Concepto

Regatas de Traineras

Esta regata tuvo lugar, debido a la rivalidad existente entre las diferentes poblaciones de la costa vasca, a finales del pasado siglo. Pero concretamente, el hecho que impulsó a la contienda a guipuzcoanos y vizcaínos fue la regata celebrada dos años antes, exactamente el 25 de noviembre de 1888, en la que los remeros ondarreses habían vencido, con una diferencia de quince segundos, a los de Pasai San Pedro y de la que acabamos de dar una referencia. Pero el hecho de vencer a Pasaia no significaba el vencer a todo el Cantábrico. Así el 20 de septiembre de 1890 salta, de San Sebastián a Ondarroa, el desafío. Comenzaron inmediatamente las negociaciones en la fonda Otamendi de Zarautz. Presidían las representaciones José Antonio de Aguirre, por parte vizcaína, y J. Francisco Irastorza, por los guipuzcoanos. Se acordó conforme a la segunda propuesta donostiarra, un recorrido de 10 millas desde frente a Lekeitio, en dirección a la Peña de San Antón, de Getaria, y en vez de bordear la costa, separados de ella, ambas tripulaciones en línea. Fue nombrado para dirigir la embarcación donostiarra, Luis Carril.

Hombre pequeño, enjuto, con ojos claros y tristes, pescador empedernido, que vivía en el barrio de la Jarana. Contaba 45 años y pesaba 59 kilos. Los demás eran: Tomás Agote (70,5 kilos); Isidro Ibarzábal (70 kilos); Pantaleón Isasa (71 ,5 kilos); Martín Erquicia (64 kilos); Pedro Galdós (67 kilos); José María Taberna (76 kilos); José Beobide (64 kilos); Angel Echezarreta (85,5 kilos); Román Echenique (104 kilos); Anselmo Idiáquez (81 kilos); Joaquín Landa (71 kilos); Ignacio Olaizola (74,5 kilos) y José Sánchez (71,5 kilos). Salían, desde un mes antes de la confrontación todos los días, al terminar las faenas de pesca, a recorrer las 6 millas, en mar abierto, lo que les servía de entrenamiento. Al terminar la cena, ofrecida diariamente por alguna sociedad, cada uno de ellos recibía un duro. Se atravesaron veinticinco mil pesetas por cada embarcación. En apuestas particulares llegaron a jugarse cantidades muy fuertes, calculándose en unos setenta mil duros la cifra total. Cantidad importantísima para la época. La fecha de la regata había sido fijada para el domingo 23 de noviembre. Más tarde se aplazó al domingo siguiente, día 30, festividad de San Andrés.

A causa de la crudeza del tiempo, con temperaturas de 6 grados bajo cero y temporales de nieve, no pudo celebrarse ese día. Otro tanto ocurrió el lunes. Hasta que el martes 2 de diciembre, un ligero viento sur, elevó algo la temperatura, limpió la bruma y mejoró el aspecto del mar. La costa presentaba un aspecto impresionante. Los puntos claves del litoral, como el cerro de San Nicolás de Mutriku, la atalaya ondarresa de Santa Clara o el faro de la peña de San Antón se iban coronando de multitudes, que tomaban posiciones en dirección al mar, con extraños y rudimentarios aparatos ópticos para mejor ver a distancia. Lekeitio, punto de partida de las embarcaciones, a pesar de ser vizcaíno e inmediato a Ondarroa, ofrecía una resuelta inclinación hacia los donostiarras. Diferencias de vecindad habían hecho que los de Ondarroa despreciaran como remeros a los lekeitiarras. Hasta el punto en que éstos, heridos en su amor propio, quisieron disputar una regata preliminar entre ambos pueblos y ser el vencedor quien se enfrentara a los guipuzcoanos. Pero no llegó a jugarse. Los remeros donostiarras se encontraban en Lekeitio, desde días atrás.

A las ocho y media el "Bilbao" salió para Ondarroa, con objeto de traer a los remeros de aquella villa, y a las diez regresaba con ellos en cubierta. Eran éstos: Patrón: Ambrosio Bedialauneta. Remeros: Salvador Aguirre, Miguel Aranzamendi, Doroteo Badiola, Pablo Acha, Juan Zuazaga, José Olarreaga, Bruno Aramayo, José Osa, Rufino Badiola, Félix Urresti, Pedro Uribe, Pedro Larrañaga y Adrián Bedialauneta. El puerto de Lekeitio se encontraba lleno de traineras, lanchas y botes de todas clases. Ya en alta mar el "Mamelena n.° 3" y el "San Nicolás" salían a rectificar las balizas y colocar en ellas las banderas. El jurado y los delegados de ambas partes se habían reunido a deliberar y acordaron que el regateo se jugara a las doce. Poco después iban a ocupar su puesto sobre el puente del "Mamelena". Componían el jurado, por Ondarroa: Don Ramón Sota, don Isidoro Lafita, don Fausto Madariaga y don Eduardo Lafarrete. Por parte de San Sebastián actuaban como delegados: Don Francisco Muñoa, don Juan José Larrea, don Francisco Irastorza y don Eusebio Fuentes. Anteriormente se había procedido a los sorteos: uno para designar quién de los dos presentaría las embarcaciones; el que perdía, elegía entre las presentadas; y otro, para decidir las balizas. Tocó llevar las embarcaciones a Carril, que presentó dos de la matrícula de San Sebastián, pertenecientes, una de ellas a Francisco Iturriza "Pólvora" y la otra a José Manuel Oronoz "Exkerra", que fue la elegida por los ondarreses.

En el sorteo de posiciones correspondió escoger a Carril, quien, ante la sorpresa general, eligió al lado de la costa, que normalmente suele ser perjudicial a causa del reflujo de las olas que rompen en las rocas. Así, se colocaron las traineras con sus tripulaciones cada una en su baliza. A las 12 y 16 minutos en punto, el toque ponía en movimiento a las dos traineras, que durante los primeros veinte minutos marcharon a la par. Por fin, a la altura de Saturraran, una de las embarcaciones comenzó a despegarse. Era la de Carril, quien, con el brazo en alto, saludaba al barco del jurado. 8 minutos después estaban a la mitad del recorrido y la diferencia era de cuatro traineras. Según la clave convenida, se encendió en Mutriku, en medio de una explosión de júbilo, la hoguera cuyo humo había de ser para la costa guipuzcoana aviso del adelanto de su trainera. Una sacudida de entusiasmo corrió entonces, a lo largo de todo el acantilado, mientras el telégrafo transmitía a San Sebastián la noticia. Demostraciones de júbilo resonaron en todo el barrio de pescadores, en donde miles de donostiarras se habían congregado para recibir a sus paisanos.

A la 1 y 21 minutos de la tarde llegaban a la baliza los remeros donostiarras empleando así, en un recorrido de 10 millas, el tiempo de 81 minutos. Los ondarreses, en medio de la ovación de que eran objeto los contrarios, llegaron 1 minuto y 28 segundos después. Imposible de describir las manifestaciones de entusiasmo que en todo San Sebastián, costa guipuzcoana y... Lekeitio, se produjeron al conocerse la noticia. Mientras, los remeros de ambas cuadrillas, con las manos en sangre; eran izados a los barcos y envueltos en mantas entre abrazos y ovaciones. Cuando los remeros desembarcaron del "Mamelena", en el muelle donostiarra les esperaba un recibimiento triunfal. Veintidós meses después, la tarde del 19 de octubre de 1892, Luis Carril bogaba con ocho de sus compañeros de regata, en medio de una mar serena. Soplaba viento del NNE y ellos, aprovechándolo, navegaban a vela. Era poco más del mediodía y se encontraban a unas nueve millas de la costa, cuando en un descuido en que Carril soltó el remo, una ráfaga, violentísima e inesperada, cogió la embarcación de través y la volcó con los trece hombres. Uno por uno, después de largas horas de lucha, iban soltando sus manos de la quilla de la trainera y hundiéndose para no aparecer más.

Una lancha pasó de largo, sin advertir a los náufragos. Nueve de los trece habían desaparecido ya. Eran: Luis Carril, José Joaquín Leunda, José María Taberna, José Beobide, José Miguel Egaña, Luciano San Sebastián, Mariano Blanco, Francisco Aguirre y Manuel Uribe. Resistían todavía: Ramón Echenique, Pedro Galdós, Lorenzo Ituarte y Ascensio Landaberea. Serían cerca de las cuatro, cuando advirtieron una lancha bonitera. Esta vez la señal fue vista por la kalera, llamada "Avelina". Pertenecía ésta, y la patroneaba, el mayor amigo de Carril, Francisco Iturriza "Pólvora", con cuya trainera los donostiarras habían ganado a los ondarreses. Además la "Avelina" la había ganado Iturriza a un constructor de Ondarroa, en apuesta celebrada con motivo de la regata de Carril. Cuando los izaron a bordo eran exactamente las cuatro y cuarto de la tarde, de aquel día de octubre. La ciudad guardó en su honor un gran duelo. Días después, los cuatro supervivientes iban descalzos al Santo Cristo de Lezo cumpliendo la promesa hecha en aquellas terribles horas de soledad.