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Historia del Arte. Renacimiento

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Entre las artes plásticas, la gran protagonista de este período fue la escultura. De hecho, el nombre del primer artista vasco reconocido y de prestigio que encontramos documentado -antes hubo otros, pero de los que apenas conservamos datos- es un escultor perteneciente a este período,Juan Antxieta. Tanto la obra de este escultor como la de los discípulos que continuaron con su labor responde al nombre de romanismo; este estilo, sin ser exclusivo del arte vasco, ya que se desarrolló en otras áreas como, por ejemplo, en La Rioja, sí constituye una particularidad en el arte vasco por la importancia que tuvo en su momento y la influencia que ejerció posteriormente. De todas formas, la escultura vasca de este período no se limitó al romanismo, ya que hubo otros estilos.

Coincidiendo con la aplicación de los principios renacentistas en el ámbito arquitectónico, a mediados del siglo XVI, un grupo de escultores procedentes de Castilla, Francia y Países Bajos se trasladaron a este territorio aprovechando la prosperidad económica del momento. La mayoría eran artistas de reconocido prestigio -Diego de Siloé, Pierres Picart, la familia Beaugrant- que practicaron en Euskal Herria un estilo escultórico con reminiscencias góticas y, por tanto, con tendencias al decorativismo y a la profusión de motivos. Entre las obras más destacadas cabe mencionar en Gipuzkoa los conjuntos escultóricos de la Universidad de Oñati y el sepulcro de Rodrigo Mercado de Zuazola en la iglesia de San Miguel de Oñati, y en Bizkaia, las portadas de las iglesias de San Antón en Bilbao, Santa María en Portugalete, así como diferentes elementos decorativos en las iglesias de Balmaseda y Markina-Xemein.

Entre esta primera fase y el romanismo, existe un período de transición en el que la práctica escultórica comenzó a abandonar el decorativismo y se aproxima a un cierto clasicismo; en este momento, encontramos los primeros nombres de escultores vascos, discípulos de los anteriores, y que preparan el camino para la generación de Antxieta. Así, en los documentos que atestiguan las labores de realización de retablos para las iglesias guipuzcoanas de San Andrés de Eibar, Santa María de Zarautz, San Esteban de Aia y la capilla de la piedad en la iglesia de San Miguel de Oñati, y en Navarra en los retablos de las iglesias de Genevilla y Santa María de Olite, así como en las sillerías de las catedrales de Pamplona y de Tudela, figuran los nombres de Andrés Araoz, Juan de Ayala, Esteban de Obray o Pedro de Aponte.

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Denominamos romanismo a la corriente escultórica surgida en España a finales del siglo XVI a partir de la influencia ejercida por el artista italiano Miguel Ángel en la fase final del renacimiento italiano, conocida como manierismo. Durante esta fase, se prescindió de la profusión decorativa de las fases anteriores y se apostó por composiciones más sencillas y sobrias aunque dotadas de mayor expresividad en las formas; ahora, las imágenes adquieren dinamismo, movimiento y sentimiento que, además se acentúa y potencia con la policromía. En su labor por hacer frente al protestantismo, el romanismo respondía a los objetivos de la Iglesia católica a través de una disciplina como la escultórica y un elemento como el retablo, en el que se aplica un orden y una disposición rigurosa que facilite la lectura de las imágenes.

El romanismo llegó a Euskal Herria procedente de Italia de la mano de Gaspar Becerra y Pedro López de Gamiz. Juan de Antxieta se formó con ellos y así surgió una generación de artistas romanistas de la que formaron parte, entre otros, Ambrosio Bengoetxea, Pedro González de San Pedro, Jerónimo de Larrea, Joanes de Iriarte y Martín Ruiz de Zubiate. Este estilo comenzó a desarrollarse a finales del siglo XVI y se prolongó en el siglo XVII, principalmente, por Gipuzkoa y Navarra. Entre los trabajos más importantes, destacamos en Gipuzkoa los retablos de las iglesias de San Pedro en Zumaia, San Vicente en Donostia, San Martín en Berastegi y el de la parroquia de Alkiza, y en Navarra, el de la parroquia de Agoitz y las iglesias de Cáseda y Tafalla.

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En cuanto a la orfebrería, la disciplina conoció en este período un momento de esplendor debido a la proliferación de mecenas surgidos, principalmente, entre las burguesía de las ciudades que sufragaron gran cantidad de piezas destinadas a la Iglesia. Aunque en un primer momento, la sencillez y la austeridad fueron los rasgos dominantes, posteriormente, se complicó, sobre todo, cuando comenzó a notarse la influencia del nuevo estilo que se desarrollaba en Europa, el barroco.

En cuanto a las artes pictóricas, a diferencia de las escultóricas, tuvieron menor desarrollo. Por una parte, la propia Contrarreforma recomendaba la utilización de la escultura y los retablos a la hora de adoctrinar a los fieles; por otra, el comercio con el norte de Europa facilitó la importación de las artes pictóricas demandadas -eran fácilmente transportables-, motivo por el cual en Euskal Herria contamos con excelentes ejemplos de pintura flamenca. De este modo, ya desde el siglo XV, encontramos obras de artistas de la talla de Van Connixloo, Van der Goes o el taller de Metsys en iglesias guipuzcoanas como San Pedro de Zumaia, San Pedro de Bergara o en la parroquia de Aizarna, fruto de las relaciones comerciales.

 

Por tanto, Euskal Herria tuvo en el siglo XVI una escasa producción pictórica que, además, correspondió a pintores del reino español como Luis Morales, Juan Pantoja de la Cruz y Alonso Sánchez Coello. Las pinturas murales del palacio de los Cruzat en Óriz constituyen la excepción, tanto por su temática como por su técnica, ya que son grisallas y representan escenas bélicas, concretamente, las batallas del emperador Carlos V contra las tropas protestantes. Desconocemos el nombre de los autores de esta obra, aunque su calidad no debe de sorprender ya que la escultura romanista necesitó de pintores que policromasen los retablos, por lo que la disciplina se desarrolló, aunque no consiguió producir una obra consistente.