Literary Figures

Gracia Armendáriz, Juan

¡Ziip!
El balín de plomo corta el aire en dirección a las sombras que revolotean ahí arriba, en la copa del árbol. Rasga la piel suave de las primeras hojas del plátano, corta una ramita o dos, chasquea entre el follaje atravesando la luz, pero los pájaros no parecen enterarse; no ven, no oyen mientras se disputan las mejores ramas para pasar la noche lejos del suelo que huele a hojas fermentadas y mierda de gato. Pían frenéticos, tontos, hasta que suena el tapón de aire que sale de los pulmones de golpe. Una botella descorchada.
¡Blop!
Estiro el cuello, pero no consigo ver el blanco; sólo un revuelo de hojas que tiemblan. La sombra rechoncha se descuelga y cae de rama en rama; una pelota emplumada que rebota dos veces antes de detenerse en el suelo, boca abajo, a los pies de David. Lo mira con indiferencia, de reojo, duda, se rasca el cogote y lo coge por un ala con la punta de los dedos, como si fuese una mariposa muerta u un crucificado: las alas abiertas y la cabeza que cuelga sin fuerza sobre la pechuga. Tiene la papada negra, muy amplia, y el pico ancho y duro. Es un macho viejo.
Ahí arriba las sombras presienten que algo malo ha sucedido, por eso se han callado de repente, y ahora hay un silencio que se transmite desde los árboles a las hojas muertas que cubren el suelo. Los pájaros habrán oído el silbido del balín cortando ramitas, habrán visto cómo uno de ellos se quedaba un instante paralizado en la rama del plátano, ingrávido, antes de desaparecer entre las hojas, absorbido hacia la tierra. Tal vez quede un plumón oscilando en el aire o una gotita de sangre brillante sostenida en el anverso de una hoja.
Contenemos la respiración y ese silencio tan raro, que no durará mucho, se extiende ahora sobre nuestras cabezas. Escrutamos las hojas de los árboles como si estuviéramos debajo de una campana de cristal, pero el cristal se rompe, y también el silencio, cuando empiezan a piar con timidez al principio, uno aquí, otro allá, y el volumen aumenta poco a poco, y al rato los pájaros vuelven a piar frenéticos, tontos, como si nunca uno de ellos hubiera desaparecido hacia el suelo que huele a hojas fermentadas y mierda de gato.

Cazadores (Aóiz (Navarra), Bilaketa, 2002).