Kontzeptua

Superstición

En el referido tratado acerca de las supersticiones de Martín de Arles, arcediano del valle de Eibar, se toma precisamente como punto de arranque de la discusión o disertación acerca de qué cosa son las supersticiones, una práctica que tenía lugar en San Pedro de Usun (Romanzado) y que, a comienzos del siglo XVI, se consideraba ya uso antiguo. Cuando en la tierra se notaba gran sequía el clero y los labradores del pueblo y de otros del Romanzado, hacían una procesión con himnos y cánticos y se celebraba una misa en el templo. Cosa normal. Poco después, se sacaba la imagen de San Pedro en andas y, se llevaba a la orilla del río, siempre entre cánticos y alabanzas. Y allí se pedía a la imagen que ayudara en la necesidad, que pidiera lluvia a Dios. Esta petición se repetía hasta tres veces. Tras el silencio de la estatua, se oía un nuevo clamor: -"Sumérjase la imagen de San Pedro en el río, si no nos pide lo que deseamos, a Dios omnipotente"-. Pero alguien, también, respondía: -"No se haga así, que San Pedro, como buen pastor intercederá ante Dios"-. Salía el que esto decía y alguno más como fiador por la parte de San Pedro, y, según los labradores, en el trance nunca habían sido defraudados; antes de veinticuatro horas caía la lluvia benéfica.

El caso de San Pedro de Usun, mediador como santo, pero juzgado de modo "sui generis" ha adquirido cierta popularidad porque del libro siempre raro del canónigo de Pamplona, pasó a otros textos más conocidos. Pero también convendría recordar que práctica semejante ha tenido vigencia, después, en otras partes de Navarra, en donde aún a comienzos del siglo XX se conservaba memoria de ella. Barandiarán recogió ya hace mucho, datos referentes a Alsasua y a varios pueblos de Guipúzcoa y otros autores han dado los referentes a localidades del país vasco-francés. Parece que el cuerpo de Santa Felicia en Labiano, sufría análogas conminaciones, que se han repetido en otras muchas partes y de las que en tierra de Sangüesa recogí una versión algo burlesca al fin referente a un San Cristóbal. Este puede considerarse como un caso extremo, de superstición colectiva, adaptada a un lugar. Los referidos rasgos de materialidad se hallan bien claros y lo chocante es la pervivencia, pese a censuras y condenas. Entre otras prácticas que aún en nuestra época son o han sido populares y que el mismo Martín de Arles consideraba supersticiosas a comienzos del XVI están algunas propias de la noche de San Juan, como son las de tañer campanas, encender fuegos, colocar enramadas y recoger hierbas olorosas; con el tañido de las campanas se creía que se ahuyentaba a las brujas y el quemar hierbas se consideraba bueno para desvanecer las tormentas.

Decía Martín de Arles, al combatir estos actos, que si las hierbas tienen alguna virtud medicinal propia no estaba en conexión con la hora ni con que el sol salga o se ponga de modo determinado en un día. También combate la idea de que las brujas vengan especialmente durante la noche de San Águeda y que con toques de campana se las ahuyentaba. idea mantenida después, asimismo. como según se ha dicho (veáse acerca de lo extendida que estaba la creencia del poder de las campanas Eusko-Folklore, LXVIII, agosto, 1926, pp. 29-32). Si en relación con la procesión de San Pedro acaso obtuvo algún éxito combatiéndola, claro es que nuestro canónigo no obtuvo ninguno en su combate contra las prácticas de la "Sanjuanada" y otras que se refieren a distintas fiestas del año cristiano. Aún hoy en muchas casas de pueblo de la zona frontera con Gipuzkoa, por la banda de Leiza, etc., veremos el cardo, la flor solsticial, o "flor del sol" (= "eguzkilore"), colocada en la puerta, como protectora. Muchas son, también las que tocan a los distintos sacramentos y a las fases de la vida relacionada con ellos. En pleno siglo XVII un erudito sacerdote francés, Thiess, las estudió ya de modo sistemático.

Pero, en el caso, también hay que contar con la existencia de varias opiniones, sucesivas o simultáneas en la apreciación de lo considerado supersticioso y de la fuerza del criterio de autoridad individual que no sé qué relación puede tener con lo lógico o lo prelógico en el sentido en que tales palabras se han usado al tratar de la "mentalidad primitiva" comparada con la "nuestra". Porque en cualquier sociedad, la autoridad, sea sacerdotal, sea hechiceril, sea profesional o científica (profesional mejor) ejerce una acción similar y la mayor parte de la gente, se somete a ella y la acata y respeta, no por un acto de averiguación propio, sino por considerar que emana de un saber superior. En el siglo XVI empezado, cuando Martín de Arles escribió el tratado que venimos usando como base de comparación, sabemos que en Vasconia había gentes que creían en días aciagos, como los antiguos.

También en la Astrología, disciplina de origen no popular, y en la virtud de levantamientos de figura, con plomo, oro, cera blanca o roja; en adivinaciones por vía de nigromancia (muy extendidas en la época). Y la población hebrea había introducido, sin duda, el uso de cédulas con nombres de arcángeles e invocaciones de carácter judaico ("Adonay; Sabaoth; Heloim"). Esto hace pensar que la idea de Colas de considerar de origen cabalístico algunos motivos de arte popular del país, como la cruz ovífila, puede ser defendida con fuertes apoyos. Pero lo importante ahora es observar cómo la fe en la Astrología se eliminó mucho. Es significativa la importancia que da Martín de Arles a la práctica de la Astrología, condenada más rápidamente en el Enchiridion..., de Azpilcueta, p. 165, y la falta de referencias a ella que encontramos hoy en todo el ámbito vasconavarro. Paralelamente se puede observar que aquella fe en los augurios de que se acusó a los vascones antiguos y a los navarros medievales, deja pocas huellas después. Tanto Arles como Azpilcueta aún dan la cosa como común. Este, op. cit., p. 164, antes de condenar la creencia en la Astrología, dice "...peccat mortaliter, qui eo quod audit aves garrire, ululare lupos, mugire boves, et rugire leones et alia animalia, etc. vel qui obviavit lepori, aut mulieri gravidae, cerio credit sibi mali quidquam imminere".

Vemos también como la nigromancia, practicada por gente de clase culta, fue desterrada; cómo las fórmulas judaicas, cesaron de tener validez en el momento en que los rabíes, médicos a la par en muchas ocasiones, perdieron su significado en la vida social de pueblos y ciudades (como hombres sabios, aunque extraños a la religión verdadera) y cómo, en cambio, otras prácticas condenadas por Arles (que era buen canonista) han pervivido porque, acaso, precisamente, la autoridad no extendió su acción sobre ellos, o la ejerció de modo distinto en distintas épocas; es decir, que estaban sujetas a opinión variable y mientras la autoridad individual de un sacerdote no actuaba contra tales prácticas, otra autoridad de la misma índole sí podía actuar. En nuestra época hemos visto cómo se da divergencia tal y en el comportamiento de dos párrocos que se han sucedido en un pueblo y en otras ocasiones. A comienzos del siglo XVI mismo, era de uso común, el poner a los niños, en los hombros, fragmentos de espejos y trozos de piel de oveja o de zorro, como amuletos contra el mal de ojo (Martín de Arles, op. cil., fol. Xuto). Arles no sólo lo combate, sino que también ataca el uso de nóminas y, hasta de ciertos conjuros usados en iglesias del país. Ahora bien, los amuletos del tipo indicado, se usaron en zonas como la Burunda hasta nuestros días (algunos han sido recogidos. El párroco de Urdiain, Satrústegui, posee unas muestras. También poseía otras el laboratorio de EuskoFolklore. Véase Barandiarán, Mitología del pueblo vasco, II, Vitoria, 1928, pp. 89-96. Reproducción en la Guía de Navarra, editada en Pamplona, en 1929, pp. 72-73) y el uso de ciertos conjuros contra tempestades. etc., en los que entra un elemento ajeno al ritual, también se ha registrado por toda Vasconia (sobre conjuros, Eusko-Folklore, LXIX, septiembre, 1926, pp. 33-35. Para la praxis antigua el Enchiridion..., de Azpilcueta, pp. 163-164, capítulo XI, núm. 34).

A este respecto también es curioso observar cómo la personalidad del sacerdote está cargada de ciertos atributos en la conciencia de aldeanos, pastores, etc., de suerte que, a veces, querrían que interviniera en acciones que quedan fuera de la esfera de lo litúrgico y aun de lo religioso, para hallar tesoros, curar, adivinar, etc. Y fuerza es confesar que algunos se beneficiaron de esta especie de personalidad, sobrepuesta a la sacerdotal por vía clásicamente supersticiosa, según los teólogos. Hasta hace poco, por ejemplo, un cura navarro se dedicaba al curanderismo con gran éxito, porque llegaban a pedir su tratamiento gentes de lejos, incluso de Gipuzkoa. Al fin, parece que entre el Colegio de Médicos de Pamplona y la autoridad eclesiástica consiguieron que no ejerciera más aquella actividad. La teoría general del cura consistía en que todos los males terminaban en un envenamiento de la sangre y que la cuestión era desenvenenar la sangre de los pacientes. El cura usaba para este fin una cocción de hierbas y grasa de cerdo. Pero antes de aplicar esta receta universal, localizaba el mal con una bola y una especie de carta en que se hallaba dibujado un esqueleto. La sombra de la bola al pararse indicaba el lugar del mal de cada paciente en la figurilla. Esto, al parecer, lo había aprendido en Valencia y le daba resultados espléndidos. aunque él se quejaba de que, a pesar de éstos, no hacía muchos dineros. Pero la gente iba a él, en parte porque estaba investido del sacerdocio. No hace mucho que oí también, de labios de Barandiarán, cómo a él mismo le habían querido unos caseros para la búsqueda de un tesoro y cómo cierto pastor vasco-francés, le había expuesto una opinión muy concreta respecto a virtudes especiales que atribuía a los sacerdotes de allende los Pirineos, y por lo tanto, a él mismo. Claro es que no halló el eco deseado; pero, con todo, la personalidad atribuida al sacerdote queda bien perfilada por estos ejemplos y por otros que se podrían allegar (como siempre, el modelo ideal existe en la conciencia que busca el caso real.

En Navarra Joanes de Bargota, el cura de Lizarraga, Joanes de Atarrabio, etc.. son los arquetipos, y, a los casos actualizados, habrá que añadir además los de los clérigos y, frailes que en otras épocas estuvieron metidos en negocios de éstos, según reflejan los procesos inquisitoriales, algunos de los cuales estudié en mi libro ya citado, Vidas mágicas e Inquisición.

La leyenda de aquí y allá habla de varios clérigos magos. La forma de adaptación local de ciertas prácticas se patentiza por otros casos. Entre las supersticiones, muy localizadas también, cuenta Martín de Arles la que era propia de la ciudad de Pamplona y que consistía en ir a la ermita que había en el monte de San Cristóbal y colocar en un árbol que allí había una cinta con la medida de la cabeza; con esto se creía que se evitaban los dolores durante todo el año. Por su parte, las muchachas de la ciudad misma, cortaban algunos de sus cabellos y, los colocaban alrededor de la imagen de San Urbano, situada en el claustro de la catedral, para que les saliera el pelo más hermoso o no se les cayera.

En todo caso otras supersticiones sí han seguido teniendo un efecto más o menos limitado, localizado, referido a intereses de sexo, condición, oficio, etcétera. Aisladas, catalogadas con arreglo a un sistema de coleccionar, como los que han adoptado muchos flokloristas del pasado, pueden parecer de una pesada monotonía, como también lo parecen algunos mitos y leyendas. Todo lo que en este orden se arranca de su contexto queda como muerto. Y ni siquiera cabe ajustarlo bien, refiriéndose a un grupo étnico en bloque, a un "pueblo" en su totalidad, sino a ciertos núcleos dentro de él.