Lexicon

BENEFICENCIA

Las ideas antiguas que en la sociedad vasca se han tenido acerca de los peregrinos, caminantes, mendigos y desvalidos están estrecha mente ligadas a las del viejo mundo y a las del primitivo cristianismo que las recoge como tradición humana revelada y las vitaliza dándoles un sentido trascendente. Antes de nada cabe señalar que el vocablo euskérico arrotza, significa lo mismo "extranjero" que "huésped". En latín ocurre lo mismo con "hostis" y "hospes", pero añadiendo un nuevo significado que en euskera no tiene: el de "enemigo", en vasco "etsai". El "hospitium" es la hospedería, lo mismo que "Hospitalis". Sobre la beneficencia, dejando a un lado lo referente a higiene y sanidad, Trueba se percató de que la conducta del pueblo vasco se basaba en aquellas ideas del mundo antiguo sobre la relación del pobre y en particular del mendigo, con Dios. En una de sus obras dice: "Vizcaya es una tierra de promisión para los mendigos. Apenas hay casería donde no se les dé hospitalidad y se les siente a la mesa como individuos de la misma. Lo primero que las madres enseñan a sus hijos es que Dios suele tomar la figura de pobre para recompensar o castigar al que los acoge bien o mal. En nuestros caseríos -añade- se les llama Jaungoikoskuak "los de Dios", y cuando la madre de familia oye el clamor de un pobre a la puerta, exclama: Jaungoikuaren deye, "la voz de Dios". Esto ocurría por todo el país. En Oyarzun, p. e., al mendigo se le denomina Jaungoikuen izenekua, "el de en nombre de Dios", o bien se dice popularmente que es la flor del cielo: pobria, zeruko loria, y también se dice en Andoain, Gipuzkoa Se ha solido ver mal el dar la limosna por la ventana o por la puerta, pero abierta solamente por la parte superior. No debe perderse de vista que son siglos de pobreza los anteriores a nuestro tiempo. Si a los mendigos se dejaba pernoctar en las iglesias y ermitas era porque se les consideraba como Jaungoikuaren manatariak, "enviados de Dios". Las noticias históricas sobre la beneficencia en nuestro país comienzan en la Edad Media. Desde antes del s. IX existían, que se sepa, monjes dedicados al menester de socorrer, cuidar y albergar a pobres, transeúntes, peregrinos y desvalidos, muchas veces enfermos. En el s. XI los hospitales de peregrinos prolíferan por el camino de Santiago atravesando todo el reino de Navarra, desde Ostabat a Valmaseda. Estos hospitales son albergues de "hospedaje" y su reguero principal pasa por San Juan de Pie de Puerto, Roncesvalles, Puente la Reina, Estella, Nájera, etc. O bien desde Bayona, para pasar por Irún y seguir más o menos por la costa. En 851 se citan cuatro monasterios navarros hospitalarios: Leire, Igal, Urdaspal y San Zacarías. Deberían añadirse más tarde el de Usún, cerca de Lumbier, el de Iratxe y el de Zarapuz. En el s. XI llegaban ya casi a medio ciento. Con el tiempo estas atenciones benéficas fueron convirtiéndose, además, en sanitarias. Florecen en medio de un pueblo agrícola y ganadero, pero de economía pobre. Las órdenes religiosas de San Benito y de San Agustín son las que se dedicaron más especialmente a la atención de asilados. Las peregrinaciones a Santiago, en las que iban frecuentemente enfermos que deseaban sanar por mediación del santo, acentuaron el carácter sanitario de algunos de estos albergues u hospitales. El episodio de San Martín de Tours partiendo su capa con el mendigo interpreta una idea y un ansia vieja como el mundo, que el naciente cristiano recoge como verdad revelada y como virtud teologal. En 1052 el rey don García de Nájera hace una donación al monasterio najerense para atender a los "peregrinos o huéspedes, porque en ambos reside Cristo". Este concepto crístico de la hospitalidad mueve a muchas personas privadas a fundar instituciones benéficas. Va a construir, a través de los tiempos, una densísima historia. El citado don García, además de la hospedería de Nájera, funda también el "hospitium" de Iratxe. Bajo el reinado de Sancho Ramírez y el episcopado de Pedro de Roda, los cluniacenses y canónigos regulares de San Agustín promovieron la creación de cofradías populares hospitalarias. Las limosnerías de Burguete, el hospital de Roncesvalles y el de Urdax, en el s. XII, repartían alimentos y alojaban a transeúntes y peregrinos. El hospital de San Miguel de Pamplona dio nombre al barrio en donde se fundó. En 1125 se trasladó a las cercanías de la Catedral. La fundación de establecimientos e instituciones benéficas se reparte entre dos grupos eclesiales: los fundados por motivos de piedad por los "fieles" (reyes, señores y particulares) y los fundados por las órdenes religiosas y jerarquía de la Iglesia. Quizá el número de los fundados directamente por los "fieles" supere a los de "eclesiásticos". Pero la atención personal de ambos recaía siempre en las órdenes religiosas o eclesiásticas. A veces se combinan ambas formas mediante la colaboración asistencial y económica. Ya en 1104, p. e., el Conde de Erro dona la limosnería de Burguete a Conques. Sancho el Sabio habilita otra limosnería en Urdax. Gastón de Murillo y su mujer doña Estefanía edifican el hospital de Lorca, Navarra, donde son recibidos los pobres en cualquier momento del día. Frecuentemente estas fundaciones "piadosas" son traspasadas a una comunidad religiosa para que corra a su cargo la labor asistencial directa. Las leproserías, p. e., ante la impotencia médica, eran más que sanatorios lugares de caridad. La abundancia de instituciones de iniciativa privada, sobre todo testamentaria, fue dando lugar a una nutridísima red de fundaciones, capellanías, becas y obras pías que llega hasta el s. XX. En Eibar, Gipuzkoa, p. e., Juan Ibáñez de Ibarra funda en el s. XVII una dotación para doncellas pobres por importe de cien ducados anuales. El mismo señor funda dos capellanías con la misma asignación. El ejemplo es imitado por Juana de Mallea, que destina cien ducados para cada una de las cuatro doncellas que se casaran en Eibar cada año. Esta fundación va ligada a las cuatro capellanías perpetuas. El heredero, el cura y el alcalde son los designados para el cumplimiento. De 1650 es la dotación instituida por otra eibarresa, doña Beatriz de Ibarra. También don Francisco de Lixalde y su mujer doña María de Mallea mandan en su testamento que se separe de sus bienes la cantidad necesaria para comprar anualmente 52 fanegas de trigo a los pobres vergonzantes de la villa, según consta en acta municipal de 1627. Esta es la tónica de este tipo de fundaciones benéficas en toda la geografía vasca.

Beneficencia municipal. Después del ejemplo dado por la iglesia en sus dos vertientes de "fieles", por una lado, y "eclesiásticos y monjes" por otro, empiezan las entidades municipales a sentir la responsabilidad de atender a los indigentes, desvalidos y enfermos. Por ejemplo, las Ordenanzas de Zuya y San Millán, en Alava, obligan a socorrer al desgraciado que se vea en trance de perder la vida, el honor o la hacienda; las de Salcedo (Alava) establecen dos modos de asistencia a transeúntes pobres, por "remate" (a cargo de un vecino indemnizado para ello) y por "calledita" (turno vecinal), según acuerdo de mayoría de vecinos. Algunas cofradías sancionan la beneficencia como deber social y la de Alzusta (Ceánuri, Bizkaia) ordena alimentar a los pobres de la cofradía bajo pena de multas e incluso a cargo de la venta de los bienes de la propia cofradía si fuere necesario. En la de Izurza, de beneficencia condicionada, el indigente deberá recorrer ayudando, caserío por caserío, circunvecinos, un día en cada uno, a cambio de la subsistencia y albergue. Ya en los ss. XVIII, XIX y XX los municipios, Diputaciones, Cajas de Ahorros y filántropos van interviniendo cada vez más activamente en la financiación, primero, y promoción después de estás instituciones, relevando de esas cargas en una gran parte al elemento eclesial. De otra parte el concepto de beneficencia, evoluciona rápidamente hacia una asistencia social de carácter público gracias a la elevación del nivel de vida de los países más desarrollados económicamente. Pero simultáneamente a ese destete religioso surgen nuevas instituciones religioso-benéficas, ahora a escala nacional o internacional que nos relacionan con gentes muy distantes. Tales son Cáritas o el Domund, por ejemplo, esta última ejercida al abrigo y como actividad anexa a las misiones.

El mendigo en el s. XX. Dice Trueba: "Mi casa era la de uno de tantos labradores, y el mejor cuarto de ella era el cuarto que llamábamos de los pobres, donde tenían la mejor cama y los mejores muebles de la casa. El pobre se sentaba a la mesa de la familia; el primer plato que hacía mi madre era para él, y mi madre, que ocupaba el mejor asiento a la orilla del hogar, se lo cedía siempre al pobre. Hasta en el modo de dar la limosna hay aquí una ternura y una delicadeza singulares: la madre de familia besa la limosna antes de alargársela al pobre, y si es posible, le da por mano de un niño, según su expresión para que éste aprenda a darla y para que recibida de una mano inocente, parezca a Dios más hermosa". Echegaray, que comentó este texto de Trueba, se percata de cierta exageración de parte del insigne poeta vizcaíno, pero asegura que en el texto alienta la verdad, puesto que el pobre que invoca el nombre de Dios no puede seguir su camino sin recibir una limosna o participar de la comida o de recibir albergue. De todos modos el mendigo euskaldun ha sido siempre escaso.