El auge comercial del siglo XVIII. A pesar de la postración económica en que se hallaba sumida la monarquía española, en los últimos años del s. XVII comienzan a notarse en Guipúzcoa y Vizcaya señales de un nuevo aliento comercial. El Consulado de San Sebastián se estableció en la ciudad en 1682; aunque tuvo poca vitalidad, conservó en buen estado los muelles del puerto y fundó, en 1705, una escuela de náutica. La paz de Ryswick de 1697 estatuyó "estrecha amistad" entre las coronas francesa y española, poniendo fin a un largo período de guerras casi, continuas. Una Real Cédula de 1712 confirió un status privilegiado al comercio entre las dos monarquías. La situación geográfica del País Vasco lo hacía beneficiario directo de las nuevas relaciones comerciales. Los tratados de Utrecht reconocían la situación especial de Guipúzcoa y Vizcaya, y en ellos Inglaterra admitía el derecho de los vascos a la pesca en Terranova. Los ingleses quedaban también autorizados para establecer casas de comercio en Vizcaya y Guipúzcoa. Bilbao recuperó su antiguo esplendor de puerto exportador de lanas: en 1686 intentó de nuevo -sin éxito la apertura del camino de Orduña, lo que indica que el tráfico lanero se había recuperado en cierto grado. Entrado el siglo, se sumaron al tráfico bilbaíno el trigo y harina castellanos con destino a América. Nuevos modelos de naves -fragatas, bergantines, paquebotes- sustituyen a los antiguos galeones, zafras, filipotes... al tiempo que comienzan a diferenciarse los buques de guerra de los mercantes, que dejan de verse sujetos a requisas por razón de guerra. De 1737 datan las nuevas ordenanzas del Consulado de Bilbao, que venían a actualizar los viejos textos (v. CONSULADO) De las buenas relaciones comerciales con Francia da fe el capítulo XIII, en el que, al tratar de las letras de cambio y sus vencimientos, se conceden a las libradas para el reino vecino catorce días "de cortesía". El año 1753 consiguió Santander la apertura del puerto del Escudo, que ponía a la capital de la Montaña en comunicación directa, por carretera, con Burgos. El comercio bilbaíno se resintió inmediatamente de ello, ya que el paso de carro por Orduña era imposible y las carretas cargadas con lana castellana tomaban el camino del puerto rival. La vieja aspiración de Bilbao a la carretera de Orduña había sido renovada, sin éxito, en 1725. Por fin se dio comienzo, en 1770, a las obras, y cinco años más tarde Bilbao quedaba enlazado con la meseta por un camino carretero. Son unos años de expansión del comercio bilbaíno, como lo demuestra la construcción de las casas-almacenes de la calle de la Ronda y del Arenal, desde San Nicolás hasta enfrente de la Sendeja. En 1762 pretendió el Consulado establecer almacenes en la orilla opuesta del Nervión, en Abando; la Junta General de Vizcaya se opuso; el Consulado acudió entonces al rey, que se declaró favorable a la petición. Pero nada se hizo hasta los primeros años del s. XIX. Al finalizar el siglo, más de trescientas embarcaciones realizaban el comercio de Bilbao con el Norte de Europa, con América y de cabotaje. Contaba la flota bilbaína con más de tres mil hombres y existían varias sociedades navieras, entre las que destacaba la "Gómez de la Torre y Mazarredo". En 1783 se creó la "Compañía de Seguros Marítimos de Nuestra Señora de Begoña y San Carlos", con un capital de seis millones de reales, que atestigua con su sola existencia la pujanza del comercio marítimo bilbaíno de la época. Mediado el s. XVIII, ya la economía riojana era estrechamente dependiente de las Provincias Vascongadas. De ellas provenían la totalidad de los artículos coloniales que abastecían sus mercados (cacao, azúcar, pimienta, etc.) y el hierro, acero, clavos y cerrajería. A su vez, la única salida para los excedentes agrícolas riojanos -fundamentalmente vinoera la proporcionada por los arrieros vascos. Así vemos cómo en 1755 se reúne la Junta de Cosecheros de Vino de Logroño para apoyar la construcción de un nuevo camino carretil de Logroño a Vitoria por Villafría. En su declaración se dice: "...los caminos carretiles hechos en todas las tres Provincias que vienen a dar a la Puebla de Arganzón, cercana a una gran parte de Rioja, han de tal suerte inclinado el comercio vizcaíno en aquellos pueblos que enteramente parece se han olvidado de Logroño y sus contornos; y no debe causar admiración este abandono cuando para llegar a nosotros necesitan remontar muchos puertos, y forzar caminos asperísimos, y para caminar hacia Haro y sus contornos es todo el camino una Sala". Efectivamente, Haro conoció, con el desarrollo de los caminos carreteriles, una época de esplendor comercial. Jovellanos anota en sus diarios (año 1795) que a la villa de Haro llegaba pescado fresco desde la costa cantábrica y que arrieros de Andalucía y las dos Castillas acudían en su busca, trayendo aceité. Ello, unido al comercio de vino de Rioja, había convertido a la villa en uno de los principales mercados de la Península, adonde además acudían con franquicia los géneros ingleses. Al otro extremo de la Rioja, Alfaro también disfrutaba de un comercio floreciente -quizá en su mayor parte contrabando- con Navarra. Alfaro y Corella, una a cada lado de la frontera, eran ciudades prósperas, en las que se habían establecido numerosos comerciantes. Las mercaderías francesas se filtraban hacia el corazón de Castilla, mientras hacia Navarra circulaban dinero y paños de la Tierra de Cameros. El gremio de pelaires estellés, que en otro tiempo tuviera alguna importancia, aparece a final de siglo completamente arruinado. Se achaca su decadencia a los comerciantes franceses, que compraban toda la lana navarra para extraerla al otro lado del Pirineo. Con fuertes disponibilidades financieras, adelantaban dinero a los ganaderos; una vez llegado el esquilmo, habían de lavar y almacenar la lana hasta la Feria de San Fermín, durante la cual, aprovechando la casi total franquicia, la enviaban a través del Pirineo. Se celebraba además en Pamplona un mercado franco todos los sábados. El tradicional comercio del Reino con Bayona se mantuvo floreciente hasta la Revolución Francesa a pesar de algunos sobresaltos, como la Real Orden de 1721, que prohibió la importación y exportación de comestibles, "que hasta ahora se ha permitido". En la estadística realizada en 1786, Navarra exportaba fundamentalmente vino (a Guipúzcoa, Laburdi y Baja Navarra) y lana. Las importaciones del Reino eran muy superiores, existiendo un déficit de 6.744.491 reales, cubierto en su mayor parte con el dinero entrado de contrabando por la línea del Ebro. El hecho comercial más importante del Dieciocho guipuzcoano fue la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Establecida en 1728, llegó a disponer de 48 navíos, que importaban a la Península cacao, tabacos, cueros, índigo, especias y otros productos americanos y llevaban a América, entre otras mercancías, hierros y aceros, ferreterías y armas de fabricación guipuzcoana. Todo lo referente a la Real Compañía se describe detalladamente en el artículo correspondiente. En 1778 se concedió a 13 puertos españoles el comercio libre con América, rompiéndose así el monopolio gaditano. Diez años más tarde consiguió San Sebastián ser añadida a la lista privilegiada. Pero pronto se iniciará, con la Guerra de la Convención, una nueva crisis comercial, agravada por la disminución de exportaciones laneras. La raza merina castellana, que producía la más fina lana del mundo, fue aclimatada, primero en Sajonia, luego en Austria, Prusia y Hungría, y finalmente en las colonias inglesas; en los últimos años del siglo se aprecia un sensible descenso en los embarques para Inglaterra, y desde el comienzo de las guerras napoleónicas serán éstos prácticamente nulos.