Concept

Minería. Cargadores de mineral

Este singular cantilever fue proyectado por Pedro de Icaza Aguirre si bien Luciano Prada Iturbe (Prada, 1996) lo atribuye a Alberto del Palacio Elissage. Ambos autores coinciden en señalar que el encargo fue de Chávarri y Cía y que su construcción se llevó a cabo hacia 1.890 en Talleres de Miravalles sin acudir a la tecnología extranjera como era habitual en la época. Se instaló en el término municipal de Ontón en Cantabria muy próximo al límite con Bizkaia. Al describir esta parte de la costa, Hilario Cruz (Cruz, 1993) señala "en una pequeña ensenada sobresalía la formidable estructura del cargadero de El Piquillo". Actualmente quedan restos materiales, sobre todo, de los depósitos de lo que en su día fue este cargadero.

Fue el mayor cantilever de toda la costa oriental cantábrica al tener una longitud de algo más de cien metros de los que más de setenta eran en voladizo sobre el mar, al tener que salvar una zona rocosa para alcanzar el calado suficiente. Disponía, en su parte final, de una vertedera que facilitaba la carga de los buques fondeados en la costa y que según los veteranos cargadores "sufría mucho desgaste por el roce del mineral". Alcanzaba una altura de diecisiete metros sobre las mareas equinocciales y hasta veintidós en bajamar, y en el recuerdo ha quedado el convencimiento de que en las operaciones de descarga de mineral el cantilever oscilaba hasta veinte centímetros al estar solo anclado en tierra firme.

Se estimaba que su peso total rondaría las cuatrocientas toneladas, que en realidad fueron muchas más, (Luciano Prada Iturbe habla de mil) como se demostró al ser desmantelado después de su derribo por "vientos huracanados el martes, diez de diciembre de 1985" (Prada, 1996).

Este cantilever estaba previsto para el embarque del mineral extraído en las minas Josefa del Hoyo y Galerna. Un veterano trabajador recordaba "que más tarde también llegaba del criadero La Lorenza. Generalmente eran carbonatos y en mucho menor medida rubios". Llegaban a El Piquillo, tras recorrer 2,6 km., desde Covaron, donde se calcinaban cuando era necesario, en un ferrocarril minero traccionado por una máquina de vapor que arrastraba vagones de tres toneladas por una vía de 0,7 metros de anchura. Javier Ibarzabal Zalbabeitia (Baltazana-Cantabria, 1935) que trabajó en este cantilever manifiesta que en los últimos años cincuenta del siglo XX los camiones GMC provenientes de la poco antes terminada guerra europea sustituyeron al ferrocarril por cuyo trazado adaptado circulaban.

Cerca del cantilever se encontraban varios depósitos de notables dimensiones conocidos como "El Puerto" con diversos compartimentos donde se vertía el mineral que había llegado en el ferrocarril. Ibarzabal, citado anteriormente, señala que "trabajadores jóvenes, de entre 15 y 18 años en el interior de los depósitos, recogían en un cesto, "pericacho" con capacidad de unos 25 y 30 kgs. y un rastrillo, los estériles que acompañaban al mineral que a veces arrojaban al mar.

"Era un trabajo muy penoso por el calor que, en algunas ocasiones, desprendían los carbonatos, los gases y el polvo, así como las posturas en las que tenían que trabajar y las inclemencias que se derivaban de su actividad al aire libre".