Lexikoa

PARTIDO (SISTEMA DE PARTIDOS EN HEGOALDE)

El monarquismo dinástico. El liberalismo vasco aglutinó, en los primeros años de la Restauración, a todas las fuerzas anticarlistas -desde moderados hasta demócratas y republicanos- y afirmó su vocación fuerista, concretada en su hostilidad contra la ley de 1876. Ante esta disposición, que produjo la primera fractura en el liberalismo- se definieron los intransigentes -euskalerríacos o, en Navarra, éuskaros- y los transigentes. Los primeros (procedentes en buena parte del moderantismo, aunque no faltaron hasta republicanos como Becerro de Bengoa o Herrán) impulsaron el movimiento fuerista que, en el plano político, cristalizó en la Unión Vascongada (o Vasco-Navarra). Su influencia electoral, antes de la disolución del movimiento, que permitió a sus miembros orientarse hacia diversas fuerzas políticas (en particular, el nacionalismo vasco) fue escasa: Sagarmínaga, fundador del movimiento, por Vizcaya, y si acaso, Pedro Egaña por Guipúzcoa, en 1879; Becerro de Bengoa, elegido por Alava en 1886, lo fue como republicano). Los transigentes, que pronto se identificaron con la «nueva foralidad» que suponía el Concierto económico, fueron los que -todavía bajo el sufragio censitario- se acomodaron a las fuerzas turnistas y al ritmo político del sistema canovista: elementos de significación conservadora obtuvieron 16 y 12 de las 17 actas disputadas en Alava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra en las elecciones generales de 1876 y 1879, respectivamente, así como 15 de las 18 cubiertas en las de 1884; los liberales fueron mayoritarios en 1881 (13 diputados de 17) y en 1886 (con 9 diputados, junto a 6 conservadores, 2 carlistas y 1 republicano). A partir de 1891 (sufragio universal), cabe señalar tres fenómenos: la consolidación de un sistema electoral en el que algunos distritos siguen en sus grandes rasgos el sistema del turno, otros apenas cambian de representante hasta 1923 (Zumaia, Gernika o Durango), y unos terceros aparecen vinculados a una significación política (Azpeitia) o (el caso de Amurrio) a alguna de las organizaciones caciquiles (la «Piña», en Vizcaya; los Urquijo, en Alava) que controlaron la vida política y electoral de la provincia; el progresivo encuadra miento de los liberales vascos en partidos correspondientes a los del turno -el partido conservador y el partido liberal-, que formalmente no se constituyeron en el País Vasco hasta principios del s. XX, fueron partidos de notables, y cuyo protagonismo fue compartido o disputado -en Navarra y Guipúzcoa- por fuerzas antiliberales y -en Vizcaya, y a finales del período- por nacionalistas e izquierdistas; y en tercer lugar, el mayor peso relativo -apuntado en las elecciones de 1886- de los conservadores sobre los liberales (a pesar de la elección de unos y otros, sobre todo en los últimos años del XIX a través de agrupaciones autodenominadas liberales: el Comité Liberal de Bilbao, la Coalición Liberal guipuzcoana o la Unión Liberal alavesa): de los 334 diputados elegidos como máximo en las cuatro provincias entre 1891 y 1923, sobrepasan de 150 los que pueden calificarse de conservadores y no llegan a 50 los liberales, que únicamente en Guipúzcoa tuvieron un peso relativamente superior respecto a las restantes provincias (15 liberales y 29 conservadores) y que, después de 1898 y paralelamente al declive del partido liberal desde la última década del XIX, nunca igualaron ni superaron en número de representantes a los conservadores. También estuvieron presentes en el País Vasco, a partir del segundo decenio del presente siglo, las diversas facciones que surgieron de la descomposición de los partidos del turno: al menos, albismo, garciprietismo y romanonismo, entre los liberales; y datismo (particularmente influyente en Alava, por cuyo distrito de Vitoria fue elegido Dato entre 1914 y 1920) y maurismo (de menor peso electoral que el datismo: cerca de 20 diputados entre 1914 y 1923, frente a los aproximadamente 40 idóneos). Igualmente aparecieron -aunque carecieron de presencia electoral- fuerzas políticas surgidas de la evolución de los partidos del turno, como el Partido Social Popular (en Navarra más que en las Vascongadas). Entre el liberalismo y el carlismo se situó una fuerza cuya presencia en el País Vasco representa una notable peculiaridad en el panorama político español: el catolicismo independiente. Representó a los que quisieron actuar en la vida social y política sin otra significación que la de «católicos»; surgió al calor del planteamiento de la «cuestión religiosa» a comienzos de siglo; estuvo vinculado a periódicos como «La Gaceta del Norte» (José M.ª Urquijo), «El Pueblo Vasco» (Rafael Picavea) y, hasta cierto punto, el «Diario de Navarra»; y tuvo su mayor influencia en Vizcaya (que eligió algún diputado de esta significación entre 1903 y 1916). Con todo, lo característico en la evolución del abanico de fuerzas vinculadas al monarquismo dinástico fue -sobre todo en Vizcaya y, en buena medida, como reacción contra el triunfo del nacionalismo vasco en 1918- su tendencia a la concentración y su derivación hacia un nacionalismo españolista y autoritario, que tuvo su mejor expresión en la constitución de la Liga de Acción Monárquica vizcaína y en las concepciones políticas que adoptaron durante los años 1920 algunos ideólogos procedentes en buena medida del maurismo. En la Liga se integró el catolicismo independiente, que derivó también hacia ese nacionalismo igual que el sector mellista del carlismo, aunque sin los perfiles agresivos que adquirió entre los elementos procedentes del monarquismo liberal. Y para completar el panorama de las derechas, hay que mencionar a la Unión Patriótica (organización oficial primorriverista en la que el carlismo, apartado de la Liga, recuperó un papel político de relativa importancia) y -en el tránsito de la monarquía a la República- La Unión Monárquica Nacional (que pretendió recoger y proyectar hacia el futuro la herencia de Primo de Rivera).