Lexique

MUSTERIENSE

Actividades de los musterienses. Aquellos grupos desarrollaban unas actividades esencialmente depredadoras: capturando animales y aprovechándose de los recursos vegetales del entorno. Mientras que los restos de origen animal han podido conservarse (como fragmentos de huesos o de astas) en los estratos de los yacimientos, la totalidad de las evidencias de origen vegetal (como pudieron ser maderas, hojas, frutos, tubérculos...) han desaparecido por completo. El equipamiento en útiles líticos de los musterienses, con tipos concretos varios, parece cubrir diversas funciones relacionadas acaso con la caza («puntas») y, desde luego, con actividades derivadas de la carnicería, del trabajo de pieles y maderas... (raederas, «cuchillos», denticulados, muescas...). En tanto que la tecnología de las materias óseas apenas se esboza en algunas esquirlas aguzadas, en fragmentos que se emplearon para tallar o retocar utensilios de piedra, o incluso en la «reproducción» de instrumentos líticos cuyo modelo se intenta remedar en hueso («raederas», denticulados, algún tosco buril...): según ejemplos relativamente abundantes en Lezetxiki. Es segura la existencia en aquellas épocas de un variado utillaje en diversas materias orgánicas (madera, fibras y cortezas vegetales, tendones, crines y pelos...) aniquilados con el paso del tiempo. Con lo que desconocemos las características de un variado equipo de mazas, mangos, astiles, correas o cordajes, recipientes... que sin duda utilizaron. En los depósitos arqueológicos de cuevas y abrigos esas varias evidencias del instrumental lítico del Musteriense aparecen acompañadas de abundantes restos de comida (fragmentos de piezas óseas, sobre todo de la cabeza y de las extremidades). Dichos residuos de cocina, la adecuación de algunos utensilios líticos a trabajos relacionados con el descuartizado de las piezas capturadas y la misma situación de muchos yacimientos en lugares estratégicos para la caza ponen de manifiesto la especial dedicación a actividades venatorias en aquellos grupos humanos. No se han podido decidir con seguridad las técnicas concretas de la estrategia del acoso y captura de las piezas. Ni tampoco se aprecian algunas constantes preferencias venatorias: de unas especies sobre otras (dentro del amplio grupo de ungulados), o de unos individuos (por sexos o edades) sobre otros. La caza debía practicarse, sin duda, en grupo al ojeo: de modo que las manadas eran detectadas, acosadas, separadas y finalmente abatidas por cuadrillas en las que seguramente se integraban individuos de diversas familias. Las batidas de caza en cuadrilla eran el único método eficaz (teniendo en cuenta la relativa pequeñez y poca eficiencia de las «puntas» conocidas del Musteriense) para poder capturar animales tan corpulentos como los rinocerontes, algunos proboscídeos, el uro o el bisonte, o los caballos. El aprovechamiento de los accidentes del paisaje (valles estrechos, barrancadas, zonas encharcadas o cuencas cerradas) debía contar mucho en la estrategia de caza: explicándose así la preferencia por los asentamientos humanos en alguno de aquellos excelentes apostaderos (Lezetxiki, Axlor, Gatzarria). Y el recurso a ingenios de caza de sobra conocidos desde el Achelense avanzado (como trampas y zanjas) debió ser elemento imprescindible para aquellas capturas. En diversos comportamientos técnicos (a fin de cuentas, culturales) se aprecian capacidades plenamente humanas en quienes ocupaban el Viejo Continente durante el Paleolítico Medio. Otro tipo de actitudes anímicas más sugestivas se deducen de la recogida y conservación de piedras y fósiles de formas atractivas, de supuestos ritos de culto al cráneo y de evidentes acondicionamientos de sepulturas para sus muertos. Son rastros no abundantes, y hasta ahora no reconocidos con seguridad en la Prehistoria peninsular, aunque sí en la del Sudoeste de Francia y a lo ancho de la ecumene musteriense. Encajando diversas informaciones parciales (y no siempre bien conservadas) referibles a actitudes en cierto sentido rituales, religiosas o artísticas se puede asegurar en el Hombre de Neanderthal una actividad mental, de carácter simbólico, plenamente humana. Se acepta que, desde inicios del Achelense, debían poseer los diversos grupos de homínidos un lenguaje aunque fuera rudimentario. Y que con la aparición del Homo sapiens se desarrollan formas de expresión oral realmente complejas: un lenguaje conceptual rico y bastante expresivo. Aunque diversas características del cerebro de los neanderthales, de la forma de la cara y de las trazas de la implantación de algunas masas musculares (p.e. de la laringe) sugieran una cierta tosquedad en cuanto a expresión mímica y de gestos orales -tal como anota Leroi-Gourhan (1983-95) sus técnicas de fabricación de instrumentos, sus actividades de caza y su preocupación por los muertos responden y precisan de un lenguaje rico que «exprese con la mayor finura posible la complejidad del pensamiento».

Ignacio BARANDIARAN MAESTU