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La Tamborrada de San Sebastián

A aquellas primeras versiones carnavalescas de lo que sería la tamborrada fueron añadiéndose algunos elementos no buscados que marcarían el futuro de la fiesta. El maestro Raimundo Sarriegui compuso el repertorio de los Carnavales Donostiarras, repartiendo sus músicas entre las distintas jornadas festivas comprendidas entre el Día de San Sebastién y el Entierro de la Sardina: Caldereros, Iñudes, Marcha del Carnaval, Recibimiento al dios Momo, etc. En 1881 el Ayuntamiento entregó a las Sociedades organizadoras de tamborrada antiguos tambores que se guardaban en el Cuartel de San Telmo y al año siguiente hizo lo mismo con trajes que, procedentes de las tropas napoleónicas, se conservaban en dicho cuartel, motivo por el que este año de 1882, por vez primera, la tamborrada salió uniformada y con tambores a los que en 1886 se añadieron los barriles. Esta documentada situación destierra el dar a la tamborrada un carácter de desfile militar, aunque sí en su espíritu, y el vincularla a los hechos del 31 de agosto de 1813 en los que la ciudad quedó destruida, ya que no nació ni con tambores ni con trajes militares... y, mucho menos, como acción de burla a los soldados, cosa que en aquel ambiente es inimaginable hubiera sido permitida, aunque sí como imitación festiva de sus evoluciones marciales. Será a partir de estas fechas cuando la tamborrada vaya adquiriendo personalidad propia hasta el punto de que cuando, años más tarde, la Unión Artesana quiso recuperar la tradición y vestir a los tamborreros "a la antigua usanza", es decir, de carnaval, conoció tantas críticas que nunca más se ha vuelto a repetir el intento. En el siglo XXI está mal considerado por los donostiarras confundir tamborrada con carnaval, existiendo una palabra que diferencia ambas fiestas: en la tamborrada los participantes se visten, en el carnaval se disfrazan.