus "sanfermines" de octubre a julio (1591). Tafalla, Estella, Sangüesa, Olite y multitud de pueblos cambiaron después las suyas. Fueron fechas preferidas los días 25 y 26 de julio (Santiago y Santa Ana), 15 y 16 de agosto (Asunción y San Roque) y el 8 de septiembre. Protagonistas de las fiestas patronales fueron los mozos, representados en la Montaña por sus "mayordomos". El plato fuerte y mas característico de las mecetas en la Ribera es la corrida y capea de reses bravas. Actualmente asistimos a sensibles cambios, con prolongación de jornadas y elevados presupuestos para unos programas complejos. Los "sanfermines" pamplonenes han pasado a ser la "fiesta" más multitudinaria y de fama mundial, con actos populares como el "chupinazo", el "riáu-riáu", las comparsas de gigantes y kilikis, las "peñas" asistentes a los toros, y el "encierro", que van siendo imitados, hasta en detalles mínimos, en otras poblaciones.

JOJ

La época de la recolección, de los peligros atmosféricos y los conjuros, del éxodo ganadero en la Ribera, de las fiestas con soles largos y climatología propicia, se consideraba concluida el día de la Cruz de septiembre. Las gamas cromáticas más bellas de la creación en los bosques caducifolios precedían a despojos y muertes renovadoras: hojas de árboles, cereal sembrado, uvas vendimiadas, oliva "raspillada". Perduran en los inicios fiestas del ciclo anterior, como las patronales de septiembre (día 14 en Alsasua y Olite, por ejemplo, Santos de Arnedo el 27, y San Miguel) y del Rosario de octubre. Arnedo está en la Rioja, pero sus Santos Cosme y Damián son navarros, esculpidos en Cárcar y "robados" alevosamente, según vienen denunciando desde tiempo inmemorial los portavoces del Cárcar, Andosilla y San Adrián cada 27 de septiembre en una procesión durante la cual se repiten los intentos, siempre frustrados, de raptar las efigies para devolverlas a Navarra.

Avanzado el otoño, la vida se repliega: la familia en la intimidad del hogar; las mujeres en los "trasnochos"; los hombres en las tabernas; los creyentes en los templos para rezar el rosario al alba (octubre), a las ánimas del purgatorio (noviembre) y en adviento (diciembre). La estación y sus fiestas evocan a los muertos (Todos los Santos), están marcados por cierta intimidad o privatización de clan o grupo, (músicos por Santa Cecilia, modistas por Santa Lucía), o tienen carácter eminentemente religioso (Inmaculada). Desde finales de noviembre asoman en el folklore rituales del invierno: reparto de alimentos y vino en tomo a hogueras (fiestas del Cristo de la Siembra en Murchante, de la Virgen de la Peña en Fustiñana), y cuestaciones protagonizadas por escolares acompañando al niño-obispo San Nicolás (6 de diciembre).

Características del otoño y del invierno en el medio rural fueron los "trasnochos", reuniones de vecinas en el anochecer. Recibieron distintos nombres: "Egudierres" (Ronkal), "veilladas" o "velladas" (Val de Salazar), "candiladas" (De Monjardín al valle de Aguilar y Lana), "Trasnochos o Tresnochos" (Ribera de Estella y sur de la merindad de Olite); "establos, purgatorios, corralillos" (Mendavia), "corrales o corralillos" (Ribera tudelana), "Cuartel" (Corella). Un dicho corellano señala como fecha inicial el 29 de septiembre: "San Miguel, las mozas al cuartel". No existían fecha ni hora fijas para el comienzo ni el final de la campaña ni de las sesiones; dependía de la voluntad de las vecinas de cada lugar o barrio. Solían celebrarlas en una habitación abrigada, preferentemente una bajera, con el suelo cubierto de paja proporcionadora de calor. Las asistentes llevaban sus labores y pagaban la iluminación a escote, aportando cada una "faillatos" (teas de raíz de pino seca, en Roncal) o sendas jícaras de aceite para el candil comunitario. Con el trabajo alternaban la conversación, los rezos, las danzas y cantos en euskera acompañados de panderos, en la Burunda, y las partidas de cartas, dados o "rentilla" en la Ribera. Los hombres celebraban reuniones paralelas en las "Herriko-taberna", servicio municipal cuyo arriendo anual ingresaba en las arcas concejiles, y en las que abrían los cosecheros de uva en sus casas para dar salida al vino de la campaña anual.

Ferias y mercados. El paso del tiempo y la aceleración última del proceso urbano han borrado en muchas localidades el hábito de celebrar ferias y mercados. Los mercados ganaderos, tan visitados y esperados en otras épocas, apenas subsisten en puntos como Burguete -caballos y yeguas pottokas- o en Tafalla donde se ha con vertido el mercado ganadero en feria de maquinaria agrícola. En estos últimos años se celebra con gran afluencia el mercadillo de Estella, el de Alsasua, el del barrio de la Txantrea y Mercado de Santo Domingo de Pamplona. Se venden comestibles -frutas y verdura principalmente- vestuarios, artesanía, calzado, flores y plantas.

JOJ