Monarquía y Nobleza

Sancho Garcés III El Mayor (versión de 1996)

Boda «infant» García y Sancha, hermana del nuevo rey de León. Terrible venganza de los Belas alaveses (1028-1029). Muerto Alfonso V, le sucedía su hijo Bermudo III (1028), niño de once años. La reina Urraca, viuda ahora, protege al niño Bermudo junto con obispos y condes. Castilla y León se hallan en situación difícil. Sancho el Mayor es el llamado a apaciguar los ánimos en medio de levantamientos castellanos pro leoneses y castellanos pro Castilla. La situación es extremadamente grave. Sancho el Mayor recurre de nuevo a la fórmula casamentera proponiendo el matrimonio del «infant» García y la hermana de Bermudo, Sancha, niña de trece años. Estas noticias produjeron gran alborozo en Castilla, pero no tanto en León. En ese momento nadie pensaba en los Belas. Estos, a la sombra, subterráneamente, al margen del alborozo general, conspiran y traman feroz crimen que ha de conmover hasta las entrañas a leoneses, castellanos y pamploneses: proyectan asesinar al niño García cuando llegue a León para casarse con la princesa leonesa. Sancho el Mayor va a Burgos en busca de su cuñado y le acompaña hasta la frontera leonesa, donde pernocta, escoltado por fuerzas militares escogidas. Don García se hospeda en casa de su hermana la reina de León, pero se da el caso de que Bermudo se halla ausente, en Oviedo, detalle que nadie creyó de importancia. En breve debería venir a participar en las fiestas con motivo de la boda. Entretanto, grupos armados, ocultamente, entran en gran número en León, hospedándose secretamente como obedeciendo a una consigna dada de antemano. De todo hay entre los conspiradores: vasallos, parientes, facciosos y ambiciosos de toda laya, ansiosos de medrar a la sombra del poderío de los Belas, quizá amparados por personajes de la corte y quizá también por el rey Bermudo. Mucha confianza deberían tener aquellas gentes dirigidas por extranjeros para obrar con tanto desenfado y osadía. Lo cierto hasta entonces es que el conde era espiado en todos sus pasos. Rodrigo e Iñigo Bela, hermanos, buscan al conde y le besan la mano en señal de amistad y de sumisión. Al fin y al cabo Rodrigo era su propio padrino. La boda, a los ojos del joven futuro primer rey castellano, va a servir también de reconciliación con aquella rencorosa familia. Pero los Belas no pueden soportar la exaltación y el triunfo definitivo de la casa condal castellana ascendida ahora a casa real. No pueden ver a Castilla erigida en reino, cuando todavía recuerdan la usurpación de sus tierras alavesas y el triunfo separatista de Fernán González. Cuando el conde caminaba con su brillante comitiva hacia la iglesia de San Juan, un tropel de gentes ocultas le embiste sorpresiva y villanamente. Al frente de los asaltantes, don Rodrigo, arrogante y soberbio, atraviesa al conde niño con un venablo, usando para ello -como dice Moret-, la misma mano con que había sustentado la fuente sagrada del bautismo. Toda la comitiva, cogida de sorpresa, es rematada bárbaramente, salvándose pocos con vida. Es de figurar la indignación y el horror que causaría la noticia entre las gentes, ya lanzadas al regocijo de las fiestas desde la víspera. Pero donde la noticia había de producir una mayor conmoción fue en el campamento de don Sancho el Mayor. Algunos emisarios castellanos informaron al monarca de lo ocurrido. Este amenazó con terribles represalias. Entretanto, los Belas, envalentonados con el éxito, ocuparon inmediatamente territorios y fortalezas. Sancho el Mayor, sabido esto, deja todo y con sus tropas se encamina a marchas forzadas hacia la fortaleza sitiada. Al fin llega el rey y carga sobre los sublevados. Todos ellos fueron muertos o heridos o hechos prisioneros. Los dos Belas cayeron en manos del rey de Pamplona. La sentencia fue inmediata, ejemplar y terrorífica, en consonancia con la magnitud y consecuencias del crimen: ambos hermanos fueron inmediatamente quemados vivos para escarmiento de las gentes venideras. Así finalizó aquella larga y dramática historia de los Belas alaveses. Ahora la corona castellana recae en doña Munia, esposa de Sancho el Mayor, motivo por el cual Castilla entra en el imperio pamplonés como un estado anexo. No cabe olvidar que doña Mayora o Munia, era castellana y, por tanto, ansiaba ver a su patria ascendida a la categoría de reino independiente. Harto trabajo había costado a su familia separarla de León y forjar así su independencia nacional. No extrañe, pues, que ambos esposos, decidan separar los estados vasco y castellano como reinos independientes a favor de García y de Fernando, sus hijos, iniciándoles en la vida política titulándoles como reyes en las confirmaciones de documentos. Pero a García, como primogénito, le habían reservado el reino de Pamplona, como matriz de todos y señorío de los monarcas vascones desde tiempos antiguos.