Sailkatu gabe

GIPUZKOA (GEOGRAFÍA)

Paisajes y modos de vida.

La organización del territorio guipuzcoano constituye una original síntesis entre medio físico e intensa aportación humana a lo largo de un pasado secular. El ambiente atlántico crea las bases, si no necesarias, al menos favorables para el desarrollo de una actividad ganadera como fuente de riqueza primordial. La agricultura, por el contrario, adoleciendo de una escasez de tierras llanas para su instalación, fue organizándose, no sin dificultades, a través de la fórmula original del caserío; y a medida que la población y sus necesidades alimenticias crecían, fue haciéndose necesario la ampliación del terrazgo y la creación de nuevas instalaciones agrarias a expensas de las zonas de bosque. De este modo se alcanza una intensa ocupación del territorio con poblamiento en diseminado, intercalado entre entidades de mayor rango que cubre la casi totalidad de la provincia. No existe la dicotomía ager por un lado, saltus por otro; ambos se entremezclan y yuxtaponen dando una nota constante de presencia humana. Siendo como es la ganadería la actividad principal dentro del sector primario, se comprende la importancia que ella tiene en la configuración del espacio rural. A ella se dedica una buena parte del territorio en forma de pastos naturales o de tierras cultivadas. Los caseríos se constituyen en explotaciones básicamente ganaderas, para la producción de leche y carne; el ganado se mantiene en régimen estabulado o combinando la estabulación con un pasto libre, y en torno a él gira la casi totalidad agrícola. De las tierras cultivadas que integran la explotación, organizadas y dispuestas en torno a la vivienda, más de la mitad en general se destinan a la producción forrajera en forma de praderas y cultivos forrajeros. Desde que en el siglo XIX el caserío opta inequívocamente por la especialización ganadera, los cultivos tradicionales como el trigo, lino, etc., desaparecen o quedan relegados a un segundo término en favor de aquellos otros orientados al mantenimiento de la cabaña bovina. Tan sólo quedan, como supervivientes de aquella explotación tradicional, los frutales -entre los que destaca el manzanal para la producción de sidra- y las legumbres u hortalizas destinadas al abastecimiento familiar o comercializados en mercados urbanos próximos. Así pues el paisaje agrario se configura como un espacio de policultivo, con clara orientación ganadera, organizado y estructurado sobre el caserío, unidad básica de explotación; paisaje con predominio de campos abiertos (las cercas aparecen en todo caso rodeando el conjunto de la explotación) pero con apariencia de boscaje por la estrecha convivencia entre cultivos y masas forestales. En la segunda mitad del siglo XX ha habido una auténtica fiebre repobladora a expensas incluso de antiguas tierras de labor, y especies como el pino insigne han terminado por invadir gran parte del territorio. Pero sea cual sea la especie arbórea, el hecho es que existe un amplio predominio de las masas forestales en la configuración del espacio rural, tal como se señala en el apartado anterior. En la zona costera, desde Fuenterrabía hasta Motrico, donde las actividades agrícolas y ganaderas alcanzan el máximo de intensidad no ya sólo por la fuerte demanda ante grandes densidades de población sino porque además cuentan con las tierras más aptas para el cultivo, se desarrolla a la vez una actividad pesquera de larga tradición, basada, en general, en numerosos y pequeños puertos pesqueros, de forma que el paisaje ofrece una hermosa variedad de formas contraponiendo a la simplicidad del caserío la alegría del pueblo marinero. La actividad pesquera en Guipúzcoa adquiere en términos relativos una importancia notable, superior a Vizcaya tanto desde el punto de vista económico como en el de población a ella dedicada. De hecho en los años 80 del siglo XX los activos pesqueros equivalen al 2,5 % de la población activa frente al 1,4 % en Vizcaya; pero en términos paisajísticos ambas situaciones son comparables. En resumen, ambiente atlántico y actividades agrarias preferentemente ganaderas en torno al caserío, unidad básica de producción y célula elemental de organización social, constituyen los dos estratos iniciales en la organización del espacio guipuzcoano; pero el florecimiento de numerosos centros urbanos tanto en la costa como en el interior ligado al rápido desarrollo de la actividad industrial, que a diferencia de otras regiones se caracteriza aquí por su dispersión espacial, va a dar lugar a importantes transformaciones tanto en el terreno económico como social y paisajístico. El campo pierde sus rasgos propios y se constituye en ámbito rururbano, prolongación en muchos aspectos de la vida ciudadana. Unicamente unos pocos y reducidos espacios -comarca de Aya, Valle de Régil- han conservado sin alteraciones el carácter rural de siempre. El resto presenta unos modos de vida mixtos: el casero comparte su jornada de trabajo entre la explotación agraria y la fábrica, instalada cerca de su propia casa, las instalaciones industriales se asientan en terrenos hace poco agrícolas y la proximidad, por su abundancia y dispersión, a los centros urbanos permite al habitante del campo acceder con facilidad a los servicios y alicientes de la ciudad. No seria exagerado afirmar que el paisaje rural como tal ha dejado casi de existir ante la permanente presencia de la impronta urbana, a la que se añaden fuertes densidades de población y una intensa circulación de personas y mercancías. Las relaciones campo-ciudad que en las áreas en que ésta es deficiente o inaccesible presentan tensiones y desembocan en el éxodo rural con abandono de la actividad agrícola, en el caso guipuzcoano cobran un matiz muy diferente: la ciudad invade el campo y éste experimenta una mutación en todos los órdenes, convirtiéndose de algún modo en las zonas verdes de una pequeña región urbana y ante la permanente demanda de recursos para la ciudad en forma de suelo, agua, áreas de esparcimiento, productos alimenticios, etc., lo rural se convierte en el espacio reserva, y pierde con ello sus rasgos propios. De ahí la urgente necesidad de encauzar adecuadamente la respuesta que a tales demandas deba darse mediante planes de ordenación de tipo general o comarcal. Hay una expresión que pone de relieve esta constante presencia de lo urbano, cuando se dice "Guipúzcoa, nuestra ciudad". A pesar de sus exiguas dimensiones la región cuenta con una red urbana muy densa y bien jerarquizada, formando parte de lo que Ferrer y Precedo han llamado el subsistema marítimo vasco. Pilotada por el área metropolitana de San Sebastián, de posición excéntrica respecto a su área de influencia, que descansa sobre un importante número de ciudades medias, bien distribuidas por todo el territorio, entre las que destacan Eibar e Irún, por su dotación funcional. Existen además otras 18 ciudades con más de 10.000 habitantes, bien dotadas de servicios, con capacidad para ejercer la capitalidad a nivel comarcal, que entran en competencia entre sí e incluso con la cúspide regional, San Sebastián, por la escasa distancia existente entre ésta y el resto de las ciudades de la red. La abundancia y proliferación de cabeceras comarcales dificulta todo intento de comarcalización basado en delimitaciones de ámbitos de influencia urbana; además hay centros dotados de un dinamismo reciente que de algún modo han usurpado la función rectora a las cabeceras tradicionales como ocurre con Beasain frente a Villafranca en el Alto Oria, o Mondragón en el Alto Deva en competencia con Vergara. El crecimiento funcional de las ciudades guipuzcoanas ha sido paralelo al aumento en efectivos y a la expansión industrial; y ello, si bien ha tenido consecuencias positivas en la configuración de una región altamente urbanizada, se ha visto obstaculizada en cada caso por una falta de espacio ya que muchas de estas ciudades se hallan emplazadas en valles estrechos y de abruptas vertientes. Como consecuencia han sufrido un crecimiento longitudinal, siguiendo el eje fluvial que ha desembocado en la creación de conurbaciones al entrar en contacto unos núcleos con otros. Así en el alto Oria la expansión de Beasain llevó a la fusión de ésta con Villafranca que se prolonga por Lazcano y Olaberria; aguas abajo se produce un eje urbano entre Tolosa, Villabona, Andoain y el núcleo de Lasarte; fenómeno similar se ha dado entre Irún y Fuenterrabía; pero el ejemplo de conurbación más importante es el protagonizado por la unión de Ermua, Eibar, Elgóibar y Soraluce en la confluencia del río Ego con el Deva. Constituyen lo que Capel denomina "conurbaciones en ciudad lineal" resultado de una topografía especial frente al dinamismo urbano industrial.