Musicales

Baile

Dice Ducéré que en Bayona batallones de niños iban bailando, ricamente ataviados, a recibir a las reinas y princesas que entraban en la antigua ciudad. Abel Jouan dice que, del 3 al 10 de julio de 1565, el rey Carlos IX, encontrándose en San Juan de Luz, era aficionado a ver bailar las muchachas al estilo vasco, completamente rapadas, cuando no están casadas, y cada una con un tamboril construido en forma de criba, que producía un campanilleo y bailaban un baile llamado Canadelle y otro Bendel, de los que no sabemos el significado. La afición por el baile se hizo tan grande que el pueblo no se contentaba con bailar en los salones y en los bailes, sino también en las calles. En 1589 encontramos una prohibición muy especial de la Corporación de la ciudad de Bayona de bailar y tocar el violín en público, teniendo en cuenta la muerte del Rey, asesinado por un monje. Se debe quizá, en efecto, a la vecindad del campo vasco, este placer extraordinario que el público bayonés parece sentir con el baile.

Lo que es cierto es que no era del gusto de todo el mundo, ya que el consejero de Lancre hace de él una descripción tan extraordinaria que creemos deber reproducirla en entero:

"No son solamente juegos y bailes, son incestos y otros crímenes y delitos, de los que podemos decir, en efecto, que nos han venido de esa mala y perniciosa vecindad con España, de la que los vascos y los de Laburdi son vecinos. Tampoco tienen un baile noble como los de la parte anterior de Francia; todos los bailes son más llamativos y los que más agitan el cuerpo, los que más lo desfiguran; todos los más indecentes nos han venido de allí. Todos los pírricos, los moriscos, los saltos mortales, los bailes con cuerdas, la Cascata a lo alto de escaleras, el volar con alas postizas, los Peponettes, el baile sobre las dos picas, el Escarpolette, las Rodades, las fuerzas de Hércules sobre la mujer echada sin tocar el suelo con la espalda, las canarias de pies y manos, todas esas bufonerías nos han llegado de España. Y recién ahora nos ofrece aún nuevos inventos: la Chacona y la Zarabanda. Es el baile más lascivo y más descarado que se pueda ver y de los que las cortesanas españolas, habiéndose dedicado después a la comedia, los han puesto tan en boga en nuestros teatros, que ahora nuestras jovencitas, hacen profesión de bailar perfectamente. Por otra parte es el baile más violento, más apasionado, y cuyos gestos, aunque mudos, parecen más pedir en silencio lo que el hombre lascivo prefiere de la mujer más que cualquier otra cosa, ya que el hombre y la mujer vuelven a pasar varias veces en determinados pasos, medidos, uno junto al otro y se diría que cada miembro y parte del cuerpo busca y toma medida para unirse y asociarse uno al otro en tiempo y lugar. Sólo el Bergamasque viene de Italia, que es curioso y va acompañado por gestos deshonestos pero muy poco en relación con el otro".

Y más lejos, añade:

"Además, bailan también al son de tamboriles pequeños y de flautas, y a veces con ese largo instrumento que depositan en el suelo, después lo extienden hasta casi cerca de la cintura, lo golpean con pequeño bastón, algunas veces con un violín".

La agria represión del baile tiene lugar principalmente, en el País Vasco norteño, a comienzos del s. XVII; el consejero del Parlamento, Pierre de Lancre fue el principal responsable de ella. Mme. Aulnoy, viajera que describe el país a fines del s. XVII, no parece tan escandalizada como el consejero del Parlamento; he aquí lo que dice ella en su relato:

"Estas damas bailaron a mi ruego, habiendo enviado el barón de Castelnau que se fuese en busca de las flautas y de los tamboriles. Para haceros comprender de qué se trata, hay que deciros que un joven toca al mismo tiempo una especie de pífano y el tamboril, que es un instrumento de madera en triángulo y muy largo, casi como una trompeta marina, armada con una sola cuerda, que se golpea con un bastón pequeño, lo que produce un sonido de tambor bastante agradable. Los hombres, que habían venido acompañados de mujeres, invitaron cada uno a la que había traído y el baile empezó en ronda, sujetándose la gente de la mano; después se hicieron entregar cañas bastante largas, uniéndose entonces solamente de dos en dos con pañuelos, alejándose unos de otros. Sus ritmos tenían mucho de alegre y muy especial, y el sonido agrio de las flautas mezclado con el del tamboril, que es bastante guerrero, inspira cierto fuego que no podían moderar; me parecía que era así como se debió bailar el Pírrico del que hablan los antiguos, ya que estos señores y damas daban tantas vueltas, saltos y cabriolas, sus cañas se echaban al aire y se volvían a tomar tan acertadamente que es imposible describir su agilidad y su flexibilidad".

La Pamperruque bayonesa era un baile oficial, reservado a los soberanos, los grandes personajes y las fiestas solemnes.

La represión del baile a este lado de los Pirineos fue menos violenta pero mucho más prolongada; el clero, por lo general, se opuso tenazmente a esta diversión popular debido a la severidad de costumbres que impuso el Concilio de Trento y la Inquisición logroñesa. Sin embargo, y con la ayuda de hombres como nuestro preclaro P. Larramendi, el pueblo se impuso y no sólo se bailó en las calles y plazas, sino que las modas europeas implantan el baile de salón, tanto privado como en ayuntamientos. La burguesía bayonesa los conoce desde mediados del s. XVII.

En 1726 Fuenterrabia se gana una reprimenda por tolerar bailes después de las oraciones tanto en el casco como en la ermita de N.ª Sra. de Guadalupe; el Obispo de Pamplona ordena que "en toda la provincia, sus villas y ciudades y lugares, se eviten por las justicias con graves penas, los bailes y tamboriles después de las oraciones". Las autoridades guipuzcoanas, se quejan el 28 de noviembre de 1733 de que "se va renovando la costumbre de permitirse danzas y tamboriles después de las Ave Marías en contravención de las órdenes del rey y mandato del señor obispo". El país de las luces envía sus embajadores desde los primeros años del s. XVIII; en 1732, se expulsa de Bilbao con motivo de las misiones del P. Calatayud "al maestro de danza extranjero" ...por la introducción de "bailes, danzas y minuetes extranjeros, graves inconvenientes y ofensas de la Divina Majestad". Otro maestro es también obligado ese año a que no dé lecciones de baile ni de clavicordio por "los graves perjuicios e inconvenientes que se han experimentado y otros motivos con la introducción de naturales extranjeros en dar lecciones de bailes de aquellos países y de varios instrumentos".

Hay un caso, el del baile de Echano, a mediados de este s. XVIII, curioso por ilustrar un determinado tipo de integrismo, muy arraigado en el país: el señor de la casa de Larrea se querella con el convento de Carmelitas del mismo lugar porque estos frailes permiten que tenga lugar un baile, el día del Carmen, en la plazoleta existente entre su casa y el convento. Durante algunos años, el baile no se había celebrado pero, aprovechando una ausencia del señor, los tamboriles volvieron a resonar en la plaza. En 1750 un mandamiento obliga al prior, religiosos, etc., a que cumplan lo dispuesto por las autoridades eclesiásticas, o sea a no permitir el baile. Pero los frailes no se dan por enterados, y el baile se celebrará no sólo el día del Carmen sino también el de Santa Teresa, no sin que medien amonestaciones y reprimendas.

El viajero parmesano Juan Laglancé, que residió en Bilbao un par de meses del año 1778, resalta la extraordinaria afición del pueblo por toda clase de bailes:

"La gente es muy alegre y tiene la villa pagado tamboril, que todos los domingos y días de fiesta acude al Arenal donde van las mozas a bailar, pero entre sí, cuando yo lo he presenciado, por no permitir el Sr. Corregidor bailar con hombres; lo que fuera de la villa no se observa este rigor, y sucede muy a menudo en el verano, en que tienen romerías a todos los santuarios y ermitas de los alrededores de la villa que acude mucha gente de ambos sexos y allí meriendan, bailan, se divierten y vuelven de noche cantando por cuadrillas, a pie las más y pocas a caballo, porque carruajes no pueden transitar por aquellos montes y veredas".

Otro visitante, un asturiano que publicó una relación en 1776, sirve de fuente de información a Labayru:

"El Arenal, único paseo intra muros, se hallaba muy bien dispuesto..., era el lugar en que en días festivos tocaban los tamborileros de la villa y se bailaban las danzas vizcaínas por damas de medio pelo, criadas y otras que sirven de cargueras".

Las personas de pro organizan dieciochescos saraos a los que asiste lo más granado de la burguesía comercial de la ciudad, las damas más linajudas y del comercio y las más hermosas de las familias principales de la villa, según descripción que hace Delmás de un sarao de 1756.

Larramendi, que describió la Guipúzcoa de mediados del s. XVIII en su bonita Coreografía de Guipúzcoa, se erige en defensor de un pueblo bullanguero y bailarín exponiéndose a recoger las iras del clero:

"ya me parece que oigo tronar desde los púlpitos a misioneros y otros predicadores celosos y disparar centellas y rayos contra las karrika-dantzas, eskudantzas y otros nombres que tienen los bailes comunes en Guipúzcoa".

Prosiguiendo en la defensa nos hace saber las circunstancias en que se baila en Guipúzcoa:

"No se hacen en iglesias (los bailes) ni lugares sagrados. No se hacen de noche, y cesan al tocar las Avemarías. Se hacen los días de fiesta: no por la mañana, que el pueblo asiste a la iglesia a misa mayor, procesión y sermón, cuando le hay; no tampoco por la tarde, hasta que acabadas las vísperas cantadas y otras devociones, sale el pueblo de las iglesias, y así nunca las danzas embarazan ni estorban los oficios divinos. No se hacen en Cuaresma ni los primeros 15 días de Pascua, hasta que se cumple con la iglesia y comunión pascual. Se hacen, pues, en la plaza pública y en las calles".

El baile constituía la gran diversión popular vasca, junto con las bodas, romerías, toros y otras fiestas. También se baila en sitios cerrados:

"Las que se hacen en casas, en salas, en zaguanes, a la luz corta y mala de un candil, de una o dos velas de sebo, que de lejos apenas alumbran -hablo de nuestras eskudantzas a la guitarra o violín, pues entonces está prohibido el tamboril ténganse por sospechosas y dignas de prohibirse. De las otras danzas, que en saraos y salones grandes bien iluminados se hacen de noche, y hasta muy tarde, no quiero decir nada, porque aunque se hacen también en algunos lugares de Guipúzcoa, pero no son propias de este país y han venido de fuera, y no tienen los defensivos de nuestras danzas".

Otro escritor ilustrado, Gorosabel, defiende también los bailes ante la inutilidad de las reiterativas prohibiciones:

"La experiencia ha demostrado que cuando se han prohibido los bailes públicos de plaza, se ha ido a bailar a los zaguanes de casas con panderetas, etc. Y vistos los desórdenes que resultaban de esto, se ha tenido que alzar la prohibición impuesta a aquéllos, pues la juventud necesita sus diversiones regulares".

El baile popular más frecuente cuando escribe Gorosabel -mediados del s. XIX-, es el zortziko.

En Bayona los bailes, bajo el antiguo régimen, son numerosos y variados. Se celebran en todas las circunstancias importantes. Hubo uno en el obispado de Bayona para celebrar el nacimiento del duque de Borgoña, en 1749, y con ocasión de la firma de la paz. En la fiesta ofrecida a la Sra. de Piis, en 1773; en 1783, en el Ayuntamiento, en honor de la Sra. Dupré, esposa del intendente. Algunas veces se escogía el carnaval para celebrar bailes y así sucedió que en 1742 el Sr. Martín y otros presentaron una demanda al alcalde y a los concejales, pidiendo permiso para celebrar un baile: "considerando que durante este carnaval no se ofrece ninguna diversión que pueda resarcir a las personas de buen gusto de esta ciudad, por la ausencia de espectáculo".

Los bailes tenían lugar en el salón de espectáculos destinado para el efecto; los concejales tenían allí, como en el teatro, el derecho a hacer de policías, derecho que les fue disputado varias veces. El insulto dirigido a uno de ellos durante una de estas reuniones por un oficial de la ciudad, se hizo resentir tan profundamente en toda la corporación municipal, que ésta exigió excusas por parte del oficial. La orquesta de las salas de baile no se componía entonces, como ahora, de toda clase de instrumentos, sino únicamente de violines que estaban repartidos por diversas partes de la sala en grupos de dos, tres o cuatro, con el fin de poder tocar simultáneamente varias contradanzas. En las noches de gala ofrecidas por la Corporación de la ciudad y especialmente a partir de los festejos organizados en honor del nacimiento del Delfín, hijo de Luis XV, el gran salón del Ayuntamiento, que fue decorado especialmente, colocó a sus músicos en los cuatro ángulos de la sala.

En la parte peninsular del país, la afición es tan unánime que hacia 1790 hacen su aparición, contra viento y marea los bailes públicos cerrados; se crean bailes en todos los barrios los días de fiesta, los domingos, los días de carnaval, etc. Los bailes de carnaval comienzan a extenderse a finales del s. XVIII a pesar de las oposiciones tradicionales. El ayuntamiento es la sede de bailes concurridísimos; así, en 1792, se da uno por carnavales, en Bilbao, en el mercado mayor, bajo la mirada vigilante de los señores corregidores. En 1797 la vigilancia es policiaca; tras haberse negado el alcalde a la celebración del baile, el corregidor da su autorización con la condición de "tener guardia en la puerta que no permita la entrada a persona alguna de uno u otro sexo que no sea conocida..., y que en el baile de contradanza no exceda de ocho parejas, para excusar la confusión que siendo de más ocasiona".

A pesar de todas estas trabas prosigue la escalada: la inauguración del Coliseo de Bilbao (1799) es ocasión de otro regocijante festejo donde el baile, naturalmente, es el principal ingrediente. Por fin, en el año 1800 los bilbaínos obtienen permiso para celebrar bailes todos los carnavales en el flamante Coliseo. En 1852 la Sociedad Bilbaína abre sus salones a los bailes elegantes y en Bilbao hay tertulias y bailes de reducidas dimensiones. Vitoria, ciudad más morigerada, organiza también sus bailes en el ayuntamiento, aunque con menor afluencia de público: no llegan a 300 las personas que asisten en 1850 al baile con el que se recogen fondos para la beneficencia. En las casas particulares del país se bailan mazurcas, rigodones y redovvas, en bailes recoletos, vigilados por atentas madres. En San Sebastián la Plaza Nueva, más tarde Constitución, es escenario de animados bailes domingueros, que han perdurado hasta hoy en día. En los pueblos se bailan danzas, por la tarde, bajo la presidencia del alcalde, que da la orden de empezar con la vara en la mano. En el Baztán, los agotes están excluidos de la diversión, cerrándoseles los arcos al pasar bajo ellos confundidos con el resto de los danzantes. La llegada del alcalde a la plaza, precedido de tamborileros, se hacía en medio de un minué tocado por los mismos. Generalmente el baile era para solteros, mozos y mozas. En ocasiones determinadas había un baile solamente para casados. Otras veces el orden era este: primero de hombres casados, después de mozos y mozas y, finalmente, de mujeres casadas. Generalmente la participación de las mujeres casadas se hacía al final de la fiesta y cuando los forasteros y vecinos se iban retirando a sus domicilios o caseríos. En el karrikadantza final, cogidos de las manos, tomaban parte hombres y mujeres de toda condición y edad. En ciertos ingurutxos o txuntxunes la moza que no quería bailar llevaba la mantilla de paño rojo doblada sobre el brazo y en caso contrario la daba a guardar a otra amiga.

El recelo contra el baile ha prevalecido hasta el siglo XX; sin ir más lejos, cuando San Sebastián vivía aún su bullanguera belle époque, en Vidania el llamado baile agarrado -denominado baltzea por los aficionados recalcitrantes- estaba prohibido, en 1924, bajo pena de multa. La sombra del txistulari, al que en algunos pueblos se prohibió traspasar la puerta de la iglesia, casi puede decirse que aún planea sobre nosotros.

IEZ