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Argentina. Integración social de los inmigrantes vascos

El matrimonio entre compatriotas merece, sin ninguna duda, un tratamiento preferencial. El mismo se ha visto convertido en un factor crucial -como un obstáculo para la rápida integración- de los nuevos enfoques que intentan sustentar el pluralismo cultural. En realidad, los resultados han distado de ser homogéneos. A grandes rasgos, la endogamia habría funcionado mayormente en los grupos mayoritarios y en ámbitos urbanos importantes (Córdoba y Buenos Aires) pero no tanto en pueblos pequeños o localidades rurales como Tandil o Necochea. Pero al mismo tiempo -incluso en algunos de esos trabajos- la influencia y las posibles razones del casamiento en el comportamiento de los inmigrantes han sido analizadas desde otras ópticas recientemente. Los elevados índices de endogamia serían consecuencia de las redes sociales familiares e interpersonales establecidas en una fase premigratoria antes que la resultante de otras solidaridades como las emergentes de la pertenencia a un mismo grupo nacional.

Por otra parte, los estudios sobre selección matrimonial han tendido a simplificar en parte el proceso de integración de los migrantes, dejando de lado otras variables; resulta sumamente discutible la utilización de la nacionalidad como criterio central de análisis, sin tener en cuenta el rol que juegan los factores sociales, especialmente la ocupación y la residencia. Diversas son las respuestas que podemos imaginar, de todos modos, para explicar la búsqueda de pareja entre connacionales. Fuera de los que mandaban a llamar a su pareja una vez instalados, casarse con un paisano podía ser una manera más de no comprometerse con el nuevo lugar. Seguramente en la mayoría de los inmigrantes el retorno debió permanecer latente y el casamiento con un inmigrante no vasco o nativo era tan acelerador del arraigo como la adquisición de una propiedad. Muy ligado a ello, el reencuentro de parejas preexistentes en Euskal Herria debió conformar el alto porcentaje de los matrimonios que encontramos en Argentina. Es posible también -dado las cortas edades con que se emigraba- que muchas parejas se establecieran a través de las cartas sin noviazgo previo a la partida. Hemos encontrado referencias sobre tales estrategias familiares no sólo para mantener la rentabilidad de los caseríos, sino también en pos de lograr una mayor dote.

Pero si lo que buscamos es que el árbol no nos impida ver el bosque, esto es que el seguimiento del inmigrante no nos deje perder perspectiva del escenario y el resto del elenco, resulta interesante citar algunas conclusiones recientes sobre el tema.

La familia "presiona" hacia un comportamiento más endogámico o bien -lo que nos parece más probable- la familia multiplica las posibilidades de sociabilidad de modo tal que cuando un individuo llega al área se halla inmerso en una red donde los contactos son, básica aunque no exclusivamente, con connacionales. Caso contrario, el individuo que llega sólo debe constituir una espacio de sociabilidad desde cero con lo cual sus posibilidades de entrar en contacto con argentinos son mayores. Los cuadros que presentamos en el presente apartado parecen confirmar -observando los porcentajes de composición sexual, los estados civiles y los de endogamia para cada sitio- tales ideas. Pero parece claro también que esto debió funcionar diferencialmente según se tratase de escenarios como Lobería y Tandil o como la ciudad de Buenos Aires.

No tenemos duda que, contrario a los que cabría suponer, la tendencia a actitudes endogámicas debió ser mayor en las grandes ciudades. Allí, la debilidad del rol de vecino y las escasas posibilidades de participación en casi todos los ámbitos deben haber presionado a una búsqueda más intensiva de mecanismos de acercamiento con connacionales. También es probable que allí funcionara plenamente el rol de las familias planteado anteriormente; no es casualidad, por otro lado, que en las grandes ciudades hayan nacido las pocas instituciones euskaldunas del período. En el resto de la provincia, las fondas o almacenes y las frecuentes Romerías debieron ser -al menos para quienes vivían en el pueblo- lugares de concurrencia casi obligatorios. De allí a formar pareja con mujeres vascas -si las había- existía un corto trecho.

Pero aún cuando los casamientos entre paisanos resultasen porcentualmente significativos, no es condición suficiente para concluir acerca de obstáculos para la integración. Los inmigrantes no tenían la imagen de comunidad que hoy analíticamente le conferimos. La actitud de abandonar Euskal Herria racional y estratégicamente buscando un progreso material en América, seguramente les predisponía emocionalmente a aceptar en forma rápida un lugar en el nuevo escenario, a la vez que estimularía el individualismo. Esto es mayormente esperable para la mentalidad del segundón -componente importante del flujo vasco- cuyo regreso a Euskal Herria era casi impensable.

Por otro lado, el casamiento no determinaba -si bien podía actuar en el proceso de percepción de la colectividad- el rumbo a seguir por cada nueva pareja en su relación con el medio, en el camino hacia la asimilación. Luego de la boda, la pareja de vascos debía volver a la cotidianeidad; si venían de los Pirineos hablar rápidamente el castellano, ir de compras y compartir horas de trabajo con otra gente; ir o no a misa, saludar vecinos, acompañar a sus hijos hasta la escuela y poner al día sus papeles con la Corporación Municipal. También es muy probable que su libreta de casamiento no les impidiera formar parte de la comisión que intentaba alumbrar las calles y terminar el templo, ni salir de testigo de casamiento de la hija de un compañero de trabajo. Lamentablemente las fuentes censales no colaboran en la recuperación de orígenes provinciales. Parece claro que los vascos, en la medida de lo posible -si había mujeres o si podían llamarlas- preferían construir sus parejas con gente de su pequeña Euskal Herria (peninsular o continental); también que los vascos formalizaban sus parejas en un número tan importante con otras nacionalidades (uruguayos, argentinos) que con sus pares allende los Pirineos.

Por último, los vascos también permiten comprobar que la elección de la pareja tenía cierta correlación con la "oferta femenina/masculina disponible". Hacia 1870, a medida que nos alejamos del puerto de Buenos Aires hacia el interior, por ejemplo Tandil o Lobería, crecen los números de casos con un cónyuge vasco, al igual que aumenta -a falta de otras posibilidades- la endogamia entre vascos de ambas laderas de los pirineos. Tres décadas más tarde, el comportamiento vasco respecto al matrimonio presentaba algunos cambios. Lo primero que se puede notar es que -junto a la homogeneización del espacio- ha aumentado sustancialmente el número de casos en que uno sólo de los cónyuges es vasco, lo que refleja ciertos comportamientos más exogámico. Las parejas ahora se conforman con españoles y nativas, y en menor medida con franceses; también existen unos pocos casos de orientales e italianos.

Todo parece indicar que, tal cual nos han mostrado los datos sobre la composición del grupo inmigrante vasco, las mujeres raramente viajaban a la deriva; dicho de otra manera, que la gran mayoría de aquellas venía con un destino civil más o menos concertado de antemano. Si no conocía ya a su pretendiente, no es difícil de imaginar que su hermano, primo o tío a quienes tenía que buscar al llegar, ya lo hubiesen hecho por ellas.

Pero si observar porcentajes de casamientos entre vascos según las cédulas censales sugiere una sensación fuerte de endogamia, ésta se relativiza aún más cuando se procede a analizar con detalle la composición de las parejas. La edad es el primer elemento que se nos presenta como diferenciador. Gran parte de las casamientos entre connacionales corresponde a personas mayores de 40 años, mientras que los casamientos entre vascos y nativas revelan edades jóvenes (entre 20 y 30 años). ¿Acaso los que han llegado a Argentina muy jóvenes o siendo niños tienen mayores problemas -o no les interesa- para mandar a llamar a una mujer vasca para conformar su pareja? ¿O sucede que hacia fines de siglo XIX -aunque luego se incrementará- se debilita el flujo inmigratorio y los jóvenes vascos no se encuentran fuertemente ligados a las redes sociales étnicas como estuvieron sus mayores? Parte de la respuesta parece encontrarse en otros dos elementos que entran en juego: el escenario y los oficios. Todo parece indicar que el espacio donde se movilizaban los actores tenía un fuerte peso en las posibilidades de elegir pareja. Nuestra sensación es que los vascos que trabajaban o al menos visitaban frecuentemente el pueblo, tenían mayores posibilidades de participar de las redes sociales -tejidas conciente o inconscientemente por los vascos- y terminar sus días junto a una compatriota. La gran mayoría de las parejas de vascos y nativas residen en las zonas rurales. Un hecho a destacar es la cantidad de casos en los cuales los hombres son lecheros, tamberos o puesteros. ¿Se trata de trabajos con escasas posibilidades de participación social, aislados tanto de sus compatriotas como de los nativos?

Pero como ya hemos adelantado, estamos convencidos que la medición de matrimonios -aislada de otros comportamientos- no puede ofrecernos un resultado final satisfactorio de las experiencias de integración social de los inmigrantes. Las cédulas censales, como fuente para este análisis, tiene elementos a favor y en contra. El principal obstáculo reside en la arbitrariedad de los censistas para tomar los datos en cada vivienda, lo que brinda dificultades al momento de reconstruir las parejas. Pero posee algunas ventajas que no encontraremos en los libros de casamiento parroquiales. Podemos reconstruir parejas, que no han formalizado ante la ley ni el altar, que en aquellas no figuran. Incluso podemos intuir algunos mecanismos en la conformación de las parejas. Es notable -hecho que obedece a la tradición euskalduna- la cantidad de cuñados/as solteros que conviven con muchos de aquellos matrimonios; como también llama la atención la cantidad de apellidos repetidos que residen cerca. Esto habla a las claras del mecanismo de inmigración en cadena; pero también hace suponer que muchas de las parejas se conformaban por la cercanía de las viviendas o por presentación de familiares.

Por último, observar el comportamiento vasco ante el matrimonio a lo largo de un período de treinta años -utilizando los libros de casamiento- también nos puede ayudar a comprender parte del fenómeno. Entre 1850 y 1880, los vascos "del Tandil" aparecen vinculados en 339 enlaces, como cónyuges o testigos. Es significativo que en 67 casos, cónyuges y testigos son todos vascos; en 27 oportunidades, ambos cónyuges y un testigo; y otras tantas veces, un cónyuge y ambos testigos. Estas cifras, al igual que los 35 casos en que sólo los testigos son vascos o los 30 enlaces en que un cónyuge y un testigo lo son, parecen denotar cierta "endogamia" entre los miembros de la comunidad vasca. Pero al mismo tiempo y apoyando la idea de que los casamientos entre connacionales no debilitaban necesariamente la integración, en más de 100 casos los mismos vascos aparecen participando como testigos de cónyuges argentinos y en menor medida de otras nacionalidades. En síntesis -sobre todo en pueblos en formación- no es contradictorio que los extranjeros experimentaran una integración "rápida" con la sociedad receptora aunque esto no se vea reflejado en las pautas matrimoniales, que son endogámicas.