Concepto

Metalurgia

La localización de las industrias metalúrgicas ilustra lo que acabamos de decir respecto a la cuestión del combustible y de las materias primas. El estudio sobre la distribución geográfica de los talleres metalúrgicos en los Pirineos atlánticos orientales, desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XIX, aunque incompleta por la insuficiente información que existe, pone en evidencia dos hechos importantes: en primer lugar la densidad del número de talleres metalúrgicos, muy fuerte en Vizcaya, media en Guipúzcoa, débil en Francia y casi nula en la vertiente meridional, excepto en la vertiente sur de las sierras altas: de hecho, es muy elevada en el extremo norte de Alava. Estas desigualdades se explican por la mayor o menor distancia que separaba estas diferentes regiones de las minas de Somorrostro, ya que el mineral de Guipúzcoa, de Francia, de Navarra y de Alava no era de suficiente buena calidad como para obtener un hierro colado resistente: había que mezclarlos con un "hierro de una suavidad singular" que se encontraba en Vizcaya (Arch. Dep. Basses- Pyrenees). En Vizcaya y en el extremo norte de Alava, nadie se encontraba demasiado lejos de los puntos de extracción del precioso mineral. En Guipúzcoa, a lo largo de la costa y de los principales ríos -el río Deva, el Urola y el Oria-, se salía del apuro trayendo el mineral, por barco, hasta los puertos de la costa, y remontándolo cierta distancia río arriba. Pero, en el macizo cristalo-primario de Guipúzcoa-Navarra, el abastecimiento en mineral era ya más dificultoso, puesto que el Bidasoa sólo se podía remontar hasta Biriatu.

Los habitantes del valle del Baztán eludían la dificultad transportando el mineral vizcaíno hasta San Juan de Luz, desde donde se llevaba en barcazas planas hasta Ascain o Saint-Pée: allí, carreteros españoles venían a recogerlo y lo llevaban al Baztán por el puerto de Maya. Los pueblos franceses situados en el recorrido de esta "vía del mineral" también empezaron a utilizar el mineral de Vizcaya: en Sara, por ejemplo, y desde antes de la Revolución francesa, había fundiciones que se abastecían de esta manera. (Arch. Mun. de Sara: Informe manuscrito de Vedel referente a la situación de esta comunidad hacia la mitad del siglo XIX). Parece ser que a finales del siglo XVIII, al este de la Nivelle no se importaba mineral vizcaíno: se contentaban con los yacimientos franceses, cuya producción era de escasa importancia. Lo que tiende a corroborar esto es que los bayoneses solicitaron al rey, en 1771, el permiso para establecer una fundición cerca de Bayona, que funcionaría "con carbón de pino de las Landas" y con la importación de 5.000 quintales de hierro de Vizcaya, es decir unas 200 toneladas (Arch. Dep. Basses-Pyrenees). La idea de reunir el pino de las Landas y el mineral vizcaíno contenía ya el embrión de la creación de las Fundiciones de l'Adour, que se llevó a cabo en el siglo XIX.

En cuanto a la parte de la vertiente meridional situada al sur de las sierras altas, si no poseía fundiciones, excepto en el caso de Alava, era porque no había ningún yacimiento de mineral de hierro, y porque estaba separada de la cuenca minera de Bilbao por una barrera de montañas. En segundo lugar, constatamos cómo en aquel tiempo todos los talleres metalúrgicos estaban establecidos junto, o en plena región forestal, y particularmente en la zona de las sierras altas. En Vizcaya y en el extremo norte de Alava, por ejemplo, la máxima densidad del número de talleres metalúrgicos se observaba, no alrededor de los yacimientos de la región de Bilbao, que sólo reagrupaba 15 fundiciones de las que únicamente 3 se situaban en Somorrostro y 3 en Baracaldo, sino en medio de los grandes bosques de las altas sierras, en los valles de Orozco y de Aramayona, en los municipios de Ceánuri, de Ubidea y de Orozco, y que todos juntos sumaban no menos de 160 fundiciones de las que 61 se encontraban en Ochandiano.

Esta región era la Wealds de Vizcaya. En Guipúzcoa, las localidades con mayor número de fundiciones también estaban situadas cerca de los grandes bosques. Azpeitia, que poseía 10 fundiciones, se encontraba en el cruce de las vías del carbón que bajaban de los bosques de los montes Ernio, Izazpi e Izarraitz. En las sierras altas de Guipúzcoa se encontraban igualmente muchas fundiciones. En Francia, aquellas que funcionaban en el siglo XVIII, también estaban situadas, ya fuere junto a los bosques de las tierras bajas, como los de Mixe y de Chéraute, ya fuere en medio de los bosques de las sierras altas. Finalmente, las pocas fundiciones que había en la vertiente meridional de la sierra, como las de Maestu, Araya y Orbaiceta, se localizaban en las zonas de las sierras más sometidas a la influencia oceánica, abundando por ello los bosques de hayas y de robles pedunculados.

En todas partes pues, los talleres metalúrgicos estaban establecidos, cuando ello era posible, en las inmediaciones de la madera y del mineral juntos, como era el caso de Larrau y de Baigorri, pero ante todo de la madera, y es que el peso total de madera necesario para el funcionamiento de una fundición, era por mucho superior al del mineral que se fundía, siendo más ventajoso transportar el segundo que el primero. En cuanto al transporte de madera en forma de carbón de leña, fabricado en los mismos bosques, era oneroso, ya que a igual peso, el carbón de leña ocupa un volumen mucho más importante que la misma madera. Es por ello que sólo accidentalmente se localizaban las fundiciones junto a las minas de hierro o de cobre. Este era el caso de las fundiciones de hierro de Mondragón y de Berástegui, y la de cobre de Amézqueta, en Guipúzcoa, o las de Somorrostro y de Galdames, en Vizcaya.

Al instalar una fundición se buscaba en primer lugar la cercanía de un bosque y no la de una mina. Si en el siglo XVIII, en Sara había fundiciones, era sobre todo porque las montañas de los alrededores, como la Rhune, eran ricas en bosques: el yacimiento de mineral que encerraba el subsuelo del pueblo no se explotaba (Arch. Mun. de Sara: Informe manuscrito de Vedel sobre la situación de este municipio hacia la mitad del siglo XIX. Más arriba hemos indicado cómo estas fundiciones se abastecían con mineral vizcaíno). De la misma manera, si el duque de Gramont estableció una fundición en Came, cerca de Bidache, era porque los bosques de Mixe suministraban suficiente carbón de leña. Otro hecho del mismo orden fue el de la baronesa de Chéraute, en Zuberoa, que solicitó al intendente del rey, en 1770, la autorización para construir "una fundición y un horno con objeto de aprovechar sus bosques". Es verdad que la petición añadía que "siguiendo una antigua tradición, las minas de hierro abundaban en el país" pero es evidente que no fue esta tradición la que motivó la petición (Arch. Dep. Basses-Pyrenees).

A finales del siglo XVIII, algunas regiones particularmente apartadas desconocían la especialización del trabajo fuere cual fuere su grado. Es así cómo en las sierras altas de Guipúzcoa, los herreros fundían el mineral ellos mismos, y las autoridades provinciales se vieron en la obligación de ordenar a los de Cegama que construyesen hornos para calcinar el mineral, en vez de hacerlo, como tenían costumbre, con troncos de árboles cortados y colocados al ras del suelo (Arch. de Tolosa). Sin embargo, dos características modernas empezaron a aparecer en otras regiones. La primera era la diferencia que se hacía, a pesar de los procedimientos como los de Cegama, entre metalurgia pesada y metalurgia ligera. La metalurgia pesada comprendía las ferrerías o las fundiciones en las que se fundía el mineral y los talleres de afinado, en los que se preparaba para transformarlo en diversos objetos: pero no siempre se hacía la diferencia entre ambos.

Una excepción era la del caso de Zuberoa durante la primera mitad del siglo XIX: en Larrau se fundía el mineral del hierro, y las barras de fundición se transportaban a espaldas de mulos desde este pueblo hasta Licq-Athérey, Aramits, y Féas, donde se afinaban. En Rentería, en 1802, estas dos operaciones tenían lugar en el mismo taller (Real Academia de Historia: art. Guipúzcoa). Debido a la explotación de las minas, la fusión y el afinado del hierro -tres tipos de trabajos estrechamente asociados entre ellos-, así como la utilización de máquinas accionadas por agua y el gran número de obreros, exigían importantes capitales, -el valor de la fundición y de la mina de Banca, en Baigorri, era en 1735 de 300.000 libras (Arch. Dep. Basses- Pyrenees), dichas actividades se prestaban a la concentración capitalista tal y como podía desarrollarse antes de la aparición de las máquinas de vapor.

El informe de un controlador muestra que la mina y la fundición de Banca constituían, en 1750, una empresa de considerable importancia para la época: el agua, que se transportaba por un canal a menudo tallado en la misma roca, servía para lavar el mineral, hacer girar una rueda que accionaba el mazo que se utilizaba para aplastarlo, comprimir el aire que se dirigía a una llama del horno para activar la calcinación y poner en funcionamiento una bomba en la mina. La empresa tenía un personal de 264 hombres, de los cuales 34 eran alemanes, y a los que había que añadir los carboneros que trabajaban en los bosques de los alrededores a cuenta de la fundición, y los muleteros que traían el carbón y la madera. Gracias al espíritu emprendedor de su jefe, la producción de la fundición aumentó de 967 quintales de "cobre rojo" en 1751 (se trata de quintales del antiguo régimen.

En España el quintal pesaba 38 a 40 Kgs.), a 2.617 en 1756. Otra empresa, propiedad de un duque -la fundición de Rentería-, poseía dos máquinas de agua capaces de estajar y de cortar 50 quintales de hierro en veinticuatro horas: en 1802, representaba un tipo de concentración aún más perfeccionado que el de Larrau. A esta metalurgia pesada, en manos de unos pocos individuos, se oponía la metalurgia ligera a la que se dedicaban un importante número de personas agrupadas en pequeños talleres: en España se les denominaba, así como a los precedentes, fraguas o ferrerías, lo que demuestra que a menudo no se diferenciaban claramente las unas de las otras. Los objetos de hierro que fabricaban buscaban satisfacer cuatro categorías de necesidades: las domésticas, las de agricultura, las del comercio interior y las de la navegación (las informaciones referentes a éstas y a las siguientes fundiciones proceden de la Real Academia deHistoria, Diccionario (n.º 19), y a los artículos que conciernen a un cierto número de localidades).

A las primeras correspondía la fabricación de utensilios de cocina como los calderos de cobre de Tolosa-, a las segundas los aperos de la labranza -picos, palas, hachas, rejas y cuchillas de arados-. Como el transporte por vía terrestre se hacía a espaldas de mulos, de caballos o de burros y con carretas, los artesanos del hierro fabricaban cantidades muy importantes de herraduras, de clavos y de ruedas: las 26 fundiciones de Ibarra, en el Valle de Aramayona, no fabricaban menos de 52.000 docenas de herraduras por año. Finalmente, las fundiciones de San Sebastián, de Hernani, de Aya y de otros lugares, fabricaban anclas y cadenas para los barcos. La segunda característica moderna es la diferencia de clientela según los talleres: unos trabajaban sobre todo para la población civil, otros para el Ejército y las Marinas de Francia o de España. En España, desde el siglo XVIII, existían manufacturas de armas reales en Placencia, Eibar, Mondragón, Tolosa y Alegría: en 1802, se fabricaban armas blancas en Alegría y en Tolosa, y pistolas y fusiles en Placencia y en Eibar. En 1741, se fabricaban igualmente armas en Elgóibar y en Ermua.

En esta misma época se trató de "restablecer la antigua fabricación de acero en Mondragón" (Arch. de Tolosa). Las pequeñas fundiciones como las de Leiza, Erasun y Goizueta, suministraban a la flota real clavos, la de Eugui -en Navarra Septentrional-, producía bombas y balas de cañón. En Francia, las fundiciones de Banca, en Baigorri, fabricaban cañones para la marina real (Arch. Dep. Basses-Pyrenees). El resultado era que la producción obedecía a las fluctuaciones de la política exterior de los estados español y francés, aumentando durante las guerras, y disminuyendo o hasta llegando a ser nula durante los tiempos de paz: es así como la fundición de hierro de Banca, que antes de 1733 fundía balas y cañones, se queda sin trabajo desde esta fecha hasta 1735. En 1735 el trabajo se reanuda y, en 1742, la fundición alcanza una gran actividad, produciendo de nuevo balas y cañones (Arch. Dep. Basses- Pyrenees), y es que en estas fechas tenía lugar la guerra de Sucesión de Austria.

Junto con estas fundiciones cuya actividad estaba ligada a la de las fuerzas militares y navales de cada país, estaban aquellas que satisfacían las necesidades de las ciudades y del campo: la fundición de Larrau vendía el hierro a los fabricantes de ruedas, parte en Zuberoa, parte en Béarn (Arch. Dep. Basses-Pyrenees). Si estas fundiciones estaban menos capacitadas que las anteriores para alcanzar cifras de producción elevadas -la fundición de Banca producía 3.000 quintales de hierro en 1755 (Arch. Dep. Basses- Pyrenees), mientras que la de Larrau sólo producía 1.200 (Arch. Dep. Basses-Pyrenees)-, al menos esta producción era más regular que la de las otras, ya que las necesidades que satisfacía no variaban.

Por muy interesantes que fuesen estas características modernas, las características tradicionales seguían preponderando. La primera de ellas era el estado poco perfeccionado de los medios de producción y de comercio que se disponían en aquella época. En la fundición de Banca, en Baigorri, el mineral, extraído con carreta, se rompía a golpe de martillo y aplastado con un mazo accionado por una rueda de agua: es lo que se denominaba "triturar el mineral". El mineral se lavaba varias veces y luego se fundía. El producto que se obtenía de esta manera, llamado mata, se sometía a la calcinación para separarlo del azufre que contenía, y más tarde fundido en dos ocasiones sucesivas: de esta operación salía el "cobre rojo". Todo este trabajo duraba dos meses (Arch. Dep. Basses-Pyrenees). El procedimiento empleado en el siglo XVIII para la fabricación de hierro colado era igualmente muy atrasado: se utilizaba el crisol vizcaíno hasta en Larrau y en Baigorri (Dietrich, p. 450 y 461), -lo que indica que la industria metalúrgica era en todos los Pirineos atlánticos orientales esencialmente vizcaína, por su origen y por sus métodos de fabricación-, en vez de utilizar el crisol del condado de Foix que permitía obtener un hierro de mejor calidad y más abundante.

Estos métodos explican una segunda característica tradicional: la débil producción. Si las diez fundiciones de Azpeitia producían cada una 46 toneladas de hierro todos los años y las del macizo primario de Navarra- Guipúzcoa cada una 36, las 61 de Ochandiano sólo utilizaban 960 toneladas de hierro por año, es decir 16 cada una, y las 32 fundiciones del valle de Aramayona sólo utilizaban 9 toneladas cada una (todos estos datos están calculados a partir de las cifras en quintales españoles que cita la Real Academia de Historia, Diccionario n.º 19). Estas diferentes características explican que la metalurgia pirenaica haya sido tan sensible a los golpes dados por la metalurgia inglesa, cuya victoria fue por otra parte facilitada en Francia por los tratados de comercio firmados con Inglaterra por Luis XVI y más tarde por Napoleón III. Pero, aun sin la concurrencia inglesa, las industrias metalúrgicas se hubiesen reducido a la nada porque su futuro estaba ligado al de los bosques, y éstos, teniendo en cuenta el progresivo proceso de devastación al que fueron sometidos a medida que las fundiciones se desarrollaban, estaban condenados a desaparecer. En el siglo XVIII, los informes de los controladores franceses echaron el grito de alarma: las fundiciones de Bidarray, Arnéguy y de Came tuvieron que ser cerradas por falta de madera (Dietrich, p. 464): la misma suerte iban a correr las de Baigorri y Larrau.

Y es lo que ocurrió en efecto, en 1767, con la de cobre, y en 1786, con la fundición de hierro de Baigorri. En cuanto a la de Larrau, desaparece a su vez porque tiene que abastecerse de madera en "un bosque que cada vez se aleja más" (Arch. Dep. Basses-Pyrenees). Es así como todas las fundiciones surgidas en los bosques estaban condenadas a desaparecer junto con ellos. Sin embargo, hay que reconocer que este final no parecía nada cercano para muchas de ellas, ya que los bosques de las sierras altas eran aún muy importantes. [Ref. Lefebvre, Th. Les modes de vie dans les Pyrenées Atlantiques Orientales, Paris, 1933].

En tanto que languidece la ferrería y se explota y exporta mineral de hierro, surgen los primeros intentos modernos de siderurgia en el País Vasco. En 1843 se construyen tres altos hornos en Sta. Ana de Bolueta (Vizc.). En 1854 se montan dos altos hornos al coque en Baracaldo, que constituyen entonces las únicas excepciones a la utilización de carbón vegetal y horno de pudelar, técnicas ya caducas en Europa y todavía vigentes en el país. El período 1855-1880 supone el apogeo de las exportaciones de mineral y el de la creación en la ría de Bilbao de una serie de siderurgias modernas, pero todavía mediocres, base de la eclosión posterior: Ntra. Sra. del Carmen de Baracaldo, fundada en 1859 por Ibarra y Cía., con ocho altos hornos del sistema Chenot y que sustituirá dos de ellos por otros al coque en 1873. En 1860 se amplía Sta. Ana de Bolueta. A partir de 1865 se empieza a utilizar el flete de retorno de los buques ingleses para la importación de hulla con la que abastecer las siderurgias propias. Desde esta fecha el horno de Baracaldo funciona con hulla inglesa. A finales del siglo XIX y principios del XX se crean en Vizcaya nuevos astilleros amparados por el Estado y por la recién nacida siderurgia. En 1888 se crean en Sestao los "Astilleros del Nervión" y en 1900 se funda la "Sociedad Euskalduna" de construcción y reparación de buques y posteriormente, en 1916, la "Sociedad Española de Construcción Naval" instala sus astilleros en Sestao.

La ría bilbaína aglutina la mayor concentración productora nacional en este sector. Otro sector que se desarrolla al amparo de la siderurgia pesada es el de la construcción de material ferroviario, raíles, locomotoras, también en la ría, dado que paralelamente se iba creando la infraestructura ferroviaria necesaria para sustentar la industria y el comercio que crecían progresivamente. A pesar de que fueron la siderurgia, la metalurgia y la construcción naval los principales sectores de producción en los primeros tiempos de la revolución industrial vizcaína, otras ramas fabriles comenzaron su andadura en esta época diversificando y enriqueciendo el panorama productivo, entre ellos las papeleras, cuyo foco principal se localizó en Guipúzcoa. En ésta, el paso a la moderna industrialización revistió caracteres diferentes respecto a Vizcaya.

Esta provincia quedó atrás en el proceso, puesto que carecía de mineral de hierro y carbón de piedra con los que comenzar el desarrollo industrial. La rama industrial de mayor arraigo en Guipúzcoa -la producción férrica en su forma tradicional- tardó en desaparecer, y antes de la liquidación definitiva de las ferrerías se dieron intentos de modernizar este sector como consecuencia de las iniciativas vizcaínas, como la construcción del horno de Ibaeta en 1855 al carbón vegetal y de "Fundición y Hierro Batido" de Beasain en 1861 con técnicas modernas, la "Fábrica de Hierro" de Vera-Ibaeta en 1877 y "San Pedro" de Elgóibar con dos hornos altos. Guipúzcoa no podía asemejarse a Vizcaya, puesto que carecía de materias primas; sin embargo, la fuerza de la tradición, la existencia de una potente siderurgia controlada fundamentalmente por Vizcaya y la acción estimulante de la demanda de otras actividades fabriles de la provincia, influyeron en el desarrollo de la industria de los productos de hierro, sobre todo en el último cuarto de siglo a partir de la aplicación de la electricidad como energía, que permite la renovación en el proceso de fabricación. Desde esa etapa, las realizaciones en el sector metalúrgico de transformación fueron importantes.

A partir de 1914 y en relación con la 1.ª guerra mundial se produce en Guipúzcoa y Vizcaya un espectacular crecimiento de la producción siderúrgica y metalúrgica. Estas provincias aprovechando a fondo la coyuntura bélica y proteccionista, se convierten en abastecedoras de los mercados beligerantes, creando nuevas fábricas y aumentando la producción de las existentes. La metalurgia ligera también se desarrolló, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa, aumentando el número de instalaciones y ampliando las ya existentes, con las especialidades que configuran la personalidad actual: maquinaria y utillaje agrícola ligero, cadenas y llaves, clavos y ferretería, maquinaria y motores marinos, artículos para la industria, conserva y armas, fundiciones, forjas y estampados. Entre 1913 y 1917 el comercio exterior tuvo un crecimiento espectacular, debido sobre todo a las ventas de productos metalúrgicos que se multiplicaron.

Al acabar la guerra se produjo una pequeña crisis debido a la recuperación de las partes beligerantes. Posteriormente y hasta 1929 la prosperidad continuó en el País Vasco- Cantábrico, coincidente con la ola de crecimiento internacional, y con la política del Estado que en esta época dio directrices proteccionistas, inició tímidamente el nacionalismo técnico e impulsó las obras públicas, modernizando carreteras y ferrocarriles, y favoreció especialmente la ampliación y desarrollo de la siderurgia. En Vizcaya, hay que destacar la creación en 1918 de la "Sociedad Española de Construcción Babcok y Wilcox, C. A.", con participación de la Babcok inglesa, que en su etapa inicial se dedicó a la fabricación de calderas, tubos y material ferroviario, y en 1929 de la "General Eléctrica Española" que inaugura la fabricación de material eléctrico, y que con el tiempo será la primera del ramo. En el valle del Urola guipuzcoano, la iniciativa recayó en Legazpia con la figura de Patricio Echeverría que en la primera década había iniciado ya la fabricación de utillaje agrícola asociado a un extranjero y varios vizcaínos.

También en estos años y a través de unos astilleros en Pasajes surge la figura de Luzuriaga cuya empresa tendrá posteriormente un desarrollo espectacular. En Irún el alemán Vollmer, funda en la tercera década una fábrica de hojas de afeitar y cubertería inoxidable que iniciará el despegue industrial de la villa. En estas mismas fechas, la metalurgia guipuzcoana está sólidamente establecida. Existen pocas fábricas de relativo peso como la CAF de Beasain y la "Unión Cerrajera" de Mondragón y Vergara que fabrica ferretería, estufas, camas, planchas y material agrícola.

Al llegar los años 30, crak del 29 y guerra española, se produce un auténtico colapso para la industria vasca y española que dura hasta el final de la guerra, aunque ésta ejercerá efectos positivos en algunas zonas. Se produce una contracción en la producción de mineral y decae la siderurgia. Del vacío creado y retroceso apenas se salva ninguna rama de actividad. La guerra que afectó negativamente a Vizcaya, puso los cimientos de una nueva oleada de prosperidad y empuje guipuzcoano al embarcarse parte de la industria metalúrgica en la producción de guerra, obteniendo sustanciosas fuentes de capitalización y aumentando la diversificación en el sector. El sector armero del Deva, ante la crisis, demostró sensibilidad y poder de reacción.

El intervencionismo estatal, obligado en la etapa de 1936- 39 de economía de guerra, se prolongó hasta 1951 en que se detecta algún cambio y hasta 1959 en que se inicia la política liberalizadora. El País Vasco pudo recuperar y mantener la privilegiada situación lograda en etapas anteriores, dentro de un marco de mediocridad y debilidad estructurales ya que muchas de las nuevas empresas que se crearon al amparo del proteccionismo y de las barreras arancelarias fueron de inadecuado tamaño y volumen de producción sin ofrecer garantías de continuidad en el abastecimiento a industrias auxiliares. La siderurgia vizcaína que había entrado en una fase de retroceso en la pre-guerra civil, vuelve a producir, pero creciendo a un ritmo muy débil, debido a las dificultades para el abastecimiento de carbón y chatarra como consecuencia de la política autárquica imperante, resintiéndose toda la economía provincial al ser esta rama el eje de la producción en Vizcaya. Las empresas más importantes en esta época eran: Altos Hornos de Vizcaya, Echeverría, S. A. y La Basconia.

En Guipúzcoa, frente a la debilidad del sector siderúrgico, se opera la creación y renovación de la existente, con la utilización del horno eléctrico y apertura de fábricas de relaminados y aceros especiales, orientándose hacia la especialización, calidad y competitividad puesto que se iban desarrollando en España otras zonas siderúrgicas de importancia. La principal aportación de los años cuarenta y cincuenta al proceso de industrialización fue la aparición entre las metalurgias guipuzcoanas de empresas dedicadas a la producción de máquina-herramienta, sustituta de las importaciones que se habían cortado con el aislacionismo español. Desde este momento, esta actividad se convertirá en una de las principales de la industria guipuzcoana y base de sus exportaciones. La fabricación de armas y electrodomésticos adquirió también un inusitado desarrollo en función del espectacular crecimiento de la demanda de productos metálicos transformados.

En los años 50, Alava y Navarra comienzan su despegue industrial, en relación con el proceso de Guipúzcoa y Vizcaya ya congestionadas e impulsado por las políticas de promoción industrial de ayuntamientos y diputaciones provinciales. En ambos territorios y en una primera fase se asientan algunas empresas de las provincias costeras en fase de expansión pero imposibilitadas de encontrar localizaciones adecuadas en ellas. Se van localizando en zonas contiguas a sus focos de desarrollo y/o en zonas cercanas a los ejes de comunicación: valles cantábricos alaveses y navarros, carretera Bilbao-Vitoria, ferrocarril Madrid-Irún, carretera Pamplona-San Sebastián. En Navarra, a partir de 1950, tiene lugar además una cierta transición industrial protagonizada por algunos industriales catalanes afincados en Navarra tras la guerra y por algunos capitalistas navarros (Huarte, Huici), que a base de fuertes inversiones inician el despegue propio.

En una segunda fase, se producen en ambas provincias políticas de promoción institucional de polígonos industriales localizados en Vitoria, Pamplona y cabeceras comarcales. La única provincia que escapa al panorama poco diversificado es Navarra, aunque no de forma notable. En esta provincia, a raíz de la política de promoción industrial, fueron numerosas las empresas que se establecieron y el número aumentó a partir de 1964 cuando llevó a cabo en virtud de su Régimen Foral el denominado "Plan de Promoción Industrial", por el que se concedían beneficios fiscales, grandes facilidades crediticias y administrativas, e incluso cesión de terrenos a bajo precio a las empresas que se instalasen en los polígonos marcados por la diputación. La crisis que se desató con el alza en los precios del petróleo, puso de manifiesto la existencia de profundas deficiencias estructurales en la economía española.

Esta se había quedado al margen de las importantes modificaciones que a nivel mundial se estaban produciendo en la estructura industrial, tanto en los cambios de la demanda como en las expectativas de producción de determinados sectores como consecuencia del aumento del precio de la energía, de algunas materias primas y de la competencia ejercida por los países de reciente industrialización.

En 1973 en la provincia de Alava las empresas metalúrgicas, principales afectadas por la crisis, estaban localizadas en 13 municipios de la misma y 64 de las 89 registradas en el de Vitoria. Dos municipios superaban la cota de las 1.000 personas ocupadas en el sector. Los tres principales municipios eran los siguientes: Vitoria con 14.223 personas ocupadas; Llodio, 3.304; y Amurrio, 632 personas. En la provincia de Guipúzcoa, las empresas del sector estaban localizadas en 43 municipios de la misma y 29 de las 267 registradas en el de San Sebastián. Diecinueve municipios superaban la cota de las 1.000 personas ocupadas en el sector. Los tres principales municipios eran los siguientes: Eibar, con 8.034 personas ocupadas; Mondragón, 6.869; y San Sebastián, 6.324 personas. En la provincia de Navarra, las empresas del sector estaban localizadas en 22 municipios de la misma y 23 de las 58 estudiadas en el de Pamplona. Cuatro municipios superaban la cota de las 1.000 personas ocupadas en el sector.

Los tres principales municipios eran los siguientes: Pamplona, con 4.513 personas ocupadas; Olza, 1 .804; y Galar, 1.040 personas. En la provincia de Vizcaya, las empresas del sector estaban localizadas en 35 municipios de la misma y 137 de las 236 investigadas en el de Bilbao. Once municipios superaban la cota de las 1.000 personas ocupadas en el sector. Los tres principales municipios eran los siguientes: Bilbao, con 34.438 personas ocupadas; Baracaldo, 13.055; y Sestao, 12.288 personas. El País Vasco, dada su naturaleza y estructura industrial fundada en gran parte sobre el metal, padeció desde el año 1973 esta fuerte crisis cuyas consecuencias son los expedientes de crisis, cierre de numerosas empresas, inflación y paro. Desde 1982 los siguientes sectores se encuentran sujetos a medidas de reconversión: siderurgia integral, aceros comunes y especiales, semitransformados de cobre, construcción naval, electrodomésticos en línea blanca y componentes eléctricos.

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