Concepto

Arqueología (versión de 1977)

Paleolítico Superior.

(30 ó 20.000 a 9.000 a. de J. C.).

30 ó 20.000 añosa9.000 a. de J. C.
PALEOLÍTICO SUPERIOR
AuñiracienseSolutrenseMagdaleniense
Retroceso del würmiense y periodo seco y frío post-würmiense / Máximo frío

Durante este correr de siglos se desliza el período que llamamos Paleolítico superior, con sus tres larguísimas etapas: la auriñaciense, la solutrense y la magdaleniense. Dos fabricaciones atraen la atención de estos hombres: armas y útiles del trabajo. Ya los objetos fabricados no son tan rudos y ofrecen retoques que primero son marginales durante el período auriñaciense (estaciones de Laperra, Bolinkoba, Santimamiñe, Atxurra, Buhbert, Ilbarritz, Isturitz, Anglet, Gatxarri, S. Pierre de Irube, Aussurucq y Etxeberri), y luego se extienden a toda la superficie durante el solutrense. Podemos admirar rudos objetos que hoy llamamos buriles, percutores, compresores, perforadores, etc. Son piedras talladas con retoques marginales, láminas de pedernal, etc. Las puntas de lanza y de flecha (gezi) adquieren durante el solutrense formas de hoja de laurel o de sauce, o de muesca y pedúnculo. Todos estos objetos van perfeccionándose y se enriquecen con nuevas aportaciones. La industria del hueso (ezur) se complica todavía más. Ya en el período auriñaciense, a los punzones (ezten), provistos de cabeza, bastones perforados, cinceles, colgantes de dientes de cérvido y de hiena, conchas perforadas, huesos con marcas de caza, hay que añadir un objeto prodigioso que rebasa con mucho a todo lo visto hasta entonces: es un instrumento músico, un hueso de pájaro provisto de tres orificios, tantos como tiene el actual txistu de nuestra música popular. Durante el solutrense, según Barandiarán, la industria ósea está representada por puntas de azagaya en forma cónica y de un solo bisel, de las que algunas están provistas de un surco para el veneno: por baguetas semicilíndricas y cilíndricas; por punzones y huesos con marcas de caza, bastones perforados, cinceles, agujas, discos perforados, etc. Luego, durante el magdaleniense, logra su enriquecimiento máximo esta serie de objetos apareciendo también nuevas series de colgantes hechos con dientes de caballo, caninos de ciervos, etc. No se conoce todavía ningún animal doméstico. La existencia de una brecha de cuernos de ciervo (oreiñ) en la cueva de Santimamiñe indica que se cazó este animal con intensidad.

La cueva es taller, vivienda y templo. No siempre se vivía en cuevas. Existieron también campamentos de tiendas cubiertas de pieles de reno como las que hacen los esquimales. En estos tiempos las cuevas eran mucho más amplías que ahora: Desde entonces a nosotros, su suelo ha crecido hasta cuatro y más metros de espesor, aproximándose al techo cada vez más. La de Urtiaga (Iziar) tiene hoy 1,80 m. de altura por 1,20 de anchura máxima. Para llegar a los tramos de tierra del paleolítico superior y al suelo natural de la cueva (karpe), debió excavarse hasta 5,45 m. de profundidad, de modo que también el ancho salía ganancioso.

Vestido, peinado y adornos personales. Invención de la aguja con ojo y del lápiz. Los primeros pendientes. Casi el único material empleado para la confección del vestido serían las pieles (larru) de animales tal como lo hacen hoy, no sólo los esquimales, sino hasta nuestros mismos pastores actuales. El curtido de pieles fue conocido desde muy antiguo. El hallazgo de agujas de hueso (orratz), testimonia que se empleaba la costura. El primer trenzado (eo) sería el del pelo y, quizás, de ahí nacería también el uso de cuerdas de pelo trenzado. El tejido del junco (ii) debió de ser también muy primitivo para hacer esteras que sirvieran de camas (oe, oi). Los adornos (apain) y amuletos, empleados principalmente por la mujer, debieron ser muy numerosos y variados. Serían simples dientes (ortz) de ciervo y de hiena o conchas, todos perforados (zulatu), los que cumplieron tales fines. El hallazgo, entre otras cosas de esta época, de óxidos (ordoi) y ocres rojos, hasta en forma de lápiz, que se conoce han sido utilizados, induce a pensar en el uso de pinturas corporales. Algunos amuletos fueron simples cristales de cuarzo que pronto llamaron la atención del sexo femenino. Las escasas figuras humanas conservadas en los dibujos nos dejan ver collares, brazaletes y pulseras en las muñecas y anillos en los tobillos. Uno de los collares se ve que es de tres vueltas, pero no puede apreciarse más. Estos vestidos (jantzi), adornos, colorantes y amuletos (zingiñarri), collares (iduneko), persisten tenazmente durante los ares períodos, auriñaciense, solutrense y magdaleniense. El círculo de tierra formado por la vertiente del golfo de Gascuña o de Bizkaia fue la cuna de la escultura, de los relieves en piedra y grabados en hueso y en asta, pero sobre todo de las pinturas y grabados realizados en las paredes de abrigos y cuevas naturales. El arte mobiliar, el realizado sobre objetos, es verdad que se extiende por toda Europa occidental, central y oriental a partir, más o menos, de las cercanías del Ebro, pero las pinturas rupestres que en su grado de florecimiento llegan a ser bellísimas policromías, nacen aquí, son obra creada por los hombres de nuestra tierra, los vasquitanos, que luego se difunden por el resto de Europa. A lo largo de los interminables períodos auriñaciense, solutrense y magdaleniense, este arte rupestre evoluciona lentamente en impresionante continuidad. El pueblo, la raza (enda) que lo inicia, lo lleva a feliz término en tan trabajosa elaboración. El artista eligió en nuestra tierra el interior más oscuro (illun) de las cuevas, el lugar más inaccesible y oculto para dibujar y pintar bisontes, osos, ciervos, toros, caballos y otros animales. Junto a ellos multitud de signos enigmáticos, siluetas de manos y circulitos o pelotas y alguna figura humana no muy definida. El estilo es realista, la ejecución está hecha con destreza y grande habilidad. Algunas policromías son verdaderas obras maestras de difícil superación. Altamira, Ekain, Altxerri, Santimamiñe, Lascaux, Rouffinac, Niaux, Font-de-Gaume, son verdaderos templos de belleza.

Su técnica. En primer lugar están los materiales empleados y luego los útiles. Se trabajó la madera, la piedra en sus diversas variedades, el marfil, el hueso, las astas de reno y ciervo (adar), la arcilla (bustin) y el cuero (larru). Entre los útiles el buril es el más importante. El sílex y el cristal de roca sirvieron para fabricarlo. Se hicieron de diversos tamaños y variedades y de puntas de forma poliédrica. Algún artista dejó por olvido en el hueco de la roca su herramienta y luego la perdió, como el pintor moderno puede perder uno de sus pinceles. Actualmente se han encontrado algunos. Con tan sencillos instrumentos se hicieron trazos profundos, seguros y precisos sobre marfil, piedra o asta. Los más finos dibujos (irudi) de las pinturas magdalenienses fueron hechos a buril. El raspador, también del mismo material, fue el segundo útil en importancia. Con ambos instrumentos acometieron también la ejecución de obras escultóricas en alto y bajorrelieve de rara perfección. Otras veces el buril, en lugar de tallar la roca, se limitaba a retocar y aprovechar los salíentes de la misma, rebajándolos y amoldándolos a voluntad. Una verdadera conquista fue también el conocimiento y arte de preparar los colores para emplearlos en la policromía y dibujos a un solo color. Ciertos minerales, ocres, carbón (ikatz), sirvieron para preparar pinturas empleando como disolventes grasas, tuétanos y resinas. El negro, rojo y amarillo predominan en la época de esplendor. Los dedos, pinceles de pelo y hasta palos preparados al efecto fueron utilizados tanto para dibujar como para la difuminación del color. El movimiento se logró expresar multiplicando el número de patas del animal. En tan largo devenir se crean escuelas y estilos bien definidos que van evolucionando conforme a las modalidades de vida de los tres períodos paleolíticos auriñaciense, solutrense y magdaleniense. Pero lo más interesante para los vascos, es que se observa en todo este arte identidad de técnica y de estilo.

Su evolución. Desde que aparece en nuestra tierra la raza de Cromagnón comienzan las distintas manifestaciones artísticas del gran ciclo. Primeramente es la escultura, que debió traer consigo desde las regiones enigmáticas de donde viniera en su errante peregrinación. Las «venus auriñacienses», nombre que se ha dado a unas estatuitas femeninas, aparecen desde nuestro país a Siberia. En cambio, la pintura y el dibujo dejan verse ya en el auriñaciense más antiguo, tanto decorando las paredes como los objetos. Estos primeros dibujos están ejecutados sobre arcilla blanda y con los dedos: líneas paralelas y espirales de difícil interpretación. Y es de observar que comienza con figuras naturalistas el gran ciclo paleolítico. En la cueva Clotilde de Santa Isabel, unos trazos representando bueyes, nos dejan ver los comienzos del Arte. Breuil y Obermaier, que han estudiado detallada y extensamente nuestro arte, distinguen cinco fases en su evolución: En la 1.ª existen simples contornos y siluetas de manos, además de algunos signos y dibujos llamados lacerías. En la 2.ª las siluetas son más perfectas y se esboza ya el modelado mediante punteos y difuminación del color. En la 3.ª ha progresado notablemente el modelado de las figuras, se estrían las superficies de los grabados y se rellenan aquéllas con color. En la 4.ª se caracteriza por los grafitos finos y delicados y los dibujos con manchas uniformes de color y principios de policromía. Es ya en la 5.ª cuando la policromía alcanza su máxima perfección y se logran grabados de destacada fineza. Estas fases no se corresponden exactamente con los tres períodos auriñaciense, solutrense y magdaleniense. Comienza el dibujo con los dedos (beatz), pero pronto se inventan una especie de peines para trazar líneas paralelas entrecruzadas, entre las cuales se descubren cabezas de animales y otros signos. Con la aparición del buril de sílex cambió la técnica. Ahora los trazos, más firmes, aunque siempre rudos y toscos, logran crear siluetas de animales. Los primeros dibujos están constituidos por trazos profundos y escasos. Las figuras grandes y hermosas son, no obstante, sencillas. En la cueva de Laperra puede verse un oso y una grupa de bisonte pintados en la pared, arcaicos, y en las cuevas de Isturitz y Santimamiñe otros grabados ejecutados en placas de piedra. Grabado y pintura compiten durante todo el auriñaciense. Algunas veces los trazos grabados en la roca son luego pintados. Se diseñan todos los animales notables de cada período. Esta labor continúa hasta el final del Paleolítico utilizando siempre el mismo lienzo que es la pared. Se superponen, pues, unas figuras sobre las otras, dejándonos de esa forma archivados genialmente fases y estilos, creencias y gustos. Basta con averiguar el orden en que están hechas para descubrir, no sólo su antigüedad, sino la evolución del arte. Primero hay vigor y gracia, sencillez y rudeza; luego la técnica se perfecciona y absorbe todo a expensas de su frescura y de su nativa naturalidad. El Arte se extendió rápidamente, ya desde el auriñaciense, por diversos países, seguramente por migraciones de cazadores. De la cuenca del Garona procedieron indudablemente los pintores del levante español y litoral andaluz, así como los de la meseta castellana procederían directamente de la costa cantábrica.

Asuntos y temas. Es verdaderamente impresionante la forma en que aparecen las pinturas, ejecutadas durante milenios en las mismas paredes, superpuestas unas sobre las otras en un abigarrado y enmarañado conjunto. Para descifrarlas ha sido preciso analizar y separar lo que pertenece a una edad y a otra. Técnicas y estilos se han sucedido en las distintas capas superpuestas, quedando ahí conservado el ciclo completo, desde el auriñaciense. La cronología de estas pinturas murales ha sido confirmada por los hallazgos en los niveles del suelo excavados. Ahora, en instrumentos y objetos de hueso, piedra o cuerno, vuelven a aparecer las mismas figuras de animales sincronizando, además, las especies de animales representadas con el clima correspondiente al nivel en que se encuentran. Y cuántas veces este archivo geológico se halla protegido por capas de estalactita lo mismo que las figuras y colores murales. Los mismos temas y asuntos vivifican el arte rupestre en el círculo del golfo vizcaíno como reguero de belleza dejado por las bandas de cazadores emigrantes. Podemos . citar, en primer lugar, siluetas de manos (esku) de dos clases, positivas y negativas, obtenidas, por la simple presión de la mano húmeda sobre la pared. Las de color rojo (gorri), son más antiguas que las en negro (beltz), que se hallan a veces superpuestas. Casi siempre se utiliza la mano izquierda. Se suponen propias del auriñaciense inferior. ¿Qué significan? Artísticamente no tienen nada de valioso, pero la impresión que producen en el interior oscuro de la cueva es de indudable efecto. Se han interpretado como señales dejadas a los muertos (illak), para que cuando visiten las cuevas se congracien con las personas a quienes pertenecen las manos, que por cierto se ven frecuentemente con dedos mutilados, signo quizás de otras creencias. Tampoco han sido interpretadas satisfactoriamente las espirales, líneas paralelas hechas con una especie de peine y otros trazos lineales, primero en amarillo (ori) y luego en rojo (gorri). Posteriormente van apareciendo líneas de puntos con esbozos de figuras de animales y especialmente cabezas de ciervo. El caballo es copiosamente representado, quieto, en marcha, relinchando y en otras actitudes. Hasta en un hueso de ave de Isturitz (B. Nav.) se representa un caballo echando bufidos que están expresados por trazos debajo del morro. Compiten en belleza con los caballos las figuras de ciervos algunos notabilísimos, como el que brama en Altamira o la cabeza de Santimamiñe. El toro salvaje, la cabra montesa, el jabalí, el oso, el reno, la foca, la serpiente y los peces, también aparecen más o menos frecuentemente. En la cueva de Ekain (Gip.) hay 33 caballos, algunos de los cuales miden hasta casi un metro de largo. Hay, además de los caballos, 10 bisontes, a osos, 2 ciervos, 4 cabras y 2 peces. En la de Altxerri (Aia, Gip.), descubierta en 1962, destacan por su belleza los bisontes, una cabeza de ciervo, cabras, caballos y zorros que completan un conjunto de un centenar de figuras como se dijo antes. Las escenas faltan casi por completo, o sea que no entran en el mundo de creencias a que se refieren las representaciones. Las pocas figuras humanas puede ser que representen a personajes disfrazados. En un objeto de hueso incompleto se ve dibujada una mujer desnuda, sin cabeza, que iría sin duda grabada en el trozo que falta y en la parte inferior el busto de un hombre, ambos en actitud suplicante o en actitud de orar. Los motivos decorativos ofrecen cierta variedad de líneas, puntos y figuras dentadas, triangulitos, festones, líneas onduladas, cruces, muescas, rayitas, espirales, circulitos, ángulos y surcos lineales.

Progreso intelectual que proporcionan las técnicas. A tal esplendor artístico debía corresponder un notable desarrollo de los conocimientos prácticos adquiridos en la elección de los materiales (gai) y en la constatación de sus propiedades. Los pintores artistas descubrieron los colorantes, sus disolventes y la preparación de la pintura. Igualmente debieron arreglárselas para idear pinceles y otros útiles. Fácilmente se deja ver en todo esto como una primera raíz de lo que ha de ser conocimiento fisicoquímico. Las condiciones propias de cada material enseñaron al hombre que existían la densidad, el grado de dureza y de fragilidad, la gama de los colores, las clases de fractura. A veces debió de practicar excavaciones para obtener pedernales. Al conocimiento de las piedras añadió el de los materiales, cuerno, concha, madera, enriqueciendo su caudal de conocimientos. Diversas operaciones técnicas ensanchan también los grados de especialización; raspar, retocar, golpear, perforar, aserrar, excavar, rayar, mezclar, disolver, dibujar, pintar, difuminar. Si el cazar, pescar y colectar frutos son operaciones casi instintivas y simples, no así el arte de la guerra que supone un arte estratégico, además del manejo de lanzas y flechas, incluso envenenadas. El conocimiento de los venenos inicia otro capítulo interesante de la ciencia. La utilización de las carnes, el de la anatomía animal. Todas estas operaciones trajeron aparejadas multitud de nuevas adquisiciones intelectuales anexas que se nos escapan. De ellas se debió pasar a una interpretación de la naturaleza y de cuanto rodea al hombre. Medir (neurtu) y relacionar, quizás tuvieron origen mágico. De signos pasados e ininteligibles por olvido pudieron surgir ideas extrañas hasta convertirse en símbolos. El ejercicio de la caza desarrolla la vista y la memoria visual. El mago debería pintar de memoria, recordando al vivo actitudes, gestos y detalles de los animales. Aparece también en estas edades el primer instrumento musical de aire, una flauta de tres orificios hecha con un hueso de ave. Del tambor, instrumento productor de sólo ritmo, se pasa a otro capaz de producir melodía. Quizá el silbido le precedió. Y a tales desarrollos debió de ser paralelo el de la lengua vasca. No obstante el carácter práctico de todos estos conocimientos, es su carga afectiva, intencional y mística la que predomina en ellos. Lo extranatural impera e impregna todo.

Difusión de la cultura magdaleniense. Desde luego, su foco más intenso es la cuenca del Garona-Dordoña. De ahí fue irradiado en forma continua, en difusión vecinal o en forma de irrupciones a través de los montes. En el primer caso se trata de ganar terreno dentro de las tribus de un mismo pueblo desde los lugares más cultos a los más atrasados. En el segundo, acompaña la cultura a bandas emigrantes que son como una energía sobrante de la raza. Estas bandas se habían expansionado por el levante hispano antes que el movimiento hubiera llegado a los confines del mismo pueblo por la costa cantábrica. Los niveles del magdaleniense inicial se encuentran ya en el Parpalló valenciano, mientras que en la costa astur no aparecen hasta la capa III de dicha cultura. Para estudiar las fases de esta gran cultura, H. Obermaier la ha parcelado en seis capas que representan un nivel cada una:

Nivel I. Punzones ligeramente arqueados y aplanados en su último tercio. (Evolución de los del solutrense, aplanados en su centro.)
Nivel II. Punzones angulosos, muchos de sección triangular o cuadrangular.
Nivel III. Punzones grandes de sección circular.
Nivel IV. Arpones de una hilera de dientes, con protuberancia basal o con agujero lateral.
Nivel V. Arpones de dos hileras de dientes.
Nivel VI. No hay arpones; degenera el trabajo del hueso; aparecen los raspadores circulares microlíticos que anuncian ya al mesolítico en su periodo aziliense.

Esta gran cultura es resultado de la lucha durante el desarrollo del glaciar wurmiense que, en compensación a las inclemencias y rigores de los hielos, le trae la riqueza económica representada por la gran fauna que sirvió al hombres de alimento y de tema artístico-religioso.