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Historia del Arte (version de 2008)

Llamamos Edad Moderna al período de la historia que comenzó en 1492 con el descubrimiento del continente americano y finalizó en 1789 con la Revolución francesa. Durante estos cuatro siglos el sistema feudal fue sustituido por poderosas monarquías que relevaron en el control del poder a la nobleza y a la Iglesia, y comenzaron a organizar sus propias instituciones. Así, la nobleza tuvo que ceder ante el empuje de las ciudades que se convirtieron en las auténticas protagonistas de este período: además de organizar las principales actividades económicas se convirtieron, definitivamente, en los centros de creación cultural y artística. En cuanto a la Iglesia, aunque mantuvo su poder moral y económico, el desarrollo de la Reforma por parte de Lutero debilitó su dominio.

Sin embargo, los cambios no sólo fueron políticos y económicos. Al descubrimiento de América hay que sumarle otros nuevos inventos y descubrimientos -en materias tan dispares como la astronomía, la física, la mecánica o la filosofía- que revolucionaron la vida del período. En cuanto a la cultura, la Edad Moderna conoció dos movimientos: primero, durante los siglos XV y XVI, el renacimiento y, más tarde, en los siglos XVII y XVIII, el barroco. En el renacimiento, el ser humano volvió a ser el núcleo del que partió un nuevo concepto de la cultura y del arte en contraposición al de la Edad Media -que tuvo en Dios y en la Iglesia su eje, aunque el gótico comenzó a desplazarlo hacia el ser humano-, e inspirándose en los modelos de la antigüedad clásica de Grecia y Roma, el arte regresó al naturalismo y al realismo, a la armonía y la proporción. En el siguiente período, en cambio, la Iglesia recuperó la iniciativa y promovió a través del barroco un nuevo estilo que buscase la comunicación directa con el ciudadano a través del sentimiento y de la emoción. Este nuevo arte, más dinámico y expresivo, que pretendía crear una propuesta artística más próxima al gusto cortesano y urbano, finalmente, se convirtió en un estilo heterogéneo que fue la antesala del pensamiento y el gusto contemporáneo.

En esta primera parte de la Edad Moderna, el territorio de Euskal Herria quedó definitivamente fragmentado entre dos poderosas monarquías -España y Francia- que articularon durante esta etapa de la historia sus respectivos estados. El poder de la nobleza y de la Iglesia quedó de este modo relegado a un segundo plano, y se vio sustituido por el de los reyes y el de las ciudades, que se convirtieron en los auténticos protagonistas de este período. Además, la Iglesia, aunque mantuvo gran parte de su dominio moral y económico, quedó debilitada por la crisis religiosa, y sólo tras el Concilio de Trento volvió a tomar la iniciativa. De ahí que la iniciativa en el ámbito artístico comenzase a ser cuestionada por la monarquía y la propia burguesía que, apoyándose en la próspera coyuntura económica y demográfica del siglo XVI en Euskal Herria, fomentaron y crearon la necesidad de nuevas creaciones artísticas. Así, aunque primero la epidemia de peste de finales del siglo XVI y, posteriormente, las crisis políticas y económicas del siglo XVII, incidieron en la disminución de la creación artística, la pujanza de la sociedad vasca, apoyada en el enriquecimiento que disfrutó gracias a la actividad naval con el norte de Europa y de América, y en la participación de los miembros de la nobleza vasca en el ejército y la administración estatal, consiguió que el florecimiento artístico continuase siendo muy importante.

El nuevo estilo artístico que se desarrolló durante este período recibió el nombre de renacimiento, ya que el principal objetivo no fue sólo hacer renacer los modelos clásicos de la antigüedad griega y romana, sino cambiar el eje de la cultura sustituyendo la dimensión divina por la humana. Esta importante transformación estuvo impulsada por las ciudades y su principal clase social, la burguesía, que requería un nuevo estilo artístico en sintonía con sus gustos más terrenales. Así, nació el renacimiento, un estilo que buscó la inspiración en los modelos clásicos, ya que se suponía que entonces se intentó crear un arte a la medida del ser humano y no de las divinidades. Además, las monarquías se dieron cuenta de que apoyando este nuevo tipo de arte conseguían debilitar a la nobleza y la Iglesia en la disputa que mantenían por el control del poder y la representación social del mismo. En cuanto a la Iglesia, una vez se adecuó a la nueva situación, acabó promoviendo también este estilo e intentando que los temas profanos, cada vez más representados, no arrinconasen a los religiosos. De ahí que el renacimiento se convirtió, finalmente, en un estilo propagandístico para todos, vehículo formidable para las aspiraciones de poder ya no sólo celestial sino, sobre todo, terrenal.

Como no podía ser de otra manera, los modelos renacentistas llegaron de Italia, aunque a diferencia del románico y del gótico, el estilo renacentista no fue tan homogéneo y conoció una mayor variedad de modelos y diversidad en su plasmación artística. Sin embargo, todas las directrices que se siguieron tuvieron en común la recuperación de la tradición artística clásica, desterrando el estilo gótico. En este nuevo lenguaje, la principal referencia fue el ser humano, por lo que conceptos como la proporción, la simetría y la armonía se convirtieron en los elementos esenciales de la nueva sintaxis, mientras que el léxico se nutrió de elementos de la antigüedad clásica.

El renacimiento se implantó tarde en Euskal Herria. Y es que hasta el siglo XVI en las provincias vascas se mantuvo el estilo gótico, por lo que el renacimiento sólo pudo incidir al final del siglo y de un modo superficial, meramente decorativo y simbólico. En el siglo XVII el renacimiento comenzó a desarrollarse, aunque finalmente también tuvo que convivir con el barroco. Sin embargo, pese al corto período de tiempo que duró el renacimiento, en este estilo se crearon importantes manifestaciones artísticas destacando no sólo la arquitectura, sino también la escultura, en una corriente que denominaremos romanismo, y que tuvo especial incidencia en Navarra y en Gipuzkoa. En cuanto al estilo, el renacimiento es un compendio de influencias tanto europeas -Italia, Países Bajos y principados alemanes- como castellanas y aragonesas. De este modo, Euskal Herria volvió a desarrollar un renacimiento no autóctono pero si particular, con unas artes plásticas dependientes de la influencia exterior y una arquitectura, una vez más, sobria y sencilla -huyendo del decorativismo-, pero monumental, a través de la combinación de volúmenes y espacios.

La disciplina arquitectónica, una vez más, tomó también en este período la iniciativa. Aunque la escultura y la pintura consiguieron una mayor independencia respecto a la arquitectura, esta disciplina continuó siendo durante este período la más importante, y marcó el ritmo de las principales características que se sucedieron.

Aunque resulta difícil percibir una voluntad de coherencia formal en las numerosas obras que se construyeron en el territorio de Euskal Herria durante este período renacentista -ya que no existió ningún criterio unificador o institución que tutelase en nuestro territorio el estilo-, la pervivencia de formas tradicionales y clásicas fue una de las características que se repitió constantemente. De esta forma, aunque el arco de medio punto y la columna de capitel clásico se aceptaron y se adaptaron con celeridad, otros elementos característicos del renacimiento como las plantas centralizadas o el uso de las cúpulas, tardaron bastante en ser incorporadas. De hecho, al inicio del período, la mayoría de los elementos renacentistas se concentraron en las portadas, mientras que la estructura del edificio continuaba realizándose bajo parámetros góticos. La renuncia generalizada a la decoración esculpida en los elementos constructivos es otra de las características de la arquitectura de este período, de ahí que el ornamento se refugiase en las portadas.

En cuanto a la descripción de las principales formas arquitectónicas, en la arquitectura religiosa encontramos una gran variedad de modelos de planta empleados, por lo que es difícil establecer, como en el románico o el gótico, un único modelo. Así, en Euskal Herria encontramos desde iglesias de una sola nave, a las realizadas con tres naves, pero también aquellas que evolucionaron del modelo de tres naves y se convirtieron en planta de salón. En altura también hay una gran variedad, y podemos encontrar iglesias que combinan diferentes alturas y otras que alcanzan en sus cubiertas la misma altura. Sin embargo, existen algunas formas arquitectónicas que se repiten en los diferentes períodos con bastante insistencia. En el exterior, por ejemplo, la mayoría de las iglesias de Euskal Herria se caracterizaron por la verticalidad y el aspecto prismático de sus cajas rectas desprovistas de decoración; de hecho, los únicos volúmenes que destacan en el exterior de las iglesias vascas son las cabeceras, tanto rectas como poligonales, y los contrafuertes que señalan los tramos. En cuanto al interior, la mayoría buscaba transmitir la sensación de unidad espacial, predominando la escasez de capillas, las plantas de tendencia rectangular y el desarrollo de los soportes.

Por lo descrito, podemos deducir que la tipología religiosa aunque continúo siendo la más importante en número y trascendencia social, comenzó a tener en la arquitectura civil un importante rival, ya que ésta desarrolló una arquitectura cada vez más relevante. No obstante, en la arquitectura religiosa de este período, además de las iglesias de influencia renacentista, estudiaremos un nuevo tipo de iglesia que aunque no constituye un estilo propiamente de Euskal Herria -ya que se creó previamente en Europa y se extendió por todo el norte de la Península- conoció un inusitado despliegue por nuestro territorio, constatado en numerosos ejemplos conservados, y que conocemos con el nombre de gótico vasco.

Por territorios, aunque en número conoció un desarrollo similar en todos ellos, en importancia las zonas costeras destacaron por encima del resto. En relación con la tipología religiosa, Gipuzkoa y Bizkaia, continuaron con el esfuerzo de dotar a sus localidades de emblemáticos templos que sintonizasen con la pujanza económica y demográfica, mientras que Araba, Navarra e Iparralde entraron en una fase de declive en su actividad artística que se prolongó también en el barroco, ya que cubiertas la mayoría de las necesidades espirituales con edificios de anteriores períodos, las tres provincias quedaron estancadas, sin grandes avances, con un predominio de lo rural frente a lo urbano. En cuanto al estilo, la mayoría de las construcciones son de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII y están realizadas en estilo plateresco, el más decorativo de los que se desarrolló, y herreriano, posterior y más sobrio.

Entre los ejemplos a destacar, hay que mencionar las fachadas de carácter monumental que se construyeron en las iglesias de Elciego y Lapuebla de Labarca en Araba con esquema de arco de medio punto. En Navarra, también encontramos tres ejemplos de portadas significativas en las iglesias de Cáseda, Los Arcos y Viana, esta última con una magnífica portada realizada en el último período renacentista con forma en exedra encuadrada por un arco de triunfo. Sin embargo, la obra más singular de este estilo en estos dos territorios es el coro de la parroquia de San María de Agurain en Araba, obra clave del primer período del renacimiento plateresco en Euskal Herria; alzado sobre arcos apuntados rectos de sabor gótico, el coro de Agurain destaca por su bóveda de terceletes. En las iglesias de San Andrés de Estamona y la Asunción de Kanpezu en Araba también encontramos coros renacentistas. En cuanto a la arquitectura conventual, los monasterios de Roncesvalles, Fitero e Irache aprovecharon el primer período renacentista para construir sus claustros en sencillos estilos que denotan todavía la influencia del gótico. Respecto al resto de construcciones, encontramos iglesias renacentistas simples, tanto en estructura como en decoración, en las localidades navarras de Lerin, Larraga, Ziga, Ochagavía, Roncal, Milagro, Arguedas, Caparroso y Puente la Reina, y en las alavesas de Labastida y Oion.

En Iparralde también predominó la combinación de elementos góticos y renacentistas en iglesias pequeñas y sencillas, preferentemente construidas en el ámbito rural de la provincia de Zuberoa. Los dos elementos más característicos de estas iglesias fueron las galerías de madera, que se construían cuando aumentaba la población de las localidades, y la espadaña, formada por tres torres rematadas con una cruz en cada una de ellas y de mayor altura la del centro. Según las diferentes interpretaciones, la forma y la disposición de estas torres podrían simbolizar el calvario o la trinidad, aunque también pudieran ser producto de la influencia inglesa, ya que el territorio estuvo bajo dominio inglés durante diferentes períodos. Las iglesias de Gotogeño, Undureiñe, Altzuruku y Zalgiz responden a estos rasgos y conservan la característica espadaña.

Respecto a Gipuzkoa y Bizkaia, como ya hemos señalado, la prosperidad económica y demográfica de las dos provincias costeras posibilitó un desarrollo sorprendente en el número y la importancia de su arquitectura. En este momento, no sólo fueron las villas costeras las que adoptaron esta nueva corriente, tal y como ocurrió en el período gótico, sino que ahora son las localidades del interior las que, sobre todo, acogen esta nueva influencia al participar su nobleza en la administración estatal. De hecho, la primera localidad en la que encontramos ejemplos del estilo -Oñati, en Gipuzkoa-, fue la villa natal del mecenas de las obras que se realizaron, Rodrigo Mercado de Zuazola, obispo de Ávila y consultor de las Cortes de Castilla. En la iglesia de San Miguel de esta localidad guipuzcoana se construyeron en estilo renacentista tanto el claustro como la capilla de la Piedad. No obstante, la principal construcción religiosa de Oñati es el monasterio de Bidaurreta, que responde al esquema clásico de iglesia conventual con capillas bajas entre los contrafuertes.

En la tipología conventual, los tres proyectos más importantes se los debemos a un mismo tracista, fray Martín de Santiago, que siguiendo el modelo de San Esteban de Salamanca, proyectó los conventos dominicos la Encarnación de Bilbao y San Telmo de Donostia; de los dos, el que presenta un mejor estado de conservación es el de San Telmo, uno de los edificios más característicos de la arquitectura renacentista vasca. De gran sobriedad y sencillez tanto en su construcción y disposición de volúmenes, como por la ausencia de decoración respondiendo a un nuevo concepto del renacimiento más austero y depurado determinado por el Concilio de Trento, el monasterio destaca por su iglesia, en la que la cubierta de arcos ojivales y bóvedas de crucería combinada con los soportes cilíndricos ayuda a unificar el espacio interior, y por su claustro.

Entre el resto de las iglesias, en Bizkaia destacar las portadas renacentistas adoptando la forma de arco de triunfo añadidas a templos góticos en Nuestra Señora de Begoña, San Antón de Bilbao, Santa María de Portugalete y San Vicente de Abando en Amorebieta, y para finalizar, también merece la pena señalar el claustro de la Colegiata de Ziortza en Markina-Xemein y la capilla del Santo Cristo en la iglesia de San Severino de Balmaseda, donde destacan las bóvedas estrelladas.

Por último, hay que destacar que el cambio de rumbo promovido por la Iglesia católica a través del Concilio de Trento trajo consigo la propuesta de un estilo arquitectónico más sobrio, solemne y monumental que conocemos como gótico vasco. Este cambio de rumbo propició en Euskal Herria la recuperación de modelos de iglesia del período gótico y la combinación de estos con elementos renacentistas en los que se suprime la decoración. El resultado fueron unas iglesias de planta de salón -también llamadas columnarias- con tres naves, de gran altura, aunque sin diferencia entre las naves, con bóvedas de crucería, sin contrafuertes ni arbotantes en el exterior, y con columnas con capiteles que responden a los modelos renacentistas.

Las iglesias de este tipo se localizan en localidades de Bizkaia y, sobre todo, en Gipuzkoa, en villas que durante este período conocieron un importante aumento de su población, de ahí la tendencia a la unificación espacial, por razones de capacidad, visibilidad y acústica. Entre las numerosas iglesias que existen realizadas en este estilo destaca por sus excepcionales bóvedas vaídas con nervios artesonados la iglesia de San Sebastián de Soreasu de Azpeitia en Gipuzkoa. El resto, aunque más modestas, han conseguido convertirse en uno de los principales símbolos del paisaje arquitectónico vasco gracias a la verticalidad y su característico aspecto externo prismático. En Bizkaia hay que destacar las parroquias de Lezama, Elorrio, Guernica y Trucios, mientras que en Araba y Navarra sólo en las iglesias de San Vicente en Vitoria-Gasteiz, la Asunción en Cascante y San Juan Bautista en Cintruénigo encontramos ejemplos realizados en este estilo. En cambio, es en Gipuzkoa donde el paisaje está continuamente salpicado por este tipo de iglesias; las más significativas se encuentran en Tolosa, Segura, Idiazabal, Azkoitia, Bergara, Hernani, Zumarraga, Eibar, Irun, Deba, Lezo, Oiartzun y Errenteria. Otro variante de este tipo de iglesia de espacio unificado y fábrica vertical lo constituyen las iglesias de una sola nave; edificadas principalmente en zonas rurales y conventos, la mayoría tienen una nave rectangular de dos o tres tramos marcados por contrafuertes y cerrada con cabecera recta u ochavada; en Gipuzkoa, Santa María de Soraluze, Santa María de Itziar y San Nicolás de Orio, son un ejemplo de estas iglesias.

En cuanto a la arquitectura civil, además de los numerosos palacios que se conservan de este período, lo que nos indica una etapa menos belicosa y más prospera, también destacaron los primeros hospitales, universidades y ayuntamientos. El desarrollo de esta última tipología nos demuestra que el poder civil de las villas comenzaba a desmembrarse del religioso y a reivindicar su propio espacio vital tanto en la sociedad como en el trazado urbano. Durante este período también se definió la tipología del caserío vasco ya que, aunque se cree que fue a finales del siglo XV cuando se establecieron las actuales características de la arquitectura del caserío, fue en este período cuando comenzamos a encontrar los primeros ejemplos conservados.

Respecto a la principal tipología, el palacio fue el edificio más extendido y también conoció una enorme variedad de composiciones, aunque las constantes fueron, como en la arquitectura religiosa, las plantas rectangulares y la ausencia de decoración en los paramentos, así como la desaparición del carácter defensivo y la presencia de torres, solanas, heráldicas, rejería, garitas en los ángulos, aleros y, sobre todo, generosos vanos e incluso logias en sus pisos altos. En Euskal Herria durante este período se distinguen dos tipos de palacios, el de tipo compacto, sin patio interior, en la costa atlántica, y el que cuenta con patio, de tipo de mediterráneo, en el interior del territorio.

Por todos los territorios de Euskal Herria encontramos importantes ejemplos de arquitectura civil. En Navarra hay que destacar el Hospital General de Navarra -actual Museo de Navarra, del que se conserva la portada plateresca-, los ayuntamientos de Allo, Sangüesa y Tudela, y los palacios de San Cristóbal en Estella y el del Marqués de San Adrián en Tudela, el más espectacular por sus aleros, arcadas y patios interiores siguiendo el modelo mediterráneo. En cuanto a Iparralde, nuevamente, nos alejamos de los modelos de palacios descritos y los escasos ejemplos que se construyeron -de los que apenas conservamos restos- se realizaron siguiendo trazas italianas.

En cuanto a los palacios de los dos tipos que hemos destacado, aunque Gipuzkoa conserva ejemplos tanto del primer tipo -palacio de Carlos V en Hondarribia- como del segundo -Narros en Zarautz y Ubillos en Zumaia-, los más significativos se encuentran en Vitoria-Gasteiz. En el palacio de Bendaña, por ejemplo, destaca su interior, organizado en tres plantas y con un patio de galerías en escuadra. En el palacio de Montehermoso, en cambio, edificio de planta rectangular organizado en torno a un patio central cuadrado, destacan sus cuatro torres en las esquinas, mientras que en el palacio de Salinas, lo más significativo es la galería exterior arquitrabada con diez columnas dóricas que remata el cuerpo principal constituido por cuatro plantas y una portada adintelada. Pero el palacio más importante de este período es el de Escoriaza-Esquivel; mandado construir por Fernán López de Escoriaza, médico de Carlos I, destaca en su exterior por el encadenado que rodea el perímetro de su planta rectangular; en el interior el patio se organiza en torno a tres crujías con dos pisos y arcos de medio punto y conopiales, que recuerdan a las logias italianas. Para finalizar con esta tipología, hay que mencionar la presencia singular en el valle del Urola en Gipuzkoa de palacios de influencia mudéjar. El origen de este tipo de palacio de estructura atlántica realizado en ladrillo, está en la construcción en este estilo de la torre de los Loiola a finales del siglo XV; posteriormente, en el renacimiento, se realizaron el palacio Anchieta en Azpeitia y Floreaga en Azkoitia, con una doble galería.

Sin embargo, uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura civil en Euskal Herria responde a un nuevo tipo de edificio, la universidad. Fundada por Rodrigo Mercado de Zuazola, la Universidad de Sancti Spiritus de Oñati en Gipuzkoa, combina elementos del renacimiento italiano con otros góticos. El diseño del edificio, que se debe al tracista Rodrigo Gil de Hontañón -la ejecución al maestro de obra guipuzcoano Domigo de Guerra-, presenta una planta rectangular de dos pisos con patio central y torres angulares. El elemento más importante y característico del edificio es su patio, organizado en dos pisos de arquerías sobre columnas corintias.

En cuanto al caserío vasco, aunque su estructura estaba ya codificada desde la Edad Media, los primeros ejemplos que conservamos corresponden a este período, en el que aunque recibió la influencia renacentista, prevaleció la sobriedad ya destacada. La importancia de la fábrica del caserío de este período reside en que por primera vez se conciben como una construcción monolítica, de gran tamaño y cubierta a dos aguas. Hasta entonces, en el hábitat rural se construían de forma dispersa un conjunto de edificaciones en madera -vivienda, establos, granero, hórreo, lagar- y es ahora cuando todo se funde en un único edificio realizado en piedra el primer piso y con madera el resto de los pisos, los soportes estructurales y los cerramientos. En esta nueva construcción se concentraban todas las actividades y, de hecho, en función de las actividades que se desarrollaban, la estructura del edificio variaba, distinguiéndose tres tipos de caseríos: el vizcaíno, el guipuzcoano y el labortano. La excepción a este tipo de construcción lo constituía el caserío de Zuberoa, ya que en esta área influyó la variante de casa pirenaica con una planta en L más pequeña y con la cubierta más empinada y en pizarra. El resto de los caseríos vascos se distingue por su planta rectangular.

Entre las artes plásticas, la gran protagonista de este período fue la escultura. De hecho, el nombre del primer artista vasco reconocido y de prestigio que encontramos documentado -antes hubo otros, pero de los que apenas conservamos datos- es un escultor perteneciente a este período, Juan Antxieta. Tanto la obra de este escultor como la de los discípulos que continuaron con su labor responde al nombre de romanismo; este estilo, sin ser exclusivo del arte vasco, ya que se desarrolló en otras áreas como, por ejemplo, en La Rioja, si constituye una particularidad en el arte vasco por la importancia que tuvo en su momento y la influencia que ejerció posteriormente. De todas formas, la escultura vasca de este período no se limitó al romanismo, ya que hubo otros estilos.

Coincidiendo con la aplicación de los principios renacentistas en el ámbito arquitectónico, a mediados del siglo XVI, un grupo de escultores procedentes de Castilla, Francia y Países Bajos se trasladaron a este territorio aprovechando la prosperidad económica del momento. La mayoría eran artistas de reconocido prestigio -Diego de Siloé, Pierres Picart, la familia Beaugrant- que practicaron en Euskal Herria un estilo escultórico con reminiscencias góticas y, por tanto, con tendencias al decorativismo y a la profusión de motivos. Entre las obras más destacadas destacan en Gipuzkoa los conjuntos escultóricos de la Universidad de Oñati y el sepulcro de Rodrigo Mercado de Zuazola en la iglesia de San Miguel de Oñati, y en Bizkaia, las portadas de las iglesias de San Antón en Bilbao, Santa María en Portugalete, así como diferentes elementos decorativos en las iglesias de Balmaseda y Markina-Xemein.

Entre esta primera fase y el romanismo, existe un período de transición en el que la práctica escultórica comenzó a abandonar el decorativismo y se aproxima a un cierto clasicismo; en este momento, encontramos los primeros nombres de escultores vascos, discípulos de los anteriores, y que preparan el camino para la generación de Antxieta. Así, en los documentos que atestiguan las labores de realización de retablos para las iglesias guipuzcoanas de San Andrés de Eibar, Santa María de Zarautz, San Esteban de Aia y la capilla de la piedad en la iglesia de San Miguel de Oñati, y en Navarra en los retablos de las iglesias de Genevilla y Santa María de Olite, así como en las sillerías de las catedrales de Pamplona y de Tudela, figuran los nombres de Andrés Araoz, Juan de Ayala, Esteban de Obray o Pedro de Aponte.

Denominamos romanismo a la corriente escultórica surgida en España a finales del siglo XVI a partir de la influencia ejercida por el artista italiano Miguel Ángel en la fase final del renacimiento italiano, conocida como manierismo. Durante esta fase, se prescindió de la profusión decorativa de las fases anteriores y se apostó por composiciones más sencillas y sobrias aunque dotadas de mayor expresividad en las formas; ahora, las imágenes adquieren dinamismo, movimiento y sentimiento que, además se acentúa y potencia con la policromía. En su labor por hacer frente al protestantismo, el romanismo respondía a los objetivos de la Iglesia católica a través de una disciplina como la escultórica y un elemento como el retablo, en el que se aplica un orden y una disposición rigurosa que facilite la lectura de las imágenes.

El romanismo llegó a Euskal Herria procedente de Italia de la mano de Gaspar Becerra y Pedro López de Gamiz. Juan de Antxieta se formó con ellos y así surgió una generación de artistas romanistas de la que formaron parte, entre otros, Ambrosio Bengoetxea, Pedro González de San Pedro, Jerónimo de Larrea, Joanes de Iriarte y Martín Ruiz de Zubiate. Este estilo comenzó a desarrollarse a finales del siglo XVI y se prolongó en el siglo XVII, principalmente, por Gipuzkoa y Navarra. Entre los trabajos más importantes, destacamos en Gipuzkoa los retablos de las iglesias de San Pedro en Zumaia, San Vicente en Donostia, San Martín en Berastegi y el de la parroquia de Alkiza, y en Navarra, el de la parroquia de Agoitz y las iglesias de Cáseda y Tafalla.

En cuanto a la orfebrería, la disciplina conoció en este período un momento de esplendor debido a la proliferación de mecenas surgidos, principalmente, entre las burguesía de las ciudades que sufragaron gran cantidad de piezas destinadas a la Iglesia. Aunque en un primer momento, la sencillez y la austeridad fueron los rasgos dominantes, posteriormente, se complicó, sobre todo, cuando comenzó a notarse la influencia del nuevo estilo que se desarrollaba en Europa, el barroco.

En cuanto a las artes pictóricas, a diferencia de las escultóricas, tuvieron menor desarrollo. Por una parte, la propia Contrarreforma recomendaba la utilización de la escultura y los retablos a la hora de adoctrinar a los fieles; por otra, el comercio con el norte de Europa facilitó la importación de las artes pictóricas demandadas -eran fácilmente transportables-, motivo por el cual en Euskal Herria contamos con excelentes ejemplos de pintura flamenca. De este modo, ya desde el siglo XV, encontramos obras de artistas de la talla de Van Connixloo, Van der Goes o el taller de Metsys en iglesias guipuzcoanas como San Pedro de Zumaia, San Pedro de Bergara o en la parroquia de Aizarna, fruto de las relaciones comerciales.

Por tanto, Euskal Herria tuvo en el siglo XVI una escasa producción pictórica que, además, correspondió a pintores del reino español como Luis Morales, Juan Pantoja de la Cruz y Alonso Sánchez Coello. Las pinturas murales del palacio de los Cruzat en Óriz constituyen la excepción, tanto por su temática como por su técnica, ya que son grisallas y representan escenas bélicas, concretamente, las batallas del emperador Carlos V contra las tropas protestantes. Desconocemos el nombre de los autores de esta obra, aunque su calidad no debe de sorprender ya que la escultura romanista necesitó de pintores que policromasen los retablos, por lo que la disciplina se desarrolló, aunque no consiguió producir una obra consistente.

En el período barroco, nombre con el que denominamos a la segunda parte de la Edad Moderna, en Euskal Herria, al igual que el resto de Europa, se vivió un siglo XVII difícil y problemático. Al cisma religioso se le sumó una profunda crisis económica y continuas guerras entre las monarquías europeas que endeudaban a los estados. En este período, además, los conflictos también fueron habituales entre los propios miembros que integraban los tres estamentos de la sociedad -monarquía, nobleza, Iglesia, burguesía, artesanos y campesinos-, por lo que la inestabilidad fue la protagonista.

Por tanto, en una situación tan convulsa, no nos debe de extrañar que se gestase un nuevo cambio en el gusto artístico. De hecho, en este período la Iglesia recuperó la iniciativa y a través de sus órdenes religiosas -jesuitas, capuchinos, carmelitas- promovió un nuevo estilo que buscaba la comunicación directa con el ciudadano a través del sentimiento y de la emoción. Este nuevo estilo, más dinámico y expresivo, pretendía acercar la Iglesia católica a la sociedad con una propuesta artística más próxima al gusto cortesano y urbano. Por este motivo, el barroco se convirtió en un estilo heterogéneo, sin unas características formales canónicas en ninguna de sus disciplinas artísticas; más bien, a partir de unas pautas generales, cada área o región, artista o escuela, actuó con libertad y desarrolló el lenguaje artístico adecuado a cada marco espacio-temporal. En este sentido, aunque las directrices del nuevo lenguaje fueron dictadas por la Iglesia, fue el poder civil el que saco el mayor partido de la situación al reconocer en el nuevo estilo el modelo ideal para llegar a la ciudadanía y rivalizar con la simbología desplegada por la Iglesia.

En Euskal Herria el siglo XVII también resultó conflictivo. Los pilares sobre los que en el anterior período se sustentó el progreso económico entraron en crisis y el descontento general también se extendió a todos los estamentos. Las nuevas órdenes religiosas impulsaron el estilo barroco con el objetivo de acercar la religión católica a los fieles. Sin embargo, el éxito que alcanzó el barroco en Europa y Euskal Herria también se debió a las propias características del período, una etapa con grandes incertidumbres, lo que provocó un arte más emocional, dinámico y expresivo.

El barroco comenzó a implantarse en Euskal Herria a finales del siglo XVII y se extendió durante todo el siglo XVIII. Durante este período la arquitectura continúo siendo la disciplina artística más importante, mientras que la pintura y la escultura sufrieron un fuerte retroceso provocado por la crisis económica. Por tanto, en general, conservamos un menor número de obras que en el período renacentista y, en muchos casos, además, el barroco se limitó a intervenir en elementos constructivos secundarios aunque también importantes, como portadas y, sobre todo, campanarios. De todas formas, también tenemos excelentes ejemplos de edificios de nueva construcción, así como un especial desarrollo de la arquitectura civil.

Por tanto, una vez más, el barroco fue un estilo que, al igual que el renacimiento, tuvo un corto recorrido en nuestro territorio. Por este motivo, ahora tampoco podemos hablar de un barroco vasco ya que no existen rasgos particulares. Sin embargo, la interpretación que se hizo del mismo, una vez más, fue sin excesos ni tendencias hacia el decorativismo. Y aunque el estilo fue sustituido tempranamente por el neoclasicismo, el barroco dejó algunos de los mejores ejemplos en el patrimonio artístico.

El estilo barroco en arquitectura se suele relacionar y asociar con la acumulación de decoración. Sin embargo, el barroco no sólo aspiraba a acercarse e impactar a la sociedad a través de la profusión decorativa en los edificios, sino también con formas y composiciones estructurales más complejas -plantas, alzados, espacios- que buscaban empatar, envolver al ciudadano en la nueva concepción del arte y de la vida.

En cuanto a la arquitectura religiosa, aunque el número de edificios construidos disminuyó respecto a otros períodos, todavía continuaron edificándose importantes construcciones para cubrir las necesidades eclesiásticas. Así, durante el inicio del período barroco destacó la consagración de nuevos conventos en las principales localidades de Euskal Herria. Además, en aquellas otras localidades donde previamente ya existían importantes iglesias, se añadieron nuevas portadas y, sobe todo, torres campanario con el objetivo de adecuar las construcciones a los nuevos objetivos simbólicos que se había marcado la Iglesia; por ello, le dedicaremos especial atención a las torres campanario, ya que su construcción dotó a Euskal Herria de uno de sus elementos arquitectónicos emblemáticos del paisaje arquitectónico vasco.

En cuanto a las características del barroco en Euskal Herria, las nuevas concepciones espaciales se introdujeron con relativa prontitud gracias a la fundación de conventos por parte de las nuevas órdenes religiosas. En las iglesias de estos edificios se encuentran las primeras características de la disciplina arquitectónica barroca en plantas con forma de cruz latina inscrita en un rectángulo, cabecera recta, capillas laterales entre contrafuertes y coro alto a los pies de la iglesia. En el interior, la única nave que se realizaba se cubría con bóveda de lunetos o de medio cañón, el crucero con cúpula encamonada sobre pechinas, y las capillas laterales con bóvedas de arista. En el exterior, en cambio, encontramos desde fachadas cuadrangulares rematadas con un frontón, hasta portadas que persiguen atraer al fiel por su sentido escenográfico y urbano.

Por territorios, en este estilo existen importantes diferencias entre las provincias de Euskal Herria. Las novedades constructivas más importantes se dieron en Gipuzkoa, seguida de Bizkaia; es en estos dos territorios donde encontramos un mayor número de obras e innovaciones significativas desde un punto de vista tanto tipológico y estructural como decorativo. De hecho, entre las dos provincias costeras también existen diferencias y, así, en Gipuzkoa, por influencia de la construcción más importante de Euskal Herria -la basílica de Loiola- se hicieron propuestas de mayor barroquismo, con una concepción más plástica de las formas; en cambio, en Bizkaia, el barroco fue más desornamentado. En cuanto a Navarra, Araba e Iparralde, el número de construcciones edificadas fue mucho menor puesto que los edificios existentes de otros períodos ya cubrían las necesidades y, por este motivo, se construyeron principalmente en estilo barroco elementos adicionales como portadas, torres campanario y capillas.

Por tanto, en Navarra, Araba e Iparralde, de las construcciones realizadas íntegramente en estilo barroco destacaremos la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Labastida, con una portada en forma de retablo clasicista, y los conventos de las Carmelitas Descalzas en Pamplona, Encarnación en Corella, San Francisco en Viana y Concepcionistas Recoletas en Estella; en las fachadas de estos conventos destaca la influencia de la iglesia romana de Il Gesú, mientras que la fachada clasicista del convento de la Encarnación de Madrid influyó en el convento de San Antonio de Vitoria-Gasteiz donde destaca, con claras sugerencias herrerianas, su pórtico.

En el resto de las edificaciones de estos tres territorios pertenecientes al siglo XVIII, podemos intuir la influencia del estilo barroco ya no sólo en los elementos decorativos. Así, en la iglesia de San Juan de Agurain en Araba y en las capillas de Santa Ana y el Espíritu Santo de la catedral de Tudela en Navarra, además de la profusa decoración, encontramos rupturas y dinamismo en las formas. En cuanto a los espacios, también en Navarra, la iglesia de la Compañía de María en Tudela nos presenta una planta octogonal, y la iglesia del Patrocinio en Milagro, responde a una compleja planta elíptica inscrita en una cruz griega. No obstante, los mejores ejemplos de la arquitectura religiosa barroca los encontramos en las portadas, destacando en Navarra la de la basílica de San Gregorio Ostiense en Sorlada, en exedra y rematada en cuarto de esfera.

En Bizkaia, el estilo barroco también se introdujo en la provincia a través de la construcción de conventos para las nuevas órdenes religiosas. Uno de los edificios más interesantes es la iglesia de los Santos Juanes de Bilbao, el primer templo en seguir en Euskal Herria los modelos de Il Gesú; en el interior, mantiene reminiscencias renacentistas con una planta de tres naves en diferentes alturas, pero también adopta elementos propiamente barrocos como el crucero y sobre él una cúpula con pechinas. Este modelo de planta también lo encontramos en las iglesias de Santa María de Uribarri de Durango, de la Sagrada Familia de Orduña y del Carmen de Markina-Xemein. En cuanto a las portadas, las iglesias de Güeñes, Turtzioz y Encarnación de Bilbao conservan portadas con sencillos esquemas de sabor escurialense. En el siglo XVIII hay que destacar la iglesia de San Nicolás de Bari en Bilbao, uno de los mejores ejemplos de espacio centralizado con planta de cruz griega insertada en un cuadrado transformado en octógono y con cúpula. En cuanto a las portadas, destacar la de la iglesia de San Severino de Balmaseda, y los pórticos construidos en Santa María de Uribarri de Durango en madera y la iglesia de Santiago en Bilbao de piedra.

Sin embargo, el mayor número de construcciones barrocas y las más importantes las encontramos en Gipuzkoa, el territorio que conoció un mayor crecimiento económico y demográfico. Uno de los primeros edificios que recogió la influencia del estilo barroco fue el convento de Santa Clara en Azkoitia, que sigue la tipología del primer estilo con una edificación austera y tipología de fachada rectangular resuelta con extremada desnudez. El modelo conventual de planta de cruz latina y tradición clasicista en la decoración también se repitió en las parroquias de Alegia y Pasai Donibane, y en las portadas de las iglesias de Getaria, Errenteria, Segura y San Vicente de Donostia.

El siglo XVIII en Gipuzkoa estuvo determinado por una construcción que desde su propia concepción estaba llamada a ser el edificio más importante del período barroco en Euskal Herria. Nos referimos a la basílica de Loiola, uno de los edificios más singulares por su vinculación con el barroco romano, algo poco frecuente por estos lares. Diseñado por el arquitecto italiano Carlo Fontana, discípulo de Bernini, de la construcción se encargaron diferentes maestros de obra vascos, entre los que hay que destacar a Martín de Zaldua, Sebastián de Lecuona e Ignacio Ibero; estos y otros artistas vascos que tomaron parte en la basílica, modificaron los planos del conjunto, un proyecto sumamente decorativo, adaptándolo a la sobriedad del estilo barroco que se estaba desarrollando en Euskal Herria. La construcción más importante del conjunto es la basílica, donde destacan la escalinata de acceso, el pórtico convexo, la planta centralizada en forma de rotonda y la monumental cúpula con tirantes entre torres subordinadas. La influencia de la basílica de Loiola fue muy importante, destacando además de la iglesia de San Nicolás de Bari en Bilbao, la iglesia de San Martín de Tours de Andoain, con elementos decorativos inspirados en la basílica de Loiola.

De las iglesias que se construyeron en el siglo XVIII en Gipuzkoa, la más ambiciosa e interesante fue la basílica de Santa María del Coro de Donostia, donde destaca su planta de salón con tres naves de idéntica altura y su cubierta de bóvedas góticas. Otros ejemplos significativos de este siglo en Gipuzkoa son las portadas de las iglesias de la Asunción de Segura, Santa María la Real de Azkoitia, San Miguel de Oñati y San Juan Bautista de Hernani, donde la fachada rectangular está definida por dos pilastras que soportan un frontón triangular y acogen un arco. En cuanto a la iglesia de Pasaia San Pedro, destacar, además de su portada, la planta de salón de tres naves y, en general, la propia volumetría en forma de cubo que nos acerca al neoclasicismo.

Para terminar con la arquitectura religiosa, señalar que uno de los elementos arquitectónicos más característicos del paisaje arquitectónico de Euskal Herria son las torres campanario. Concebidas inicialmente como lugar donde ubicar las campanas de la iglesia, este tipo de torre se convirtió durante el período barroco en el emblema de la Iglesia católica y de su poder en la sociedad vasca. De hecho, las torres campanario regulaban la vida cotidiana mediante el repique de campanas.

La torre campanario está organizada en cuatro partes distintas. En primer lugar se encuentra la base, formada por un cuerpo bajo de planta cuadrada decorado con pilastras en las esquinas. A continuación, está el segundo cuerpo, que es el que alberga las campanas y también lleva pilastras en los ángulos y decoración de pináculos. Después se sitúa el entablamento, la cornisa y, en algunos casos, la balaustrada, que forman el tercer cuerpo y donde podemos encontrar la misma decoración que en los primeros cuerpos. Finalmente, la construcción se remata con una cúpula que termina en una linterna que repite la decoración, en menor tamaño, del cuerpo de las campanas.

Las primeras torres campanario se construyeron a finales del siglo XVII y fueron muy sencillas tanto en la decoración como en la estructura, a base de sobrios cubos de tradición escurialense; a esta etapa pertenecen las torres de Kanpezu, Bilar y Labastida en Araba, Markina-Xemein y Portugalete en Bizkaia, y Eibar en Gipuzkoa. Sin embargo, las torres más importantes y significativas en el paisaje arquitectónico vasco fueron las construidas en el siglo XVIII. En estas torres quedó establecida la tipología que hemos descrito y fue evidente la influencia que ejerció en ellas la estructura y la decoración de la basílica de Loiola. La principales torres campanario se encuentran en Gipuzkoa -Elgoibar, Andoain, Tolosa, Eskoriatza, Bergara, Hondarribia, Ordizia, Usurbil, Hernani, Ibarra, Aretxabaleta, Urretxu- aunque también encontramos ejemplos en el resto de territorios, destacando las de Portugalete, Elorrio, Otxandio, Durango, Balmaseda, Ermua y Guezala en Bizkaia, Oion y las iglesias de San Miguel y San Pedro en Vitoria-Gasteiz en Araba y Lesaka en Navarra. En esta última provincia encontramos en la Ribera un tipo distinto de torre campanario que tanto en lo material como en lo estructural, son deudoras de la tradición mudéjar; encontramos torres de este tipo en las iglesias de Santa Eufemia de Villafranca, San Julián y Santa Basilia en Andosilla, Santiago en Funes, Santa María de Desojo y en la catedral de Tudela.

Durante el período barroco la arquitectura civil tuvo una mayor importancia que la religiosa, ya que además de construirse un mayor número de ejemplos, la sociedad pudo plasmar en ellos un tipo de arquitectura más acorde con sus propias necesidades e inquietudes, sin depender de las directrices marcadas por las autoridades eclesiásticas. Los dos tipo de edificios más comunes en la arquitectura civil de este período fueron los palacios y, especialmente, los ayuntamientos, una tipología que analizaremos después.

En cuanto al estilo, la arquitectura civil barroca se caracterizó por su austeridad y monumentalidad; de hecho, los elementos decorativos sólo se incorporaron en el siglo XVIII. El edificio civil de tipo barroco presenta la planta rectangular, exenta y aglomerada, caja de escalera, monumentales aleros, solana y jardín. En su fachada se repite el esquema de tres tipos separados por líneas de imposta y tres ejes de vanos con el central reservado al balcón y al escudo. En cuanto a los palacios, la mayoría de ellos no fueron construidos por la antigua nobleza terrateniente vasca, sino por la nueva nobleza y la burguesía enriquecida gracias al comercio, a los cargos administrativos en la corona y a la estancia en América; de hecho, muchos de los palacios que se construyeron tanto en este período como en otros, fueron encargados por los indianos cuando regresaban a sus lugares de origen con las riquezas acumuladas en América.

En Navarra y en Araba, la mayoría de los palacios de este período se construyeron en el siglo XVIII, destacando en el caso de Araba los palacios de los Otazu en Zurbano, Larrañaga en Zalduendo y Almeda en Vitoria-Gasteiz. En Navarra, destacan el palacio episcopal de Pamplona, Colomo en Miranda de Arga, Azpilikueta en Barasoain, Marques de Huarte en Tudela, Reparacea en Oyaregui, Arizkuena en Elizondo, Gastón de Iriarte en Irurita y la casa de las Cadenas en Corella; en este último, realizado en ladrillo, destaca la decoración geométrica y las pilastras de los paramentos.

En Bizkaia, destacar los palacios de Jara y Tola en Elorrio y, sobre todo, el palacio de Valdespina en Ermua, ya que erigido en el siglo XVIII, nos señala la influencia italiana con elementos como la escalera interior cubierta por cúpula y la doble galería. En el resto de la provincia destacar el palacio de Hurtado de Amézaga en Güeñes, Arana en Mallabia, Solartekua en Markina-Xemein, Urrutia en Balmaseda, Larrako en Lezama, Uriarte en Lekeitio y Zubieta en Ispaster, en donde su cúpula y su fachada con torres refleja un mayor dinamismo.

En Gipuzkoa son numerosos los palacios construidos en este período. Los más importantes están en el interior de la provincia y destacan, sobre todo, por su sobriedad y por la ausencia de elementos barrocos tanto estructurales como decorativos significativos. Entre otros, señalar, el palacio Lardizabal en Segura, Insausti y Florida en Azkoitia, Idiaquez en Tolosa, Montalibet en Mutriku, Saroe y Atxaga en Usurbil, Ipeñarreta en Urretxu, Conde Monterrón en Arrasate, Arratabe en Aretxebaleta, Portu en Zarautz y Zuloaga en Hondarribia. El palacio más singular del período por su combinación de sencillez y monumentalidad, es el palacio de Lazkano en Lazkao; construido en el siglo XVII siguiendo los modelos cortesanos de sobriedad escurialense, el palacio Lazkano destaca por su patio cuadrado y su fachada clasicista.

Además del palacio, el ayuntamiento fue el ejemplo de arquitectura civil que más éxito alcanzó en este período. El fortalecimiento en Euskal Herria del poder municipal a partir del siglo XVI tuvo como consecuencia directa que las localidades con mayores recursos económicos erigiesen nuevos edificios que albergasen las funciones que desempeñaba el consistorio. Sin embargo, este no fue el único motivo que impulsó la construcción de estos edificios; a pesar de la sobriedad, en los ayuntamientos también vislumbramos por parte del consistorio el deseo de rivalizar con el poder religioso llegando, incluso, a confrontar físicamente los edificios en la misma plaza de la localidad. Hay que recordar, que en períodos anteriores las reuniones de los concejos se realizaban en las iglesias, por lo que ahora, cuando se tiene la posibilidad y la voluntad de construir un nuevo edificio, por una parte, se está respondiendo a las nuevas necesidades del municipio, por otra, se está desligando el poder civil del religioso.

La estructura y la organización del ayuntamiento es sencilla. Así, mientras la planta baja, porticada y con arcos, estaba destinada a las funciones relacionadas directamente con la ciudadanía, la primera planta albergaba la principal estancia que era el salón de plenos y un balcón corrido en el que se izaban las banderas y desde donde las autoridades municipales se dirigían al municipio. En cuanto a la segunda planta, generalmente la última, en la misma se encontraban los despachos y el archivo, además del escudo del municipio y el reloj. En el exterior eran edificios sobrios que no destacaban por su decoración; normalmente los únicos elementos que encontramos son pilastras, pequeños frontones en cada balcón y un frontón triangular que remata el edificio y alberga el escudo municipal.

Los primeros ayuntamientos que se construyeron en el siglo XVII destacan por sus trazas simples y elementales, la ausencia de porticado y la utilización de planteamientos renacentistas en la estructura del edificio; de este período destacamos los ayuntamientos de Bergara, Zestoa, Oiartzun, Aretxabaleta y Errenteria en Gipuzkoa. Entre los ayuntamientos realizados en el siglo XVIII, donde encontramos todas las características descritas, destacamos en Araba y Navarra los ayuntamientos de Labastida, Respaldiza, Aramaio, Elciego y Araia, respecto a Araba, mientras que de Navarra citaremos los de Viana, Bera, Lesaka y Pamploa; en Bizkaia sólo encontramos ayuntamientos en Balmaseda, Bermeo, Otxandio, Orozco, Durango y Lekeitio, mientras que en Gipuzkoa, los ayuntamientos que mejor representan el estilo son los de Elgoibar, Andoain, Alegi, Oñati, Asteasu, Astigarraga, Azkoitia y Arrasate.

En el período barroco la pintura y la escultura sufrieron un retroceso considerable provocado por la crisis económica y a que los fondos que se conseguían destinar a la creación artística se preferían utilizar en la arquitectura, la manifestación que mejor ayudaba tanto al poder religioso como civil a conseguir la relevancia social.

Por tanto, la escultura barroca de Euskal Herria no consiguió la importancia y el prestigio de la renacentista y, en muchas ocasiones, se acudió a talleres de otras zonas de España. De hecho, el estilo que imperó en el siglo XVII fue la prolongación del romanismo, y fueron los seguidores de Juan Antxieta los que dominaron el panorama. De ahí que el nuevo estilo barroco caracterizado por el dinamismo, la expresividad, la acumulación de decoración y la complejidad no llegó hasta el siglo XVIII.

En el siglo XVII, incluso, hubo un período realista protagonizado por la influencia que ejerció en Euskal Herria el trabajo de Gregorio Fernández; el escultor vallisoletano intervino en diferentes retablos entre los que destacan en Araba el retablo de la iglesia de San Miguel en Vitoria-Gasteiz, y en Gipuzkoa el de la iglesia de San Pedro en Bergara. En cambio, en los retablos de las iglesias de San Juan Bautista de Hernani y San Esteban de Oiartzun, ambas en Gipuzkoa, todavía se aprecia la influencia del romanismo. En Navarra, destacamos en este período el retablo de la iglesia de Santa María de Viana, el de San Miguel de Cárcar y el de Santa María de Los Arcos.

A partir de la primera mitad del siglo XVIII, aparece una nueva generación de escultores vascos -Felipe de Arizmendi, Juan Bautista de Suso, Juan de Apeztegui, Martín Bidatxe- que comienzan a introducir características barrocas en algunas obras como los retablos de las iglesias de San Miguel de Oñati y San Martín de Andoain, ambas en Gipuzkoa, y en Iparralde, en el retablo de la parroquia de Donibane Lohizune.

Sin embargo, la verdadera transformación se produjo cuando en la segunda mitad del siglo XVIII el taller de los Churriguera comenzó a trabajar en Euskal Herria. De este modo, llegó a nuestro territorio el estilo rococó, en el que se reduce parcialmente la decoración pero se añade a la estructura del retablo mucha más inestabilidad y movimiento, al combinar líneas rectas y curvas, frontones fragmentados, cornisas voladas y complejas columnas que se apoya sobre baquetones. En este estilo también trabajaron, además de los Churriguera, un buen número de escultores vascos -Tomás de Jáuregui, Francisco Vergara, Miguel de Yrazusta- en retablos como el de la iglesia de Santa María de Elorrio en Bizkaia, el de la iglesia de la Asunción de Lerín y de San Martín de Lesaka en Navarra y, en Gipuzkoa, en los retablos mayores de las iglesias del monasterio de Bidaurreta en Oñati, de la Basílica de Loiola, de San Juan Bautista de Pasaia Donibane y de Santa María de Donostia.

En cuanto a la pintura, esta fue la disciplina artística que más sufrió las consecuencias de la crisis económica. Por ello, los ejemplos que conservamos, además de no ser numerosos, la mayoría son fruto de adquisiciones realizadas en otras zonas de Europa. En cuanto al tema, predomina la temática religiosa, ya que tanto la nobleza como la burguesía vasca encargaba las obras de arte para donarlas a las iglesias.

Son numerosas las obras de pintores barrocos españoles que los museos vascos atesoran, entre ellos, destacaremos los trabajos de José de Ribera, Francisco Zurbarán, Mateo Cerezo, Alonso Cano, Antonio Pereda y Juan Carreño de Miranda. También hubo pintores extranjeros que trabajaron en Euskal Herria, como el caso del flamenco Pedro de Obrel, aunque carecemos de ejemplos, tal y como sí existen en el período renacentista. De hecho, el único pintor barroco vasco que destacó fue el navarro Vicente Berdusán, autor de cuadros de temática religiosa en los que refleja los efectos de la luz y los estudios atmosféricos siguiendo una línea clasicista. También tenemos constancia de otros dos pintores vascos, Antonio González Ruiz e Ignacio Huarte, que trabajaron para otros talleres por España, realizando escenas religiosas y paisajes.

Este panorama tan exiguo no significa que no se realizasen otros trabajos pictóricos en Euskal Herria. De hecho, por los restos conservados, tenemos constancia de que en muchas iglesias cuando no había medios económicos suficientes para encargar un retablo, se decoraba la iglesia con representaciones pictóricas que posteriormente eran sustituidas por retablos u otro tipo de decoraciones. Algunos de los numerosos palacios que hemos estudiado, también albergaron pinturas murales, pero la mayoría no se conservan; uno de los escasos ejemplos que nos ha llegado son las pinturas del palacio Barrena de Ordizia en Gipuzkoa; en las mismas, predomina la decoración a base de motivos geométricos y florales, y temas que comienzan a distanciarse de las clásicas representaciones religiosas, anunciando la llegada de un nuevo tipo de sensibilidad artística contemporánea que cambió los cimientos del arte.