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MATRIARCADO

Génesis y desarrollo del concepto. Una de las referencias principales utilizada por todos los autores es la de Julio Caro Baroja en Los pueblos del norte ( 1977: 37- 50). Basándose en datos recogidos principalmente por Estrabón, Caro Baroja presenta la existencia de un posible matriarcado entre los cántabros. Las características, propias de una sociedad matrilineal: sistema de herencia y de parentesco a través de la línea de la mujer; residencia uxorilocal; relevancia del papel del hermano de la madre; práctica de la couvada y participación activa en la horticultura, Caro las denomina matriarcales. Desaparecen con el paso de una agricultura de subsistencia a una agricultura intensiva, así como con la romanización. Estas afirmaciones y otras tomadas de su obra Los vascos, donde presenta una reconstrucción de la familia vasca primitiva así como las referencias a las brujas y la centralidad de los personajes femeninos de la mitología vasca recogidos por José Miguel de Barandiarán, han dado paso a una defensa de la existencia de un matriarcado vasco, entendido en su sentido estricto como poder público y soberanía en manos de la mujer. Juan Aranzadi ve una corriente de influencias en Vasconia (1962: 70) de F. Krutwig; en la Historia de Euskadi de Ortzi (s, f., pp. 9-12); en La ginecocracia vasca de Txema Hornilla (1981) a la que añadiría el artículo de la norteamericana Roslyn M. Frank (1979). En esta corriente sitúan el matriarcado en el Neolítico, dándose más tarde una superación de este orden político en el momento en el que el poder y las formas que lo sustentaban pasan a manos de los varones. Sin embargo, el posicionamiento de Caro Baroja aun cuando sus textos sean referencia obligada para afirmaciones categóricas sobre el matriarcado, al incluirlos dentro del ciclo matriarcal-agrícola, están más cerca de los planteamientos de E. B. Taylor que de los de J. J. Bacholen y H. Morgan (Aranzadi 1981: 493-504). La polémica sobre el matriarcado vasco y la expresión mayor de las distintas orientaciones tienen su protagonismo principal entre 1977-1986, época marcada por el desencanto político de la transición y la presencia pública del Movimiento Feminista de Euskadi, a partir de las Primeras Jornadas de la Mujer en Euskadi celebradas en Leioa en diciembre de 1977. Temas como la familia, el trabajo, las relaciones, la sexualidad, sirvieron para enmarcar las reivindicaciones más puntuales: anticonceptivos, aborto, igualdad laboral, educación no sexista y llamar en momentos concretos a movilizaciones. La más importante tuvo lugar en Bilbo contra los juicios por aborto de Basauri en el otoño de 1979. Sin embargo, en medio de todas estas expresiones de denuncia de situaciones opresoras y de búsqueda de nuevas formas de igualdad, la única voz que abogara por el matriarcado es la de Concha Azcárate en su ponencia "¿Patriarcado desde siempre?" (1977) y cuyos planteamientos están en la línea del matriarcado en su sentido estricto. Por lo demás puede decirse que sus principales exponentes son hombres.  El contexto antropológico. Situándola en el contexto más amplio de la disciplina antropológica, las referencias a la obra de J. J. Bachofen, principal exponente de la teoría del matriarcado, queda incluido en la crítica que se hace a las deficiencias de los evolucionistas del siglo XIX junto con las de Morgan, Taylor y la asunción que de sus posicionamientos hace más tarde F. Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Fuera de esta corriente crítica, el tema del matriarcado queda excluido de cualquier interés antropológico. Sin embargo, es en el Movimiento Feminista donde algunas autoras resucitan la teoría del matriareado que surge principalmente de las lecturas de Bachofen y Engels (Webster y Newton 1979: 90-96). Asimismo, desde la antropología se la somete a debate que se manifiesta en dos orientaciones principales; las que renunciando a la idea de poder probar la existencia del matriarcado en su sentido estricto, es decir como poder ejercido públicamente por las mujeres, ven en el mito o la suposición y en el debate en sí, aportaciones a la teoría antropológica y al feminismo. Al poner de manifiesto las dificultades de definición del poder y separarlo de los conceptos de autoridad, status y elevado prestigio, inciden en la importancia del estudio de estos conceptos en relación a la mujer (Ibid.: 101-104). Por contraposición, Joan Bamberger (1979) recalca la fuerza ideológica de los argumentos contenidos en los mitos de etapas pasadas donde dominaba la mujer. Enfoca críticamente la distorsión que hace Bachofen entre mito e historia. Más que un relato de poder de la mujer, encuentra en el mito una justificación al dominio masculino al evocar la visión de una alternativa catastrófica: una sociedad dominada por la mujer. Al insistir una y otra vez que la mujer no supo manejar el poder cuando lo tuvo en sus manos, se reafirma dogmáticamente la inferioridad de la conducta femenina (Ibid.: 80). Es más, podría decirse que en el caso de que tal realidad llegara a existir, es decir, si el mito reflejó una situación real, la mujer, con el avance de la historia, ha ido disminuyendo su capacidad de tal forma que después de muchos siglos la distancia entre la realidad y aquel supuesto momento aparecen cada vez más utópicos y míticos. Es así que Bamberger, siguiendo en la línea teórica del estudio de las construcciones culturales de los sistemas de género, indicará la validez del análisis de las ideologías de dominio masculino que aparecen solapadas en los relatos del dominio femenino. En esta dirección irá una de las líneas críticas al matriarcado vasco.