Concepto

Nacionalismo vasco y europeísmo

Tras repasar los discursos de los distintos partidos nacionalistas vascos, puede concluirse que la voluntad de transformar Europa en una "Europa de los pueblos" en la que Euskal Herria esté presente en pie de igualdad es una meta compartida por todos ellos. Ahora bien, dentro de esta tendencia general subyacen distintas concepciones de la nación vasca, de la soberanía y de la Unión Europea.

Históricamente puede observarse la coexistencia -tensa- de dos grandes fuentes que alimentan el pensamiento político nacionalista. Por un lado, la tradición foralista y pactista, basada en la libre puesta en común de la soberanía con entidades políticas supranacionales: primero el reino de España, y hoy la Unión Europea. No extraña, visto así, que esta tradición, vinculada principalmente con el PNV, haya estado siempre asociada al pensamiento federalista europeo y se haya adaptado ideológicamente con tanta facilidad al contexto de soberanías difuminadas y compartidas que caracterizan hoy la Unión Europea (Filibi 2007). Además, el caso del primer nacionalismo vasco sugiere la existencia en Europa occidental de cierto tipo de nacionalismo no orientado a la estatalidad, que habría sido dominado por los Estados-nación dominantes; y ello plantea la cuestión de la posible existencia de otras manifestaciones nacionalistas que hayan sido olvidadas o sumergidas, desde su nacimiento, en la Europa estatista de los dos últimos siglos (Flynn 2000:157).

Por otro lado, una rama distinta del nacionalismo, más propia de la era moderna inaugurada por la Revolución Francesa, persiguió desde mediados del siglo XX la creación de un Estado-nación propio y homogéneo, igual y simétrico a aquellos de los que trataba de separarse. Estos dos troncos se han ido desarrollando durante más de un siglo simultáneamente, en cambiantes y tensas relaciones de complementariedad y antagonismo.

Con el tiempo, ambas se han ido nutriendo mutuamente. Esta última rama está siendo crecientemente influida por ciertas ideas-fuerza de la primera, especialmente, la central de compartir la soberanía; en gran medida condicionada por el entorno europeo basado en la supranacionalidad.

A esta confluencia de ideas entre el citado sector del nacionalismo vasco y ciertas características del contexto mundial y europeo, se suman las reflexiones de un cierto sector de la doctrina constitucional española. Así, Herrero de Miñón, en línea con Jellineck, ha calificado a los sistemas forales como "fragmentos de Estado", tratando así de aprehender su compleja realidad. Para este autor las comunidades forales poseen su "propia identidad", y ello significa que "sus competencias no están subordinadas, sino yuxtapuestas a las del Estado". Herrero desafiaba a quienes criticaban (y todavía hoy critican) este planteamiento, exigiendo que presenten una alternativa, pues es necesario oponer

"otra fórmula capaz de explicar por qué la Diputación de Vizcaya o el Gobierno Foral Navarro ejercen funciones netamente estatales en campo tan importante como el haciendístico; por qué dichas funciones no proceden de delegación alguna sino que, frente al principio general de competencia tributaria exclusiva del Estado (art. 133,1), son originarias y se ejercen mediante un pacto; por qué la estructura institucional alavesa, vizcaína o guipuzcoana nada tiene que ver con la de una provincia, sino que reproduce a escala la de una comunidad autónoma; por qué la revisión del Amejoramiento del Fuero navarro exige un pacto entre las instituciones forales y estatales; y por qué la autonomía de Euskadi no es, ni en su articulación interna ni en las competencias que tiene atribuidas ni, sobre todo, en su significado político, homologable con la autonomía de Madrid. Una interpretación que prescinda de estas consideraciones de hecho es huera e inútil, porque no da cuenta de la realidad." (Herrero de Miñón 1991:72-73)

Para responder a estas cuestiones hay que atender, además, a los cambios históricos producidos con el tiempo. Nadie demanda la pura reintegración foral, muchas de cuyas disposiciones han quedado obsoletas. Sin embargo, "a la vez, se ha producido una reafirmación de pretensiones políticas a las que los Derechos Históricos han servido de expresión, y a los mismos se han remitido tanto los modernos movimientos fueristas como el propio nacionalismo". Herrero de Miñónsugiere que, derivado de todo esto, "la esencia de los derechos históricos no puede encontrarse en un 'complejo competencial' determinado (...) Porque, ante el Estado, la comunidad histórico-política tiene una personalidad propia e infungible". Y remata su argumento recordando que "ya en el Antiguo Régimen, fuero no era tanto lo excepcional frente a lo general, como lo propio frente a lo ajeno, hasta el punto de que se recurrió a la vía de la generalización de privilegios para afirmar la común diferencia. (...) De ahí que la plena formalización pueda llevar a considerar el fuero, convertido ya en derecho histórico, en título de comunidad política diferenciada" (Herrero de Miñón 1991:76-77) 4. Lo dicho desde el plano jurídico tiene su correlato en el ámbito social, pues es indudable que el conjunto de los territorios vasco-navarros constituyen una unidad desde el punto de vista social, cultural (y en gran medida económico), como atestiguan los estudios realizados sobre los valores y actitudes sociales (Elzo 1996:281-282) 5.

De esta forma, "los derechos históricos serían manifestación de la soberanía originaria del pueblo vasco, expresada a través del régimen singularmente protegido de su foralidad", y de esto se derivaría, añadiría Herrero de Miñón en un texto posterior, que "los derechos históricos son plenamente compatibles con el ejercicio de autodeterminación por ese mismo sujeto" (Herrero de Miñón 1998:272).

Que duda cabe de que esta cierta confluencia ideológica entre sectores europeístas, nacionalistas vascos y constitucionales españoles ha sido posible sólo en el contexto de un proceso político de gran calado como el de la integración europea, basado en la idea-fuerza de compartir soberanía. Esta era también la principal inspiración de la propuesta que el Lehendakari presentó bajo el título de Un nuevo pacto político para la convivencia en el Parlamento Vasco (diciembre de 2004), y que descansa, en línea con la tradición histórica del pensamiento político del PNV, en el citado pilar de la puesta en común de la soberanía en el ámbito de marcos políticos más amplios (Unzueta 2003:107-113; Herrero de Miñón 2003:46). No obstante, la negativa del parlamento español incluso a debatir este texto (enero de 2005), implicó el principio del fin del proyecto de la "España plural", marcó un punto de inflexión en la política vasca y complicó mucho la oportunidad de desarrollar más estas ideas sobre la gestión conjunta de la soberanía dentro del Estado español.

Paralelamente, en el plano europeo también se produjeron algunos hechos que contribuyeron a cambiar el diagnóstico político de los distintos partidos nacionalistas. En este sentido, destaca la no inclusión en la Constitución europea de ninguna disposición favorable al reconocimiento de las naciones sin Estado y ni siquiera el establecimiento de ningún avance destacable en el aumento del poder político de las regiones. Además, las votaciones contrarias a la ratificación del texto constitucional en Francia y Holanda sumieron a la Unión Europea en una crisis profunda que se trató de salvar mediante la aprobación de un texto rebajado que terminó siendo el tratado de Lisboa (ratificado definitivamente a finales de 2009).

Puede decirse, por tanto, que las esperanzas que despertó la Unión Europea entre las naciones sin Estado y las regiones respecto a poder encontrar un mejor acomodo en la Europa política (Keating 1996; Rojo 1996) se vieron frustradas en gran medida, ya que el freno en la integración política producido a partir de mediados de los años 90 también afectó a los posibles avances en el encaje político de las regiones y naciones sin Estado en la UE. Una propuesta muy debatida fue la de Alain Lammassoure, respecto a la posibilidad de que la UE reconociese un status especial de "asociación" con las regiones que poseen parlamentos elegidos democráticamente. No obstante, pese a diversos intentos, la Convención constitucional se negó a discutir este asunto, fundamentalmente por las fuertes presiones en contra de varios Estados, y en particular del gobierno español presidido por José María Aznar.

El reducido papel de las regiones y el nulo reconocimiento político de las naciones sin Estado en la UE -dejando de lado pequeños gestos en relación a la utilización de algunas lenguas minoritarias (pero sin reconocimiento oficial)-, más de quince años después de la creación de la Unión Europea, han obligado a las regiones más dinámicas y a los distintos nacionalismos a redefinir sus estrategias y adaptar sus discursos (Hepburn 2008). En definitiva, durante los primeros años del Siglo XXI se puede apreciar en los partidos nacionalistas minoritarios y regionalistas una considerable reducción de las expectativas respecto a las posibilidades ofrecidas por el proceso de integración (Elias 2008).

En este contexto, diversos partidos nacionalistas han reformulado sus estrategias y proponen la celebración de referéndum y consultas sobre la idoneidad de crear sus propios Estados para asegurarse su representación política en la Unión Europea. Destacan la propuesta del Partido Nacionalista Escocés de realizar un referéndum sobre la independencia en 2010, reforzada tras su victoria electoral, o las consultas no oficiales producidas en Catalunya en el último trimestre de 2009, primero en Arenys de Munt (12 de septiembre de 2009) y posteriormente en 166 municipios catalanes (13 de diciembre de 2009). La pregunta de estas consultas catalanas era explícita tanto respecto a la cuestión de la estatalidad propia como a la de su pertenencia a la Unión Europea: "¿Está usted de acuerdo con que Cataluña se convierta en un Estado de Derecho independiente, democrático y social integrado en la Unión Europea?". Al parecer, roto el sueño de una Europa de los pueblos o, al menos, una Europa política que reconozca a estos pueblos, en beneficio de una Europa controlada por los Estados, los partidos nacionalistas de toda Europa parecen comenzar a apostar de nuevo por lograr un Estado propio. Además, el elevado número de Estados de tamaño medio y pequeño en la Unión Europea, con lenguas oficiales que en ocasiones tienen un menor número de hablantes que algunas naciones sin Estado, parecen avalar la viabilidad económica y la idoneidad política de dicha estrategia. En cualquier caso, tanto las regiones como las naciones sin Estado siguen siendo una dimensión política clave a la que la Unión deberá responder institucional y políticamente de alguna forma, una vez comprobada la insuficiencia del Comité de las Regiones.

4Este "ser" comunidad política, anterior a la Constitución y por tanto no derivado de ella, hace que, en opinión de Herrero de Miñón, los derechos históricos sean "inmunes a la revisión constitucional" (Ibid., p. 80).

5Además, este estudio demuestra, en contraste con lo mantenido mediante algunos clichés que han llegado a calar en la literatura científica, que es el sector nacionalista vasco el que presenta una mayor influencia de los valores postmaterialistas.