Concepto

Socialismo

El impacto del socialismo marxista en el conjunto de las ideologías proletarias fue en ascenso desde los años sesenta en cuanto fue convirtiéndose en referencia ideológica para el resto de versiones socialistas. Marx en el primer volumen de El Capital, 1867, había mantenido que el sistema capitalista se sostenía en la explotación de la mercancía "fuerza de trabajo" que los trabajadores asalariados debían poner en venta en el mercado. El valor del producto de esa mercancía al ser mayor que el coste de su reproducción, equivalente a la subsistencia del trabajador, daba como resultado una relación de explotación que sólo podía ser abolida a través de la eliminación del trabajo asalariado. La organización del movimiento obrero internacional en 1864 fue beneficiándose de estas y otras parecidas aportaciones aun a pesar de las diferencias internas observadas en su dinámica concreta que llevarían pocos años después a la disolución de la I Internacional.

La ventura del socialismo marxista tras la muerte de Marx hay que conectarla con la gestión de su legado por Engels y, tras la muerte de éste, por los principales teóricos de la II Internacional organizada en 1889. Algunas de las obras más características de Engels así como el Manifiesto Comunista y El Capital fueron el elemento nutriente de los seguidores del socialismo marxista durante décadas. Pero en esa época, más que en ninguna otra anterior, el movimiento obrero organizado se había convertido en un agente político de primer orden y buscaba su liberación desde la fortaleza de sus propias organizaciones políticas, sindicales y culturales. Con el desarrollo de la II Internacional surgió el marxismo como versión socialista dominante. Las tradiciones diversas del socialismo europeo no habían desaparecido pero su importancia frente a la teoría de Marx fue ya relativa y, con la excepción de Inglaterra, buena parte de la teoría socialista se desarrolló por personas cuya génesis intelectual emparentaba o era deudora de la obra de Marx.

La propia vocación de ésta implicaba su relación estrecha con la situación social y la política de la época lo que contribuyó a su desarrollo como ideología del movimiento obrero. Los problemas a los que había que hacer frente dio lugar a una eclosión de obras de rango teórico en cuyo conjunto se distingue a quienes quisieron, sin contradicción alguna, implementar a la teoría marxista del desarrollo social otras fuentes filosóficas como el kantismo y el positivismo, o, por otro lado, a quienes encontraron en la doctrina marxista y en las obras de Engels respuesta suficiente a las cuestiones candentes de rango filosófico, económico o sociológico. La consideración mayoritaria veía el marxismo como un todo uniforme y su criterio ortodoxo tuvo poco de desarrollo autónomo y creativo, y más de exégesis y ejercicio repetitivo de las obras fundantes sin mayor dedicación a explorar o profundizar en sus categorías; esto, con todo, no fue óbice para que dentro del marxismo surgieran contrastes interpretativos, reflejo a su vez de la existencia de organizaciones políticas y actitudes teóricas muy diversas entre los partidos socialistas aglutinados en la II Internacional. Esta pluralidad hizo que la Internacional nunca superara su carácter descentralizado configurándose a modo de receptáculo donde hallaron cobijo las diferentes organizaciones políticas y sindicales, (en un principio también las organizaciones de carácter anarquista), que fueron creándose en las dos últimas décadas del siglo XIX con gran incidencia en las masas obreras del continente europeo.

A lo largo del cuarto de siglo desde su fundación hasta el estallido de la Gran Guerra de 1914 las principales aportaciones teóricas en el seno de la II Internacional se dieron en torno a problemas de carácter ideológico político, como la disputa con el anarquismo o la lucha contra el revisionismo, o a raíz de los debates tras la experiencia revolucionaria rusa de 1905. La situación general en el mundo capitalista era muy diferente a la que Marx y Engels habían conocido cuando emprendieron su análisis medio siglo antes. Por ello las discusiones dentro del movimiento obrero organizado no podían ser ajenas a esos cambios que precisamente estaban incidiendo en el desarrollo de la reflexión socialista. Tanto el liberalismo estrictamente político como el económico estaban transformándose: el abandono paulatino de los sistemas de representación oligárquica apuntaba a favor de una democratización de las instituciones mediante la adopción del sufragio universal masculino; la importancia de la legislación sociolaboral impulsada por instancias estatales era cada vez más relevante, obviando el fundamento filosófico liberal de la abstención del Estado en todo lo relativo a los ámbitos de la producción e intercambio, dejados hasta entonces en manos de la iniciativa privada como garante del progreso; sin embargo, resultaba anacrónico pensar que la pujanza del movimiento socialista colocaba a obreros y patronos en plano de igualdad ante los problemas suscitados por el crecimiento económico, suscitando nuevos interrogantes sobre la intervención política socialista. Los cambios económicos en las tres últimas décadas del siglo diecinueve habían mostrado también la imposibilidad de mantener el inicial principio del libre comercio. Ante esos nuevos problemas no había en el cuerpo de doctrina socialista de los fundadores reflexiones adecuadas e inmediatas, lo que conducía a la reinterpretación teórica e innovación práctica y al surgimiento de diferencias a la hora de participar o no en gobiernos de carácter burgués, en la posible confección de alianzas entre grupos parlamentarios no socialistas, o acerca del papel de las instituciones en el cambio social y en la posibilidad de reforma o no del sistema capitalista. La gama de respuestas diferentes entre los partidos que formaban parte de la Internacional así como en el seno de los partidos mismos fue muy amplia.

La cuestión del revisionismo fue el reto más importante de la historia de la II Internacional desde el punto de vista ideológico ante la que ortodoxos y revisionistas protagonizaron un fuerte antagonismo sobre el presente y el futuro del movimiento internacional. En aquellos debates se visualizó que la reinterpretación de algunos puntos importantes de la doctrina marxista encajaba más con la actividad de los líderes obreros, carentes de instrumentos que encaminaran la práctica de lucha cotidiana, que con la disputa en torno al significado de algunas categorías fundamentales del marxismo. Esto facilitó la puesta en cuestión de conceptos clave como revolución, clase social, lucha de clases, el papel del Estado, el materialismo histórico, lo ineluctable del proceso histórico o el socialismo.

El peligro de la guerra imperialista fue tema recurrente en los diversos congresos celebrados por la Internacional ante el que la posibilidad de adoptar una resolución unánime y efectiva en el caso de que estallara el conflicto se cernieron diferentes actitudes, a pesar del generalizado rechazo del militarismo por parte de todas las secciones. La autodeterminación nacional era el otro gran asunto sobre el que la división de opiniones era manifiesta pero, a pesar del rechazo de la opresión sobre las nacionalidades, tampoco había en la teoría marxista elementos suficientes como para encauzar el tema de forma novedosa, aflorando en su torno todo tipo de dogmatismos y actitudes ideológicas rígidas. El inicio de la guerra europea y el desplome de la II Internacional significaron la ruptura de muchas de las esperanzas puestas en la liberación de la humanidad a cargo del proletariado industrial organizado. La derrota de la Internacional y de su principio ideológico rector, la solidaridad internacional, vino a toparse con el principio de realidad. Nadie, sin embargo, relacionó el desplome del movimiento socialista ante los conflictos internacionales con el contenido de la doctrina marxista. Si el socialismo era una ruptura con la historia anterior o si constituía una parte de la sociedad burguesa, si era la expresión de un corte radical con el pasado que construiría ex novo la sociedad tras ser abatido el sistema capitalista o si los éxitos alcanzados en el ámbito laboral y los derechos políticos le convertían en un eficiente corrector del capitalismo pero no su disolvente, fueron asuntos que no se pusieron en la palestra del análisis. Ambas visiones estaban en la base, por una parte, de la actitud favorable a la guerra de los partidos socialistas marxistas más importantes y, por otra, de la crítica de los grupos socialistas disidentes o contrarios al apoyo de los presupuestos de guerra que conformarían un nuevo movimiento revolucionario, también desde criterios marxistas, uno de cuyos elementos más significativos sería el leninismo.

El polémico tema de la continuidad o apartamiento de Lenin de la tradición marxista se alimenta de las innovaciones que introdujo en el movimiento revolucionario ruso: la alianza entre el proletariado y el campesinado como estrategia fundamental de la revolución, la reconsideración de la cuestión nacional como posible ayuda a la causa del socialismo y los criterios organizativos del partido que debía impulsar a los trabajadores al cambio revolucionario. El disputado cuerpo de doctrina marxista durante la II Internacional dio paso con la victoria de la revolución bolchevique a una diferenciación todavía más amplia en el movimiento obrero mundial tras la formación de la III Internacional en 1919 y la reconstrucción de la IIª a principios de la década de 1920. La resolución de las pugnas internas por el poder a favor de Stalin hizo que el marxismo se convirtiera en la ideología oficial del Estado soviético lo que conllevó la ruina intelectual del país y la agravante consecuencia de que el desplome de la reflexión filosófica, artística, cultural y política, se extendiera por todo el mundo comunista en el que el nivel de los estudios marxistas fue disminuyendo sin cesar. Importantes intelectuales no soviéticos siguieron manteniendo en sus obras un tipo de marxismo no dogmático aunque incidieron poco en el desarrollo de la doctrina, en contraste con la buena salud política del estalinismo, internacionalmente bien considerado por numerosos intelectuales de izquierdas del occidente europeo. El proceso de estalinización de los países centroeuropeos tras el fin de la segunda guerra mundial y el inicio de la guerra fría imposibilitaron el desarrollo de un pensamiento crítico conectado con la tradición marxista. Ciertamente la aportación de pensadores marxistas durante las décadas posteriores a la finalización de la guerra mundial fue relevante pero su obra se sitúa en un mundo poco cohesionado de la izquierda: Gramsci, Lukács, Korsch, Horkheimer, Adorno, entre otros, pusieron de manifiesto la capacidad de reflexionar sobre la sociedad, la filosofía y la historia sin estar encuadrados en una disciplina partidaria coercitiva y manteniendo una relación abierta y no cerrada con los escritos de Marx, algunos de los cuales habían permanecido inéditos hasta entonces.

La relación de la doctrina marxista con la realidad social de las clases trabajadoras tuvo un gran componente de ideología fundamental en los regímenes políticos que se reclamaron herederos de la revolución bolchevique y del régimen político ruso. En las últimas décadas del siglo XX, el derrumbamiento del sistema de socialismo real en Europa oriental, el escaso peso de los partidos comunistas y socialistas entre los trabajadores en los países capitalistas, la ausencia generalizada de un movimiento obrero renovado y organizado, y la dificultad de encajar a los regímenes socialistas aún vigentes en el desarrollo de la tradición del socialismo marxista han roto la vinculación histórica entre marxismo y proyecto global de cambio social. El socialismo marxista sigue teniendo peso en determinados nichos de los cultivadores de las ciencias sociales y humanas pero como horizonte utópico que alentó a las fuerzas proclives al cambio y sustitución del sistema capitalista, carece de referencialidad suficiente a pesar de la capacidad para seguir produciendo obras y reflexiones importantes sobre los problemas del mundo actual.