Kontzeptua

El movimiento socialista en la historia vasca contemporánea

Las referencias históricas más estables del abrazo de las ideas socialistas por sectores de trabajadores vascos están asociadas a la aparición del Partido Socialista Obrero Español (1879) y de la Unión General de Trabajadores (1888). Su matriz ideológica y su estrategia política y organizativa se relacionan con los textos originarios del socialismo marxista a partir de la lectura que de la obra de Marx y Engels hicieron los dirigentes de la II Internacional (1889).

La presencia de esas organizaciones en territorio vasco fue, en sus inicios, escasa y geográficamente localizada en aquellas zonas vizcaínas en las que se estaba desarrollando una economía avanzada en diversas ramas de la industria y de la minería extractiva del hierro. La agrupación socialista bilbaína quedó organizada a mediados de 1886 y, poco a poco, en medio de numerosas dificultades debido a la reacción de los patronos, a lo primigenio del asociacionismo obrero y a las condiciones propias del trabajo minero, fueron durante el siguiente lustro apareciendo otras, de vida intermitente en ocasiones (Ortuella, Sestao, La Arboleda, Las Carreras y San Salvador del Valle). En 1900 quedó constituida la Federación Regional de las agrupaciones socialistas de Bizkaia en la que agrupaciones y afiliados de la zona minera y de la capital contabilizaron cuatro quintas partes del total de la afiliación. Los socialistas pudieron afianzar su influencia en los medios obreros, libres de competencia con otras ideologías y organizaciones, gracias a su voluntad de encabezar las reivindicaciones de los trabajadores. Aunque a partir de 1897 hubo organizaciones socialistas estables en San Sebastián y Eibar, el peso del socialismo entre los trabajadores guipuzcoanos fue menor y más tardío pues, a diferencia de Bizkaia, no hubo en ese territorio grandes concentraciones industriales ni agudos conflictos sociales, factores claves en los inicios del socialismo vasco.

Las agrupaciones locales vizcaínas del PSOE sintetizaron durante sus primeros años de existencia una doble actividad, sindical y política. Las numerosas sociedades obreras existentes en los albores del cambio de siglo fueron el embrión, relativamente tardío, del sindicalismo establemente organizado vinculado al socialismo: Federación de Obreros Mineros de Vizcaya (1903), luego Sindicato Minero (1917); Sindicato Obrero Papelero Vasconavarro (1912); Sindicato Obrero Metalúrgico de Vizcaya (1914); y Unión General de Trabajadores de Vizcaya (1923). Por el contrario, en los territorios vascos del interior, la creación y organización sindical de las estrictas organizaciones obreras surgidas al calor de la nueva conformación social se produjo a la par que el surgimiento del partido socialista, (Federación Local de Sociedades de Resistencia de Pamplona, 1901). En torno a esas fechas data la constitución definitiva de las agrupaciones del PSOE de Vitoria (1898) y de Pamplona (1902). En 1903 se fundaron las Juventudes Socialistas agrupadas en la Federación Nacional de Juventudes Socialistas (1906).

La miseria reinante y las terribles condiciones de trabajo empezaron a combatirse mediante el recurso a la declaración de conflictos laborales que, alentados por la propaganda y una lenta aunque constante organización, atemperaran las consecuencias de los misérrimos salarios, de las difíciles relaciones laborales y de la baja calidad de vida. La deficiente alimentación se unía a las carencias en la asistencia sanitaria, a las mínimas medidas de higiene o a la escasez de viviendas y servicios públicos, lo que agravaba la ya de por sí dura vida laboral de miles y miles de trabajadores y de sus familias; muy buena parte de estos procedían del mundo rural de las provincias cercanas o del ámbito empobrecido de la España interior. El duro trabajo en la mina, con larguísimas jornadas laborales y con frecuentes siniestros, dio un tono trágico a la vida. Las estadísticas de mortalidad (especialmente la infantil), de heridos en accidentes de trabajo, enfermedad o desnutrición dan muestra de un paisaje vital rayano en lo dantesco.

La huelga de 1890 en la cuenca minera vizcaína marca el inicio de una amplia conflictividad laboral y, al mismo tiempo, de la expansión socialista, a pesar de que, hasta el estallido de la Gran Guerra en 1914, el socialismo organizado tuvo un parco crecimiento cuantitativo, enmascarado por su papel sustitutivo de una débil estructura sindical. Facundo Perezagua, su máximo dirigente fue durante tres décadas el símbolo de aquel socialismo organizado caracterizado por no rehuir el conflicto ante el abuso e intolerancia de los patronos, abnegado en su ideal de vertebrar el incipiente movimiento obrero. Durante más de dos décadas los trabajadores recurrieron a la presión directa, en ocasiones violenta, ante los patronos para conseguir sus objetivos. La legitimación del socialismo como realidad aceptada crecientemente por los trabajadores vizcaínos en ese contexto de lucha de clases se debió, sin duda, a la actividad de las agrupaciones socialistas durante el desarrollo de los conflictos. Las huelgas resultaron ser un producto combinado de la reacción de los trabajadores ante la situación laboral y económica, de la denuncia vehemente de esa situación por parte de las organizaciones obreras, de la intransigencia de la patronal poco dada a actitudes negociadoras y de la ausencia de cauces de resolución de los problemas. Fueron especialmente frecuentes en Bizkaia (23 entre 1890 y 1893, 16 entre 1894 y 1899, 47 entre 1900 y 1903, y 38 entre 1910 y 1911) y cinco de ellas fueron de carácter general en el sector minero (1890, 1892, 1903, 1906 y 1910). Los motivos expresos de su estallido se relacionaron habitualmente con la reclamación de la reducción de jornada laboral y los aumentos salariales o con la protesta por la detención de dirigentes obreros. Los dirigentes socialistas, más allá de su retórica radical, trataron de encauzar hacia la negociación los conflictos huelguísticos y su frecuente expresión violenta, con el consiguiente corolario de momentos de severa represión. A pesar del costo humano y social que supuso el desencadenamiento de conflictos sociales abiertos, gracias a esa dura práctica de lucha fueron mejorándose las condiciones de vida de los mineros (reducción de la jornada laboral diaria a nueve horas y media en 1910, e incrementos salariales).

La estrategia política del socialismo vasco fue idéntica a la marcada por los órganos rectores del PSOE. De ese modo, desde la consecución del sufragio universal masculino (1890) y hasta el estallido en Barcelona de la Semana Trágica (1909), los dirigentes socialistas fundamentaron su práctica política en la observancia del más estricto obrerismo, negador en la práctica de posibles acuerdos con otros partidos políticos incluso republicanos, considerados sostenedores del sistema político burgués. Esa estrategia política evidenció durante años la debilidad del PSOE en las convocatorias electorales. De este modo la cita de los socialistas con las urnas, defendida como medio de crítica de la situación social obrera, no obtuvo durante todo ese periodo éxitos reseñables; a ese resultado no le fue ajena la corrupción electoral ejercida por la oligarquía industrial vizcaína, conocida entonces como La Piña.

El parco respaldo recibido por los socialistas en las elecciones generales no fue similar al cosechado en las elecciones locales en su feudo más importante, Bilbao. Desde 1895 hubo ininterrumpidamente en el consistorio de la capital vizcaína representantes socialistas, lo que evidenciaba el ascendiente del PSOE entre amplios sectores de trabajadores. En esos momentos álgidos del socialismo a finales de la década del siglo XIX se inscribe el acercamiento a sus filas de prominentes intelectuales y el reforzamiento ideológico, obrerista, crítico con el nacionalismo vasco y anticlerical, que tan significativamente sostuvo su periódico La Lucha de Clases (1894).

Junto al acendrado obrerismo manifestado ante los problemas laborales y las convocatorias electorales, el socialismo vizcaíno trató los grandes problemas políticos y sociales del momento adoptando importantes resoluciones: ausencia de relaciones con el republicanismo o el nacionalismo vasco, en cuanto organizaciones burguesas; rechazo de la guerra de Cuba; crítica de la corrupción electoral que falseaba los resultados en las urnas; denuncia del encarecimiento de las subsistencias, (problema que en 1898 dio lugar a manifestaciones populares violentamente reprimidas); censura de la represión gubernamental y militar, que llevó a algunos de sus dirigentes más reconocidos a ser procesados y al exilio; discusión en torno al anticlericalismo, asunto sobre el que las agrupaciones socialistas mantuvieron actitudes encontradas.