Para manufacturar un broche diseñado en base a varias hojas superpuestas, con brillantes incrustados, el joyero comienza su labor recortando con sus tijeras de una lámina de platino, que puede tener 1,5 milímetros de espesor, los trozos con la forma necesaria, a los que seguidamente da la forma deseada, principalmente ondulaciones, utilizando alicates con bocas de diversas formas, golpeándolos sobre el yunque con el martillo o eliminando material con pequeñas limas.
Seguidamente y con "el violín" o taladro de vaivén manual, efectúa unos agujeros cónicos en los lugares en los que desea incrustar, "engastar" las piedras, que sucesivamente abocarda a mano con la segueta, pequeña sierra de hoja muy fina (pelos de segueta), dejando un avellanado en el que el engastador, artífice colaborador del joyero y cuya labor describimos más adelante, introducirá y fijará la piedra.
Tras esta operación las piezas vuelven al joyero quien las pule y da brillo con un pequeño cepillo circular, accionado por un motor eléctrico de sobremesa y seguidamente une las diversas piezas, así elaboradas, remachándolas o atornillándolas, con lo que queda definitivamente terminado el broche.