Aunque posiblemente no se haya conseguido el mismo éxito que los logrados en la década de los 80, a partir de mediados de los 90 la cuentística vasca dio obras muy importantes, que en algunos casos han llegado a ser verdaderos hitos de la narrativa en euskera. Está claro, pues, que la cuentística vasca moderna ha seguido su desarrollo. Hemos aceptado totalmente que la literatura vasca actual es algo importante, aunque todavía aparece de vez en cuando el debate sobre la cuentística. Puede decirse que, año tras año, a medida que vamos acercándonos a los días en que vivimos, la cuentística vasca ha ganado mucho tanto en cantidad como en calidad.
Además de los nuevos nombres, la década de los 90 y los primeros años del nuevo milenio nos trajeron otro tipo de novedades, que hoy en día permanecen y son característicos en el cuento actual. Los nuevos cuentistas vascos, por primera vez, han contado con referencias de la literatura vasca a la hora de crear sus mundos literarios; concretamente, con las referencias desarrolladas durante las décadas anteriores. Se ha extendido la tendencia a escribir cuentos breves o microcuentos. Las obras de Gerardo Markuleta pueden ser buen ejemplo de ello, pues escribió la colección Istorio hiperlaburrak (1995), donde tradujo microcuentos seleccionados de Mario Benedetti, Eduardo Galdeano, Augusto Monterroso y Julio Cortázar. Este tipo de cuento se extendió rápidamente entre cuentistas e incluso poetas. La dimensión del cuento posibilita el uso de nuevas estrategias narrativas: en concreto, la importancia de los títulos, el uso de la ironía y la sorpresa, la desaparición de las nociones del tiempo y del espacio, la supresión de las formas de ser de los personajes y de los diálogos han sido algunas de las estrategias utilizadas. En todas ellas, prevalecen las situaciones simbólicas y metafóricas. Por otra parte, los autores muestran una gran libertad a la hora de crear sus colecciones, y, de esa forma, surgen colecciones unitarias junto con libros que no presentan unidad alguna. Aumentan las tendencias narrativas. La literatura de género también hace sus aportaciones, y, de esa forma, aparecen libros de viajes: Zazpi kolore (2000) [Siete colores, 2004], de Jon Arretxe; eróticos, sobre todo en la colección que la editorial Txalaparta crea a tal fin; humorísticos: Ostegunak (1997) y Ostiralak (1999), también de Jon Arretxe. Por otra parte, sin ser un género en sí, hay que poner de relieve la antología Gutiziak (2001), que reúne cuentos escritos por mujeres, por su calidad y por lograr que la literatura hecha por mujeres vuelva a ser tema de debate.
La obra Obabakoak de Atxaga enraizó y consolidó definitivamente la postmodernidad entre nosotros, no sin suscitar un ferviente debate sobre este tema. Así, aunque podemos afirmar que la literatura vasca, en general, entró de lleno en la postmodernidad, no podemos asignar la misma etiqueta a todos los libros de esta época. He ahí la colección titulada Piztiaren izena (1995) [El huésped de la noche, 2001], de Lertxundi, que dio comienzo a la serie Ifrentzuak. En ella, Lertxundi indagaba en las vastas tradiciones orales y escritas de Occidente, y las actualizaba, siendo fiel a su característico estilo modernista. Pero, como ya se ha señalado, las características que la postmodernidad dio a la literatura (indeterminación, fragmentación, descanonización, desaparición de la identidad del yo, imposibilidad de expresarse, ironía, hibridación, tendencia a la carnavalización, teatralización, construcción e inmanencia) no pueden ser asignadas a todas las obras. Por el contrario, dichos rasgos destacan en las obras de escritores de cuentos breves, como Iban Zaldua y Javi Cillero. De entre las obras de los citados autores, hay que destacar Hollywood eta biok (1999) [Hollywood me mata, 2004], de Cillero, y la amplia obra cuentística escrita en poco tiempo por Iban Zaldua -Ipuin euskaldunak (1999), junto a Gerardo Markuleta; Gezurrak, gezurrak, gezurrak (2000) [Mentiras, mentiras, mentiras, 2006]; Traizioak (2001); Itzalak (2004) y Etorkizuna (2005) [Porvenir, 2007].