Concepto

Metalurgia

El procedimiento rústico de elaboración del hierro fue perfeccionándose a lo largo de la Edad Media dividiéndose estas factorías en mayores y menores. Su declive se inició en el siglo XVIII. Para su desarrollo e historia remitimos al lector el artículo Ferreria. Lefebvre analiza las condiciones particulares de las industrias metalúrgicas vascas, sus problemas y sus grandes rasgos.

Muy pronto se dieron cuenta los ferrones vascos de la ventaja que conllevaba trabajar el hierro cerca de las corrientes de agua, puesto que ésta era necesaria para el temple de los metales: hacia la mitad del siglo XV, las ferrerías de Guipúzcoa y de Vizcaya dejaron de establecerse en pleno bosque, lejos de los valles, para instalarse a la orilla misma de las corrientes de agua (Altos Hornos, p. 2). Pero fue en el siglo XIX cuando la importancia del agua como fuerza motriz se hizo patente: en 1802, Rentería, cerca de Pasajes, poseía una fundición "moderna", única en su género" en la que el agua accionaba una máquina para estajar y otra para cortar el hierro (Real Academia de Historia n.° 19, art.: Guipúzcoa): se trataba de una excepción. En cuanto al problema del combustible estaba resuelto, al igual que en la edad media, con la madera. Además de hacer flotar sobre las corrientes de agua, hasta su salida de las montañas, grandes cantidades de madera para la leña de las casas (en 1763, se hacía flotar la madera sobre la Nive y sobre el Lauribar hasta Saint-Jean-Pied-de-Port (Arch. Dep. Basses-Pyrenees), se empleaban cantidades mucho más importantes, ya fuere como madera o en forma de carbón de leña para satisfacer las necesidades de las industrias metalúrgicas, que funcionaban gracias a ella: los opulentos robles pedunculados y las hayas de las altas sierras y de las estribaciones, satisfacían las necesidades, y los nogales viejos de 70 a 100 años no eran escatimados si se encontraban (se utilizaban en Orbaiceta para calentar los hornos catalanes de la localidad. Ver Mújica, p. 20).

Los habitantes de la zona forestal estaban tanto más interesados en la fabricación de carbón de leña, cuanto que parte de ellos vivían exclusivamente de ello, y por cuanto que las comunidades o los valles de montaña percibían de la venta anual de las talas de árboles lo más sustancioso de sus ingresos: al comienzo del siglo XIX, las cuatro ferrerías de Cegama, en Guipúzcoa, consumían anualmente de 1.000 a 2.000 toneladas de carbón de leña (Real Academia de Historia, art.: Cegama. El texto habla de 20.000 cargas, pero la carga pesa de 50 a 100 kgs. según las regiones). Además los sucesos políticos de la primera mital del siglo XIX en España contribuyeron mucho al aumento de las ventas de madera y de la fabricación de carbón: los municipios y los valles de los Pirineos atlánticos orientales vendieron parte de los bosques que les pertenecían, al tener que cubrir las necesidades militares surgidas a raíz de las guerras bajo la Revolución francesa y bajo Napoleón I; en 1802, las "Uniones" de Villafranca y de Amézqueta, en Guipúzcoa (asociaciones pastoriles que abarcaban un cierto número de aldeas y de pueblos), vendían a un particular 9.500 cargas, es decir 5.000 a 10.000 toneladas de madera (Arch. de Tolosa). Más tarde llegaron las leyes de desamortización, y con ellas importantes ventas de bienes eclesiásticos, señoriales y comunales, entre los que figuraban muchos bosques.

En Francia los municipios de las regiones forestales hacían frente a gran parte de sus gastos, mediante la venta de madera y de carbón de leña. En 1789, Sara vendió una cantidad bastante importante a las ferrerías de Vera (Webster, p. 171). Al tener que dejar un plazo de unos veinte años, entre dos talas sucesivas, para que los renuevos de los troncos pudiesen crecer, la superficie poblada de árboles necesaria para el abastecimiento en combustible de una ferrería, tenía que ser bastante extensa. Por ello, los municipios que poseían ferrerías defendían celosamente su zona de abastecimiento de carbón leña. En 1781, el de Cegama, en Guipúzcoa, se opuso a la venta de 23.000 cargas de carbón de leña, es decir de 2 millones y medio a 5 millones de Kgs., venta permitida a un particular, por la asociación pastoril a la que el municipio pertenecía; protesta que sin duda fue inútil, puesto que en 1875 otra venta de 5.000 cargas que se llevó a cabo bajo las mismas condiciones provocó nuevas objeciones por parte de la misma localidad (Arch. de Tolosa). La forma de abastecerse en combustible traía consigo otra consecuencia: la limitación del número de ferrerías capaces de funcionar, a menos de explotar los bosques sin método ni medida, lo que hubiese ocasionado su desaparición y en consecuencia la de las mismas ferrerías.

Había que mantener pues un equilibrio estricto entre el número de ferrerías y los recursos de los bosques locales, puesto que no era posible, teniendo en cuenta la falta de vías de comunicación y de medios de transporte prácticos, traer carbón de leña desde una región remota. En la vertiente meridional, donde las reservas de bosques eran menos considerables que en la vertiente norte, este equilibrio se vio roto en el siglo XIV, ya que en 1332, la autoridad real prohibía el establecimiento de nuevas ferrerías en Alava "con objeto de que los bosques no fuesen arrasados" (Real Academia de Historia: art. Alava). En la vertiente septentrional las medidas de esta índole parecían inoportunas, y nunca se negaba a un particular la autorización de establecer una ferrería. Pero la situación se volvía crítica en cuanto dos industrias metalúrgicas de cierta importancia se instalaban en el mismo lugar. Este caso se produjo, en el siglo XVIII, en Banca, en el valle de Baigorri, donde se establecieron una fundición que trabajaba el cobre y otra que trabajaba el hierro (Arch. Dep. Basses-Pyrennees). La primera era de 1555, y su fundador había recibido de Enrique II el privilegio exclusivo de "sacar de la mina", con derecho a coger la madera que necesitara, sin pagarla. En el siglo XVIII, esta gratuidad dejó de existir, ya que en 1752, el propietario de la fundición tenía que pagar al valle de Baigorri, 5 libras por cada 1.000 troncos cortados (Arch. Dep. Basses-Pyrennees), sin embargo el consumo anual de madera no disminuyó por ello: en 1752 era aún de 20.000 a 25.000 troncos, a los que había que añadir de 12.000 a 14.000 sacos de carbón de leña, transportándolo todo a espaldas de mulos.

Pero junto a ella, aumentaba su producción una ferrería creada en 1647 (Arch. Dep. Basses-Pyrennees), gran consumidora de madera gracias a un acuerdo con el valle que también le confería el disfrute de los bosques de los Aldudes. "En estas condiciones, dice un informe de 1752, no queda en los Aldudes madera sino para 4 ó 5 años, y dentro de 7 u 8 años habrá que cerrar las fundiciones" (Arch. Dep. Basses-Pyrennees). Quedaba el bosque de Hayra, y con él los empresarios rivalizando en pericia para recibirlo de manos de los magistrados municipales del Valle. Estos, al adjudicarlo al propietario de la fundición de cobre, dieron lugar a violentos enfrentamientos entre los dos rivales, de los que salió vencedor el de la ferrería de hierro: en 1767, la función de cobre dejaba de funcionar. Es cierto que, ya desde la primera mitad del siglo XIX, se explotaban las minas de carbón tanto en España como en Francia. La provincia de Oviedo extraía, en 1865, 340.000 toneladas (Ministerio de Trabajo), pero sólo se podía pensar en utilizarlo en puertos como los de Bilbao, adonde llegaba con facilidad.

En cuanto a transportar carbón de piedra al interior de Guipúzcoa o de Vizcaya, o a la zona montañosa francesa, era algo impensable. Es verdad que ya se había empezado a explotar el lignito de Echalar, en Navarra, y el de Hernani y el de Cestona, en Guipúzcoa, pero las 12.000 toneladas que se extraían de estos yacimientos, en 1865, sólo se utilizaban para el funcionamiento de los hornos de cal y de las fábricas de cemento (Ministerio de Trabajo: Guipúzcoa). Por otra parte, para el uso industrial del carbón, no era suficiente llevarlo al lugar requerido, también era necesario poseer todo un herramental adaptado para su empleo, y es lo que se echó en falta durante más tiempo: fue sólo en 1865, cuando se puso en funcionamiento en Baracaldo, más abajo de Bilbao, el primer horno que funcionaba con carbón de coque.

Al problema del combustible se añadía el de las materias primas. Estas estaban repartidas en un cierto número de yacimientos, sin duda alguna muy numerosos, pero por lo general muy pequeños. El cobre podía extraerse en Larrau, en Saint-Jean-Pied-de-Port y en Saint-Etienne-de-Baigorry, en Francia, en Axpe y en Arrazola, cerca de Bilbao, y en Villarreal, en Álava. Más numerosos eran los yacimientos de plomo y cinc: en efecto, se encontraban filones que contenían sulfuro, cinc o plata -blenda o galena-, a veces las dos a la vez, en Arette y en el macizo primario de Navarra-Guipúzcoa, cerca de Oyarzun, de Leiza, de Ezcurra, de Goizueta, de Vera, y en Vizcaya, en Arcentales, Lemona, Galdácano, mientras que el carbonato de cinc, o calamina, se encontraba en estado de bolsas más o menos grandes, localizadas en el calcáreo apciano de Guipúzcoa y de Vizcaya, como en Motrico, en el monte Ernio, en Oñate o en Lanestosa; en cuanto a Alava. los calcáreos cenozoicos de Amurrio y de Villarreal también poseían cinc. Finalmente, el asfalto con el que están impregnadas las arenas y los asperones cretáceos, así como los calcáreos numulíticos, era explotable en Maestu y en Peñacerrada, Alava. Sin embargo, el mineral de hierro estaba mucho más extendido. Se encontraban yacimientos explotables en Lias, en Montory, en Etchebar, en Saint-Engrace, en Larrau, en las pizarras primarias del macizo de Navarra- Cize-Guipúzcoa, en Valcarlos, en Saint-Etienne-de-Baigorry, en Ossés, en Lesaca, en Goizueta y sobre todo en Irún (monte Aya), en Oyarzun y en Berástegui, en los que sus afloramientos alcanzaban respectivamente 4 m., 8 m., y 10 m.

Pero era en el cretáceo donde se encontraban las principales riquezas de mineral de hierro de los Pirineos atlánticos orientales. Aparte de los insignificantes yacimientos localizados en la vertiente meridional de las sierras altas de Alava, en Araya y en el valle de Aramayona, y otros cuatro pequeños de un contenido total de alrededor de 1.600.000 toneladas, localizados en Cerain, en Guipúzcoa, es en el subsuelo de Vizcaya, donde se agrupaban todas estas riquezas, es decir la mitad del hierro de España. A diferencia de lo que ocurría en otras partes de los Pirineos atlánticos orientales, el mineral de hierro vizcaíno no estaba repartido en las cuatro esquinas de la alta montaña y de difícil acceso, sino que estaba concentrado en una zona, larga de 30 km. y ancha de 8 km., como máximo, localizada entre Basauri -un poco al SE de Bilbao- y San Juan de Somorrostro -al oeste de la ría de Bilbao-. Los yacimientos más importantes eran los de Galdames, los de Las Muñecas, en Sopuerta, los del Monte Triano y los de Matamoros, en territorio de Somorrostro. El conjunto de la zona correspondía al centro del anticlinal del cretáceo inferior Irurzun-Bilbao, y desbordaba un poco sobre sus dos vertientes formadas por el cretáceo superior; con una orientación SE-NO, como el mismo anticlinal, se prolongaba junto con él en la provincia de Santander, por los alrededores de Setares y de Dicido.

Formado a partir de la sustitución del carbonato de hierro al carbonato de cal, el mineral vizcaíno está compuesto por dos especies de hematites: la hematites roja óxido de hierro anhidro-, rico en un 40 al 60% de hierro, llamado "campanil" o "vena", según tenga una textura cristalina y contenga cristales de espato calcáreo o no, y la hematites gris -óxido de hierro hidratado-, que se denomina "rubio", y que contiene 54 a 62% de hierro. Junto con esta alta proporción de hierro, este mineral posee una notable pureza: sólo contiene cantidades ínfimas de fósforo y de azufre: y en algunos lugares ni las contiene. Los habitantes de los Pirineos atlánticos orientales empezaron a extraer el mineral de hierro muy pronto. Sin embargo, sería un error pensar que todos los yacimientos fueron explotados desde un principio. Durante la edad media, la población pirenaica, cuyas costumbres eran casi exclusivamente pastoriles y forestales, aunque no podía prescindir del mineral de hierro, no se sentía atraída por su extracción a menos que fuese muy fácil hacerlo, así como transportarlo y trabajarlo: lo que ocurría era que sólo se sabía tratar el mineral de forma bastante rudimentaria, y que los medios de extracción y de transporte eran primitivos.

Por otra parte, el yacimiento de Triano, al noroeste de Bilbao, poseía muchas ventajas: tenía una gran proporción de hierro, era muy fácil de extraer, y justo al lado se encontraba el pequeño puerto de Portugalete, a la entrada de la ría del Nervión, donde el embarque se llevaba a cabo cómodamente. En ese tiempo, las vías de comunicación interiores de este país montañoso que es la vertiente septentrional de los Pirineos atlánticos orientales, consistían únicamente en malos caminos de herradura, y no era posible transportar el mineral de Somorrostro, al menos por vía terrestre, durante largas distancias. Al contrario, la vía marítima se podía utilizar a bajo costo, y teniendo en cuenta el poco tonelaje de los barcos, el cauce inferior de los ríos. Y en efecto esto es lo que ocurrió: el cabotaje y la navegación fluvial aseguraron la expansión de la Vena de Somorrostro, o como se decía en Francia de la "mine" es decir el mineral-, y no sólo en Vizcaya, Guipúzcoa y de ahí a Alava y Navarra, sino que también en la parte francesa de la vertiente septentrional de la sierra: se desembarcaba en San Juan de Luz y en Bayona, desde donde se transportaba por l'Adour, la Nive y la Nivelle hacia el interior; estos puertos, a su vez, expedían productos agrícolas hacia Vizcaya.

Ya en el siglo X, los barcos transportaban mineral vizcaíno a algunos puertos de Guipúzcoa (Altos Hornos, p. 3). Pero las incesantes guerras de los siglos XVI y XVII hicieron que las relaciones con el extranjero fuesen menos seguras. En 1528 y más tarde en 1545, el gobierno español prohibió exportar mineral desde Vizcaya a Francia, aunque Guipúzcoa lo pasaba de contrabando a través de Fuenterrabía (Arch. de Tolosa). Y sobre todo, ocurrió que al aumentar continuamente las necesidades del ejército, el gobierno francés, ya desde 1555, se vio obligado a favorecer la explotación del yacimiento de cobre de Banca, en el valle de Baigorri, la del yacimiento de hierro del mismo valle, en 1647, y finalmente hacia 1730, la del yacimiento de hierro de Larrau, (Dietrich, p. 450). Es así que la industria que extraía hierro y cobre en la parte francesa de la vertiente septentrional de los Pirineos atlánticos orientales, no tuvo una importancia notable sino hasta una época tardía, debido a la alta calidad del mineral vizcaíno, que se prefería a cualquier otro. En el siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX, las industrias que extraían mineral no se diferenciaban, en cuanto a sus métodos, de las de la edad media. Muy a menudo, las minas pertenecían a las colectividades pastoriles, en virtud de esa noción fuertemente anclada en el espíritu del agricultor de que las tierras no cultivables, así como todo lo que se encontraba encima y debajo -subsuelo, aguas, hierbas y bosques-, pertenecía a todos los miembros de la comunidad.

En Zuberoa, el yacimiento de mineral de hierro de Montory lo explotaba la comunidad de habitantes, y el de Bostmendy la comunidad de Larrau. Existían tres tipos de minas. Aquellas cuya producción no era suficiente para alimentar una sola fundición. Este era el caso de las minas de Montory, de Bostmendy, de Etchebar y de Borthéry, en Zuberoa, que a comienzos del siglo XIX, aún se explotaban de forma temporal: en las de Etchebar y de Borthéry, cada una de ellas propiedad de un agricultor (Borthéry era el nombre del caserío de uno de los propietarios), éste sólo extraía un poco de mineral de hierro en invierno, una vez finalizados los trabajos del campo. En los otros dos yacimientos, que eran propiedad colectiva, cada habitante de las comunidades de Montory y de Larrau tenía derecho a extraer lo que pudiese. Llegado el invierno cada uno cavaba su pequeña galería siguiendo el buzamiento de las capas: en Montory, todavía se ven sobre las laderas del Monte Bégousse, un cierto número de galerías de comienzos del siglo pasado, invadidas por las hierbas y las zarzas. Transportado a espaldas de mulos o de burros, este mineral se vendía a la fundición de Larrau, localizada a unos veinte kilómetros de Montory.

Podríamos citar otros ejemplos de este tipo de explotación, como el de Sara, donde, más o menos, desde 1820 hasta 1860 se explotó un pequeño yacimiento de hierro, transportando el mineral hasta cerca de Dax, donde se trataba. (Arch. Mun. de Sara: Informe manuscrito de Vedel referente a la situación de este municipio hacia la mitad del siglo XIX). También era éste el caso de las dos minas de hierro y de cobre argentífero de Ossés, de donde a mediados del siglo XIX el mineral extraído con carretillas se transportaba a espaldas de mulos hasta las fundiciones de Banca, en Baigorri. Este tipo de industria de extracción, estrechamente subordinado a los modos de vida pastoril y agrícola, frente a los que su fundición era totalmente accesoria, nos hace pensar en el modo de vida que aun hoy en día se practica en los países de economía arcaica, como por ejemplo en la zona póntica de Asia menor.

El segundo grupo de minas estaba formado por aquéllas cuya producción era suficiente para abastecer una fundición: era el caso de las de Larrau y de las del valle de Baigorri, la del valle de Basaburúa, en Navarra septentrional, y las de Oyarzun, Berástegui, Amézqueta y Mondragón, en Guipúzcoa. En tercer lugar, las minas de Somorrostro y de Galdames, al noroeste de Bilbao, cuya excepcional riqueza les permitía abastecer en mineral, no sólo a las fundiciones de los alrededores, sino también exportar a España y al extranjero.

IUM