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Argentina. Integración social de los inmigrantes vascos

Los vascos se presentan, a priori, como un caso atípico de integración. Por un lado aparecen ligados a ciertos elementos que predeterminarían escasas posibilidades de conformar una colectividad; entendida ésta como "refugio" contra una integración rápida o traumática. Provenir de una región que dependía políticamente de grupos nacionales mayoritarios acaso sea lo más importante. Tratarse de un grupo reducido y no contar -como veremos luego- con instituciones propias, no son elementos menores en el sentido que venimos analizando. Sin embargo, resulta imposible negar la trascendencia que este grupo nacional alcanzó en la sociedad argentina. El aporte laboral -esperado y oportuno- a una coyuntura sedienta de producciones alternativas y la inserción en tareas altamente rentables debieron ser -junto a progresos económicos notables- parte de la explicación. Estamos convencidos de que la movilidad geográfica, la vestimenta y algunos deportes típicos portados por los vascos, así como también las reuniones en lugares folklóricamente distinguidos y la participación social de algunos de sus líderes, bastaron para conformar una imagen externa e interna de colectividad "fuerte".

Pero acaso lo más distintivo en la experiencia social de los vascos sea que, pese a la puesta en práctica de mecanismos de acercamiento con compatriotas, aquéllos no se convirtieron en obstáculos para una integración social "rápida". Los actos que distinguían al grupo euskaro del resto del espectro social eran neutralizados por otra cantidad importante de acciones vecinales -masivas e individuales- que eran visualizadas por la sociedad como claras intenciones de arraigarse. Así, pese a que hubo muchos casamientos entre vascos, las características de sus ámbitos de sociabilidad -las fondas y hoteles, las romerías o los frontones- y sus manifiestas intenciones de participar en los escenarios que se insertaron, nos llevan a pensar que este grupo nacional debió experimentar un proceso de integración poco traumático comparado con los daneses tardíos, los irlandeses e incluso -aunque en menor medida- españoles e italianos. Si sumamos a esto que no contaron con instituciones propias hasta bien entrado el siglo XX -y por tanto los líderes no podían atraerlos a sus límites sociales- y que en los pueblos del interior participaron en cuanta comisión y evento municipal hubo, las actitudes e intenciones -para ser observadas por el resto de la sociedad- eran evidentes.

Pero como ya dijimos, existían elementos para que los propios vascos y el resto de la sociedad palparan tempranamente la presencia de una importante colectividad. Aunque se jactasen de "separatistas", los acercamientos entre vascos en el nuevo lugar no fueron pocos, aunque por lo general se trató de emprendimientos poco extraordinarios. Nos referimos, en primer lugar, al acercamiento espontáneo entre paisanos fuera del lugar de origen. Estos emprendimientos, de los que participaron la mayoría de los vascos -y posiblemente de los extranjeros- se expresaban en reuniones periódicas en las fondas, en el frontón, en los lugares de trabajo, en la capilla y se reflejaban, por ejemplo, en actitudes como préstamos de dinero, contratación de compatriotas, testificación o firmas en trámites de vascos iletrados.

Reuniones informales como las romerías debieron repetirse en comercios y fondas atendidos por vascos en toda la provincia. No perseguirían, seguramente, satisfacer sólo el entretenimiento. Allí se intercambiarían datos laborales, por ejemplo salarios pagados en otras zonas, precios de animales y de la tierra; inclusive podían ser el punto de partida para el empleo o la asociación entre parroquianos y el lugar apropiado para la obtención de información sobre mujeres vascas solteras. Pero este ámbito social, que era abierto y cuyo éxito económico dependía de atraer también una clientela cosmopolita, servía para intercambiar esos mismos datos con otros vecinos no vascos. Sin una localización geográfica limitada, es abundante la literatura que hace mención a esos encuentros en puntos tan distantes y diferentes como Barracas al Sud, Flores o Lobería.

Ya hemos dicho que aquellos espacios donde habitualmente se juntaban vascos reunían una serie de elementos que permitía, pese que concurriesen otros inmigrantes o nativos, identificarlos como euskaros. Las infaltables boinas, fajas y alpargatas, el nombre sonoro del establecimiento y los juegos que se practicaban dentro, eran elementos de sobra para tal asociación. Parece imposible que, incluso en un espacio tan amplio y cosmopolita como la ciudad de Buenos Aires, pasaran inadvertidos unas personas que golpeaban una pelota contra la pared de una lechería o un saladero. ¿Cómo pasar inadvertida una estampa que reunía varios matungos o -un poco después- carritos con sus tarros de leche, junto a un grupo de fornidos muchachotes que luciendo sus trajes típicos corrían tras una retobada, para luego tomar unas copas juntos? Aún en el siglo XX, los vascos -a veces con sus descendientes- seguían monopolizando dicho juego.

Es posible -y esperable- que el impacto que brindaban éstos espacios sobre el resto de la sociedad fuesen distintos entre una gran ciudad como Buenos Aires y pueblos del interior de las dimensiones de Tandil o Lobería, alejados a 400 kilómetros del lugar de llegada hacia el sur. La ciudad puerto estuvo, desde un primer momento, claramente diferenciada en barriadas; desde este punto de vista pareciera que su aporte a la conformación de una imagen euskalduna -grupo minoritario- de colectividad se vería debilitada. A la cantidad de manifestaciones -masivas frente a la vasca- provenientes de otros grupos mayores, se sumaría una cooptación importante de euskaldunes por parte de las instituciones españolas y francesas. Pese a ello, la presencia temprana de vascos en Buenos Aires, algunos oficios claramente asociados a este grupo como lecheros o peones de saladeros, la vestimenta y las canchas de pelota, habrían permitido sostener cierta independencia. La identificación de algunas barriadas o distritos como "vascos" -tal el caso de Barracas al Sud- pudo equilibrar momentáneamente la situación frente a italianos y españoles. Como veremos más adelante, esto se habría visto reforzado -en Buenos Aires y Rosario- por el surgimiento de las primeras instituciones vascas, en forma temprana en las grandes ciudades. En cuanto a la imagen de colectividad a escala nacional, esto se vería notablemente apuntalado por un rápido progreso de muchos vascos ligados a la cría lanar -y ganadería en general- que sostuvieron, pese a participar en instituciones españolas o nacionales, su identidad euskalduna.

En los pueblos pequeños, donde la conformación de barrios es tardía o inexistente y -durante buena parte del período- hubo "paridad" numérica de vascos frente a otros grupos, el impacto era bien otro. Podría decirse que Buenos Aires presentaba -principalmente a partir de la presencia de instituciones como Laurak Bat o Euskal Etxea y por que residían los vascos que habían progresado notablemente- una imagen fuerte de colectividad vasca en la Argentina. Pero que dicha imagen estuvo fuertemente apuntalada por decenas de pueblos pequeños del interior bonaerense donde los vascos pudieron -aún sin contar con instituciones- ser visualizados por el resto de la sociedad.