Concepto

Postmodernidad

En 1979, el filósofo Jean-François Lyotard publica La condition postmoderne, y el debate sobre el agotamiento y la superación de la modernidad quedó inaugurado. Periodistas, historiadores, políticos, comisarios de arte y publicistas se sumaron uno tras otro a la polémica. La intuición que vertebra el libro es que los cambios que se suceden en la sociedad moderna están erosionando la legitimidad misma del proyecto de la modernidad.

Lyotard había sido durante años militante de Socialisme ou Barbarie, grupo de izquierda revolucionaria antidogmática fundado en 1949 por Cornelius Castoriadis. Llegó a interpretar con audacia la desintegración del marxismo como síntoma de una desintegración más profunda, que afectaba irremisiblemente a los propios ideales de la Ilustración. El futuro sería resueltamente cínico y superficial, y carecería de significado: la demostración, bastaba con salir a la calle. En este sentido, su valoración de las nuevas coordenadas en las que se situar la experiencia humana no estaba exenta de un cierto duelo.

La ruptura con la razón autónoma y totalizadora supone, para Lyotard, el abandono de los grands récits, las grandes narraciones con pretensiones de universalidad, y el retorno de las petites histoires. Si ha perdido credibilidad la idea de un discurso, un consenso, una historia, el nuevo espíritu de la postmodernidad puede por lo menos reivindicar una pluralidad de ámbitos de deseos, discursos y narraciones. Estas nuevas narraciones renuncian a toda teleología y son conscientes de su singularidad y carácter efímero.

Puntualicemos, antes de seguir adelante, que estos metarelatos que quedan sin fundamentación no son propiamente mitos. Ciertamente, tienen como fin legitimar las instituciones y las prácticas sociales, las diferentes legislaciones y aquello que entendemos por ética. Pero, a diferencia de los mitos, no buscan la legitimación en un acto fundador original, fuera del tiempo de la historia, sino en un futuro por conseguir, en una idea por realizar. La justicia, la igualdad, la emancipación humana: de ahí, como venimos diciendo, que la modernidad sea un proyecto.

Es necesario insistir en la paradoja en que nos encontramos. El proceso de deslegitimación de los fundamentos de la modernidad son indisociables de la crítica y la labor de desenmascaramiento que es central en la modernidad misma. La conversión de ésta en una suerte de mitología que encubre su degeneración y su propio incumplimiento es denunciada valientemente por el pensamiento postmoderno, que hereda así el espíritu que hemos dado en llamar moderno. Su desconfianza, su falta de fe en el futuro y la provisionalidad que otorga a cualquier afirmación marcan sin embargo las nuevas pautas.

Lo específicamente postmoderno sería entonces la disolución del racionalismo unilineal de la Ilustración en un juego de signos y fragmentos, inmerso cada uno de ellos en diversos patrones de racionalidad. No faltan precursores notables: Nietzsche, qué duda cabe, pero también, como se ha hecho notar, Michel de Montaigne o los sofistas griegos. Duplicidad de los sentidos, fragmentación del saber, dispersión de las referencias... A la nueva condición postmoderna, que refleja una voluntad de desmantelamiento, una obsesión epistemológica con las discontinuidades y las fracturas, le corresponde el compromiso ideológico con las minorías políticas, étnicas o sexuales.

La postmodernidad apuesta por la lucha política en pequeña escala. Convertido el mundo es una red asfixiante de juegos de poder, y desfondada la razón occidental como instancia crítica, sólo queda la diseminación de pequeñas resistencias y la creación de nuevos espacios donde reinventar la experiencia humana. En medio de la precariedad general, aún es posible hacer oír la voz de los excluidos, los descartados por la historia, los que viven en los márgenes. Para Lyotard, el venerable compromiso moderno con la razón crítica, la acción y la capacidad de los seres humanos para enfrentar y superar la estupidez y el sufrimiento adquiere ahora formas contingentes, múltiples, vacías de todo criterio de verdad.

En este sentido, es significativa su reivindicación del disenso frente a la idea del consenso argumentativo de Jürgen Habermas, convencional heredero de la modernidad. Lyotard desconfía del consenso por varios motivos: en primer lugar, por su tendencia a enmarcar y controlar las diversas opiniones y puntos de vista, convertidas como todo lo demás en simples objetos de consumo. En segundo lugar, por su dependencia a la idea ilustrada de legitimación del saber a partir de la argumentación y el juego de mayorías, que está pervertido desde el principio. No existe para Lyotard ninguna legitimación del saber, lo único que hay es astucia, imposición, olvido, estrategias discursivas, manipulación a gran escala.

Lyotard apuesta entonces por el disenso como única garantía de supervivencia de la pluralidad. En tiempos postmodernos, de falsos consensos auspiciados desde el poder, sólo queda reivindicar el reconocimiento de la diferencia, la propagación y defensa de alguna experiencia humana inconmensurable.

La complejidad de la nueva situación no es sólo cuestión de perspectiva histórica, sino que viene dada por el propio movimiento de repliegue sobre sí mismo característico de la postmodernidad. Frente a la periodización clásica o de la edad moderna, la postmodernidad vive en cambio en el presente, y no ve nada fuera de él: el futuro es un fantasma inescrutable, y del pasado sólo puede hablarse con nostalgia o voluntad paródica. Este presente es un espacio histórico informe y desestructurado, donde han caído los ejes de coordenadas a partir de los cuales podía llegar a establecerse un sentido.

Esta destrucción de todos los grandes relatos, todos los discursos y todas las finalidades es efectuada sistemáticamente por Lyotard y el resto de los pensadores postmodernos. Pero sistemática es también la razón occidental, a la que denuncian con tanta firmeza. Nos encontramos de nuevo con la paradoja: ¿Acaso el fin de los grandes relatos no actúa como el gran relato que delimita, acota y da coherencia a nuestra propia manera de estar en el mundo?