Concept

Análisis de las narraciones orales

Si abordamos el tema de las tradiciones orales en general y de los mitos y cuentos maravillosos en particular, tenemos que empezar por hacer una reflexión básica: las tradiciones orales que encontramos no han tenido siempre la misma forma que ahora presentan a nuestros ojos. Por tanto, nuestro conocimiento avanzará en la medida en que seamos capaces de reconstruir el estado primitivo de esas tradiciones que han llegado transformadas hasta nosotros. El modelo que a continuación se describe se sitúa en esa óptica de reconstrucción y de recuperación de los significados perdidos, reuniendo y resumiendo los elementos principales que intervienen en la transformación de las tradiciones orales.

Oralidad

La tabla muestra el material que el investigador se encuentra, es decir, la narración, tal cual fue registrada. Según sea el aspecto que presenta dicho material, podemos clasificarlo en tres categorías principales: narraciones que mantienen el equilibrio original, narraciones que se hallan desequilibradas a consecuencia de haber sufrido una o varias transformaciones, y narraciones que, tras haber sufrido transformaciones, han logrado alcanzar un nuevo equilibrio.

Sospechar que una narración cuya versión analizamos, pueda estar en equilibrio original, es decir, que desde que fue concebida y contada por primera vez, hasta que fue registrada en la versión que podemos observar, no ha cambiado ni de forma ni de significado, es una hipótesis ciertamente arriesgada. Sin embargo, tenemos en el País Vasco un ciclo legendario, probablemente bastante moderno (de entre los siglos XVI a XVIII), justamente el que se refiere a los conflictos habidos entre el mundo rural y el incipiente mundo urbano, por causa del traslado de las iglesias de sus emplazamientos originales a las villas, del cual se podría suponer que se halla notablemente próximo de su forma y significación originales.

Estas leyendas critican el proceso de urbanización de la religión que sigue inexorablemente al de urbanización de la sociedad en su conjunto, afirmando que la Virgen María, los ángeles, o el santo a quien la iglesia se dedica, no son partidarios del traslado de la misma, y que lo demuestran trasladando de noche al emplazamiento original, los materiales que de día se llevaron al lugar propuesto para el nuevo emplazamiento. El Cielo opina sin lugar a dudas que las iglesias han de mantenerse allá donde siempre han estado. Veamos un ejemplo:

"Una vieja leyenda que se cuenta en Amezketa dice que la iglesia de Amezketa fue fundada en tiempos de San Bartolomé. Y que los vecinos de Amezketa la quisieron construir en la plaza, pero que San Bartolomé la quiso construir en Ergone. Y que así, lo que los vecinos de Amezketa construía de día en la plaza, el santo, con carro y bueyes se lo llevaba de noche a Ergone. Una mujer de Mizpisagasti solía estar acechando desde la ventanilla de casa las andanzas del santo, hasta que llegó a incomodarlo. Y una noche San Bartolomé, al llegar al par de la casa de Mizpisagasti, aguijoneó a los bueyes diciendo:

"Venga rojo! Venga blanco!, a quien acecha sácale el ojo!"

Mientras Mizpisagasti sea Mizpisagasti siempre habrá allí algún inválido o tullido.

Y así se le salieron los ojos a la mujer, y se construyó la iglesia en el sitio en el que hoy se halla: algo lejos de la plaza"

(Barandiaran, 1973).

La notable abundancia de versiones de este ciclo legendario, su uniformidad y su vinculación con sucesos históricos bien conocidos, sugieren la hipótesis de su origen moderno y por tanto en este caso podría ser admisible la hipótesis del equilibrio original. Cuanto más antigua parezca ser la tradición, menos admisible será la hipótesis del equilibrio original, aunque a veces sucede que tras culminar una investigación se comprueba que alguna de las versiones manejadas se hallaba, cuando fue registrada, notablemente próxima del primitivo original, incluso siendo éste de gran antigüedad, es decir, que no había sufrido apenas transformación tras un período de tiempo considerable. Esto sucede por ejemplo con una de las versiones que sitúa el fin de los gentiles en el dolmen de Jentilarri. De todos modos, incluso en ausencia de tales ejemplos, habría que conservar en todo caso esta hipótesis a modo de supuesto teórico.

El investigador puede toparse también con relatos de aspecto equilibrado, sin contradicciones ni agujeros semánticos evidentes, cuyo apariencia, sin embargo no obedece a un estado de equilibrio original, sino a un estado de reequilibrio conseguido con una perfección notable. Se trata pues de un relato que ha sufrido transformaciones y que ha alcanzado posteriormente un nuevo equilibrio, distinto del original.

En presencia de un relato tal, el investigador no puede sino constatar el equilibrio de la estructura y de los significados, ya que nada le señala o le permite adivinar la presencia de los desequilibrios que han precedido al estado actual. Según esta definición, las narraciones reequilibradas serían en rigor indetectables, ya que no ofrecen ninguna pista y su equilibrio aparente es igual que el de las narraciones en equilibrio original. ¿Cómo es posible entonces detectarlas y distinguir unas de otras? La pista que revela la existencia de una narración reequilibrada proviene habitualmente de las otras versiones de dicha narración. Cuando el aspecto de la narración reequilibrada es perfecto, sólo la acumulación y el análisis comparativo de más versiones de la misma puede conducirnos a detectarla.

Algunas leyendas de lamiñas son buenos ejemplos de narración reequilibrada. En ellas se nos muestra a estos malvados seres nocturnos introduciéndose en las casas y asustando a las mujeres para cenar a su cuenta, en unos relatos bien estructurados, coherentes y sin contradicciones aparentes. De hecho si no contáramos más que con estas versiones, llegaríamos a la conclusión de que las tales lamiñas son efectivamente unos seres malvados y abusadores cuya osadía resulta al final justamente castigada, ya que nada parece señalar lo contrario: ninguna grieta o cicatriz semántica se puede apreciar en dichas leyendas.

"La mujer de Arrosane, Maria Ignacia, se ocupaba en hilar, y la lamiña se le metía todas las noches por la chimenea y le decía: ¬-"Maria Ignacia, dame manteca".

Un día que no tenía manteca la mujer contó al marido sus penas. -"Yo me quedaré si quieres", le dijo su marido, y vestido con las ropas de la señora, se quedó hilando a la espera de la lamiña. A la hora acostumbrada vino la lamiña y le dijo:

- "Ayer pirra-pirra (finamente) y hoy pordolka-pordolka (toscamente), quién eres tú?

- "Yo mismo, a mí mismo"

- "Dáme manteca"

Entonces el hombre echó a la cara a la lamiña la manteca que tenía derretida. La lamiña dio gritos desgarradores. Las otras lamiñas al oír los gritos salieron de su cueva y le dijeron:

- "Quién te ha hecho eso?"

- "Yo mismo a mí mismo"

- "Si tú misma te lo has hecho, a quién quieres culpar?"

(Barandiaran, 1973)

Como se puede observar se trata de un relato semánticamente equilibrado, sin contradicciones aparentes y sin elementos que chirríen en la estructura narrativa. La señal que revela que no se trata de un relato en equilibrio original sino de uno reequilibrado, sólo puede provenir por tanto del análisis de otras versiones del mismo ciclo. La que figura a continuación no puede ser más reveladora:

"Un verano, una mujer de Sarrasketa escardaba el trigo; por la tarde acudía a la casa a dar el pecho a su bebé. Cuando volvía, se encontraba un montoncito de trigo escardado y la escarda en el lugar donde la dejó. Andaba sin poder adivinar quién le hacía ese trabajo. Un día le pudo la curiosidad y se dijo para sí que tenía que engañar a aquel trabajador desconocido. Simuló andar hacia la casa, pero al cabo de poco rápidamente volvió. Sorprendió a la lamiña escardando. Le preguntó qué hacía y ésta le respondió que estaba escardando para ayudarla, que hacía lo mismo que ella hacía. La lamiña le dijo que quería ayudarla hasta acabar de escardar el trigo, pero que querría trocitos de pan fritos en manteca al atardecer. Esa noche y las siguientes siempre acudía a casa aquella lamiña a pedir sus trocitos de pan frito. Al final la mujer se hartó de tanto dar. Una noche refirió al marido lo que le sucedía, y que no podía estar dando continuamente. El marido le prometió pensar algo. Aquella noche, el marido se vistió con las ropas de la mujer y envió a esta a acostar. A la hora de costumbre se presentó en la puerta la lamiña. El marido le franqueó la entrada, encendió un gran fuego y ambos se sentaron a la lumbre a calentarse. La lamiña le dijo, - "ayer hilabas pirra-pirra y hoy hilas purdulun-purdulun?" Y el marido respondió, -"ayer tenía el día así y hoy lo tengo asá." La lamiña le preguntó su nombre. Le contestó: "Yo mismo". Entonces aquel hombre pone la sartén en el fuego con un buen trozo de manteca; para cuando esta se fundió la lamiña se había medio dormido y el hombre le arrojó aquella manteca hirviente a su bajo vientre. La lamiña salió afuera profiriendo grandes alaridos, y un gran grupo de lamiñas acudió al escándalo y le preguntaron quién le había hecho tal cosa. La lamiña castigada respondió: "Yo misma". Y el resto replicó: "Pues qué le vamos a hacer". El sembradío de delante de la casa estaba arado. Aquella noche las lamiñas volvieron atrás todos los surcos y llenaron el campo de piedras"

(Cerquand, 1881-82).

Esta versión no es ni mucho menos tan coherente como la anterior, y es precisamente su torpeza narrativa la que nos revela el trabajo de digestión que se está operando en su interior. Al parecer las lamiñas no son esos malvados seres nocturnos que entran en las casas sin más y cenan gratis a base de asustar a las señoras. Tras la petición de los trozos de pan fritos se esconde una prestación de ayuda. Lo que parecía una petición descarada y sinvergüenza era en realidad la contraprestación debida por una ayuda anterior, caída en el olvido. Por tanto, estas historias de lamiñas ladronas, aparentemente equilibradas no están en equilibrio original, sino reequilibradas, en un nuevo equilibrio semántico que desvirtúa totalmente el significado original que un día tuvieron.

Este fenómeno que hemos observado en el ciclo de las lamiñas ladronas lo podemos hallar también en el mito del fin de los gentiles. Si tomamos por ejemplo, la versión llamada Leizadi, da la impresión de tratarse de un relato equilibrado cuya significación es clara y no deja lugar a dudas:

"Dicen que viviendo los gentiles en una cueva de Leizadi, apareció en el cielo una estrella de singular hermosura. Al verla, se asustaron los gentiles, y andaban inquiriendo lo que iba a acontecer en el mundo. En cierta ocasión sacaron del interior de su cueva a un anciano medio ciego, abriéronle los párpados con una pala de hornos, lo pusieron mirando al cielo, pensando que él conocería qué significaba la estrella. En cuanto la vio, exclamó: "¡Ah, niños míos! ha nacido el Kixmi, ahora estamos perdidos. Lanzadme por este precipicio". Los gentiles llamaban Kixmi a Jesucristo, y dicen que Kixmi significa mono. Como lo dijo, precipitáronle por los peñascales abajo, y así murió el anciano gentil. Después, al empezar a difundirse el cristianismo por el mundo, los gentiles se desparramaron y se perdieron luego"

(Barandiaran, 1973).

El significado de esta versión de estructura armoniosa y carente de defectos resulta tan claro y evidente que el propio Barandiaran la interpretó sin ningún tipo de reservas:

"La significación histórica del relato aparece clara, puesto que todo él tiende a conmemorar dos acontecimientos históricos: la venida de N.S. Jesucristo y la destrucción del gentilismo"

(Barandiaran, 1973).

Sin embargo, el análisis de las restantes versiones del mito pone en jaque el equilibrio y la coherencia semántica de esta versión de Leizadi. Y de nuevo, al igual que ocurre con la lamiña de Sarrasketa, serán las versiones más torpes y menos pulidas las que ofrezcan una información más valiosa. Llamamos versiones "torpes" a aquellas que muestran algún tipo de desequilibrio. A causa de tales desequilibrios no suelen resultar armoniosas desde un punto de vista narrativo, y por ello el lector no investigador llega más difícilmente a conocerlas. Y sin embargo son las que contienen una información más valiosa.

Dentro del conjunto de relatos torpes, es posible hallar ejemplos de señales más o menos evidentes, más o menos disimuladas de un desequilibrio narrativo. Estos relatos son aquellos que tras haber sufrido una transformación han discurrido por cadenas de transmisión mayoritariamente compuestas por eslabones-repetidores, de modo que las señales de dichas transformaciones no han sido aún maquilladas y resultan evidentes para el observador. El artículo que expone la evolución de las narraciones orales cita cuatro tipos de transformación, y a cada uno de estos tipos va a corresponder una señal que evidencia su presencia. Las señales que revelan un desequilibrio son: la presencia de elementos sin contenido ni función apreciable, la presencia de elementos que chirrían en la estructura narrativa, las racionalizaciones y las contradicciones semánticas.

  • Elementos sin contenido ni función apreciable

La presencia en un relato de un elemento sin contenido ni función apreciable, es decir, de un elemento que no explica nada, que no se vincula a ningún otro, en resumen, que está de sobra se mire como se mire, revela la pérdida del elemento que lo explicaba y al cual estaba vinculado originalmente. Obviamente un elemento que sobra, tiene tendencia a desaparecer rápidamente, y si no sucede así, ello sólo es debido a la presencia de numerosos eslabones-repetidores en la cadena de transmisión. Esto es exactamente lo que sucede en el cuento de la bruja ladrona, mencionado en el artículo sobre la evolución de las tradiciones narrativas, en el que tras desaparecer el motivo del héroe que ingresa como aprendiz de orfebre y simula fabricar los anillos de las princesas, el relato sólo retiene la imagen del protagonista golpeando la ventana con una martillo, "kax-kax-kax", sin que sepamos ni entendamos qué es lo que está haciendo. Se ha convertido en un elemento sin contenido ni función alguna.

  • Elementos que chirrían en la estructura narrativa

La presencia en la estructura narrativa de elementos que chirrían en dicha estructura, revela lo reciente de su incorporación y que aún no han podido ser bien digeridos y encontrar una posición más armoniosa en la sucesión narrativa. Suelen ser señal del propósito del narrador de incluir en el relato sea como sea, motivos ajenos y extraños al mismo, y de su poca habilidad para cumplir tal propósito sin dejar mucho rastro. Un magnífico ejemplo es la leyenda suletina del Tártaro y el niño, evocada en el artículo de la evolución de las tradiciones narrativas. La escena en la que el Tártaro, cegado su único ojo por el asador que el niño le ha clavado, acierta sin embargo a apuntar y a lanzar el anillo parlante con precisión, y en la que el niño olvida su pánico y se detiene a recoger dicho anillo y se lo pone en el dedo es de una torpeza sin precedentes, hasta tal punto que no merece más comentario ya que se comenta solo. Fuera del País Vasco, otro magnífico ejemplo del mismo caso lo encontramos en la "Hostoria" mitológica de Irlanda, en la crónica de la batalla de Mont Trogaide, en la que tras describir una serie de combates sangrientos,

"Cuando la batalla estaba en lo más álgido, surgió una peste que mató a Lugaid y a Caesarn, junto con todo su pueblo, así como en el otro bando, a muchos de entre los "hombres de Irlanda". Todos fueron enterrados allí mismo"

(Morris, 1937).

Es sabido que las epidemias pueden surgir en un campo de batalla, pero al cabo de varios días, no cuando la batalla se está librando y se encuentra en su punto más álgido. El cronista ha querido introducir en el relato el motivo de la peste, sea como sea, y su intento resulta bastante evidente. La presencia de elementos que chirrían en la sucesión narrativa siempre es motivo de atención, ya que revela que "algo pasa", algo que quizás merezca ser investigado. Puede tratarse simplemente de que un motivo fascina al narrador, como presumiblemente sucede con el anillo parlante del ejemplo anterior, o bien como en este último caso, puede tratarse del propósito del cronista por mencionar en el mismo relato las escatologías respectivas de dos culturas distintas que conviven en un mismo espacio (la celta y la pre-celta dolménica). Escatología derivada de una gran batalla final, como es bien conocida en las restantes culturas indo-europeas, y escatología derivada de una súbita epidemia, según el referente mitológico de la antigua cultura dolménica, cuyos vestigios son aún reconocibles a lo largo de la Europa atlántica.

  • Racionalización

La racionalización es la operación que realiza un narrador para dotar de sentido a un elemento del relato que en sí mismo le resulta de difícil o nula comprensión. Este supuesto puede darse a raíz de la pérdida de algún elemento del texto, pero lo más habitual y frecuente es que se produzca como consecuencia de una pérdida de información contextual. Un dato del contexto desaparece, justamente aquel que permitía entender el elemento que ahora resulta incomprensible, y como consecuencia, el narrador se ve obligado a buscar una explicación alternativa a ese elemento que ya no es capaz de entender. La racionalización es el discurso que sustituye a la clave contextual que un día explicó el significado del elemento del texto hoy devenido incomprensible. Es el discurso que viene a arreglar la cojera que aqueja al relato, pero es un arreglo que se realiza con gran respeto y fidelidad para con el original. En efecto, el narrador que emplea la racionalización muestra su preferencia por reproducir con fidelidad un elemento que no es capaz de entender, pero que es el elemento que él mismo recibió, aún a costa de tener que elaborar una explicación para el mismo,- incluso a veces una explicación poco convincente-, antes que sustituirlo por otro que luciría más hermoso, más expresivo y más entendible, pero que sería menos auténtico. Es un narrador que se preocupa por la autenticidad y por el origen de lo que cuenta.

Localizar una racionalización es tarea bastante sencilla, ya que se trata de un discurso distinto que se destaca bastante evidentemente dentro de la sucesión narrativa. Frecuentemente es introducido por expresiones como, parece ser que... , "si esto es así,..." u otras semejantes; pero incluso en ausencia de tales expresiones, en aquellas ocasiones en las que el narrador argumenta con más convicción, el carácter argumental y explicativo del discurso destaca en el relato, como distinto de los restantes elementos del mismo. Y es que es un injerto de una madera distinta.

Refiriéndonos de nuevo al artículo sobre la evolución de las tradiciones narrativas, el relato de las lamiñas del puente de Utsalea que allí se menciona ofrece un buen ejemplo de racionalización, ejemplo que se ve confirmado por cuanto ya sabemos sobre las historias de lamiñas. La señora de Gaazetxe aparece sentada junto a la cama de una lamiña moribunda en la gruta donde moran estos seres, rezando una oración por su alma. El narrador, en un contexto cristiano donde este tipo de familiaridad ya no está bien vista, siente la necesidad de explicar y de justificar la imagen que describe, e inventa una explicación bastante extravagante e inédita (cosa que también sucede en otras muchas racionalizaciones): las lamiñas no pueden rendir el último suspiro si un cristiano no reza antes una oración por su alma. Tal dato no aparece por supuesto en ninguna otra ocasión en todo el repertorio de la mitología vasca.

Al contrario que en los supuestos anteriores de desequilibrio, resulta relativamente fácil encontrar ejemplos de racionalización. La explicación es sencilla: los supuestos anteriores suponen una situación inestable y por tanto el recorrido de los relatos en tal estado podía compararse al de una estrella fugaz. Sin embargo la racionalización es un procedimiento que confiere estabilidad al relato, el cual puede tener una larga vida sin más alteraciones, por lo que resulta más fácil encontrarlo. Como por otro lado la racionalización permite la conservación del elemento antiguo, en lugar de su sustitución por otro, resulta una de las fuentes de información más interesantes y aprovechables para el investigador.

Las versiones del mito del fin de los gentiles contienen algunos ejemplos interesantes de racionalización. Veamos algunos.

"Dicen que los moros vivían en las cuevas. Entonces , sin duda, no se veían nubes; mas he aquí que una vez aparece en el cielo una hermosa nube, todos quedaron maravillados. Tenían un abuelo muy anciano, ciego hacía ya tiempo. Pensando que éste sabría qué significaba la nube, sacáronle del rincón de la cueva en que se hallaba, a la luz del zaguán. Como estaba ciego, abriéronle los ojos con horquillas de haya que ex profeso habían hecho en el bosque. El anciano abuelo al ver la nube dijo: "Jóvenes, ha pasado nuestro tiempo; Jesús ha nacido al mundo y nosotros estamos perdidos". Al decir esto, todos encogidos metiéronse en la cueva y se acabó: nunca más volvieron a salir. Por eso, cuando caíamos al suelo al tropezar con algo, nos decía el abuelo: "Habrá que abriros los ojos con horquillas de haya como al moro?"

(Barandiaran, 1973).

"Entonces, sin duda no se veían nubes", he ahí un magnífico ejemplo de racionalización. El narrador nos relata que los jentiles quedaron maravillados al contemplar la nube, y nos confiesa implícitamente que no entiende el porqué de tal asombro, que no entiende qué puede tener de extraño o maravilloso una simple nube, pero que así se lo contaron a él y que así lo refiere él mismo también, por más que siga sin entenderlo. En la versión de Segura de la misma leyenda el discurso racionalizador se desarrolla aún un poco más:

"Cuentan que antes de la venida de N.S. Jesucristo, vivían los gentiles en el collado de Balenkaleku. Entonces no llovía, ni se veían nubes en el cielo. Cuando allá en lontananza apareció la primera nube, se asustaron todos. Había entre ellos un anciano de 400 años que vivía retirado en su cabaña. Sacáronle de allí para que observase el extraño fenómeno; más el no lo veía, porque no podía abrir los ojos. Entonces los suyos, separáronle los parpados con una palancas. Cuando el anciano vio la nube, dijo: "Será perdida nuestra raza", En efecto, desde entonces se propagó por todo el país el cristianismo y desaparecieron los gentiles. Dicen que el nombre de Balenkaleku proviene de haberse hecho uso de palancas para abrir los párpados del anciano gentil"

(Barandiaran, 1973).

"Entonces no llovía, ni se veían nubes en el cielo". Claro está que si no hay nubes tampoco puede haber lluvia, como bien discurre el narrador. En esta versión de nuevo nos hallamos con un injerto de discurso explicativo que trata de hacer entender por qué una nube causa miedo entre los gentiles, y nos muestra que el propio narrador tampoco lo entiende y que por eso siente la necesidad de introducir una aclaración. Sólo que esta vez resulta un poquito más elaborada que la anterior.

Sin embargo el narrador que contó la leyenda a R.M. Azkue es quien se lleva la palma de la elaboración, y lleva el discurso racionalizador hasta el extremo, dejándolo completamente colmado y bien pulido, para que nadie pueda ponerle objeción alguna:

"El jefe de los gentiles estaba ciego. En aquel tiempo no se conocían ni las nubes ni la lluvia, aún no habían sido creadas. Las tierras vivían del rocío nocturno y de la escarcha. Una vez dijo el ciego a sus amigos:

- "Muchachos, -les dijo-, estoy oliendo algo, mirad bien por todos lados."

- "Algo se ve sobre el mar."

- "Abridme los ojos con una horquillas". Así lo hicieron. Esto sucedía en el monte Ernaga. El ciego, con los párpados abiertos, siguió así: "Que Ernaga sea maldito! Han nacido los filisteos y estamos perdidos para siempre! Echadme por ahí en alguna esquina. Haced lo que podáis!

Entonces murió el jefe de los gentiles y sus compañeros llevaron su cadáver a Arraztaran. En Arraztaran está Jentilarri, la piedra sobre la tumba del gentil. Entonces desparecieron los gentiles de entre nosotros. Recientemente anduvieron algunos buscando huesos de gentil en Arraztaran, pero en vano"

(Azkue, 1935).

La racionalización conduce al narrador a preguntarse cómo podían sobrevivir las plantas sobre la tierra si no había nubes, ni por tanto lluvias, y a justificarlo de alguna manera, complicando cada vez más el injerto explicativo, que se vuelve más y más evidente. Gracias a la pista ofrecida por estas racionalizaciones la investigación ha podido concluir que el motivo presente en la versión más antigua del mito es efectivamente el de una nube, y que el resto de apariciones (estrella, nieve, caldero con agua de mar,...) son sustituciones posteriores. Hay que subrayar además el hecho de que en las versiones en las que la aparición que asusta a los gentiles y anuncia/causa su desaparición es una estrella, no hay intento alguno de racionalizar el motivo, ya que en el contexto cristiano donde se cuenta la leyenda, la estrella de Belén basta para explicar que una estrella pueda anunciar el nacimiento de Jesucristo, el cual se asocia también en dicho contexto cristiano con la desaparición de la gentilidad. Por tanto todo se entiende muy bien y en consecuencia el narrador no se siente obligado a aportar ninguna explicación.

Las versiones expuestas de la leyenda del fin de los gentiles contienen además otra racionalización, quizás algo menos evidente que las que aparecen en torno a la nube, pero racionalización al fin: la descripción del gentil profeta. La leyenda refiere que el gentil que profetiza el fin de su raza es "ciego" y "anciano", porque sus párpados se abren con ayuda de instrumentos tales como palancas, horquillas de haya, o palas de horno. Sin embargo resulta extraño que sea un ciego el que ve la nube y la interpreta, como extraño resulta igualmente que si se trata de la primera nube, la ancianidad sea una ventaja a la hora de saber interpretar la aparición. La presencia simultánea de dos racionalizaciones en un mismo relato revela la presencia en el mismo de varios elementos que ya no son correctamente entendidos, y sugiere que pueda tratarse de una leyenda de gran antigüedad. La primera condición para una investigación exitosa es la correcta selección del tema a investigar, ya que todas las armas formativas y metodológicas puestas a disposición de la investigación pueden resultar perfectamente inútiles si se aplican sobre el tema equivocado. En el caso del fin de los gentiles, las racionalizaciones comentadas hicieron posible fijar la atención sobre esta leyenda, cuya investigación condujo a una serie de descubrimientos de gran interés, y en concreto a recuperar la significación original tanto de la nube como de la erección de los párpados. La nube es la imagen que representa la epidemia universal, símbolo escatológico por excelencia en la cultura a la que pertenece, y la erección de los párpados es el gesto ritual que manifiesta la caída en el trance adivinatorio. Ambas pertenecen a la cultura dolménica, algunos de cuyos vestigios son aún reconocibles a lo largo de la Europa atlántica, y cuyo origen se remonta a algo más de seis mil años. Todo ello ha sido posible tras una larga y exhaustiva encuesta, cuya acertada orientación inicial, sugerida por las racionalizaciones expuestas, ha sido decisiva. (Ver Laino Marismea, Gentiles, y Adivinación en la Mitología Vasca).

  • Contradicciones

Por último, la cuarta señal de desequilibrio que un relato puede manifestar son las contradicciones que pueden descubrirse en su interior. Estas contradicciones pueden ser inmediatamente evidentes en la sucesión narrativa, o bien quedar ocultas en la misma y no manifestarse más que a la luz de ciertas informaciones contextuales.

Una contradicción puede surgir en cualquier momento dentro del proceso digestivo que un relato realiza a fin de integrar lo más armoniosamente posible los elementos que pugnan en su interior, hasta lograr un estado de equilibrio semántico. Sin embargo, lo más habitual es que una contradicción surja como consecuencia de una incorporación. En efecto, cuando acaece una pérdida, en cualquiera de los niveles, la función de los narradores a lo largo de la cadena de transmisión es la de rellenar un hueco, y no es lógico por tanto que en esas condiciones puedan surgir contradicciones.

Sin embargo, cuando se produce la incorporación de un elemento nuevo, ambos, el antiguo y el recién llegado han de ser armonizados de la mejor manera posible, hasta que uno de ellos, habitualmente el antiguo, desaparezca definitivamente; y claro está, las contradicciones aparecen a lo largo de dicho proceso. Precisando algo más, se puede afirmar que cuando las incorporaciones se producen a nivel contextual, es justamente cuando más probable será que surjan contradicciones, porque el texto dispone en delante de dos claves para ser interpretado, dos claves que posiblemente conducirán a interpretaciones radicalmente distintas. La tensión entre ambas claves interpretativas durará hasta que una de ellas desaparezca. En adelante la interpretación se realizará según la única clave contextual disponible y desaparecerán completamente todas las dudas, vacilaciones y contradicciones anteriores. Pero hasta que eso no suceda, la duplicidad de claves contextuales será un filón que hará aflorar en el texto toda una serie de tensiones, mayores o menores, que no escapan a la observación de un lector atento.

Las contradicciones no son tan estables como las racionalizaciones, porque quedan demasiado en evidencia y tienden por tanto a desparecer. Cuanto más evidente, más probable es que desaparezca. Y al contrario, cuanto más disimulada, más probable será que sobreviva. Por eso el investigador encontrará más ejemplos de contradicciones disimuladas que de contradicciones evidentes, por ser más abundantes en el corpus de las narraciones orales.

La evidencia o el disimulo de las contradicciones se corresponde a menudo con el lugar en el que se manifiestan. Así podemos distinguir entre las contradicciones que se manifiestan en el propio texto del relato, y aquéllas que sólo es posible detectar con ayuda de ciertas informaciones contextuales, no inmediatamente evidentes.

Un buen ejemplo del primer caso nos lo ofrece el relato reproducido más arriba, de la lamiña que auxiliaba a la señora de la casa Sarrasketa. Este soberbio ejemplo de un relato en plena digestión de una transformación, nos cuenta cómo tras ofrecer varias veces la lamiña su ayuda desinteresada a la señora de Sarrasketa, acuerda con ésta recibir una merienda a cambio de su trabajo. Sin embargo, súbitamente y sin que nada explique el cambio, la señora cambia completamente su actitud y olvidada de la ayuda que recibe transmite su queja al marido al que sugiere que una pedigüeña tal bien se merece un correctivo, cosa que el marido llevará a cabo con diligencia esa misma noche. El hecho de que estos dos discursos sobre las lamiñas se hallen tan juntos en el mismo relato y sean al tiempo tan contradictorios, nos revela la presencia de dos claves contextuales opuestas para interpretar a dichos personajes: según la clave antigua, las lamiñas son seres amistosos y trabajadores que ayudan a los humanos en sus tareas a cambio de una contrprestación en forma de merienda y fuego para calentarse; según la clave cristiana más reciente, las lamiñas son seres que pertenecen al universo pagano, por tanto nocturnos y demoníacos, seres que penetran por las noches sin permiso en las casas y asustan a las mujeres para que les den de cenar. Si nos trasladamos a Hegoalde, encontramos un caso similar en una leyenda de las lamiñaku de Ogoño:

"Una vez entró una lamiñaku en cierta casa de Elantxobe, cuando se hallaban fuera los de la casa, y la criatura sola en la cuna. Púsose delante de la criatura a mecerle. Cuando volvieron los de la casa y vieron a la lamiñaku con la criatura se asustaron, y golpearon a la lamiñaku para que saliera de la casa. Como estaba sola, empezó a gritar a sus compañeras. Estas oyeron sus gritos y le contestaban: - ¿Quién te ha hecho, quién te ha hecho? - Niri miri nau (yo misma a mí misma).- Si tú te lo has hecho, arréglate tú."

(Barandiaran, 1973).

Esta pobre lamiña que, compasiva y solidaria, que cuida a la criatura que han dejado sola en casa y mece su cuna, recibe una paliza incluso antes de que se le ocurra pedir algo de merienda por sus servicios. Aunque sus obras y su comportamiento son manifiestamente benéficos, el hecho de ser una lamiñaku parece bastar en el Elantxobe de la época para justificar plenamente el miedo que causa a los habitantes de la casa y la paliza que recibe a continuación.

Por último y para terminar, tenemos un buen ejemplo del segundo tipo de contradicción en la leyenda de los gentiles de Jentilbaratza que acuden al caserío Agerre, leyenda que se reproduce en el artículo sobre la evolución de las tradiciones narrativas, para ilustrar el caso de la incorporación de una nueva información al contexto del relato. Quien no preste suficiente atención al contexto en el que se cuenta la leyenda, no apreciará contradicción entre el hecho de que los gentiles aparezcan en la misma como los depositarios de las costumbres de buena vecindad y los modelos a seguir en la práctica de las mismas, y que por otro lado al mismo tiempo queden clasificados en el grupo de los seres nocturnos que temen la luz solar y el canto del gallo. Sólo ese conocimiento contextual nos revela que ambas posiciones son contradictorias, ya que el rechazo del sol y la nocturnidad sólo es compartida por los seres malignos que pueblan la noche y que resultan temibles para los humanos. Una contradicción aún leve, cuyo destino normal en un contexto fuertemente cristianizado, sería acrecentarse hasta que la faceta nocturna y maligna de los gentiles se adueñara completamente hasta el punto de hacer desparecer sin dejar rastro cualquier atisbo de contradicción.

Este tipo de contradicciones revelan habitualmente la existencia de una pugna ideológica. Algunas versiones del fin de los gentiles nos cuentan que el nacimiento de Jesucristo y la expansión del cristianismo fueron la causa de la desaparición de los gentiles, y sin embargo en el mismo contexto cultural se nos cuenta también que tal o cual iglesia fue levantada por los gentiles. También está ampliamente difundida la creencia de que jentiles y lamiñas desaparecieron como consecuencia de la proliferación de iglesias y ermitas y del tañer de sus campanas, pero de nuevo en el mismo contexto también oiremos referir la leyenda del gentil que subió la gran campana hasta el campanario llevándola a modo de boina en la cabeza. También escucharemos incesantemente que los gentiles eran mejores cristianos que los propios cristianos, al tiempo que son considerados seres nocturnos que huyen de los rayos del sol y del canto del gallo. La tensión ideológica es manifiesta asimismo en torno a la actividad sacrificial, y se evidencia en el conflicto entre los conceptos de ofrenda y robo. Por un lado, encontraremos las leyendas en las que intervienen los principales seres mitológicos asociadas a hechos e historias de robos diversos: Mari roba corderos a los pastores, Basajaun les sustrae leche y queso, las lamiñas roban de noche la comida a las señoras, entrando por la chimenea y solicitándola de modo insistente y coercitivo, y todos ellos reciben casi siempre el justo castigo. Pero por otro lado y junto a las primeras también encontramos que la gente acude al oráculo de Mari con regalos, que Basajaun recibe ofrendas de los pastores agradecidos por proteger a sus rebaños de los lobos y de las tormentas, y que las lamiñas reciben los suyos en contraprestación por los trabajos que realizan a beneficio de los habitantes de la casa. Unas nos hablan de robos y de malhechores, otras de bienhechores y de ofrendas. Religión nueva y religión antigua, contexto nuevo y contexto antiguo, muestran su conflicto y su tensión haciendo surgir estas y otras contradicciones. El pueblo cristianizado cree que una misa cantada por un cura tiene poder para sanar a un enfermo, y en esa fe reconoce al cura y a Dios tal poder; sin embargo, al mismo tiempo también cree que si el dinero que se entrega al cura para cantar la misa ha sido reunido a base de muchas aportaciones pequeñas, dicha misa tendrá más fuerza para sanar al enfermo que si la suma hubiera sido entregada por una sola persona, con lo cual sitúa el poder místico en el "karma" de la solidaridad vecinal, suplementando o desmintiendo parcialmente, según se mire, el reconocimiento anterior. De nuevo el conflicto entre dos fuentes de legitimidad, exponente del mismo conflicto ideológico.

El vigor y la extensión de este tipo de contradicciones pueden arrojar cierta luz allá donde no llega la Historia. Por ejemplo, a lo largo de la Europa atlántica hay diferencias muy notables entre la imagen ideológica de los gentiles que se conserva en unas regiones y en otras, y aunque el número de casos es desafortunadamente demasiado exiguo para otorgar valor estadístico a la observación, hay indicios que permiten formular la hipótesis de la existencia de cierta correlación entre la mejor conservación de la auténtica mitología de los gentiles, y la imagen más positiva de los mismos. Es decir, que en los mismos lugares donde apenas queda auténtica mitología de gentiles, estos son descritos de un modo muy negativo, y al contrario, la mejor conservación coincide con una mejor valoración. Y por supuesto, diversos grados de contradicción son observables en los casos intermedios.