Kontzeptua

El movimiento socialista en la historia vasca contemporánea

La crisis final de la dictadura y la llegada de la IIª República, proclamada en primera instancia en Eibar, fueron los momentos álgidos de la expansión tanto del PSOE como de la UGT. El movimiento popular a favor del cambio de régimen fue desbordante. En ese contexto el socialismo vasco venía apostando, ya desde 1930, por la acción acorde con el republicanismo, incluso en contra de la opinión de la dirección central del PSOE. Los buenos resultados electorales en las elecciones locales y generales de 1931 avalan ese estado de opinión favorable al cambio político en las zonas industriales de alta densidad demográfica y urbana, y en la geografía rural conflictiva de Navarra. El resto del país se mantuvo fiel a los postulados sostenidos por el nacionalismo vasco, el conservadurismo y el tradicionalismo. El socialismo vasco hizo una apuesta inequívoca por el logro de importantes reformas en el nuevo régimen republicano, postergando su programa de ruptura y cambio del sistema capitalista. En la pretendida modernización de las estructuras políticas del Estado, la dirección socialista incluía la defensa del autogobierno para el país vasco, esto es, la consecución de un Estatuto de autonomía en el contexto de una república española democrática. Era, en definitiva, la apuesta que la cabeza visible de los socialistas vascos, Indalecio Prieto, venía defendiendo desde hacía más de dos décadas.

El papel troncal del socialismo en la configuración política del régimen republicano le valió al movimiento socialista el apoyo de amplios sectores del mundo del trabajo (PSOE, 1932: 39 agrupaciones y 2.002 afiliados). Su identificación con las reformas a implantar en el ámbito de las relaciones laborales y con las promesas de reforma agraria, atrajeron a las secciones de industria y campesinas de UGT y a las agrupaciones socialistas a miles de trabajadores urbanos e industriales y de jornaleros rurales. La expansión organizativa en los primeros meses del régimen republicano llevó a la formación de las Federaciones provinciales de manera que, a partir de 1932, fue disolviéndose la Federación Socialista Vasconavarra. De igual modo se procedió a la formación de las Federaciones Provinciales de las Juventudes Socialistas que, reorganizadas desde pocos años atrás, contabilizaron en 1934, 2.908 afiliados de las cuatro provincias. En ese año de tremendas confrontaciones sociales y tras la represión de la huelga campesina de junio y de la huelga general de octubre de 1934, la afiliación cayó de forma generalizada y no se recuperó hasta la primavera de 1936.

Durante la II República la demanda de tierra por campesinos pobres y jornaleros, en las provincias vascas del interior, y la magnitud del paro obrero y rural fueron constantes. La crisis mundial capitalista de 1929 afectó a la industria siderometalúrgica y al sector de la construcción; la exportación de mineral de hierro se contrajo, agravando la persistente crisis minera, mientras disminuía la actividad en el sector de la construcción naval. El año 1933 fue especialmente difícil en el terreno económico y también en el ámbito político al quedar de manifiesto las limitaciones del proyecto reformista del primer bienio. La gestión económica en época de crisis en un Estado sin grandes recursos pasó factura a los ministros socialistas. La derrota de las izquierdas desunidas en las elecciones generales de 1933 mostró el fin de la colaboración de los socialistas con los partidos republicanos y el agotamiento de la época de reformas. El malestar en las bases socialistas se hizo patente. Desde 1931 el partido socialista había venido pidiendo moderación en las relaciones laborales y prudencia en la declaración de conflictos pero, a pesar de esos sacrificios, la situación económica desde mediados de 1932 empeoró. La tensión social y los conflictos laborales se recrudecieron.

En esa problemática coyuntura el socialismo en su conjunto viró el timón de su estrategia política dirigida ahora hacia la confrontación con los gobiernos radicales y con los propietarios que habían recuperado la hegemonía en las relaciones laborales. Primero fue la huelga campesina de junio de 1934, con amplio seguimiento entre los jornaleros navarros y definitivamente fallida. Luego, a la radicalización ideológica y organizativa, le siguió la protesta de los ayuntamientos en Vascongadas por la violación del Concierto Económico y, a la par, la preparación de una huelga general revolucionaria para la defensa de las conquistas sociales de la República. La unidad obrera, bajo dirección socialista, se postulaba como el único garante de la república social frente a la reacción representada por el Partido Radical y la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). La participación del movimiento socialista (PSOE, UGT, JJSS), en el movimiento revolucionario desatado en octubre de 1934 fue notable en Bizkaia y zonas de Gipuzkoa, con repercusiones en algunas localidades navarras. La represión subsiguiente (40 muertos y más de 1.500 detenidos) desarticuló todas las organizaciones de la izquierda, especialmente las socialistas. Consecuencia colateral del fracaso de ese movimiento fue la severa división interna que caracterizaría a partir de entonces al PSOE, si bien las luchas internas apenas si afectaron al socialismo vasco. Éste, por el contrario, refrendó en todo la política impulsada por Indalecio Prieto desde 1935 para la reconstrucción de la coalición con los republicanos y otros partidos obreros. El resultado final fue la formación de una nueva coalición entre partidos republicanos y organizaciones obreras que se denominó Frente Popular y que en las elecciones generales celebradas en febrero de 1936 obtuvo unos importantes resultados en Bizkaia y Gipuzkoa (tres socialistas, tres republicanos de izquierda y un comunista resultaron elegidos diputados).

El movimiento socialista se volcó en contra del golpe militar de julio de 1936. En Navarra y en Álava republicanos y militantes obreros sufrieron una durísima represión al hacerse los facciosos con el control del poder en esos territorios. Los socialistas participaron en la defensa militar de la zona leal a la república contra las tropas del general Mola y en el estrenado gobierno vasco de José Antonio Agirre hasta la caída del frente norte. A partir de la derrota en la guerra las largas décadas de exilio y dictadura apagaron casi de raíz la presencia activa del socialismo organizado en el país.