Elkarteak

Asociación éuskara de Navarra

El final de la Éuskara. "Lau-Buru" cerró sus puertas en 1886. Terminaba así su periplo el altavoz que desde 1882 había aglutinado a los éuskaros políticos, y se iniciaba la diáspora política éuskara, diáspora que se iba a ver acompañada por el declive de la vertiente más puramente cultural e impulsora en su comienzo de la idea éuskara: la Asociación Éuskara de Navarra. Lo cultural, tan sensible siempre a lo político, terminó sufriendo sus duras embestidas.

La cada vez más espaciada reunión de sus órganos directivos o que Aranzadi no viera cumplidas sus solicitudes de ser relevado del puesto de presidente son sólo dos síntomas más de los aires de decadencia que la Asociación respiraba a mediados de los años 80.

No puede extrañar, por tanto, que sus iniciativas fueran escasas. Si acaso reseñar que a propuesta de Landa el 6 de septiembre de 1887 la Junta General aprobara conceder una medalla de bronce y una diploma de honor a la Reina Regente por sus muestras de aprecio hacia la lengua éuskara.

Tras regresar la Reina a Palacio -recogía puntualmente la "Euskal-Erria" (1887, XVIII: 286-287) la noticia-, recibió a una comisión de la Asociación Éuskara de Navarra. El duque de Medina-Sidonia fue quien presentó a dicha comisión, compuesta por Nicasio Landa, el marqués del Amparo, Benito Díez, Bonifacio Landa y Ricardo Lipúzcoa. Por ausencia de su presidente, Estanislao Aranzadi, tomó la palabra el Doctor Landa, quien agradeció que la Reina hubiera usado la lengua de los pobladores que dieron nombre a la Península Ibérica, "nuestra hermosa y amada patria".

A continuación, Landa parecía querer entrar en materia al recordar a la Reina las medidas que la Asociación había solicitado al Gobierno para que no desapareciera de "España esa lengua, movimiento vivo de los orígenes de su nacionalidad". Como si el resultado obtenido hasta entonces por sus gestiones obligara a los éuskaros a buscar la protección de la Reina.

La comisión éuskara también presentó sus respetos al presidente del Consejo de Ministros, momento que aprovechó para darle copia de la instancia que hacía tiempo la Asociación había elevado al ministro de Fomento solicitando medidas protectoras del vascuence. No sirvió de nada, dichas medidas nunca fueron aceptadas.

Hubo que esperar a febrero de 1894, en plena Gamazada, para poder recoger algún síntoma de actividad de la Éuskara. En el acto celebrado con motivo del viaje de la Diputación a Madrid, su presidente Estanislao Aranzadi entregó a las autoridades una exposición en la que se decía: "Si la Asociación Éuskara de Navarra ha contribuido en algo a mantener vivo el espíritu patrio, que hoy nos hace grandes ante los extraños, bien pagada queda al ver que su bandera está hoy en manos del pueblo ebrio de entusiasmo" ( El Aralar, 13-II-1894).

Fue como si Aranzadi, recordando todos los malos momentos vividos, los diera por buenos en vista de que, por fin, Navarra había despertado. Como si se cerrara un ciclo, al haberse conseguido, al menos en parte, su objetivo fundacional: nacida de una élite con la firme intención de despertar el espíritu provincial de los navarros, éstos, por fin, habían reaccionado.

Esa explosión de entusiasmo fuerista fue la que la Asociación parece que quiso aprovechar para llegar a puerto. El 8 de abril de 1897 Aranzadi convocó Batzarre para exponer a los asociados el acuerdo de la Diputación de Navarra de constituir una "liga sobre base amplia, con el fin de fomentar y propagar la hermosa habla éuskara". Así las cosas, propuso dar por concluido el objetivo fundacional de la Asociación Éuskara de Navarra y que sus pertenencias se pusieran a disposición de la máxima institución navarra. La propuesta fue aceptada, si bien se acordó prorrogar su disolución hasta que Aranzadi diera cuenta de las gestiones ante la Corporación.

Reunidos nuevamente el 8 de mayo de 1897, el presidente expuso que había dirigido a la máxima autoridad foral el escrito y que ésta le había enviado una carta, según la cual aceptaba su libros de actas, troqueles, medallas y sello. Así pues, y en cumplimiento del acuerdo anterior, se decidió por unanimidad disolver la agrupación: "Queda pues disuelta y extinguida la patriótica y benemérita Asociación Éuskara de Navarra elevando votos al cielo por la prosperidad y perpetua independencia de la Raza Éuskara".

Retrocedamos el paso. Meses antes de que Aranzadi planteara la disolución de la Asociación Éuskara, algunos periódicos ya habían dado cuenta de los pasos que la máxima institución foral parecía comenzar a dar en favor del vascuence.

"La Tradición Navarra" (20-II-1897) informó a sus lectores de los planes de la Diputación de asignar una partida para la "lengua vascongada", cuya conservación y expansión por toda la provincia -dijo el diputado Elorz- había de ser una de sus aspiraciones para mantener vivo el "calor de la tradición y de la raza". Durante la misma sesión también Mata ensalzó la importancia de la lengua para la vida de los pueblos, proponiendo, como su compañero lo había hecho, la asignación de una partida destinada a este fin, que, a la postre, resultó aprobada.

Días más tarde, "El Aralar" (7-III-1897) comunicó que la Diputación ya había designado a Campión para formar parte del tribunal de las oposiciones a la cátedra de "lengua éuskara" que se proponía establecer en la escuela normal de maestros. Aunque no tenían noticias de quiénes eran los otros designados -proseguía-, creían que uno sería Dámaso Legaz, Canónigo Lectoral y Rector del Seminario Conciliar. El Aralar no se equivocó. Sólo tres días antes la Diputación había nombrado miembros del tribunal a Campión, Legaz y también a Azcue.

Ni en esto tuvieron suerte. Previsto para el 3 de noviembre de 1897 el inicio en Pamplona de las oposiciones, tres días después la Diputación no tuvo más remedio que dar la razón a los miembros del tribunal y declarar desierto el concurso. Este primer intento fallido no amilanó a la máxima institución navarra, verdaderamente interesada en el asunto. Así el 19 de noviembre acordó solicitar al obispo el establecimiento de la cátedra de vascuence en el Seminario Conciliar. El silencio que envolvió el resultado de las gestiones practicadas ante la primera autoridad eclesiástica de la provincia permite suponer lo estéril del intento de los diputados navarros.

Parece, de todos modos, que las cosas no terminaron ahí. Según escribe Joxemiel Bidador (2000) recordando un artículo publicado en 1988 por José Antonio Arana Martija, el sacerdote guipuzcoano Migel Antonio Iñarra Mitxelena se habría hecho, por fin, con la cátedra en el mismo 1897. Pero la muerte de Iñarra el 26 de abril de 1898 -prosigue Bidador- dio al traste con la efímera cátedra de vascuence, sin que se hubieran iniciado las clases y sin que la Diputación convocara nuevas oposiciones.

La creación de la cátedra de vascuence se convirtió, pues, en una excusa, que sólo sirvió para acelerar la disolución de la vieja Asociación Éuskara. Encallada durante tantos años en las aguas de la indiferencia, aprovechó el soplo de aire fresco de la Gamazada para arriar las velas. Apenas los liberales del "Heraldo de Navarra" (3-VIII-1897) se hicieron eco del último aliento de la Asociación. El periódico lamentó su despedida en tanto la sociedad podía contribuir a los fines que, "al parecer", se proponía, de "conservar las tradiciones y recuerdos de Navarra"; pero no así en cuanto tenía "cierto carácter político, no muy en armonía con nuestras ideas". Hasta el final, el eterno estribillo.

Los éuskaros se fueron, pero nada volvió a ser igual. Como en el resto de Europa, también aquí había surgido todo un movimiento de reivindicación de lo propio que con errores y aciertos intentaría conjugar pasado, presente y futuro. Ya nada volvería a ser igual.