Dance

Soka-dantza

Los primeros testimonios sobre la soka-dantza en Vasconia son anteriores a Iztueta. Seguramente el primero nos lo proporciona el cazador de brujas Pierre de Lancre al describir un momento de la danza en el que (1613:210)

"sin desprenderse de las manos, se aproximan hasta tocarse y se encuentran dos a dos, un hombre con una mujer: y a una cierta cadencia se chocan y golpean impúdicamente culo contra culo".

Estas culadas, en efecto, continúan en la actualidad haciéndose en determinados lugares, como el Duranguesado. Otro testimonio indirecto, pero muy interesante, aparece en el famoso proceso contra las brujas de Zugarramurdi, en el que el txuntxunero Joanes de Goiburu, yerno de la reina del akelarre, describía cómo acompañaba una por una a todas las personas del baile con su txistu y tamboril para ser "conocidas somáticamente por el Diablo", haciendo lo mismo para volver a la cuerda (cit. en Caro Baroja 1992:105).

Sin embargo, tal y como era de suponer, la primera descripción completa y en profundidad nos llega de la mano de Iztueta, a principios del siglo XIX. Iztueta clasifica la soka-dantza en función de quién la baila, de este modo: gizon-dantza "danza de hombres"; gazte-dantza "danza de jóvenes"; eche-andre-dantza "danza de señoras de la casa"; escu-danza galaiena "danza de manos de galanes" y escu-danza nescachena "danza de manos de chicas". La variante más importante era, por supuesto, la gizon-dantza, y por su descripción podría tratarse de una ceremonia jerárquica de la corte: la cadena debe iniciarse en el salón del ayuntamiento, acompañando al aurresku o primera mano el alcalde y al atzesku o última un concejal (1824:170). Desde allí se baja a la plaza al son del tamboril. Lo primero que hace el dantzari que encabeza el baile es saludar a la nobleza y a los componentes del ayuntamiento, que están en el balcón; las mujeres que ocupan los puestos de privilegio son las de más alta alcurnia, ocupando la del alcalde el lugar de preferencia. Al ejecutar los zortzikos de saltos la figura del azkendari debe esforzarse por permanecer en un segundo plano ante al aurrendari (178 orr.) El final de la danza es el alkate-soñua, "melodía del alcalde", verdadero himno municipal para alabar al alcalde y en general el orden social.

En esta descripción, como en general en el resto de su libro parece más plantear un cuadro imaginario que describir la realidad. Y ello por dos razones fundamentales. Por un lado, porque especialmente en el siglo XVIII estaban produciéndose unas fuertes discusiones sobre las danzas vascas, prohibiciones y disturbios muy graves incluidos, tanto con la autoridad religiosa como con la civil. Como consecuencia de las mismas, se intentaron introducir diversos cambios en la soka-dantza, con desigual éxito. Por ejemplo, en este momento se introdujeron los pañuelos que son hoy día tan usuales, a fin de evitar el contacto directo entre las manos. La última parte, que tenía la función protocolaria menos importante (en palabras de una fuente de la época aquel arrebato de jigas, ó agudo, que mas era desorden que otra cosa (Sánchez Ekiza 1999:67), donde se realizaban las culadas, se intentó suprimir; y también se pidió o se ordenó realizarla en un sitio concreto, delante de las autoridades y que se terminara con la llegada de la noche. Iztueta ni siquiera menciona todos estos cambios, y sus resultados aparecen en su libro como si fueran realidades de toda la vida (Sánchez Ekiza 1999).

Por otro lado, está claro que también en Vasconia, como en otros lugares de Europa, estaba creciendo la distancia entre las clases altas y las bajas, y las clases altas, como decía Iztueta, estaban abandonando los bailes de plaza, prefiriendo los entretenimientos y saraos privados. Seguramente por ello, en las rebeliones populares de la época, los jauntxos desmovilizaban al pueblo usando la soka-dantza, como expresamente decía el ayuntamiento de Vergara en 1718 , considerándolo además como práctica usual (Madariaga Orbea 1990:106-107). Esto ocurría especialmente cuando en la misma danza tomaban parte las distintas clases sociales -ocupando en ella, por supuesto, los jauntxos los puestos más importantes- (Otazu 1982:43-44, Floristán e Imizcoz 1988:269). En efecto, ése era seguramente el objetivo de Iztueta: mantener mediante la danza la unidad de la sociedad vasca, eso sí jerarquizada, desmovilizando de paso al pueblo.