Kontzeptua

Superstición

Un estudio sociológico de la superstición nos llevaría a campos muy lejanos entre sí, en apariencia. Porque así como los teólogos consideraron, siguiendo a Santo Tomás, que ésta era como un exceso en terreno religioso, podría considerarse también, que, en otros casos, constituye un exceso en terreno técnico, por no decir científico. La idea de que hay personas dotadas de especiales facultades no naturales o de virtudes naturales para curar hombres y animales, va unida estrechamente en las sociedades rurales a la de que existen otras personas con un dominio del arte de curar, adquirido por vía más o menos intuitiva, no intelectiva. Los saludadores han sido, así, gente muy tenida en cuenta hasta nuestros días y no menos los curanderos. Hace no muchos años aún ejercía esta segunda profesión en Illarregui, una mujer anciana que alcanzó gran prestigio en todo el norte y el centro de Navarra y que tuvo largos conflictos con el Colegio de Médicos de Pamplona. Florencio Idoate ha escrito artículos muy sustanciosos en los que se demuestra que conflictos similares se dan periódicamente en Navarra, desde el siglo XVI por lo menos (Curanderos, I, pp. 80-93. También El cirujano de Ujué, 1611, pp. 94-96).

Sea el caso de Juan Griego de Bohemia, que hacia 1570 andaba ejerciendo por tierra de Estella; sea el de Juan Pérez de Igúzquiza, alias "El indiano", que ejercía algo antes en Villava; sea Juan de Orrio, en el valle de Ezcabarte; sea Martija de Jáuregui, curandera famosa en la Cuenca, en 1570 también; sea Domingo Gallego que practicaba en Peralta en 1630, o Lucas de Ayerbe, procedente de Guipúzcoa, que actuaba con más carga de brujería que otra cosa por Villava y Burlada en 1670, o el curandero de Lerín, Juan Abrego ( 1827), todos son analfabetos, iletrados, que dicen actuar por gracia especial, por una especie de ciencia infusa, contra la cual está, claro es, la ciencia concreta, o con pretensiones de tal, de los miembros del Protomedicato. La mezcla de fe y de desengaño de una clientela abundante, gravita sobre la vida de los curanderos, procesados y condenados casi siempre en el momento mayor de su fama, cuando son objeto de discusión.

Habrá que reconocer, sin embargo, que la situación médica en Vasconia no era muy halagüeña, cuando aquéllos actuaban y que tanto los médicos, como los boticarios, herbolarios, barberos, cirujanos y personas que, en conjunto. se dedicaban a una rama de la Medicina tenían también conflictos, ocasionados por fracasos e ignorancias manifiestas (Florencio Idoate, Médicos, cirujanos, boticarias y curanderos, en Rincones de la Historia de Navarra, II, pp. 516-537) o por una aplicación de remedios fantásticos e inadecuados. La Medicina existe: el exceso en su práctica también. La desconfianza que tópicamente produce el médico y la confianza en curanderos y saludadores sigue actuando hoy en muchas conciencias. Por la banda Norte, aun después del caso de la curandera de Illarregui, tuvo fama un curandero vasco-francés al que se llamaba "Jinko thikia", es decir, el "Dios chico", a causa del prestigio que tenía en amplios sectores de la sociedad rural.

Más ligado con la superstición aún está el problema de los saludadores y de los que curan con ensalmos y oraciones. A este respecto uno de los documentos más curiosos, es un edicto de la Inquisición de Logroño, fechado el 14 de marzo de 1725 en el que se describen (para condenarlas) una serie de prácticas curativas de hombres y animales, con las respectivas palabras, en castellano y vascuence, así como otras para evitar diversos males (fue publicado primero con el título de Supersticiones, por Don Tomás de Ascárate Pardo en Juventud católico-obrera. Periódico gratuito de propaganda, año II, núm. 18, Tafalla, 29 de junio de 1924, pp. 2-3).

Como en los casos dc curanderismo, puede decirse que, prácticas semejantes, se han seguido observando hasta nuestros días, en donde las familias de saludadores, es decir de aldeanos que se transmiten una supuesta facultad curativa se han dado, en formas clásicas y descritas desde antiguo. Ni la autoridad religiosa ha podido con todas las supersticiones, ni la autoridad civil con las prácticas de que ahora se trata, tan íntimamente ligadas con ellas, desde todos los puntos de vista. No pueden estudiarse ni unas ni otras más que como expresiones de una sociedad determinada, pero en conflicto con lo que piensan y sienten otros grupos, dentro de la misma sociedad. Esto quiere decir que al llevar a cabo un estudio etnográfico general de un pueblo de Europa, no podemos partir del mismo principio del que parten algunos sociólogos o antropólogos, para los cuales las reglas de la conducta de los grupos sociales campesinos enteros son de una homogeneidad absoluta.

La discrepancia, la opinión dividida, la bandería, juegan un papel decisivo en ellos, con motivo de cuestiones muy diversas. La regulación de lo que se debe o no se debe creer, la determinación por la autoridad de lo que es supersticioso o no, la adopción de puntos de vista distintos, son otros tantos hechos que se dan una y otra vez. Se sabe cómo en el siglo XVII la opinión de Vasconia estaba dividida entre los que creían a pies juntillas y los que no creían en los actos atribuidos a brujos y brujas. Hoy la credulidad está en crisis; al menos cierto tipo de credulidad concreta. Pero hacia 1930 y aun tiempo después, vivían en la parte vasca aldeanos, aunque fueran viejos y aislados, que poseían ideas muy parecidas a las que corrían en el siglo XVII en punto a vuelos, metamorfosis, etc. Por entonces también, había una cantidad considerable de hombres y mujeres que contaban, como anécdotas curiosas, narraciones brujeriles y de otra índole, y otros que recurrían para sanar a personas y animales. La superstición puede dar aún muchas sorpresas: pero aquel contexto social de la población rural en que las supersticiones viejas seguían teniendo vigencia ha desaparecido o está en vías de desaparecer.