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Argentina. Integración social de los inmigrantes vascos

Un fenómeno que sin ser exclusividad de los inmigrantes vascos, los tuvo sin lugar a dudas como protagonistas destacados en distintos puntos de América, ha sido la hotelería. Este tema nos permite hilvanar distintos aspectos que hemos venido discutiendo hasta el momento y, posiblemente, nos brinde un eje de análisis específico para el fenómeno de la integración finisecular, la que transcurre entre los siglos XIX y XX. Nos permitirá observar, entre otros, lo siguiente: Continuidad o no en algunos aspectos de la sociabilidad vasca decimonónica en Euskal Herria. Algunos ejemplos de inserción económica -no rural- además de ritmos en el progreso de este oficio en Argentina. Recuperar otros mecanismos de acercamiento entre vascos en el nuevo lugar, importantes al momento de la conformación de espacios de sociabilidad e incluso de una identidad También avanzar en un tema en el que -principalmente fuera de las grandes ciudades - pensamos que todavía queda mucho por decir: la inmigración y el déficit habitacional.

Si nos remontamos a la provincia de Buenos Aires de principios de siglo -incluso un poco antes- y examinamos la multiplicidad de funciones y servicios que se sucedían tras sus puertas, nos encontraríamos con un abanico bastante insólito. Sala velatorio, salón de fiestas, reposo de enfermos, banco privado y caja de ahorros, parada de transportes, oficina de empleos, deportes, son sólo algunos. El hotel y la fonda de propietarios vascos se presentan también, a priori, como espacios de sociabilidad étnica complejos y significativos. Reconstruir esos espacios sociales nos permitirá ver que papel jugaba frente a otros mecanismos de cohesión de la comunidad euskalduna. Es posible que esta reconstrucción nos posibilite también comprobar si el hotel vasco era un fenómeno típico de zonas ganaderas, tal lo sucedido en el oeste americano o -tal nuestra hipótesis- un establecimiento común a zonas nuevas de ocupación -al margen de su estructura productiva- que contaron con un aporte inmigratorio vasco significativo. Pensamos, por otro lado, que las fondas y los primeros hoteles vascos complementaron y mejoraron funciones cumplidas anteriormente por los grandes almacenes o tiendas. Establecimientos, por tanto, surgidos en parte para remediar deficiencias en cuanto a la oferta de servicios de sociedades en formación. Respecto a la sociabilidad vasca, nuestra idea es que éstos conformaron ámbitos de cohesión no masivos, aunque abiertos, y que pese a ello fortalecieron la imagen de la colectividad ante el resto de la sociedad.

El alquiler de piezas es un fenómeno "ecuménico" que se generaliza -por distintas razones y con variados ritmos- en el siglo XIX. En algunos países europeos es producto directo de las migraciones masivas del campo a la ciudad durante las épocas de avance del latifundismo y crisis agrícolas, lo que coincide con los efectos de la revolución industrial. En América, donde emigra gran parte de esa gente que no encuentra trabajo y lugar en las ciudades, buscando evadir las consecuencias "urbanas" del capitalismo o proyectando mejores posibilidades que en Europa, también los alquileres se hacen frecuentes. No se trata aquí del hacinamiento propio de las ciudades industriales, sino principalmente del déficit edilicio de una sociedad en formación desbordada por la migración e inmigración.

En Europa, los años comprendidos entre el último tercio del siglo XIX y primeras dos décadas del XX, configuran una etapa de transformación social sin precedentes, en las que se alteraron sustancialmente las estructuras de la sociedad y de la política, los ritmos de la vida cotidiana, las formas de comportamiento colectivo, las relaciones sociales y la organización de la producción, del trabajo y del ocio. Los centros urbanos se especializaron en el comercio y los servicios, acogieron los edificios oficiales, los bancos, los hoteles y los grandes almacenes. Desde mediados del siglo XIX, se produce en distintas zonas vascas un significativo proceso de modernización. La industrialización tiene en ellas, principalmente Bizkaia y Gipuzkoa, una aceleración en el último tercio del siglo XIX y principios del XX. Ese proceso industrial va a aparejar no sólo una nueva forma de producción, sino, y sobre todo, una transformación cultural, un nuevo sistema de vida. En medio del reacomodamiento postindustrial experimentado por los vascos peninsulares, se generalizaron algunas costumbres populares como la multiplicación de las tabernas, cafés y bodegones, lugares de ocio donde concurrían diariamente los trabajadores al terminal su tarea.

Los vascos, como seguramente todos aquellos sectores urbanos decimonónicos que se vieron desbordados habitacionalmente por gente foránea, alquilaban o subalquilaban un espacio de sus ya reducidas viviendas. En Navarra, también era frecuente la agrupación de familias en una sola edificación, mientras que en derredor de las minas de Bizkaia, los ingresos complementarios venían también del trabajo de las mujeres en los domicilios, atendiendo huéspedes.

Dentro de su bagaje cultural, los inmigrantes vascos provenientes de pueblos y ciudades trajeron consigo la costumbre de agruparse a beber y jugar cartas periódicamente, tanto provinieran de un área rural o urbana. También el conocimiento y por que no, el padecimiento, de que el subalquiler de un espacio familiar (sin necesidad de construir) significaba un ingreso adicional. Por su parte, los euskaldunes originarios de montañas o zonas rurales, acostumbraban a reunirse en un sitio -aunque por un tiempo más prolongado- sólo un par de veces al año. En Argentina, en la provincia de Buenos Aires, una sociedad cada vez más cosmopolita y en formación - a lo que se sumaba un proceso de expansión territorial- brindaba la oportunidad de que los inmigrantes reprodujeran sus costumbres sociales y culturales adaptándolas a nuevas dimensiones espaciales y otros ritmos de trabajo. Los almacenes de Ramos Generales, las fondas, los hoteles, las romerías y los frontones surgieron espontáneamente como alternativas viables para todas las procedencias y necesidades. Respecto a las viviendas, la Argentina presentaba otros problemas y deficiencias, aunque fácilmente solucionables con los mismos remedios que en Euskal Herria.

La pregunta del título bien podría servir, claro está, para cualquier otro grupo de inmigrantes. El déficit habitacional en la provincia de Buenos Aires, producto de un flujo sostenido y creciente de inmigrantes, debió ser moneda corriente desde muy temprano. Si los inmigrantes arribados con posterioridad a 1880 encontraron espacios demográficamente "desbordados", los que lo hicieron antes de esa época -y no se quedaron cerca del puerto- no debieron encontrar una situación edilicia menos desoladora: aquellos pueblos consistían en unas pocas casas. Algunas citas de viajeros de la época abundan en ilustraciones de la incomodidad y deficiencia habitacional que sufrieron en sus viajes por la pampa bonaerense.

Pero que los pueblos estuvieran "vacíos" no era lo peor; tampoco abundaban los materiales para los decididos a emprender una autoconstrucción. Esta situación, como la falta de maderas (en una provincia sin forestación natural), esperar turno con el herrero y el carpintero que no podían cumplir con todos los pedidos o el carretero que prometió completar la mudanza debió ser moneda corriente. Mientras tanto había que acomodarse en algún lugar; y como las fondas no surgieron hasta mediados de 1870/80 y los hoteles no lo hicieron prácticamente antes de la última década del siglo, los caminos de los vascos debieron terminar -con o sin información previa- en la casa o comercio de un paisano (situación que debió ser extensiva a todas las zonas). Precisamente, si algo caracterizó a los inmigrantes vascos que llegaron a la Argentina fue una intensa movilidad geográfica y ocupacional, a la vez que un uso intensivo de las redes. Si hacemos un recorrido imaginario por la provincia, de norte a sur, encontramos desde épocas tempranas fondas -y luego hoteles- de propietarios vascos en casi todos sus pueblos; espacios en formación que se veían desbordados habitacionalmente por los nuevos pobladores. Las fondas y hoteles -como antes el subalquiler de piezas- al igual que los conventillos en la ciudad puerto, surgieron en forma espontánea y casi obligatoria en casi todos los rincones de una provincia en expansión.

Es evidente, más allá de que en las fondas solían habitar familias, que el grueso de sus huéspedes estaba conformado por hombres jóvenes, solteros y en ocupaciones -si pensamos en la posibilidad de adquirir una vivienda o construirla- de capitalización lenta. También resulta significativo el uso de las redes familiares para trasladarse a América; en cada una de aquellas viviendas había hermanas, cuñados y demás familiares que seguramente devolvían el favor en forma de trabajos como sirvientes, cocineros, etcétera, hasta lograr la independencia económica. No debió ser infrecuente que -al igual que en el comercio- algunos de aquellos dependientes terminaran por alguna razón -enfermedad, cansancio o retorno por medio- adueñándose de la fonda. También parece claro que a medida que nos alejamos de los núcleos más superpoblados del norte hacia el interior, son menos frecuentes los subalquileres de casas o más fáciles de montar las fondas. Es posible que las grandes ciudades, caso Buenos Aires o Rosario, se presentaran alternativas competitivas como los conventillos que quitaban inquilinos a las posibles fondas; pero también que las dimensiones mayores de esos espacios dificultaran el uso más intensivo de las redes.

Si observamos un poco más detenidamente quienes vivían en situación de inquilinato entre los vascos, veremos que más allá de la cantidad de mujeres y niños -que decrecen naturalmente en dirección norte/sur- estamos en presencia principalmente de jornaleros y peones; por parte de los trabajadores autónomos llama la atención el número de carpinteros y albañiles -posiblemente de corta estadía en esos sitios y generalmente facultados para la autoconstrucción- y en menor medida de los panaderos y zapateros. Sirvientas, cocineras y planchadoras representan ese sector que se presentaba como funcionalmente indispensable a los establecimientos en cuestión. Es llamativo -pensando en que por lo general podían residir en el mismo negocio en que trabajaban- el número de comerciantes y dependientes.

La movilidad geográfica de los vascos por la provincia de Buenos Aires entre 1860 y principios del siglo siguiente, pudo apoyarse (tal lo sucedido en el oeste americano) en saltos entre fondas y hoteles atendidos por connacionales. No obstante, cabe destacar que el idioma y la inexistencia de una tradición migratoria española y vasca a Estados Unidos obligaron a una mayor cooperación e inventiva de mecanismos para moverse en aquél territorio del norte. Esto no invalida que muchos inmigrantes vascos a la Argentina tuvieran conocimientos previos de fondas y hoteles para dirigirse al arribar y que éstos fueran un lugar ideal para el reencuentro. En la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, era frecuente el arribo de vascos que no hablaban castellano al Hotel Euskalduna (en Plaza Constitución), portando una carta de recomendación para el hotelero, Don Ignacio Auzmendi. Este, según me relatara personalmente su hijo Eduardo, les orientaba. No obstante, es indudable que las fondas y hoteles de vascos excedieron el papel de receptores ocasionales de inmigrantes.

Durante la etapa temprana, en los pueblos nuevos de la provincia todo estaba por hacer. Un Estado dedicado a guerras externas e intestinas y luego a solucionar los obstáculos de la elite agroganadera para exportar, contribuía a la aparición de una infinidad de deficiencias en aquellos. Como vimos, la salud, la vivienda, como el aparato financiero fueron sobrellevados por los mismos actores, ensayando soluciones alternativas. Las comisiones de vecinos que se conformaban para contrarrestar los problemas habla a las claras de esa participación. Primero el almacén, luego la fonda y por último el hotel mejoraron poco a poco el servicio de caja de ahorros, crédito, sanatorio, espacio social y vivienda. La necesidad de un lugar donde pasar la noche en un pueblo de frontera como Tandil estuvo desde un principio, pero se agravó desde 1850. Por un lado la llegada de inmigrantes y migrantes internos que no siempre tenían donde ir hasta ubicar un empleo; en segundo lugar por que esas personas no construían su vivienda en forma inmediata; tercero, por que a partir de esa fecha comienzan a frecuentar el pueblo personas que merecen un trato distinguido; cuarto, porque hacía falta un lugar de reunión social; por último, por que la gente de campo concurría cada vez con más frecuencia a la ciudad a hacer trámites y "pasaba" por la fonda o el hotel. Sin embargo, las primeras fondas no hubo que construirlas; se trataba, en general, de casas de familia que comenzaron a lucrar con gente que antes posiblemente estuvo hospedada (quizá recomendada) gratuitamente hasta encontrar mejor ubicación. Por ello muchas fuentes no dejaron testimonios de las primeras fondas: no las veían. También se explica así que en algunas ocasiones el jefe de familia declarase un oficio ajeno a la fonda y su mujer ser fondera. Se puede pensar, entonces, en las fondas y los hoteles como intentos de cubrir demandas insatisfechas en los nuevos pueblos del interior -que escapaban a los almacenes- sin olvidar el aspecto comercial de los mismos. Inevitablemente, como veremos más adelante, luego se convirtieron en ámbitos de sociabilidad de una parte de la colectividad vasca.

Hacia 1880 algunas casas de familia que subalquilaban cuartos habían salido del anonimato. Así, cuando el flujo de inmigrantes se hizo sostenido, en aquellos pueblos donde antes se ofrecía un plato de comida y techo temporal a cualquier paisano recién llegado, ahora se cobraba. Esto no niega que hubieran seguido las recomendaciones y que -muchas- apuntaran ahora "a estipular un buen precio o cobrarle cuando consiguiera trabajo"; tampoco que hubiera huéspedes no vascos. Muchas de ellas, principalmente en las que el matrimonio propietario no tenía hijos, contrataban -o cambiaban trabajo por hospedaje- una o dos cocineras, una sirvienta y un dependiente; otros, debían contar con un encargado de la caballeriza. El número de hombres solos que iba hacia los pueblos de frontera obligaba inicialmente, aunque todos no pasaran la noche en la flamante fonda, a reforzar el trabajo en la cocina.

Surgidos en distintos momentos, las fondas y hoteles diferían en sus instalaciones y ofertas de servicios. Un número menor de habitaciones y la estructura de casa de familia grande caracterizaba a las primeras. En ellas se destacaban los entretenimientos: riña de gallos, frontón o cancha de bochas en el patio y juego de cartas "adelante", en el salón bar. Una característica adicional de las fondas era la presencia de una "chacra" en miniatura para autoconsumo (gallinero, cerdos y huerta).

Cuando el hotel desplaza a las fondas -a principios de siglo XX- los clientes provenían mayoritariamente de la zona rural aledaña. Desde fines del siglo anterior distintos procesos actuaban como aceleradores de ese cambio. En primer lugar, muchos inmigrantes de la primer época habían adquirido tierra en las afueras del pueblo o prosperado en distintos oficios "urbanos" y esperaban una mayor oferta de servicios de las antiguas fondas. Entre otras cosas, más confort para sus familias; un lugar social donde reflejar los progresos económicos ante la sociedad por medio de fiestas; y continuidad en el trato familiar, servicios extras de pagos, casilla de correo, mensajes, "oficina de empleo", etcétera. Al mismo tiempo, un mayor control de los servicios y la higiene de los establecimientos públicos llevado a cabo por los municipios, presionaba sobre la "desprolijidad" e informalidad de las fondas.

En realidad, algunos de los servicios brindados por aquellas fondas y hoteles -guardar dinero, pasar mensajes, ofrecer y buscar empleos- encuentran sus raíces en otros comercios anteriores: los almacenes y casas de ramos generales. Era común en los pueblos nuevos que este tipo de comercio cumpliera sobradamente las demandas. Ya habíamos adelantado la importancia de estos almacenes en el poblamiento -asentamiento- real de estas zonas nuevas; el hecho de que muchas de ellas estuvieran en manos de vascos debió contribuir notablemente en la buena imagen que los nativos conformaron sobre ellos. A los servicios que hemos mencionado, cabe agregar que hicieron las veces de paradas de diligencia y recambio de caballadas y que no pocos ubicados en la zona rural se convirtiesen naturalmente luego en estaciones de ferrocarril.

En todos los puntos mencionados las fondas y hoteles se encontraban cercanas al centro del poblado, teniendo en cuenta la estructura de tablero de ajedrez heredado de la colonia. En Tandil se ubicaban desde el centro en dirección norte, lo que significaba el lugar de entrada y salida hacia Buenos Aires. El camino principal era preferido por los almacenes y casas de ramos generales y más tarde por las fondas y hoteles. Posteriormente surgieron algunos hoteles cerca de la estación del ferrocarril mientras que otros buscaron asentarse frente a las paradas de los primeros autobuses. La cercanía física entre los hoteles vascos podría conducir a la sospecha de que buscara conquistar clientes -aunque también apuntalar las intenciones centrípetas de residir cerca de otros vascos que vimos- de los establecimientos vecinos.

Respecto al personal, hemos detectado que algunos ayudantes eran euskaldunes, principalmente las cocineras. Esto es principalmente válido para Barracas al Sud y Barracas al Norte y en menor medida para los otros pueblos. Posiblemente, en una época en que resultaba frecuente viajar a América con recomendaciones y participando de cadenas familiares, estas mujeres -jóvenes y solteras- vivieran en esas casas de familia a cambio de su trabajo.

En todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires observados, los establecimientos en cuestión aparecieron unos años después de la llegada de inmigrantes vascos a la zona. La presencia de esa comunidad minimizaba el riesgo de la inversión asegurando un mínimo de clientela. Por otra parte, los mismos fonderos y hoteleros eran por lo general miembros de la colectividad, tomando en cuenta que muchos de esos establecimientos surgieron en casas de familias.

Junto a esto, las fondas y luego los hoteles comenzaron a ser centros de reunión de algunos vascos para jugar al mus o pelota y tomar la copa. La costumbre de conversar o divertirse un rato después de cada jornada de trabajo fue un elemento pronto a recuperar en tierras bonaerenses. Si no existían esos espacios había que conformarlos; idénticos a los de la península o aceptando elementos propios del nuevo lugar. Como dice Bodnar, en ese ámbito, la cultura de todos los días, tuvo lugar la preservación de las pautas culturales y de los vínculos con el viejo mundo. Una cultura que no era una extensión del pasado sino una amalgama de pasado y presente, de aceptación y de rechazo al nuevo orden. Las reuniones de vascos en fondas u hoteles complementaron en un principio las habituales en almacenes y comercios en general, inclusive las cada vez más frecuentes en los frontones, también en manos de paisanos.

Fondas y hoteles se presentan entonces como nuevos centros de reunión y cohesión social de los vascos, aunque como casi todas las manifestaciones de esta colectividad, no eran étnicamente cerrados. Era común acceder a préstamos de connacionales, a conchabarlos como peones e incluso prestarse para testificación de firmas y otros trámites en nombre de paisanos iletrados. Pero los vascos también ejercitaban esos mecanismos con personas de otras nacionalidades, y en ello radica el éxito del hotel vasco, símbolo de la colectividad, pero abierto a la comunidad. Fondas y hoteles son escenarios que se conforman a partir de potencialidades preexistentes dentro de la comunidad. Por un lado la necesidad de los recién llegados de un lugar donde pasar las primeras noches; por otro, la posibilidad de abandonar el mostrador de la casa de ramos generales en pos de un lugar más cómodo. Se trataba de espacios informales; multifuncionales; abiertos al resto de la sociedad, y que complementaron -e incluso brindaron un espacio físico permanente- a otros mecanismos informales preexistentes. Como la mayoría de los espacios de sociabilidad del siglo XIX y principios del XX, se trataba de ámbitos casi exclusivamente masculinos, salvo el caso de fiestas en los hoteles en el último cuarto del período.

Todo hace pensar que en aquellos establecimientos predominaron los elementos que les apuntalaban como espacios de sociabilidad "étnicos". No caben dudas que no se les puede igualar a las mutuales -ni tan siquiera a los hoteles del oeste americano- pero las fuentes refieren a ellos como centros de reunión claramente euskaldunes. ¿Cómo no serlo?, si en sus salones se jugaba a toda hora mus; en su patio era frecuente pelotear contra un paredón; desde sus cocinas llegaba un inconfundible aroma a potaje de alubias y sopas de ajo y en la parte más alta de su frente se leían carteles como El Euskalduna, Los Vascos, el Kaiku, lo de Sarasola.

Al parecer, el hotel vasco albergaba y atendía -aunque con una marcada presencia euskalduna- indistintamente a cualquier persona, pero sus clientes y la sociedad local lo identificaban -hasta por lo menos 1930- como un "símbolo" más de la colectividad. Mucho pudo tener que ver en ello -sobre todo fuera de las grandes concentraciones urbanas- el propietario del hotel. El nombre del establecimiento, los aspectos culturales (comida, deportes típicos, etcétera) que presentaba y sus atenciones debieron permitirle atravesar la primer etapa como empresa. Posteriormente, cuando el hotel se convertía en un punto de referencia indiscutible entre los vascos, un ambiente cada vez más cosmopolita respecto a la concurrencia -que no alteraba la atmósfera euskalduna- podía asegurarle una mayor rentabilidad. Pese a la cohesión que en ellos se sucedía, creemos que más que retrasar la integración de los vascos en la sociedad local, fondas, hoteles y frontones la aceleraron. Paradójicamente, frenaron la aparición de los centros vascos. No es casual que -aunque vimos que hubo grandes romerías vascas entre 1910 y 1920- el Centro Vasco Gure Etxea de Tandil se conforme recién en 1949, y que en la mayoría de los pueblos de la provincia surjan a partir de 1940. Los vascos no necesitaron, hasta la llegada de los primeros exiliados del régimen franquista -momento en que el hotel vasco está en vías de desaparecer- contar con una institución propia.

De todos modos, la participación en fondas y hoteles fue cambiando a lo largo del período 1860-1930; ya por las variaciones sufridas por el flujo migratorio y la colectividad de cada localidad, como por las cambiantes características estructurales de estas. La concurrencia a estos establecimientos era, no obstante, compleja para un observador contemporáneo, principalmente por que -como dijimos- era variable. Este podía notar que a pernoctar a los hoteles o fondas de vascos concurrían indiscriminadamente personas de nacionalidades diversas; muchos de ellos vascos. A jugar al mus y beber la copa diaria mayoritariamente vascos o hijos de vascos, aunque no era infrecuente encontrar argentinos, turcos, italianos o alemanes bebiendo o viendo jugar las reñidas partidas. Una mirada más detenida encontraría que a ciertos establecimientos de más categoría, concurrían los propietarios de establecimientos rurales, mientras que a otros, más sencillos, lo hacían peones, jornaleros y también propietarios no tan exigentes o más "rústicos".

Creemos que las fondas y hoteles vascos fueron un elemento más de la identidad (interna y externa) de la colectividad. Esta se conformó a partir de elementos culturales y por mecanismos de cohesión informales -no institucionales- y se presentaba generalmente a través de personalidades distinguidas consensuadas. En esa línea de pensamiento, las fondas y hoteles -como así también los propietarios- cubrían las expectativas de una participación irregular y abierta preferida por los vascos. El papel clave como intermediario entre la colectividad y el mundo anglo que se le atribuye acertadamente al hotelero vasco del oeste americano, tiene su principal sostén en los inconvenientes idiomáticos que encontró este grupo étnico en el norte. Otra razón de peso se asocia al carácter iletrado de la mayor parte de los pastores, elementos que los ligaba a aquellas personas que por su formación y ocupación, se encontraban obligados a un trato cotidiano con el mundo anglo y a conocer el idioma. En Argentina varios factores minimizan -aunque en el apartado sobre los vascos y las instituciones vimos el papel importante de los dueños de hoteles- ese aspecto de intermediación del hotelero. Por una lado las ventajas idiomáticas, principalmente -aunque no en todos los casos- de los vascos peninsulares; en segundo lugar la diversidad que componía la comunidad vasca, donde no escaseaban los oficios independientes y los vascos instruidos. De hecho poseemos conocimiento de numerosos casos en que los vascos iletrados solicitaban firma o lectura de compatriotas no hoteleros ni comerciantes.

Pero como hemos visto, si el hotelero fue una pieza importante su mujer jugó un rol primordial. Se encargaba de las compras y ropa de cama, a la vez que dirigía al personal femenino, entre el que se podían alistar sus hijas. En la mujer recaían también tareas poco gratas como cuidar a los enfermos hospedados y, llegado el caso, atender un parto o "preparar" un cliente fallecido para su funeral. Sus habilidades para la cocina eran la clave para mantener -y acrecentar- buena parte de la clientela.

Finalmente, hacia 1930-40 aparecen algunos elementos en escena que debilitarán la presencia de los hoteles euskaldunes. Los clubes se encargaron de que algunos sábados sus salones ya no tuvieran fiestas y que en sus canchas (de bocha o paleta) mermara el movimiento; las confiterías avanzaron sobre su clientela del aperitivo; los bancos y casas agrícolas debilitaron la relación con sus clientes rurales; las clínicas, hospitales y primeras casas de velorio le ahorraron las angustias de cuidar enfermos o finados; los restaurantes y pensiones compitieron prontamente con sus comensales; los automóviles -y mejoras viales- permitieron a los dueños de campo realizar trámites y regresar en el día; pero sin duda lo más importante: el flujo inmigratorio había cesado.