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Fábricas de Armas

Otra consecuencia de la guerra fue la desaparición de la figura del asentista general, pasando las RR. FF. a ser gestionadas nuevamente por la corona. Pero durante el siglo XIX, muchas de las funciones que hasta entonces habían estado en manos del asentista pasaron a ser cubiertas por la familia Ibarzabal, propietaria de una de las primeras fábricas privadas surgidas en Eibar y cuyos miembros se convirtieron en los protagonistas de la vida económica y política eibarresa durante gran parte del siglo. Ignacio María Ibarzabal fundó su establecimiento en 1784, dedicándose a la fabricación de armas blancas y sus guarniciones. En pocos años se convirtió en el principal suministrador de guarnicionería de la fábrica de armas blancas de Toledo y monopolizaba el abastecimiento de equipos para la caballería española. En 1797 fue nombrado apoderado de los gremios armeros, cargo desde el que, además de defender los intereses del sector, promovió la comercialización de sus propios productos.

Con vistas a revitalizar las RR. FF. se decidió construir un nuevo edificio, cuyas obras se iniciaron en 1804, haciéndose entrega del mismo al rey José Bonaparte en 1809. Se desconoce lo ocurrido con la fábrica durante la ocupación francesa, pero su rendimiento no debió ser óptimo pues las referencias existentes vuelven a hablar de la emigración de la mano de obra a otras ciudades y regiones españolas. En 1814, gracias a las gestiones de la Diputación, se consiguió que el donativo que Gipuzkoa debía hacer al Estado se efectuara mediante la entrega de 550 tercerolas y sus bayonetas, 1.382 pistolas así como las guarniciones de 700 espadas con destino al Real Cuerpo de Guardias de Corps. Esta pequeña cantidad podía haber supuesto un primer paso para que las RR. FF. volvieran a la normalidad, pero se tropezó nuevamente con los problemas de financiación, debido a los retrasos en el pago por parte de la Diputación. No era posible que la producción alcanzara un nivel aceptable descansando sobre la limitada capacidad financiera de los armeros individuales.

A pesar de que durante el Trienio Liberal (1820-1823) las complicaciones financieras siguieron estando presentes, el traslado de las aduanas a la costa durante este período favoreció el despegue de una industria privada de armas de fuego que comenzó a competir con las RR. FF. por la obtención de las contratas oficiales. Destaca sobre todo el caso de Gabriel Benito Ibarzabal, hijo de Ignacio, quien en 1822 disponía de una tienda en Madrid donde ofertaba no sólo los sables procedentes de su fábrica sino también armas de fuego idénticas a las utilizadas por el ejército. Además, había conseguido sumar a los pedidos gubernamentales de armas blancas para su fábrica importantes encargos de armas de fuego con destino a los Carabineros Reales o la Guardia Real. Al igual que los asentistas del siglo XVI, esas armas no las fabricaba en sus talleres sino que las subcontrataba a otros armeros de la zona, reduciéndose el papel de las RR. FF. en estos casos a labores de recepción y prueba de las armas. Ibarzabal personifica, por tanto, el declive del modelo de producción que había imperado en la zona armera durante el siglo precedente. Este nuevo sistema siguió vigente tras el regreso del absolutismo, lo que afectó negativamente a la producción realizada a través del establecimiento público, cuya producción se redujo a 200.000 armas en el período 1814-1833, cuando su capacidad de producción anual se estimaba en 240.000 unidades.

Fue entonces cuando se llevó a cabo la introducción de la llave de percusión en la armería vasca. La adopción del pistón en las armas comerciales ocurrió relativamente pronto alcanzando en pocos años a la práctica totalidad de la producción, mientras la llave de chispa continuó utilizándose en el armamento reglamentario hasta 1849. Una parte importante del trabajo generado durante aquellos años fue la conversión de las antiguas armas de llave de chispa en armas con llave de pistón proceso que, con retraso, también se siguió en el caso del armamento militar. El nuevo sistema sentó las bases del futuro liderazgo de Eibar en la zona armera, pues su mayor vinculación con un mercado privado que demandaba armas de pistón favoreció la transición tecnológica, al contrario que en Placencia donde seguían predominando las llaves de pedernal.

La tendencia alcista de la producción de armas se vio interrumpida nuevamente con el inicio de la Primera Guerra Carlista (1833-1839) y los efectos que los desastres naturales tuvieron sobre las RR. FF. Las inundaciones sufridas en Placencia en junio de 1834 destruyeron muchas de las instalaciones y talleres que se encontraban cerca del río. La sede fue trasladada temporalmente a Eibar hasta que ésta cayó en manos de las tropas carlistas en junio de 1835. El Director de Artillería ordenó entonces a los armeros eibarreses que habían logrado huir se dirigieran a Bilbao, quedando los que no lo lograron bajo jurisdicción carlista.

La crisis de posguerra fue breve y la actividad armera se recuperó espoleada por la desaparición de las aduanas interiores en 1841. Gran parte de estas ventas con destino al mercado privado se efectuaban a través de los grandes intermediarios como Ibarzabal, pero muchas veces eran los propios armeros los que comercializaban directamente su producción. Este comercio no estaba exento de dificultades, siendo común que a armeros vascos les fuese requisada la mercancía por las autoridades de alguna localidad española por temor a que tuvieran como destino un nuevo alzamiento contra el gobierno.

Un producto que estaba comenzando a alcanzar cierta relevancia en la producción comercial eran las armas cortas. Tras la introducción de la llave de pistón proliferó en Eibar la producción, generalmente ilegal, de pequeñas pistolas de pistón de uno o dos tiros pensadas para ser ocultadas entre la ropa, los denominados cachorrillos, y los avisperos, pistolas de cañones múltiples rotatorios, precursoras del revólver.

En la década de 1850 la Real Fábrica de Fusiles de Oviedo recibió un gran impulso tras la incorporación a la misma de un nuevo equipo directivo que propició, en pocos años, su reestructuración y modernización. Las instituciones municipales trataron de favorecer el incremento de la competitividad de las RR. FF. de Placencia pero a partir de 1854 empresas privadas como la de los hermanos José Ignacio y Baltasar Ibarra o la de Juan Aldasoro comenzaron a recibir encargos directos con destino al ejército, en competencia con el establecimiento público. La principal diferencia con el sistema gremial anterior era que mientras que los representantes de los gremios debían distribuir de forma equitativa la fabricación de piezas entre todos los productores asociados según sus capacidades, el contratista privado podía distribuir esa producción basándose en razones estrictamente económicas, lo que le permitía ofrecer mejores condiciones en los concursos. La incapacidad de la Fábrica de Oviedo para atender a la rápida renovación del armamento reglamentario del ejército fomentó esta producción privada, pero las restricciones existentes a la fabricación de armas de guerra impedían que las empresas vascas se modernizaran para poder competir con la producción asturiana en igualdad de condiciones.

Con la aprobación de la Real Orden de 2 de junio de 1860, que liberalizaba totalmente la producción de armas de guerra, los fabricantes pudieron acometer la modernización de su maquinaria sin temor a que ésta quedara inmovilizada por la falta de pedidos del gobierno. Como consecuencia de ello aparecieron nuevos fabricantes entre los suministradores de armas del ejército, mientras tanto, las instalaciones de la Real Fábrica de Armas pasaron a convertirse en un Banco de Pruebas, donde se efectuaba la recepción de los pedidos gubernamentales. Su cierre definitivo fue decretado en 1865.

La mayor parte de las producción armera de la época procedía de pequeños talleres dedicados a la fabricación de pistolas y escopetas de avancarga, y algunas de retrocarga, como revólveres o avisperos del sistema Lefaucheux. Pero la liberalización del sector permitió el surgimiento de nuevas fábricas de mayor tamaño vinculadas a la creciente demanda del ejército. En el caso de Placencia de las Armas, a los ya nombrados José Ibarra y Juan Aldasoro se unió la recién creada Fábrica de Fusiles Euscalduna (1860). En Eibar, la factoría de los Ibarzabal comenzó a perder importancia como consecuencia del ascenso de la nueva fábrica de revólveres de los hermanos Orbea (1860). También surgieron establecimientos fabriles en localidades menos tradicionales como Durango en Bizkaia o Azpeitia en Gipuzkoa.

Los conflictos armados que hubo de afrontar el gobierno de la Primera República (1873-1874) incrementaron las necesidades de armamento y la fábrica de Oviedo era incapaz de atenderlas. En 1873 salió a concurso público el suministro de 30.000 fusiles Remington modelo 1871 siéndole concedida a la fábrica La Euscalduna la producción de 25.000 unidades mientras que Orbea Hermanos obtuvo la concesión de las 5.000 restantes. El 7 de agosto de 1873, las tropas carlistas, ocuparon Placencia y sus fábricas dedicándose las instalaciones de La Euscalduna a la fabricación de armamento sistema Remington y otras armas para las tropas del pretendiente. Eibar no tardó mucho en ser también ocupada, por lo que Orbea Hermanos tampoco pudo dar cumplimiento al contrato de fusiles y sus instalaciones debieron ser utilizadas, como otras, para atender la demanda de armas de los insurrectos. Ante la imposibilidad de obtener las armas en Oviedo o en el País Vasco, al estado no le quedó más opción que recurrir al extranjero para obtener el armamento que tan urgentemente necesitaba.

El conflicto civil condicionó enormemente el futuro de la industria armera vasca. Gran parte de las empresas surgidas durante la década de los sesenta desaparecieron o tuvieron grandes dificultades tras la llegada de la paz. El exceso de oferta de armamento militar y las reticencias en ámbitos gubernamentales a la promoción de una industria que, en caso de alzamiento, podía ser utilizada por el enemigo obligó al sector a centrarse en la producción con destino al mercado privado: escopetas de caza y armas cortas para la defensa personal. La mayor integración de los mercados internacionales, consecuencia de la mejora del transporte y de las comunicaciones, impulsó la producción al permitir a los armeros vascos en general, y a los eibarreses en particular, llegar a mercados hasta entonces inexplorados. Apoyándose en la laxitud de la legislación de patentes española, que facilitaba la imitación de modelos extranjeros, y en la inexistencia de un Banco Oficial de Pruebas, que permitía fabricar modelos de baja calidad, la exportación de revólveres en Eibar alcanzó proporciones insospechadas. La fabricación de escopetas, también creció, aunque en este caso estuvo supeditada en mayor grado a la demanda procedente del mercado interior.

Producción de la industria

Fuente: Mugica (1908).