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NAZIONALISMOA (PRENACIONALISMO)

El prenacionalismo euskaro. Pero, entre el protonacionalismo carlista y el de los euskaros (de la AEN u otros) hay un importante matiz; estos últimos aceptan a la dinastía reinante y su orden social y sucumben con mucha menos facilidad ante la tentación secesionista. Su principal preocupación va a ser, por encima de cualquier otra contingencia, la unidad espiritual y, a ser posible, institucional de la familia euskara, a la que llamarán «Zazpirak Bat»; reafirmar la nacionalidad antes de cortar amarras, cosa que no es considerada forzosamente necesaria (ni deseable). Fermín Herrán, Sagarmínaga (antecedente inmediato de Arana Goiri), Delmás, Iturralde, Olave, Campión son nombres representativos de lo que decimos.

En una obra escrita en 1884 y publicada por entregas, «El genio de Navarra», Arturo Campión examina todos y cada uno de los elementos constitutivos de la nación romántica -lengua, raza, costumbres, historia, folklore- constatando su existencia y su adecuabilidad en el caso vasco. La nación vasca , según Campión, habría existido siempre, llegando a su culminación en el reinado de Sancho el Mayor de Navarra: «Los reyes de sangre baskona poseyeron como un vago e inconsciente presentimiento de la importancia política de la raza. Al menos los vemos ejerciendo resueltamente la hegemonía sobre los diferentes miembros de la familia euskara. Faltaron la constancia y el espíritu político precisos para fundar un Estado homogéneo, basko hasta la médula. Matrimonios hábilmente renovados hubieran conseguido la unión permanente del Señorío de Bizkaya a la Corona y el de los Estados independientes o pseudo-independientes de los baskos ultra-pirenaicos. Gipuzkoa y los cofrades de Arriaga no anexionarán tampoco sus territorios a Castilla si algunos reyes de Nabarra hubiesen dejado de tener la mano dura a las franquicias, libertades y costumbres de los gipuzkoanos y alabeses. La empresa de reconstruir una Nación euskara era digna de la mente de un gran rey. Desde las orillas del Ebro hasta la desembocadura del Adour y de la Nive, desde las costas del Cantábrico hasta los Pirineos de Jaca y del Bearne, y desde los campos de Nájera hasta el borde extremo de las Encartaciones bizkainas, había más que suficiente asiento para que un pueblo como el pueblo euskalduna afirmase y mantuviera una potente personalidad nacional» (...). «D. Sancho el Mayor fija el punto culminante de la nacionalidad nabarra. Es el más poderoso rey que ha conocido España desde la rota del Guadalete. Sus hijos y descendientes reñirán inacabables peleas por acrecer su patrimonio, no sólo a costa de las regiones que detenta el Moro, que es empresa justa, sino a costa de los mismos dominios fraternales. Nabarra conocerá grandes días aún; pero es lo cierto que ya comienza para ella el descenso de las cumbres del sumo poder español, a donde había subido por sus virtudes y heroísmo. A su lado, Aragón y Castilla dotadas de buenos órganos de prehensión, masticación y digestión, aumentan su tamaño continuamente»... El declinar de la nación vasca de núcleo navarro acaecería durante el reinado de Sancho el Fuerte: «Aragoneses y castellanos saquean y talan el Reino; cada uno de ellos arranca con los dientes mellados en el hierro de los Arabes, lo que apetece a su hambre. La hegemonía de Nabarra en la raza euskara ha muerto. No obstante la constancia y el valor épico de los defensores de Vitoria, su heroico gobernador D. Alonso Fernández de Gendulain, previo el consentimiento de su Rey, se ve en la amarguísima necesidad de rendir la plaza. Gipuzkoa, bajo solemnes pactos, se une a la corona de Castilla. Los Cofrades de Arriaga redondearán con su behetria alabesa los Estados castellanos, dejando a salvo el derecho de la Tierra. Más tarde, las fatalidades de la herencia vincularán el Señorío de Bizkaya a la misma corona. ¡Lamentable y nunca jamás bastante llorada desmembración! A la que seguirán otras, las de Labourd y la Soule, la de la Baja-Nabarra, vivero de nuestras casas infanzonas» (...). «La verdadera idea nacional se eclipsa, y los euskaldunas se destrozan implacablemente, muriendo y matando a la sombra de extranjeros pendones. Siquiera, los nabarros tuvieron la dicha de espirar, durante un par de siglos más, enrollados en el suyo propio. Nabarros y Gipuzkoanos, Gipuzkoanos y Labortanos, Alto-Nabarros y Bajo-Nabarros, Baskos de España y Baskos de Francia, todos sucesivamente, cuando no a la vez, teñían sus aceros en sangre euskara. ¡Oh, qué golpe de alegría debiste de sentir, Caín, en tu desesperado infierno!».

Ese mismo año el proyecto de ley provincial de Segismundo Moret distribuía, teniendo en cuenta intereses económicos y geográficos, a España en 15 regiones, una de las cuales, Alava, abarcaba esta provincia y los tres restantes territorios forales. Pero la nación histórica se concibe como lo había hecho Olave, del Partido Republicano Federal Navarro, un año antes: Navarra englobando al resto de los territorios vascos. Este concepto de nación vasca, historicista y nucleado en Navarra -único territorio vasco que alcanzó un carácter pleno estatal- es ya un concepto político claro, enraizado en los nacionalismos postnapoleónicos y equiparable al caso polaco o irlandés. Pero este prenacionalismo -o primer nacionalismo vasco- no es en absoluto secesionista. No posee, pues, caracteres rupturistas respecto al Estado. Es más, ningún miembro de la Asociación Euskara de Navarra ni sus corresponsales en las restantes provincias -euskalerriacos, Partido Fuerista, etc.-, se manifestó en otros términos que en los de un firme federalismo historicista descontento con el despojo foral y con el centralismo pero conforme con su pertenencia a una unidad superior denominada España. «La unidad nacional entendida del modo que la entendió la antigua Monarquía española, no el odio sino la lealtad de nuestros corazones enciende» dirá Campión en el Centro Vasco de San Sebastián durante una velada de enero de 1906 en la que, confesándose fuerista, anuncia su intención de proseguir en tal tesitura «sin renegar ni un ápice de sus antecedentes» aunque adoptando ahora el nombre de nacionalista (Obras completas, 1983, XIII). El talante de este nacionalismo queda claro en la siguiente frase: «No sé si existe nacionalismo secesionista; pero declaro con la mayor solemnidad posible que el mío es unionista (...), la Monarquía española y, dentro de ella, a ella agregadas, pero con vida propia garantizada por solemnes pactos, las naciones baskas, los Estados baskos».

En el aranismo de fines de siglo las cosas se plantean de otra manera. Sabino Arana no otorga apenas un papel troncal a la tribu vascona. Plantea un sujeto antropológico -el pueblo vasko concretizado en seis «estados» vascos igualitarios enajenados por Francia y España por la fuerza: «Bizkaya fue nación libre hasta ser en este siglo dominada por España, y Nabarra fue conquistada por Fernando V de España en el siglo XVI: si, pues, Nabarra y Bizkaya permanecen sometidas por España, es porque les place, o porque no disponen de la fuerza necesaria para reconquistar su libertad, pero no porque no tengan derecho a la independencia. Alaba y Gipuzkoa pactaron con España su adhesión; como esta nación latina faltó al convenio, aquéllas quedaron libres en derecho y si de hecho son hoy provincias españolas es porque ya no les parece tan buena su libertad antigua o porque carecen de fuerza para restaurarla, pero no porque este derecho no les asista». Su visión ya no obedece tanto al imperativo histórico; es más, podría decirse que si recoge este tipo de argumentaciones es porque es lo usual pero que lo que verdaderamente le interesa es poder establecer una frontera entre España y Vizcaya, entre España y la confederación de «estados» vascos surgida de tal frontera. En Arana Goiri prima el separatismo sobre el nacionalismo, sin que esto quiera decir que este último elemento no tenga importancia, que la tiene, aunque sea secundaria. A partir del nacimiento de este nacionalismo vasco, la idea de nación vasca seguirá itinerarios varios. Seguirá existiendo, difusa, cálida y sentimental, en las concepciones más o menos regionalistas -carlismo, federalismo, fuerismo liberal, comunión nacionalista, integrismo de las diversas agrupaciones vascas. La Liga Foral Autonomista de Guipúzcoa, suma de todas las fuerzas regionalistas de esta provincia, con ramificaciones importantes en las restantes, define en 1905 a un genérico «Fuero» como «el código civil y político del País Euskaro, la recopilación de las leyes, buenos usos y costumbres por (las) que se regía Euskaria en tiempos de feliz recordación». El nacionalismo vasco de Navarra sería una variante más de dicho regionalismo, sin perder por ello el poderoso aliento euskaro al que más arriba nos hemos referido. Así, en 1917, expondrá su propia visión de Estado como «una confederación de Estados o si quiere un Estado superior de los llamados compuestos, désele el nombre de Monarquía o Imperio o el que se quiera, dentro del cual se desenvuelvan libremente las Naciones o Estados nacionales que la integran y entre ellos la Nación vasca, organizada en un Estado o en varios Estados Vascos». (Napartarra, 8-XII-1917). El nacionalismo vasco de Vizcaya se situará en el polo opuesto: siempre habrá una corriente más abrupta, más bizkaitarra, más teocrática y más secesionista. La vieja polarización Vizcaya-Navarra (Vascongadas y Navarra), reflejo de una diversidad jurídico-histórica, anidará de esta forma en el seno mismo del nacionalismo vasco moderno con todas sus consecuencias, entre las cuales no será la menor el nacimiento, en la segunda década del siglo XX, de cierto navarrismo españolista (Fernández Vigera, S., 1986) que esterilizará todos los movimientos de autonomía conocidos.

La historia de este nacionalismo dará siempre cuenta de esta tensión bipolar -Asociación Euskara de Navarra-Bizkaitarrismo, sometimiento del nacionalismo de Navarra en 1931 al ser impuesta la Candidatura Católico-Fuerista, bipolarización de Navarra-Vizcaya en 1936, ruptura EA-PNV en 1986- consecuencia de una diferente concepción del término nación vasca, no sólo en el interior de la familia nacionalista sino también en el de la constelación autonomista dotada de un sentimiento nacional no secesionista. Una tregua, efímera, dentro de esta tensión llegó a ser la redacción y aprobación en 1931 por sectores ideológicos muy considerables del Estatuto General de Estado Vasco de la Sociedad de Estudios Vascos, texto marcadamente nacional en el que un País Vasco «integrado por las actuales provincias de Alava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya» era declarado «entidad natural y jurídica, con personalidad política propia» con «derecho a constituirse y regirse por sí mismo como Estado autónomo dentro de la totalidad del Estado español». La ruptura de este equilibrio, debida a diversos factores, entre los cuales el peso asfixiante del sector más integrista del nacionalismo vasco vizcaíno sobre el navarro, trajo como consecuencia la refragmentación del concepto nación tal como hoy lo conocemos.