Concepto

Semana Santa

Dentro del denominado ciclo de Semana Santa podemos distinguir una serie de días, tomados como principales, en los que cada uno de ellos queda determinado o caracterizado por sus propios actos.

Así, durante el Domingo de Ramos, en diversos municipios, las gentes con sus ramos acuden a la tradicional "procesión del borriquito" que simboliza la entrada triunfal del Señor en Jerusalén.

El día Ramos, todavía es habitual el cortar o comprar ramos de laurel o la menos tradicional palma y llevarlos a bendecir a la iglesia. Ambos elementos, en especial el laurel, se han erigido en factor protector doméstico, durante todo el año colocado en balconadas y a la cabecera de la cama. También se organiza, en Busturialdea, la clásica bendición de ramos de laurel pero aquí, son crucecitas vegetales (cruces de sauce y laurel) y que luego, debido a su atribuido carácter profiláctico se distribuirán por las distintas huertas y heredades. Función similar de protección de cosechas agrícolas, marítimas o ganaderas han tenido las bendiciones con dicho laurel y desde altozanos, durante los meses de abril y mayo, realizadas por sacerdotes a los cuatro puntos cardinales.

El miércoles en las iglesias se instala o instalaba el llamado "Monumento". Éste era una estructura decorativa laboriosa y artística, en torno al sagrario donde se guardaban las hostias consagradas, para su adoración el Jueves Santo o su custodía a lo largo de la Semana Santa, y que simbolizaba el Santo Sacramento. En los días previos a las grandes solemnidades de Semana Santa y en concreto el Miércoles Santo, se confeccionaba e instalaba el artesanal "Monumento" en la iglesia. Dicha estructura de madera era pintada y cubierta de infinidad de telas, lienzos o damascos; para el que se usaba un número incalculable de alfileres y clavos. Asimismo, se tapaban todas las imágenes de la iglesia o las particulares de los domicilios y con ello, cesaba la música. Éste mismo día, tenía lugar la designación de pasos procesionales y en algunos pueblos ribereños de Navarra, se realizaba una puja pública para establecer el derecho a "llevar el paso".

Y a lo largo del mismo miércoles, jueves y viernes se recorrían los "Vía Crucis" que finalizaban en algún monte cercano o por la tarde, se celebraba el "oficio de tinieblas" que evocaba el terremoto bíblico surgido ante la muerte de Cristo y que popularmente se asocia a "matar o romper la capa" a Judas, el diablo o a los judíos. Dicho oficio fúnebre consistía en un repaso de toda la Pasión de Cristo, el canto de maitines y con el apagado progresivo de las velas del tenebrario, se iniciaba una batahola de matracas, carracas, mazos, bancos, pateados, etc., que en muchas ocasiones, terminaba en solemnes e irreverentes gamberradas.

Tampoco faltaba, durante estos tres días, la atmósfera medieval subrayada por las ejemplarizantes procesiones y que se sucedían, mediante el conjunto artístico de los "pasos o bultos", siguiendo una secuencia temporal desde la ultima cena a la crucifixión o resurrección de Jesucristo. Procesiones localistas que se desarrollaban en torno a la primogénita cofradía de la Vera Cruz y en las cuales, también aparecían los penitentes o disciplinantes (coronados de espinas, encadenados, flagelantes, etc.), figuras bíblicas o el hierático San Miguel o San Gabriel, las vistosas tropas romanas y los imprescindibles grupos de "nazarenos".

Sin duda alguna, la costumbre procesional está íntimamente unida a la celebración de la Semana Santa y también, es la más extendida. No había pueblo que no celebrase las adoctrinadoras y fervorosas procesiones y, aunque cada una conservaba sus peculiaridades locales, la mayoría y en toda la extensión del ámbito cultural que nos ocupa, seguían una estructura física y un protocolo similares. De este modo, los llamados pasos o figuras procesionales que eran llevados a hombros y a través de su talla artística, creaban o crean el ambiente necesario para su papel doctrinal y de fervor empático (Jesús ante Anás, La Piedad, La Santa Cena, La muerte, San Juan Evangelista, los enemigos o los azotes, Simón, etc.). Entre las procesiones que jalonan, Jueves y Viernes, nuestros pueblos podemos destacar las de Segura, Orduña (marcada por su aire medieval), Lekeitio, Corella, Hondarribia, Bilbao y Azkoitia.

La vespertina jornada de Jueves Santo indicaba el enmudecimiento de las campanas parroquiales (sustituidas por matracas y carracas), la gente evitaba las expresiones de alegría, se cubrían con luto todas las imágenes religiosas, el Santísimo era celosamente custodiado y los cofrades solían celebrar cena nocturna. A lo largo del Jueves a la tarde y Viernes a la mañana, los fieles efectuaban la tradicional visita a las siete iglesias. En cada iglesia o capilla, rezaban siete Padres Nuestros (con sus consabidas Ave Marías y Glorias) o se recorrían las 14 estaciones del "vía crucis".

La madrugada del Viernes Santo se iniciaba con la "procesión del silencio" y el luto riguroso acallaba hasta los marciales sonidos de los clarines procesionales. Este día, desde las 12 del mediodía hasta las 3 de la tarde, se conmemoraba en las parroquias locales el "sermón de las siete palabras". A partir de este momento, el luto por la muerte de Cristo era obligado y se reflejaba en el silencio de las campanas y el apagón de velas o cirios en las iglesias.

Día protagonizado por los penitentes calvarios, las singulares "Pasiones vivientes" y los recorridos procesionales que, previamente, han tenido su preámbulo en la jornada del Jueves. Durante siglos, las primeras datan del siglo XVI, se celebraban solemnes procesiones en los días de Jueves Santo y Viernes Santo, partiendo de la iglesia principal y haciendo un recorrido establecido o acostumbrado, para volver al lugar de partida. La mayoría de las localidades, se han organizado en cofradías de penitentes que en su inicio, se ceñían a la primogénita y penitencial Vera Cruz. Los cofrades desde hace unos cuantos años, visten con hábito y tapan sus caras con capuchas o capirotes; aspecto que antes no se acostumbraba, ya que iban de calle y a cara descubierta. Éstos reciben diversas y localistas denominaciones: nazarenos, penitentes, encapuchados, entunicados o entunicáus, enmascarados, bocacil, hermanos, carrachupete, mozorroak, morrote, damutuak, kofradeak, etc.

A dichos personajes que hoy en día se nos antojan fundamentales, se les unían los medievales ayunantes, flagelantes o disciplinantes (práctica clásica de claustros y procesiones), aspados y encadenados o penitentes. En lo musical se alternan tambores y trompetas con bandas de música local, aunque en otras épocas (desde el siglo XVII) se usaba el son de pífanos y tambores (Bilbao y Orduña), singulares tubas (Orduña) o coros. Tampoco han faltado las vistosas guardias romanas (Segura, Hondarribia, Orduña, etc.) o cuerpos de alabarderos (Corella). La representación sobre estandartes o banderas de los cuatro elementos básicos, que éste día se llevaban arrastrando en actitud de pleitesía ya que en la mentalidad popular se ha mantenido el concepto clásico de los cuatro elementos básicos de la Naturaleza (aire, agua, fuego y tierra) y a su vez, clásicamente, se les ha concebido como fundamentos de la propia vida o existencia humana. Seguía El Santo sudario o La Verónica. Y en ocasiones, un tropel de niños y niñas de corta edad vestidos de angelitos o el clásico Arcángel (San Miguel o San Gabriel) que con espada y escudo, evolucionan de forma mecánica o en danza pausada ante el féretro del Cristo yaciente (Segura, Zarautz o Elorrio). Desde antiguo era obligada la presencia municipal en los oficios religiosos de ambos días e incluso, dicha corporación se estructuraba según un orden consuetudinario y se establecía la actitud general o respeto a tener en cuenta en estas funciones religiosas.

Referente a los pasos, en algunas localidades, era subastado su derecho a portarlos, entre los fieles locales y es de señalar la calidad artística de las tallas. La diversa imaginería procesional ha tenido por objetivo prioritario el adoctrinar mediante la secuenciación cronológica de los hechos propios de la Pasión. Así, se suceden representaciones de la entrada de Jesús en Jerusalén, La Última Cena, La Oración del huerto, Jesús ante Anás, Los Azotes y La Coronación de espinas, El Calvario, El encuentro, La Crucifixión y el Cristo Yaciente. Pero, frente a dicha eclosión de fervor religioso, no faltan las denominaciones curiosas (Anatxu prakagorri, la muerte en cueros, el cachi a la Cruz, etc.), las imprecaciones (a Judas, romanos, fariseos y judíos), cenas copiosas en días de ayuno o el impregnar la lengua de un singular dragón (emulando al diablo), mediante caramelo de malvavisco, por la chiquillería de Lekeitio.

Como se ha dicho, la jornada se iniciaba con la procesión nocturna del silencio, llamada así por el mudo deambular de penitentes y pasos. Se caracteriza por la libertad de un preso que, al igual que Barrabas, se pasea en su anonimato con la cruz a cuestas. En algunos sitios, como en Orduña, ese silencio queda roto por los sonidos roncos de dos tubas. A ésta le siguen en dicha jornada, los Vía Crucis, pasiones vivientes o procesiones. Ya entrada la tarde, se celebraba la solemne procesión del Entierro y desde la noche del Viernes Santo al Sábado Santo (hasta la hora de la Resurrección), se destinaba a la llamada "Adoración nocturna". Vigilia o velatorio del Santísimo en la iglesia, donde en turnos de media hora se sucedía buena parte del vecindario o los pertenecientes a determinadas asociaciones religiosas (Hijas de María, Sagrado Corazón, Acción Católica, San Vicente de Paúl, Luíses, etc.).

De origen más reciente, además de una visión más realista y comprometida, son las populares o vistosas Pasiones vivientes que, en su origen, eran escenificaciones concretas o escenas puntuales complementarias a las clásicas procesiones. Lanestosa y ciertas localidades de la Ribera y zona meridional de Navarra se erigen como precursoras (segunda mitad del siglo XIII), la afamada valmasedana se inicia a finales del XIX y más modernas son las de Castro Urdiales, Berango, Zaratamo (barrio de Arkotxa), Durango o Aras.

También, en este periodo conmemorativo, a los niños se les hacía mención o les recordaban una serie de oraciones clásicas o romances muy descriptivos, para la mentalidad infantil, de la muerte y resurrección de Cristo. Niños, monagos y mozalbetes eran los encargados de accionar carracas, mazos o las grandes matracas de la iglesia en sustitución del sonido de las campanas y al sonido bronco de dicha artillería de madera, llamaban al vecindario a acudir a los oficios divinos.

En la festividad de Sábado de Gloria, ha sido habitual el llevar tinajas o botellas hasta los conventos u otros centros religiosos para traerlas llenas de agua bendita y utilizarlas, en el ámbito doméstico, para diversos aspectos de carácter religioso o profano. Agua destinada a las benditeras hogareñas, usada para persignarse al levantarse y al acostarse de la cama, echarla sobre las cosechas en previsión de tempestades y buscando la calidad del fruto o también se usaba, en caso de tener un agonizante o fallecido. Ya por la noche, en las diversas parroquias, se procedía a renovar y cambiar el periodo litúrgico, simbolizado por el cirio Pascual que aún se coloca en las iglesias y mediante velas, los fieles trasladaban dicho fuego bendito y nuevo a sus propios hogares. Al mismo tiempo, la cera de las velas, también bendecidas, en algunos lugares, se fundía creando pequeñas cruces con ojos, a imitación de las llagas de Cristo, en las puertas y ventanas de casas y caseríos.

Como hemos indicado, el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección señalan el final del litúrgico periodo. En esta última fecha, el alegre batir de las campanas, el desmayo de la guardia romana, la angelical ayuda de quitar el manto de luto a la Virgen (Tudela) y las llamadas "procesiones del encuentro" anuncian la vuelta a la vida del Salvador. Además, mucha gente acostumbraba estrenar ropa este domingo, se iniciaba el tiempo de diversiones públicas (bailes, juegos, espectáculos, etc.) y se levantaba el letargo de la celebración de matrimonios.

En ambas jornadas, se sacaba un pelele que simbolizaba a Judas (incluso, con su pareja). Grotesco muñeco que era paseado en diferentes localidades (Añana-Gesaltza, Moreda. Elciego, Estella, Samaniego, Tudela, etc.) y sobre el que recaían las injurias del vecindario por su traición. E invariablemente, acabará apedreado o quemado en la plaza pública. Por su parte, en la zona occidental de Bizkaia (Lanestosa, Karrantza, etc.) celebraban cuestaciones conocidas como "Las Pascuas", realizadas por niñas vestidas de blanco y que cantaban tonadas alusivas a estas fechas.