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Batalla de Roncesvalles

Batalla de Roncesvalles. Es el 15 de agosto del año 778, en pleno verano pirenaico, en el único tiempo en que los montes de Roncesvalles suelen dejar ver todo su verdor si se tiene la suerte de que se hallen desprovistos de nieblas. En vida del Emperador ningún cronista se atrevió a consignar la derrota. No solamente la omiten sino que hablan de una vuelta a Francia normal y corriente. Pero veinte años después de la batalla, los nuevos «Annales Regii» se atreven a consignar el desastre franco de Roncesvalles: «In cuius summitate Wascones insidiis conlocatis extremum agmen adorti, totum exercitum magno tumultu perturbant. Et licet Franci wasconibus tam armis quam animis praestare viderentur, tamen et iniquitate locorum et genere imparis pugnae inferiores effecti sunt. In hoc certamine plerique aulicorum, quos rex copiis praefederat, interfecti sunt, direpta impedimenta et is propter notitiam locorum statim in diversa dilapsus est. Cuius vulneris acceptio dolor magnam partem rerum feliciter in Hispania gestarum in corde regis obnubilavit». (Nuevos Annales Regii, Edic. Pertz-Kurze, pp. 50-51). Habiendo los vascones preparado una emboscada en la cima de ellos, atacaron la retaguardia poniendo en gran desorden todo el magno ejército. Y aunque los francos se mostrasen superiores a los vascones lo mismo en las armas que en el valor, no obstante, dada la dureza del lugar y el carácter desigual de la lucha, se encontraron inferiores. En este combate la mayor parte de los áulicos a los que el rey había dado el mando de los cuerpos de ejército fueron muertos, la impedimenta fue saqueada, y el enemigo, con su conocimiento del lugar, se dispersó rápidamente. El dolor de este fracaso nubló en gran parte, en el corazón del rey, los sucesos felices realizados en Hispania. Veinte años más tarde, hacia 830, Eginhard, que trató personalmente al Emperador Carlos, da por primera vez y por escrito los nombres de los mandos de los distintos cuerpos de ejército muertos en la batalla con los vascones. Como es muy comprensible los cronistas francos no dicen ni una sola palabra sobre la presencia y actuación del emperador Carlos en la batalla. Pero en una acción que hizo estremecerse a «todo el magno ejército» y en la que murieron casi todos los mandos de los cuerpos del mismo, no es posible que Carlomagno estuviese ausente. Es de suponer que, en vista del sesgo que tomaron las cosas, en un escenario habitualmente cubierto de nieblas y bosques, hubiera optado por salvar la vanguardia emprendiendo una retirada veloz hacia lugares más seguros. Más oscuro es el asunto de quién organizó la emboscada. Auzias supone que el Duque de Vasconia, Lupo II. En la carta falsa de Alaón, inventada por el conocido falsario Pellicer, se atribuye a Lupo la dirección de la emboscada. Motivos no le faltarían por la todavía reciente conquista de Vasconia por Carlos con su correspondiente acompañamiento de crímenes y latrocinios que lleva consigo toda guerra. Pero también añade que Lupo fue luego apresado por Carlomagno y ahorcado ignominiosamente. Lo cierto es que no se sabe nada de Lupo después de 778 pero sí que su hijo le sucede en el cargo. La «Historia de Languedoc» repitió lo dicho en la «Carta de Alaón». Toda esta patraña quedó en pie hasta que Benjamín Guérard descubriera la falsedad de dicho documento. Esta derrota, comenta Campión, produjo dos resultados importantes: «en los vencidos, afán de tomar el desquite y reducir a toda Vasconia por la fuerza de las armas; en los vencedores, conveniencia de aliarse con los sarracenos, o mejor dicho, con los muladíes aragoneses (los Beni Fortún, de origen vascónico, probablemente), que, por ambiciosos, se hicieron mahometanos y se subieron luego a régulos semi-independientes». «Abrióse entonces, sigue Campión, un período de fluctuación política muy obscuro cuyas noticias sueltas nos muestran a los vascones, ora sometidos a los francos, ora en guerra con ellos, ora amigos de los moros, ora peleando con éstos: al vaivén de la conveniencia». He ahí todo lo que sabe de la batalla de Roncesvalles. Todo lo demás no son más que conjeturas, falsedades o desenfados, aunque también se dan los tres casos en hábil trenzado como en los estudios de Menéndez Pidal. En la obra citada, «La Chanson de Roland y el neotradicionalismo» (p. 199) se revuelve furioso contra las fuentes carolingias, no tanto por lo que tengan de aduladoras para Carlos o de ofensivas para los vencedores, sino porque taxativamente y sin lugar a dudas atribuyen el ataque a los Vascones. Menéndez Pidal critica a los cronistas porque convierten la batalla en un acto de pillaje y les atribuye lo que no dicen: «a manos de unos bandoleros, sin hogar ni tierra».