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MUJER (HISTORIA: MODERNA Y CONTEMPORÁNEA)

Mujer e industrialización. El caso de la ría de Bilbao. La Revolución Industrial produjo fuertes cambios en el sistema de relaciones de género, en lo referente a la división sexual del trabajo dentro y fuera del ámbito doméstico, a los modelos matrimoniales y al sistema de valores y pautas de conducta adscritos a cada sexo. La industrialización de la ría de Bilbao fue, sin duda, el proceso que más rápida y espectacularmente reflejó el impacto del capitalismo en las opciones de vida y las identidades de hombres y mujeres, forjadas en tradiciones agrarias.
Hacia 1877 la población, mayor de trece años, de los futuros municipios industriales y mineros de la ría de Bilbao, era más del 75% labradora. Hombres y mujeres compartían las labores agrícolas. La actividad de las mujeres en los caseríos estaba orientada, no sólo a las tareas domésticas, sino a la producción agrícola, ganadera, forestal o artesanal. Existía, y así se recoge en la cultura vasca, una valoración del trabajo y de las funciones sociales realizadas por las mujeres. Con la explotación de las minas y el nacimiento de la siderurgia vizcaína, en los caseríos las rentas de la tierra y de la ganadería empiezan a complementarse con otros ingresos provenientes de trabajos asalariados de los hombres, así como del servicio doméstico de las jóvenes en la capital vizcaína. La gestión del caserío, en la medida que la agricultura perdía importancia como fuente de riqueza familiar, iba quedando en manos de las mujeres.

Hacia 1913, cuando se puede afirmar que la sociedad industrial vizcaína está conformada en sus rasgos más característicos, la estructura ocupacional de hombres y mujeres ha cambiado radicalmente. La mayoría de las mujeres -90%- desarrolla una nueva profesión, inexistente como tal en la sociedad agraria vasca: «su sexo» o «sus labores». Por contra, los hombres, en su mayoría -70%- son jornaleros u obreros de las fábricas y las minas de la ría de Bilbao. En un corto período de tiempo se produjo una descualificación y desvalorización del trabajo de las mujeres al quedar sus actividades reducidas al mundo doméstico, al margen de los circuitos mercantiles regulares, y de los sectores productivos que eran el motor de la industrialización. En la medida en que la familia dejó de ser la unidad básica de producción y de articulación social, las mujeres fueron perdiendo los poderes que la sociedad agraria les otorgaba. La ruptura locacional entre el lugar de la producción y el de la reproducción social, la asalarización creciente de la población y el proceso de individualización de la vida social y económica, situaron a las mujeres en clara desventaja frente a la nueva organización de la vida pública y mercantil. La supervivencia de la familia patriarcal, requerirá de la sociedad industrial vasca un modelo muy segregado de comportamientos y de actividades entre hombres y mujeres. Este nuevo modelo fue compartido y defendido por prestigiosos médicos, higienistas, políticos y líderes obreros vizcaínos. Sin embargo, en contradicción con lo que indican los censos de población a partir de 1887, las mujeres de las clases trabajadoras continuaron aportando de una manera o de otra recursos monetarios a las economías familiares que difícilmente podrían haberse mantenido exclusivamente con los bajos salarios mineros o fabriles: el mantenimiento de pequeñas explotaciones agrícolas, el servicio doméstico para las jóvenes y el pupilaje o «lodge system» para las mujeres casadas, fue una fuente permanente de ingresos y ahorros familiares.

Posteriormente el fuerte incremento de la población masculina convertida en jornaleros, mineros y fabriles, que dejaron a sus familias en el lugar de origen, produjo una fuerte demanda de servicios domésticos. De esta manera, el pupilaje se convirtió en la ría de Bilbao en una estrategia de supervivencia tanto para los emigrantes sin familia, como para completar los ingresos de las familias ya asentadas. En la zona minera de La Arboleda se ha podido comprobar que el 87% de las familias que podían cubrir las necesidades más inmediatas de alimentación y vivienda, tenían ingresos complementarios provinientes del trabajo doméstico de las mujeres que atendían huéspedes en sus casas; mientras que el 71% de las familias que estaban en niveles de extrema pobreza, no contaban con ingresos suplementarios de las mujeres. Por tanto la aportación de las amas de casa a las economías familiares era definitiva para delimitar los niveles de vida de la clase trabajadora. La extensión y la dureza de las tareas domésticas -gratuitas unas y remuneradas otras- venían determinadas por las malas condiciones de las viviendas, el hacinamiento, la falta de higiene y de infraestructura sanitaria para atender a la población. Sin duda, el «lodge system» también constituyó una estrategia de acumulación de beneficios para la patronal minera e industrial. La exclusiva dedicación de las mujeres a la producción de bienes y servicios domésticos para los jornaleros supuso la posibilidad de mantener salarios a la baja de manera permanente y de incrementar las tasas de beneficio mediante la falta de inversiones que, de otro modo, hubieran sido necesarias para la reproducción cotidiana de la mano de obra, que en proporciones muy altas -llega incluso al 60%- carecía de hogar y familia.

Ciertamente, podemos afirmar que el trabajo de las mujeres tuvo un papel básico en el despegue industrial como respuesta a la fuerte demanda de bienes y servicios domésticos, consecuencia del nuevo modelo de desarrollo, y del proceso de urbanización y asentamiento de miles de trabajadores llegados a Bizkaia. El modelo de matrimonio también sufre alteraciones. En la sociedad agraria, el varón propietario o arrendatario buscaba en la esposa experiencia, conocimientos de la tierra, capacidad de socialización y de cohesión intergeneracional, cualidades que dejan de tener importancia cuando se trata de constituir nuevos hogares sin base patrimonial. Desde los inicios de las explotaciones mineras, aumentó la proporción de mujeres casadas menores de 25 años y la edad media al matrimonio desde 1887, se situó en 23,74, dos años por debajo de lo que era común en el resto del país. Las altas tasas de masculinización de la población entre 15 y 49 años en algunos municipios de la ría de Bilbao llegan a ser entre 1887 y 1900 de más de 350 hombres por cada 10 mujeres, siendo la media del País Vasco en tomo a 98 h/100 m. Estas desiguales proporciones en los efectivos de la población y la dedicación exclusiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo, influirán poderosamente en las pautas matrimoniales. Los niveles de soltería femenina descendieron hasta el punto de desaparecer en los períodos de mayor auge de las inmigraciones masculinas y el matrimonio constituyó una estrategia de supervivencia para hombres y, especialmente, para mujeres que veían en él el único cauce socialmente reconocido para acceder indirectamente a los recursos monetarios.

Pilar PÉREZ FUENTES