Religious Orders

COMPAÑÍA DE JESÚS

Los últimos años (1931-1985). El 14 de abril de 1931 amanecía con esperanza la 2.ª República. Pero, un mes más tarde, se incendiaban algunas iglesias y conventos, entre ellos la casa profesa de los jesuitas en Madrid, con las reliquias de San Francisco de Borja, el retrato de San Ignacio de Coello y su preciosa biblioteca de 100.000 volúmenes. También el ICAI (Instituto Católico de Artes e Industrias) con los 40.000 volúmenes de su biblioteca sufría agresiones parecidas, pereciendo entre todo ello el arsenal científico del historiador P. García-Villada. Al año siguiente se firmaba el decreto de disolución de aquellas Órdenes religiosas que "además de los tres votos canónicos", admitían "otro especial de obediencia a autoridad distinta de aquella legítima del Estado", conforme al artículo 26 de la Constitución republicana del 9-XII-1931. Además, específicamente, el Ministerio de Justicia disolvía la Compañía por decreto del 23-1-1932. Novicios y estudiantes jesuitas, pues, pasaban a Bélgica, Holanda e Italia; los demás, unos se trasladaban a Iberoamérica y otros quedaban dispersos por la península. De la revolución de octubre de 1934, sin ira alguna, merece recordarse la muerte del P. Emilio Martínez y del vasco H. Juan Arconada. Serían el preámbulo de los jesuitas caídos, 118, en los nefastos años de la última guerra civil (1936-39), bajo el dominio de las armas absolutas.

Por lo que se refiere a nuestro país, jesuitas vascos colaboraban con la nueva situación, nacida en aquel julio de 1936, incluida la misma dirección espiritual del general Franco por el rector de Loyola Ignacio Errandonea. Significativas fueron por demás, las divisiones de las provincias jesuíticas en España, que afectaron directamente a los jesuitas vascos en la época contemporánea. Ya en 1848 la provincia de Castilla (a la que siempre habían pertenecido las provincias vascas), se dividía en Castilla Occidental (en la que se incluía Bizkaia yÁAlava), y Castilla Oriental (con Gipuzkoa y Navarra). En cambio, en 1962, se formaba la Provincia de Loyola, compuesta por las tres provincias vascongadas y Navarra. Fruto sin duda de esta reunificación sería el notable esfuerzo por reconocer la identidad del pueblo vasco por parte de la Compañía. Así, el gran diccionario vasco del P. Múgica, la publicación de textos populares vascos por el P. Antonio Zavala, la primeriza y bien organizada ikastola de Loyola y la Radio Popular de Loyola, con sus emisiones en euskera, de amplio radio de acción por todo el País Vasco. Testigo excepcional del estallido de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki sería el misionero vasco Pedro M.ª Arrupe, más tarde prepósito general, confidente y mentor de Pablo VI.

Hasta esta década de los sesenta, las vocaciones vascas a la Compañía fueron abundantísimas, especialmente en hermanos coadjutores y en misioneros, tanto de la India como de Extremo Oriente (misión de Wuhu en China) y en Centroamérica. Asimismo durante el generalato de Arrupe tiene lugar el Vaticano II. La Compañía ponía en hora sus relojes de la adaptación evangélica a los tiempos.

Impensable, pero cierta, fue la celebración de la Semana Ecuménica de agosto de 1977 en Loyola. En una de sus homilías, la protestante Cordula Andersohl, observaba, bajo las bóvedas de la misma basílica: "¿Tiene realmente tanta importancia el que cada controversia teológica encuentre una solución definitiva, aparte de que la mayoría de los problemas teológicos nunca pueden resolverse de una manera definitiva, sino que continuamente han de ser cuestionados y contestados?". La unión de seglares vascos de San Ignacio de Loyola denunciaría con pasión estos hechos públicamente en "El Diario Vasco" del 23-VII-1977, considerándolos como una provocación.

Por otro lado, las respuestas a las preguntas angustiosas de la Iglesia en América Latina, constituían toda una teología vital, llamada de la liberación. Puebla lo diría muy bien en el n.° 1.147: que los pobres, a la vez que son evangelizados, evangelizan a toda la Iglesia. Y pioneros de la fe y de la evangelización, en esta línea, se situarían los jesuitas vascos Ellacuria y Jon Sobrino, bajo la mirada no menos aperturista de cardenal Casaroli y el también jesuita cardenal Martini.

Con la visita del papa Juan Pablo II en 1982 a la Santa Casa de Loyola y al castillo de Javier, toda la Iglesia reconocía la trayectoria y obra de los hijos de San Ignacio a lo largo de cuatrocientos cuarenta años.