Concepto

Patrimonio Cultural

Si atendemos a su significado original, la voz patrimonio en castellano, al igual que la palabra patrimoine en francés, procede del latín patrimonium, que se refiere a los bienes que son heredados del padre, de nuestros antepasados. Después, por extensión, se considera patrimonio no sólo lo que se hereda de los padres, sino también al cualquier tipo de bien que se posea. El patrimonio es, pues, según esta etimología, un inventario de propiedades económicamente valiosas formulado según un código del derecho.

Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando se produce el llamado boom del patrimonio, entendido como una fuerte acentuación de un largo movimiento conservacionista que reacciona ante los procesos modernizadores tratando de encontrar una nueva forma en la que las sociedades contemporáneas se relacionen con su pasado.

Es un proceso de patrimonialización de la cultura, pues se transforma la propia cultura o a partes de ésta en un tipo de bienes específicos de una naturaleza particular: los bienes culturales. Esto significa que aspectos de la cultura de un pueblo, nación o sociedad son transformados en objetos simbólicos y materiales discretos que pueden ser patrimonializados y transmitidos entre generaciones. Es el uso metafórico de la voz patrimonio para designar un tipo de activo de índole cultural que forma parte de una colectividad y que define sus propiedades, lo que le es propio y le pertenece.

Las causas que explican los procesos de patrimonialización de la cultura pueden ser varias y complejas. Sin embargo, existe un diagnóstico extendido entre los estudiosos del patrimonio que entiende que emergerían como reacción a un sentimiento de pérdida generalizado y a una creciente conciencia de riesgo. El patrimonio es una manera de asir esas cosas que ya no son o que están a punto de no ser, y mantenerlas vivas en un presente en el que ya no se dan las condiciones sociomateriales de su existencia.

Este planteamiento se apoya en el conjunto de teóricos que describen el periodo de incertidumbre que se abre tras la Segunda Guerra Mundial y que se acentúa en el último cuarto del siglo XX, utilizando diversas etiquetas para definir las sociedades que se van configurando: postmodernidad (Lyon, 2000; Lyotard, 2000; Jameson, 2001), sociedad postindustrial (Touraine, 1973; Bell, 1994); modernidad líquida (Bauman, 2003), modernidad reflexiva (Beck, Giddens, Lash, 1994), sociedad del riesgo (Beck, 1998). Independientemente del término utilizado, todos coinciden en describir algunas características comunes en su diagnóstico, cuyas metáforas dan cuenta de ello: la realidad social se vuelve líquida, inestable, llena de riesgos, sin rumbo definido, fragmentada, o carente de sentido.

Sólo en una época en la que existe la percepción de una pérdida y riesgo globales que conducen a la dificultad para consignar espacios de sentido, es cuando emerge el patrimonio cultural. Es aquí donde entra en juego el patrimonio cultural como un proceso, apoyado en muchas ocasiones de una importante labor experta, que está destinado a la reconstrucción del sentido. El patrimonio se postula como el puente que une pasado y futuro, construyendo en el presente un vínculo de sentido que relaciona a las distintas generaciones y que, por lo tanto, permite solventar la falla histórica abierta.

El patrimonio cultural, entonces, refleja, expresa o contiene los principales referentes de identidad de una colectividad, ya sea en clave de pueblo, nación, comunidad o sociedad. Además, es algo que se posee, formando parte de una gramática del nosotros, de lo que es nuestro y nos pertenece.

El patrimonio cultural está fuertemente vinculado con la idea de identidad. Así, cabe destacar que, por ejemplo, Ariño vincule el patrimonio a un foco de representación social, esto es, a una "comunidad imaginada" (2002, p.334). Según este autor el patrimonio también resulta fuente de legitimación identitaria, siendo, además, lugar de producción de "autoconciencia histórica, sentido teleológico de la historia (...) y sentido de la responsabilidad" (Ariño, 2002, p. 338). El patrimonio genera toda clase de vínculos sociales e identitarios, convirtiéndose en la crónica -historia- y tópica -territorio- de la identidad (Gatti, 2007, p.22), en el nexo entre generaciones (Ballart y Tresserras, 2005, p.13), en la expresión de una comunidad (García García, 1998: 11), o en el lugar donde las personas se sienten mejor, más enraizadas y seguras (Howard, 2003, p.147). Prats destaca que lo más importante del patrimonio es "su capacidad para representar simbólicamente una identidad" (1997, p.22).