Concepto

Democracia

En el primer supuesto se parte del principio de que son los representantes elegidos por los ciudadanos los que toman las decisiones políticas. La democracia es y la democracia existe, cuando esos representantes han sido elegidos de forma libre, igualitaria y competitiva. Cuando los ciudadanos pueden elegir, en libertad y con conocimiento de causa, entre diversos posibles gobernantes. En este modelo representativo, de mínimos, lo central, lo determinante y al mismo tiempo lo suficiente, para caracterizar un régimen como democrático, es la existencia de un conjunto de contextos de hecho y de normas imperativas que garanticen el que realmente esos representantes, esos gobernantes, lo son y ejercen su poder, en la medida que -y solo en la medida que- han sido elegidos en condiciones de igualdad y libertad por los ciudadanos. Esos gobernantes están sometidos a un cierto control de los electores en cuanto que los mismos pueden revocar su mandato, la representación otorgada, en unas siguientes elecciones. Durante su mandato pueden decidir lo que les vengan en gana dado que han sido elegidos para gobernar con los criterios sobre las cuestiones y contenidos de esas cuestiones que ellos, y no sus electores, consideren mas adecuadas. Sin embargo por otro lado, el gobernante debe de tener en cuenta la hora de tomar sus decisiones, las demandas, lo intereses, de los ciudadanos en general y de sus electores muy en particular. Por que sino lo hace así, corre el riesgo de no ser reelegido.

Esta última distinción entre lo que puede hacer y lo que debe hacer el gobernante nos da otra de las claves de este concepto de democracia de la representación, entendida -insisto- en su sentido más estricto, más "minimalista". Se trata de la cuestión de los contenidos decisorios.

Lo que define la democracia así entendida no es la voluntad de coincidencia. Desde esta propuesta no es cuestión de construir un régimen político dirigido a lograr la convergencia entre demandas y aun las decisiones sociales (colectivas e individuales) y las decisiones políticas establecidas por los representantes políticos. No es eso lo que la define. Sin duda tal coincidencia puede resultar deseable. Es mejor que los gobernantes atiendan las demandas de los ciudadanos; es mejor en este sentido que los gobernantes estén bien informados sobre que es lo que quieren sus gobernados; y en esta línea sería mejor que estuviesen mas cerca de ellos, conociesen más directamente sus quejas y reivindicaciones. Sería mejor. Sería deseable. Pero no es asunto computable a efectos definitorios. Así, un determinado régimen de un determinado país sería considerado como democrático, al margen del cumplimiento de tales deseos. Los mismos resultan indiferentes respecto al concepto, respecto a aquel conjunto de elementos, rasgos (y relaciones entre ellos), que en un determinado caso definen un régimen político como democrático o no democrático. A ese régimen se le exigiría en consecuencia, tales rasgos y su combinación. Y ningún deseo, más o menos intenso, para poder otorgarle esa definición, ese reconocimiento democrático.

Es más. Ni si quiera está claro que en esta caracterización (que ya no definición, ni por tanto exigencia) resulte realmente deseable esa cercanía, esas convergencias en contenidos decisorios. Deseable ¿para qué? Deseable ¿para quién? Sin duda puede resultar deseable para los gobernantes, para su futuro político, en la medida que si toman decisiones que van en contra de los intereses de lo ciudadanos, corren un evidente riesgo de no ser reelegidos. Pero tal circunstancia constituye un problema para los gobernantes no para la democracia. Sigue existiendo democracia aunque los gobernantes tomen decisiones alejadas del sentir de los ciudadanos, y por ello no sean reelegidos. Hay democracia cuando los que toman las decisiones han sido elegidos de acuerdo con determinadas normas que garantizan la libertad e igualdad en el proceso electoral; y cuando toman sus decisiones de acuerdo a procedimientos establecidos para ello. Y seguirá existiendo la democracia aunque los contenidos de sus decisiones estén apartados -o aun sean contrarios- de las demandas, exigencias o decisiones ciudadanas, colectivas o individuales.

Entonces ¿por qué, para qué, para quién son deseables estas coincidencias, estas cercanías? Pues desde este minimalista (pero muy vigente) enfoque ni siquiera esta claro que sea deseable para los beneficiarios de un régimen político así definido, esto es para la sociedad, para los ciudadanos. La teoría democrática de mínimos parte del supuesto de que el conjunto de la población, de los electores, ni están ni tienen por que estar interesados (y menos todavía, preocupados) por conocer cuales son lo intereses generales de su comunidad. De lo que sí tienen que estar preocupados es por saber quien de entre sus conciudadanos está capacitado para tomar decisiones que respondan a ese interés general y poder elegir así entre varios candidatos que se ofrecen para representar esos intereses generales.

Desde esta perspectiva, una de las idea fuerza de esta concepción democrática es la de la revocabilidad; la posibilidad de impedir la tiranía en base a desalojar del poder a los gobernantes a través de sucesivas elecciones. El que exista mayor o menor coincidencia entre demandas ciudadanas y decisiones gobernativas no es una cuestión irrelevante, lo que ocurre es que la concepción minimalista afirma que la exigencia electoral no es solo una condición necesaria para lograr esa coincidencia sino que además constituye una opción suficiente. Afirmarán que el proceso electoral es, además del único, el mejor proceso para lograr esa coincidencia. Que otros procesos, otros espacios o son inútiles o distorsionan esa convergencia.

Las élites a partir de esos procesos electorales en los que muy imprecisa y vagamente aparecen las preferencias y demandas ciudadanas, no solo interpretan sino realmente deciden cuales son los intereses generales de la población. Así ese proceso de construcción y definición del interés general es obra de una sola parte -las élites gobernantes- a la que la otra -los ciudadanos- se adhiere. Ello es así porque en última instancia los ciudadanos creen que solo la otra parte -los gobernantes- están capacitados para tal decisión. Así aceptan como suyo lo que los otros han decidido por ellos. Nos hallamos ante un proceso de coincidencia por adhesión.

Esta afirmación es demasiado rígida y no... demasiado cierta. Los régimenes democrático representativos reales que tienen como referencia ideológico/discursiva la propuesta minimalista, de hecho no funcionan así. En la práctica los ciudadanos tienen intereses privados que quieren sean reconocidos y satisfechos por los gobernantes. Y en la práctica, muchos de ellos, aunque sea de forma difusa, genérica e intuitiva, tienen propuestas, tienen ideas, sobre lo que son los intereses generales. En los procesos electorales, los ciudadanos eligen a sus representantes teniendo en cuenta (en mayor o menor grado; en ocasiones en mínimo grado) sus intereses particulares y sus, aunque solo sean intuiciones, sobre los intereses generales. Así podemos afirmar, contradiciendo nuestra anterior afirmación, que, en cuanto que los ciudadanos tienen propuestas, en cuanto que eligen teniendo en cuenta quien va defender esas propuestas y en cuanto, como consecuencia, exigen que los gobernantes elegidos cumplan con sus promesas de llevar a buen término esas propuestas, la existencia y también la exigencia de un proceso de convergencia -de coincidencia- es algo más que un deseo.

Sin embargo, desde una perspectiva estricta, pura, de la democracia minimalista, la cuestión planteada resulta indiferente. No es materia de evaluación de la existencia de la democracia (al margen de su calidad), el cómo y el porqué los ciudadanos han votado a los candidatos. Lo relevante para la democracia ni siquiera es que hayan votado muchos o pocos. Lo relevante es que todos han tenido derecho a votar libremente, a poder elegir distintos candidatos, y que los resultados de la votación no han sido manipulados. A un evaluador "doctrinario" demócrata/minimalista le tendría sin cuidado el nivel de conciencia colectiva que tienen los ciudadanos a la hora de otorgar la confianza electoral a los políticos. Es mas entendería que la democracia existe aunque los candidatos no presentasen programa alguno. Aun cuando entre electores y elegidos, no pudiesen ser conocidos, debatidos y confrontados los diversos intereses programáticos y quienes los defendían y quienes los impedían, las elecciones serían democráticas.

Por tanto, fijándonos solo este núcleo duro -perteneciente al marco genérico de las doctrinas representativas- , el mismo afirma la presencia de un régimen democrático cuando existe un adecuado (limpio, libre, competitivo, etc. ) proceso electoral , cuando los gobernantes han sido elegidos en condiciones de igualdad y libertad por lo ciudadanos y cuando esos gobernantes pueden ser revocados de sus cargo en sucesivos procesos electorales. Todo los demás, es decir básicamente los porqués de elegir unos u otros representantes y el que esos representantes tomen decisiones que coincidan o no con lo que quieren los representados, es asunto, al margen de su deseabilidad, objetivamente indiferente para el que un régimen político sea o no considerado como democrático.

Plantearemos ahora cuáles son las respuestas que se están dando a estas concepciones y prácticas democráticas que genéricamente denominamos como minimalistas, observando el porqué de estas nuevas o renovadas respuestas y propuestas democráticas. ¿Cómo se define la crisis democrática y cuales son las respuestas básicas a la misma? Estas respuestas las definiremos como críticas frente a la representación.

Sin embargo, antes de entrar en esta segunda parte parece oportuno avanzar cual podría ser un espacio común de debate entre ambas posiciones. El debate formulado ahora, de forma algo maniquea, opondrá participación ciudadana frente al elitismo partidario; espacios públicos deliberativos que buscan la construcción del bien común frente a instituciones políticas no controladas, agregadoras de intereses dados por supuestos; desprecio respecto a la sociedad civil, frente a protagonismo de la sociedad civil; virtuosos ciudadanos republicanos que participan en múltiples instancias y espacios públicos frente a ciudadanos pasivos que solo y no siempre participan a través del proceso electoral.

Tiene mucha relevancia el poder establecer unos referentes comunes, o un referente común, dentro de los cuales poder comparar ambas "extremas" posiciones. Efectivamente tenemos que poder comparar y para hacerlo necesitamos una medida compartida. Debemos descartar discursos a favor de unas y otras posiciones que se hacen desde valores o principios que tienen defensa por si mismos. Así, se defiende el minimalismo democrático en base a asumir una concepción antropológica en el cual el hombre es más feliz en la medida que se dedica a cuidar sus asuntos e intereses privados y deja en manos de otros la resolución de los intereses comunes.

Desde la otra mirada, desde las propuestas democráticas más participativas, se dirá que la felicidad se alcanzará en la medida que participemos y deliberemos en los debates públicos, vivamos concernidos por otras formas de acción política más allá de las electorales y preocupados por lograr (tomando decisiones al respecto) el interés general, el bien común.

Hay que afirmar que estas dos reflexiones antropológicas, acerca de cuales son las verdaderas y descontextualizadas condiciones dirigidas a lograr la felicidad del ser humano, planteadas de forma exclusiva, sin ninguna otra consideración, no deben entrar en el debate democrático. Cada una puede seguir defendiéndose por si misma. No necesita afirmar que es "mejor" que la otra. Si una afirma que la verdadera felicidad se logra a través de la autonomía de lo privado y la otra sostiene en que tal plenitud se logra en la participación en y para lo público, ¿en que sentido puede decirse que una propuesta es mejor que la otra? No existe, reiteramos, una medida compartida. Por tanto no solo no deben entrar en el debate sino que no pueden hacerlo. Son opciones inconmensurables que no comparten terreno común en donde mirarse y compararse.

Debemos por tanto operar dentro de un terreno compartido más firme en el cual el debate resulta posible y sobre todo operativo. Así tendríamos que introducir el concepto más clásico, más convencional acerca de la democracia. Hay democracia cuando las decisiones políticas se toman por el pueblo, la comunidad, el conjunto de ciudadanos, etc. O lo que es "casi" lo mismo, cuando el conjunto de esos ciudadanos decide que es lo que debe decidirse por los representantes políticos.

Creemos que en el espacio definido a través de este principio o a través de esta tendencia a la confluencia, es posible la comparación entre distintas posiciones democráticas. Podremos así afirmar que un concreto régimen político es más democrático que otro, es mejor desde la perspectiva democrática en cuanto que la distancia entre los que deciden y los que deben obedecer estas decisiones es más corta porque hay más coincidencia entre los contenidos de las propuestas ciudadanas y las decisiones de los políticos. Porque forzando un tanto el concepto esa comunidad es más democrática porque sus ciudadanos son más soberanos.

Las preocupaciones y propuestas generales

Frente a los defensores de la democracia representativa realmente existente, se alzan múltiples críticas, múltiples voces, demandando otro tipo de democracia, cuya palabra clave, cuya propuesta fuerte, es la de participación. La consigna es "frente a representación, participación ". O quizás -mayoritariamente-, sería "la representación convencional es necesaria pero insuficiente; la democracia además y sobre todo debe ser participación". Así, las referencias a la participación se han convertido en casi un lugar común en todos los discursos, proyectos, programas y aún ideologías con pretensiones de universalidad. No existe un solo político, dirigente social o funcionario de instituciones nacionales o internacionales que, al margen de su mala o buena fe, no se sienta obligado a mencionar las ventajas de la participación en su programa.

Por ello resulta obligado hacer un "mapa" básico de este concepto y de los diversos discursos y propuestas que lo sustentan y explicitan. Parece especialmente relevante en este sentido observar cuales son las carencias, agravios, injusticias sociales o políticas que tratan de resolverse con cada propuesta participativa. Como veremos, las características de cada proceso participativo que se exige están directamente determinadas por los problemáticos escenarios que tratan de solucionarse.

A los efectos de la contraposición (también complementación necesaria) sustancial entre la democracia representativa y las exigencias democráticas participativas, sólo describiremos aquellas reflexiones que nacen de exigencias de transformaciones profundas en las conductas de los ciudadanos y en las conductas colectivas sociales. En este sentido, no consideraremos aquellas propuestas que, provenientes de las élites políticas busquen con más o menos oportunismo una mejora de su legitimación política.

A) La ciudadanía

La preocupación proviene de constatar que el ciudadano común, ordinario, vive de espaldas a la política. El ciudadano sólo se mueve en el espacio privado por sus intereses particulares y exhibe una actitud pasiva, sino de manifiesto desprecio frente a la actividad pública. Este ciudadano es definido como limitado en su condición humana, en su condición como humano. Es una persona menos capaz, menos desarrollada. Una persona incapaz de decidir junto con los otros qué es lo que a él, y a la comunidad en la que vive, le resulta conveniente o justo. Un ciudadano, un individuo, que ha renunciado a deliberar y construir junto con los demás el Bien Común, o al menos los bienes comunes. Ese ciudadano empobrecido en la defensa y aislamiento de su privacidad aparece como un individuo limitado, como un individuo que no ha puesto en marcha todas sus capacidades como ser humano.

La participación se presentará en este supuesto como una estrategia para romper estas limitaciones que impuestas o deseadas, se afirman como negativas. Los procesos participativos, procesos en los que los ciudadanos discuten junto con los demás sobre los intereses generales y que junto con ellos deciden cómo esos intereses deben ser atendidos por las instituciones políticas, tienen como objetivo la construcción de un nuevo ciudadano, del ciudadano republicano, del individuo concernido por lo público y concernido en la acción colectiva, social o política, para lograr bienes públicos; el individuo que actúa y delibera junto con los demás en los espacios públicos; el individuo capaz de anteponer los intereses de la comunidad a los suyos propios.

Los procesos participativos enfocados desde esta perspectiva suponen una sustancial transformación de la cultura política. Los ciudadanos no sólo defienden sus libertades negativas -el derecho a no ser "molestados" por el poder-, sino que sobre todo exigen y practican las libertades positivas, aquellas dirigidas a participar en la decisión sobre cómo y para qué debe organizarse el poder político.

B) La democracia en general

En íntima conexión con la reflexión anterior, y probablemente con mucha más presencia en las preocupaciones ciudadanas, nos encontramos con el desasosiego democrático. Aquel que critica la lejanía de los ciudadanos de los procesos decisorios. La democracia, nos dicen, se ha convertido exclusivamente en una competencia entre álites políticas, y los ciudadanos no sólo no deciden sobre aquello que les afecta sino que no pueden criticar ni mucho menos controlar las decisiones de los políticos.

Los procesos electorales se afirman como insuficientes y manipulados, y una vez más se constata en el crecimiento de la distancia (en algunos casos abismo infranqueable) entre representantes y representados. La participación nuevamente se formula como remedio a tal crisis democrática. Así, se afirma que cuanto más individuos participen en la decisión sobre más aspectos de sus vidas, existirá más democracia.

Conviene desde ahora establecer algunas previsiones sobre una eventual estrategia regeneradora de la democracia a través de la participación. La misma puede tener dos dimensiones. La mejora de la democracia representativa a través de una mayor participación ciudadana en los mecanismos democráticos representativos. O la complementación (en algunos supuestos la propuestas es de sustitución) de la democracia representativa por otro tipo de democracia: la democracia participativa. En este segundo caso lo que se entiende es que sólo a través de otras formas democráticas, en las que básicamente los ciudadanos no deleguen su poder decisorio, es posible la regeneración de la democracia, o más exactamente la implantación de una verdadera democracia.

Esta preocupación por la democracia está directamente relacionada con la de la ciudadanía. Podría decirse que supone un paso más en esa demanda del ciudadano republicano. No sólo el individuo manifiesta y debate sus preocupaciones por lo público sino que también junto con los otros decide sobre los asuntos públicos. El individuo no sólo afirma que en él como un elemento más de la comunidad, reside la soberanía, sino que además ejerce la misma.

C) La igualdad

Aquí, en este supuesto, la demanda de participación proviene de la constatación de la desigualdad política. Se denuncia en este sentido el agravio permanente que sufren determinados grupos sociales, los mismos nunca están presentes en los espacios ni de decisión ni de influencia política. Y por otro lado, su participación en los procesos electorales convencionales está marcada y devaluada por la ignorancia y la pasividad.

A través de procesos participativos abiertos, no sólo a todos los ciudadanos sino en los que se prioriza la presencia de grupos habitualmente marginados, se consigue un mayor igualitarismo político. Al margen de sus orígenes, sexo, situación social, etc. todos los ciudadanos logran una presencia en determinados escenarios de decisión política.

D) Los intereses generales

Finalmente, la preocupación, también en este caso conectada con la anterior, proviene de constatar que los mecanismos democráticos convencionales no son capaces de configurar decisiones que realmente respondan a los intereses generales de la población. Sólo así, en la medida en que en mayor o menor medida todos los ciudadanos, cada uno con sus intereses, estén presentes en el proceso decisorio el proceso final se acercará más al interés general. En este sentido, y como consecuencia de tal acercamiento, parecería indiscutible que las políticas redistributivas, igualitarias, de mayor justicia social, se logran en la medida en la que sea actúa teniendo en cuenta ese interés general. Y el mismo también parece obtenerse mejor en la medida en que se extienden y profundizan los procesos participativos.

El logro del interés general a través de la participación también puede buscarse como una consecuencia de la satisfacción de otras carencias anteriormente indicadas. Efectivamente, en la medida en que los ciudadanos adquieren más conciencia pública, en la medida en que todos los ciudadanos acceden a procesos decisorios y en la medida en que éstos tiene capacidad decisoria sobre los asuntos que les afectan, parecería que hay más garantías de que pueda alcanzarse el interés general.

Las críticas y propuestas académicas

Las críticas a las democracias realmente existentes, a las democracias minimalistas provienen de movimientos ciudadanos e instituciones, etc., pero que duda cabe que la reflexión académica tiene un relevante papel, tanto por si mismo como con las influencia que puede ejercer en esos movimientos e instituciones y sus correspondientes propuestas.

No es fácil ordenar las distintas teorías democráticas que se oponen con mayor o menor contundencia a las concepciones de la democracia estrictamente representativa o minimalista. Por un lado debemos de considerar que aunque algunos autores presentan sus propuestas democráticas, aparentemente desde una perspectiva situada más allá de los contextos críticos, todos los autores, implícita o explícitamente, comparten esta insatisfacción por la realidad. Todos ellos comparten la definición de dos escenarios negativos. Por un lado la progresiva y en algunos casos "escandalosa" distancia entre gobernantes y gobernados, entre lo que los gobernantes deciden, y lo que los gobernados les gustaría que fuese decidido. Y por otro lado, y como consecuencia del anterior, la también creciente desafección ciudadana quizás no tanto respecto a una en cierto modo abstracta y genérica defensa de la democracia como respecto a las concretas instituciones prácticas y políticas, asentadas en los democráticos.

Desde estas preocupaciones surgen diversas propuestas democráticas más o menos expresamente ligadas a la crisis contextual democrática y en mayor o menor medida todas ellas coincidentes en la búsqueda de un mismo objetivo. Acercar al máximo a representantes y representados. Lograr que lo que decidan los representantes políticos esté en mayor o menor medida imbuido, influido, o directamente en él incorporado, de las demandas individuales y colectivas provenientes de los ciudadanos. Usamos reiteradamente la expresión en "mayor o menor medida" y también mayor o menor impacto de las propuestas e intereses ciudadanos en las decisiones políticas. Estas diferencias de grado son las que en cierta medida también marcan las distintas propuestas académicas renovadoras de la democracia. Todas ellas asumen la idea de participación pero no todas ellas dan, como veremos mas adelante, ni la misma interpretación ni las mismas consecuencias a tal idea propositiva.

En general podríamos considerar que algunos se siguen moviendo casi exclusivamente en el terreno electoral aunque entienden que las virtudes democráticas del mismo deben ser reforzadas o reinstauradas. Otros avanzan más y entienden tanto que hay que reforzar y extender las capacidades y derechos de todos los ciudadanos para poder actuar adecuadamente en diversos procesos y prácticas (y no solo el electoral) de participación política como aumentar o establecer mecanismos por los cuales los gobernantes respondan ante los ciudadanos y sean controlados por los mismos, de forma mas habitual, de forma mas permanente. Finalmente existirán otras propuestas en las cuales la participación no se dirige ya tanto a la mejora de la coincidencia entre demandas ciudadanas y decisiones políticas sino a, en diferentes grados, sustitución o complementación de esas decisiones políticas por las decisiones ciudadanas.

Críticas y propuestas "institucionales" y colectivas

Lo que sigue, tan sólo pretende establecer una visión de conjunto sobre algunas de las propuestas colectivas más influyentes. Por otro lado, debemos advertir que casi todos estos discursos priorizan una u otra preocupación y su correspondiente propuesta participativa.

La teoría del desarrollo humano de la que existen diversos acercamientos pero que tanto en su construcción como en sus propuestas de aplicación está liderada por el PNUD, lo que afirma es que el verdadero desarrollo del ser humano exige algo más, bastante más, que unos niveles de renta adecuados. La educación y el acceso al conocimiento, la sanidad, la igualdad de género, la paz y seguridad, el trabajo digno, un entorno medioambiental adecuado, etc. son realidades y contextos que llevan al pleno o máximo desarrollo del ser humano. También la participación. Si los individuos participan en las decisiones privadas, sociales o políticas, que atañen a sus vidas, si tienen capacidad de autodeterminarse en todos los de su vida, serán, desde esta perspectiva, más seres humanos.

El desarrollo sostenible. Esta conocida teoría dirigida a construir entornos de convivencia humana que garanticen en un futuro, que garanticen a las siguientes generaciones, una vida digna, propone un concepto de desarrollo drásticamente autolimitado. Tal respeto al medioambiente, debe ser entendido en un sentido muy amplio para garantizar esa vida futura armoniosa. La calidad medioambiental no es sólo la desaparición de las diversas formas de polución y contaminación sino una calidad de vida en la cual se diseña el entorno para que el trabajo, el ocio, el transporte, la vivienda, etc. conformen una trama vital no depredadora, no agresiva. En esa construcción, la teoría, y práctica del desarrollo sostenible, fundamentalmente a través de las propuestas de la Agenda 21, propone la participación ciudadana. Son los ciudadanos a través de los correspondientes foros los que deben definir en, habitualmente ámbitos locales, cómo debe organizarse su espacio para que el mismo sea habitable y sostenible.

En relación con las preocupaciones dominantes referenciadas, parecería que las propuestas de desarrollo sostenible van dirigidas sobre todo al logro de los interese generales. La participación busca profundizar aún más en la generalización de estos intereses en la medida en que se trata de garantizar su estabilidad y permanencia en el futuro.

Existe una "constelación" de propuestas, de actores colectivos, que surgen desde el discurso alterglobalizador o antiglobalización. El antiglobalismo es una corriente ideológica inspirada en gran medida en un espíritu de tipo libertario y anarquizante, que lucha contra el poder político establecido y centralizado en unas instituciones concretas, definidas como "políticas". La defensa del localismo, la lucha de ciertos movimientos sociales, o los encuentros de organizaciones antiglobalización, como los Foros Sociales Mundiales responden a esa estrategia de defensa del espacio propio -y que al tiempo se vive como diferente- frente a lo que se entiende que son pretensiones uniformizadoras y colonizadoras provenientes del exterior, construidas desde las instancias "políticas".

La participación se presenta como una estrategia de defensa local frente a los diversos procesos de globalización política uniformizadores y, al tiempo, distantes de las poblaciones.

Estos discursos anti-políticos se definen por la necesidad que tienen sus miembros de construirse un espacio "social" para sí, la necesidad de sentirse ligados a un territorio, a unas vivencias que comparten, en las cuales estos sujetos pueden reconocerse mutuamente, más allá -mejor dicho, frente a- el tipo de convivencia que pretende construirse desde el ámbito de lo político. Desde esta perspectiva, por tanto, la política es vista como un elemento extraño y patógeno contra el que hay que combatir, mediante acciones puntuales, de tipo simbólico, acciones de resistencia como ocurre por ejemplo en las ya famosas acciones de protestas contra las reuniones del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio. Acciones que van destinadas a combatir contra la política entendida en sentido tradicional.

Finalmente, y proveniente directamente del campo político, aparece la teoría de la democracia participativa.